Fantasma

Obsesivo¿Le temes a la oscuridad? La historia del taxi fantasmaAsesino |

Fantasma  ganó como la tercer mejor historia enviada en el mes de marzo, 2016.


Todas las noches tenía el mismo sueño. Al principio no tenía importancia. Como nunca llegaba al final de su sueño, creyó que era algo normal, pero luego de pasar toda una semana repitiendo, reviviendo todas las noches el mismo escenario, la misma situación, el mismo final inconcluso, empezó a extrañarse, a sentirlo raro.

Así que comenzó a pensar si su sueño tenía algún significado, si era algo que su subconsciente quería advertirle o mostrarle. Incluso llegó a pensar que se trataba de alguna premonición. No le encontraba la vuelta, simplemente no lo entendía. Nunca había estado en el lugar de sus sueños, no le parecía familiar, no lo reconocía. Hasta que esa noche pudo saber de qué se trataba. Esa noche el sueño tuvo un final.

Apenas se sintió dormido, la repetición de su sueño fue automática.

Se encontraba viajando en auto, un viaje de vacaciones con su familia. Estaba nublado y la claridad del día se agotaba entre las nubes cada vez más oscuras. Las únicas luces eran las de las señales a los lados de la autopista y las colas zigzagueantes de los rayos que preparaban una fuerte tormenta para el resto del camino. La familia vacacionaba en verano religiosamente en la playa de San Clemente del Tuyú. Sus padres habían adquirido una casa veraniega en los años noventa, la única inversión familiar que les quedaría a él y a sus hermanos. En la primer parada para cargar combustible, bajaban todos del auto para no oler el gas y para aprovechar los minutos e ir al baño. Él se quedaba cerca del auto, ya que no tenía ganas de orinar.

Lo había soñado tantas veces ya que podía recordar exactamente cada detalle.

Era el único que, durante el viaje, tenía algo de frío, así que llevaba puesta una chaqueta roja y un pantalón corto que pasaba un poco por debajo de sus rodillas, y medias y zapatillas de ninguna marca en especial; era sencillo para vestirse. Mientras esperaba a que su familia volviese, caminó unos metros cerca del límite entre el Atalaya y el descampado. Su hermano mayor seguramente estaba en la cola para pedirse un café grande sin azúcar, mientras que su madre aguardaba a que su hermano más pequeño saliera del baño de hombres. Su padre, de mientras, compraba una docena de medialunas, lo mejor del viaje de casi cuatro horas en auto.

La lluvia comenzaba a disparar sus primeras gotas y el cielo se ennegrecía por los nubarrones llenos de truenos, cubriendo hasta el último rastro de luz solar.

La familia comienza a volver de uno en uno. Sus hermanos con su madre más adelante que su padre, quien carga la caja con medialunas. En el momento en que todos se disponen a tomar la manija de las puertas e ingresar al auto para continuar el viaje, se escucha el derrape de un vehículo. Un chirrido chispeante que los impacta de lleno.

El choque es brutal.

La familia queda masacrada.

Sus hermanos, totalmente aplastados entre ambos autos, mueren instantáneamente.

Su madre, mutilada del lado izquierdo, se desangra a unos centímetros de la puerta del Atalaya, arrastrándose inútilmente hasta fallecer unos segundos después, agonizando del dolor.

Los restos de su padre están esparcidos por todo el pavimento del estacionamiento; nunca se enteró qué fue lo que los chocó, apenas y lo sintió. Su muerte fue fugaz.

Los vehículos, o, más bien, lo que quedo de ellos, salieron disparados por encima de la última barra de seguridad, directo al descampado. El auto Ford Focus modelo 2004 de color rojo, que su padre había comprado luego del cobro de un «accidente» de trabajo (su madre, al hablar de cómo habían comprado el auto, hacía las comillas al decir la palabra accidente con un ademán con sus manos y una mueca burlona mirando a su padre, quien había fingido tal accidente laboral para salir de un mal momento financiero), quedó hecho añicos.

El sueño se transforma lentamente en una pesadilla. Todas las noches revivía lo mismo y ya estaba harto de ver morir a su familia.

Él es el único que sigue vivo. Se encuentra tirado más allá de donde quedaron los restos incendiados de los autos. Está tirado en el pasto, recobrando el conocimiento. Le chorrea sangre por la frente y siente cómo el orificio derecho de su nariz está tapado; burbujea sangre por él. Le cuesta respirar y le duele mucho el abdomen. Sin embargo, se levanta, lastimado, y ve con horror toda la escena que dejó detrás de sí el horrible accidente. Mira para todos lados y está solo. Se horroriza al ver los cadáveres de su familia.

No tiene reacción alguna, no grita ni se pone a llorar. Solo comienza a andar. Camina lentamente por el medio del descampado en busca de ayuda.

A lo lejos, aunque no tanto como para no verlo, puede ver una colina en donde hay una cabaña, bien a lo alto.

