¿Le temes a la oscuridad? La historia del taxi fantasma

| Asesino |

¿Le temes a la oscuridad? La historia del taxi fantasma ganó como la mejor historia enviada en el mes de marzo, 2016.


Capítulo 1: Perdidos en el bosque

Matt y George viajaban solos por primera vez hacia la casa de sus abuelos, ubicada a unos veinte kilómetros del hogar en el que vivían con sus padres, al otro lado del bosque que separaba ambos pueblos. Si bien el bosque tenía fama por las temporadas de caza que en él se daban, no había muchos peligros como para impedir que los viajeros cruzaran de pueblo en pueblo, sobre todo los comerciantes y coleccionistas que intercambiaban sus mercancías por otras que no tenían.

Sus padres eran muy estrictos y sobreprotectores. Pero ese año Matt ya había cumplido los diecisiete años y se estaba volviendo el más maduro de los dos hermanos, si bien no el más listo. Ese era George, o Georgi, como lo llamaban sus padres y sus amigos en la escuela. Georgi recién había cumplido los doce años y era el niño mimado de mamá y el sobreprotegido de papá, lo que provocaba cierto rechazo por parte de su hermano mayor.

Calcularon que el viaje a pie por el bosque hasta la casa de sus abuelos no debería tomarles más de dos o tres horas máximo. Salieron de casa y emprendieron la caminata por el bosque alrededor de las 2:00 p.m. luego de almorzar filete de pescado marinado en harina y frito en grasa con puré de papas; el plato preferido de Georgi. Llevaron consigo solo algunas provisiones para el camino, principalmente agua y golosinas que habían comprado por la mañana en el kiosco del viejo Rey, en la esquina cerca de casa.

La relación entre ambos hermanos era buena en presencia de sus padres, familiares y conocidos, pero en realidad no solían llevarse tan bien como todos creían. Matt ignoraba, y subestimaba, la inteligencia de su hermano menor. Y Georgi desaprovechaba cada oportunidad que tenía de ganarse el respeto de su hermano mayor. No le interesaba, a ninguno de los dos, mejorar su relación del uno con el otro, pero Georgi tan solo quería un gesto, ese gesto de aprobación por parte de Matt y por fin terminar con las burlas y los insultos por parte de su hermano mayor. Pero para eso debía hacer algo bien, algo bien para Matt. Lamentablemente, Georgi era un poco torpe, a pesar de ser el más inteligente de los dos, y por eso aún no se había ganado el respeto de Matt.

Durante la primera hora de viaje, su conversación se limitó a dos preguntas y un insulto por parte de Matt hacia Georgi, y una simple respuesta de Georgi hacia su hermano Matt.

—¿Estamos siguiendo bien la brújula, inútil? ¿Vamos bien?

—Sí, Matt.

Georgi llevaba el mapa en su mochila, aunque ninguno de los dos lo creía necesario. Sí la brújula. Georgi llevaba la brújula en su mano derecha y no dejaba de mirarla, excepto para decirle la hora a su hermano Matt mirando su reloj de pulsera —regalo de cumpleaños de su abuelo— en su muñeca izquierda.

Al cabo de hora y media ya se encontraban bien adentrados en el bosque; sin embargo, no reconocían del todo muy bien el sendero en el que se encontraban. Ni siquiera los tipos de plantas y las formas de los árboles les resultaban familiares. Esa zona del bosque parecía virgen de contacto con los humanos cazadores de ambos pueblos. Los tamaños y los colores eran el doble de intensos que en otras zonas que ellos conocían del bosque. Habían viajado cientos de veces en compañía de sus padres por el bosque hacia la casa de sus abuelos y recordaban muy bien el camino, casi de memoria. De todas formas, aún no estaban preocupados ni se creían perdidos, mucho menos. Solo siguieron caminando hacia donde la brújula, y Georgi, indicaban. Matt, como siempre, solo se quejaba

Ya llevaban dos horas y veinte minutos de una intensa caminata tratando de cruzar el bosque hacia el pueblo en donde vivían sus abuelos. No habían parado a descansar para no perder tiempo y llegar antes de que empezara a anochecer. Como era invierno, el sol se ponía más temprano que el resto del año, así que tenían aproximadamente unas cuatro horas de luz solar. Incluso tomaron el agua sin detenerse. Bebieron un poco sobre la marcha de sus pasos, cada vez más cansados y extenuados. Matt arrastraba los pies y comenzó a exasperarse al no ver ninguna señal de la salida de ese bosque, ni siquiera un sonido que les indicara que estaban cerca del pueblo de sus abuelos. Georgi le pedía, sin éxito, que se tranquilizara. Lo hacía tratando de que el tono de su voz fuera calmo y sereno, a pesar de que él también estaba empezando a sentirse perdido y con algo de miedo. Matt también estaba asustado de estar perdido, pero jamás lo demostraría, y mucho menos delante de su inútil hermano menor.

Era imposible estar perdidos, pensó Georgi. Habían seguido la brújula y las indicaciones de su padre desde que dieron los primeros pasos dentro del bosque. <>, esas fueron las últimas palabras de su padre antes de que comenzaran el viaje.

Pronto serían las seis de la tarde. Habían pasado ya cuatro horas y cada vez parecía más que estaban en un sendero erróneo que a punto de llegar con sus abuelos. El sol comenzaba a abandonarlos en aquel bosque, dejándolos poco a poco en una total y completa oscuridad. El regaño, y el castigo, por su puesto, por parte de sus padres y abuelos sería lo de menos, pensó Georgi. Pero fallarle a su hermano Matt, una vez más; no podía dejar que eso pasara. Desaprovecharía otra chance de ser aprobado por su hermano mayor, de llegar a sentirse en su mismo nivel. De ganarse su respeto. Nunca se lo había dicho, ni se lo diría nunca, pero lo admiraba. Admiraba a su hermano mayor, y lo quería. Pero eso eran puras mariconadas para Matt.

Sin que se dieran cuenta, se hizo de noche. A esas alturas del viaje hacia la casa de los abuelos, ya no veían ni el sendero por donde caminaban. Solo sentían las ramas y las hojas secas que pisaban. Iban sin ningún rumbo fijo. Avanzaban hacia la nada misma.

Matt estalló colérico. Dirigió su mirada hacia Georgi, que se había quedado parado, en silencio, totalmente inmóvil para que la luz de la luna, que ya estaba saliendo por el lado contrario a la puesta del sol, lo alumbrara para poder mirar la brújula. La miraba, esperando a que esta le hablara y le dijera que iban por el camino correcto, pero eso no sucedería nunca, salvo en su gran imaginación. La verdad de la situación, innegable en ese momento, era que estaban completamente perdidos, y era su culpa, en gran parte.

—¿No sabes dónde estamos, verdad, inútil? Estamos perdidos, y es tu culpa. —Matt estaba enojado y algo asustado también.

—¡No puede ser posible! —respondió Georgi, algo angustiado y confundido—. Me guié todo el camino con la brújula y las indicaciones de papá. Mira. —Georgi le alcanzó la brújula a Matt para que él mismo constatara que debían, o deberían, estar en el camino correcto.

—¡Maldita sea! —exclamó Matt mirando hacia arriba, insultando a Dios, o Jesús, si es que estos existían (Matt se había autoproclamado ateo a los quince años a pesar de las advertencias de castigos religiosos por parte de su abuela, pero le gustaba blasfemar como si Dios existiera y no le tirara ni un centro, como decía su padre)—. Estás mirando mal la aguja de la maldita brújula, pequeño inútil. La aguja debe apuntar hacia el norte, no seguir la «N» del norte, la maldita aguja esta imantada. ¡Maldito inútil! —Aunque era claro que Matt no tenía ni idea de cómo seguir una brújula, o siquiera de cómo funcionaban las brújulas, estaba completamente seguro de que estar perdidos en el bosque, en la noche, era culpa de Georgi y solo de él, y le delegaría toda la responsabilidad, y el castigo, en lo posible, a su torpe hermano menor, porque a esas alturas y a esas horas entradas de la noche ya estaban más que metidos en serios problemas y nunca más les volverían a permitir viajar solos, así fuera para ir al kiosco del viejo Rey en la esquina de la cuadra de casa.

No tenían otra alternativa más que seguir caminando e intentar reencontrar el sendero que los sacara de ese bosque.

—El mapa —dijo repentinamente Matt—. Saca el mapa de tu mochila, es nuestra única solución.