Le llama la atención haber encontrado esa cabaña allí. Antes ya había hecho el mismo viaje vacacional con su familia hacia la costanera, pero esta era la primera vez que veía hacia ese lugar. Siente que es el primero en haberlo encontrado. Necesita ayuda, así que se decide ir hasta esa extraña cabaña en el medio de la nada.

Su familia ha muerto, pero él sigue en su sueño.

La tormenta ahora es torrencial y lo empapa de pies a cabeza, dejando el rastro de sangre entre los pastos de aquella colina. La colina es fácil de escalar. La cabaña era mucho más grande de lo que se veía a lo lejos. Había sido construida con troncos enormes y macizos de un color marrón oscuro intenso. El olor de la madera lo mareaba un poco. En la entrada principal había dos faroles antiguos con las velas encendidas, uno a cada lado de la puerta. La puerta tiene una mirilla y un aro de bronce a la altura del pecho con el cual se puede golpear, ya que hacerlo con la mano sería más que inútil como para que alguien dentro de la casa escuchara el llamado. No hay perilla ni manija del lado de afuera de la puerta, lo que indica que la puerta solo puede ser abierta desde adentro.

Está cada vez más cerca de terminar su sueño, solo espera no despertarse antes del final.

Toca a la puerta, tres veces exactamente, como si padeciera de algún trastorno obsesivo, aunque no lo tiene. Aguarda un momento y puede oír el clic de la cerradura. Le abren. La puerta comienza a abrirse.

Este es el momento en el que todo termina, en el que todo vuelve a la normalidad. Su familia estará sentada en la mesa esperándolo para desayunar. Nada ha de pasarles. No se quedaría huérfano. Nunca ha sabido quién vive en esa cabaña, quién es el que abre la puerta, si lo ayuda o no.

Siempre despierta en ese momento. Pero tendría un final. Todo se terminaría esta vez.

Abren la puerta.

La figura de un anciano, un poco más bajo que él y con una barba gris a medio crecer, queda parada frente a él del otro lado del marco de la puerta.

Solo le salen un par de frases. Está estupefacto, nunca había llegado a esta parte del sueño. Era la primera vez que veía al dueño de aquella cabaña en la colina.

Chorreando aún un hilo de sangre por su frente, pide ayuda:

—Por favor, mi familia murió. Tuvimos un grave accidente allí abajo, en la estación de servicio. Por favor, déjeme pasar. —Está casi al borde del llanto. El sueño ahora parece real. Le intriga saber qué va a pasar ahora, cómo terminaría su sueño ahora, o si solo despertaría en medio del clímax una vez más.

—Lamento mucho lo que te ha sucedido, pero no creo que sea buena idea que te quedes en esta casa, muchacho —Había un gran pesar de tristeza en las palabras del anciano—. Creo que deberías seguir tu camino hasta el final.

Esa respuesta lo deja perplejo, le estaba pidiendo ayuda después del desastroso accidente que se llevó a toda su familia y que lo había dejado mal herido y este anciano le hablaba en un tono raro y misterioso.

—No lo entiendo. Por favor, ayúdeme. Al menos déjeme pasar para poder secarme un poco.

La lluvia ahora parecía un diluvio mientras intentaba convencer al anciano de que lo dejara pasar a la cabaña. Era más su curiosidad que la necesidad de verdadera ayuda lo que lo hacía seguir insistiendo de pasar dentro de la cabaña. En el fondo, seguía creyendo que estaba por averiguar el final de su repetitivo sueño. Y ya casi llegaba el final. Pronto lo sabría.

—No puedo dejarte pasar, esta casa es visitada por un fantasma diariamente, y ahora debes seguir tu camino, hijo. —El tono del anciano era muy reflexivo, pero él seguía sin entenderlo.

—Un fantasma, qué tonterías —respondió él, indignado.

—Es verdad —contestó el anciano—. Todas las noches me visita un fantasma que toca a mi puerta. Y ese fantasma eres tú.

Esta frase lo deja paralizado. El anciano lo mira por última vez; su mirada es triste, apesadumbrada. Comienza a cerrarle la puerta lentamente y lo despide.

—Debes seguir tu camino, hijo, y dejarás de volver aquí todas las noches.

La puerta se cierra por completo. Se queda ahí un momento y finalmente lo entiende. Debe seguir caminando, más allá de la colina, más allá de aquella cabaña. Debía seguir su camino hasta el final y reunirse con su familia, del otro lado de esta vida.

Historia propia

rodrgo

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3 comentarios

Me gusta la tensión que va escalando. Cómo captas el interés del lector al prepararlo para un final creepypasta. Esa es una manera sencilla de cometer suicidio literario; pero, en tu caso, el final satisface las expectativas.

Felicidades por tu lugar en el Salón de la Fama. Te llevaste todos los lugares del mes.

Excelente historia. Me perturbó especialmente, ya que solía veranear en San Clemente con mi familia cuando era chico… :/

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