Georgi sacó el mapa de su mochila e intentaron descifrarlo. Ninguno de los dos tenía idea de cómo leerlo. Estaban totalmente perdidos. La única esperanza que tenían era ser encontrados por su familia. La noche se volvía fría y oscura, cada vez más oscura. Caminaban pequeños pasos tanteando bien el terreno. No podían creer la manera en que se habían perdido, se habían adentrado en una zona del bosque completamente inexplorada, virgen. Los sonidos extraños los acompañaban a cada paso que daban. Estaban terriblemente asustados.

De repente, Georgi comenzó a divisar una pequeña luz a lo lejos, parecía que se acercaba hacia ellos. Se alejó de Matt y tomó la delantera, intentando hacer foco en esa pequeña luz y seguirla; si era alguien debía hacerle una seña y gritarle. Apenas y había dado unos cinco o seis pasos más adelante que su hermano Matt, pero bastaron para tropezar con una roca y pisar el vacío de un precipicio que parecía haber salido de la nada; pequeño, aunque mortal en la oscuridad en medio del bosque. Georgi cayó, pero logró sujetarse de una orilla. Matt lo vio a pesar de la poca luz que daba la luna y la pequeña luz que se acercaba hacia ellos. Parecía la linterna de alguien. Sus pupilas se dilataron del todo. Corrió hacia el borde del precipicio y se inclinó para alcanzar a Georgi antes de que lo peor pudiera suceder.

—¡Toma mi mano! —gritó Matt mientras estiraba su brazo y agarraba a Georgi, salvándolo de una muerte segura. Una vez a salvo Georgi, Matt volvió a ser malo con su hermano menor.

—Eres un inútil, estamos aquí por tu culpa. ¿Cómo pudiste seguir tan mal la maldita brújula?

—Ey, al menos salvé la brújula de caer al vacío —dijo Georgi a modo de consuelo.

—Debí dejarte caer —contestó Matt, y fue lo último que pudo decir antes de que la pequeña luz que se acercaba hacia ellos los alumbrara. La luz los había rodeado, esquivando el agujero del peligroso precipicio. Era justamente la de una linterna, y quien la traía alumbró directamente hacia sus caras. Ambos se habían quedado parados junto al borde del precipicio.

—Oiga, baje la luz —chilló Matt. La luz de la linterna lo cegó por un instante—. Por favor, necesitamos ayuda, estamos perdidos.

No hubo respuesta.

—Contéstenos, ¿quién es? —dijo Georgie, un poco más asustado que su hermano Matt. Si bien la llegada de una posible ayuda lo aliviaba, aquel extraño podría ser tranquilamente un loco suelto por esa zona inexplorada del bosque.

—Conteste, o lo golpeo —amenazó Matt, ahora también un poco asustado al no tener respuesta alguna de aquella figura extraña.

 

Capítulo 2: Dean el taxista

—Tranquilos, soy inofensivo —dijo el extraño. Se acercaba hacia los chicos mientras hablaba—. ¿Perdidos en el bosque, eh? —Hizo sonar una risa jocosa con tono burlón. Ya no apuntaba su linterna hacia la cara de Matt.

—Sí, estamos perdidos. Por favor, ayúdenos —suplicó Georgi.

—Es por su culpa —agregó Matt—. Por favor, dígame que sabe cómo salir de este lugar, nos estamos congelando.

—Podría llevarlos con alguien que sí puede ayudarlos, tiene una cabaña cerca del extremo sur del bosque, estamos cerca. —La propuesta del extraño no era muy convincente, pero, sin darse cuenta, Matt y Georgi habían comenzado a seguirlo, caminaban justo detrás de él mientras seguían hablando.

—¿Una cabaña en el bosque? —indagó Georgi.

—Sí, es un doctor que estudia la naturaleza, o algo así. Algunos dicen que está medio loco. —Rio otra vez.

—Y, dígame —Matt siguió la conversación con el extraño—. ¿Por qué está usted aquí? ¿Acaso también está perdido?

El extraño soltó una risa un poco más fuerte que las anteriores. La pregunta de Matt le había causado mucha gracia.

—Mi nombre es Dean, por cierto. ¿Perdido? ¿Yo? No, solo me gusta dar caminatas por el bosque; a estas horas es más tranquilo.

—Y terrorífico —agregó Georgi, por lo bajo, sin interrumpirlo.

—En realidad, soy taxista, así que además de caminar por el bosque, también suelo recoger pasajeros.

—¿Conduce un taxi en medio del bosque? Eso no tiene sentido. —Matt estaba confundido, aquello no era algo muy verosímil.

—Suena extraño, pero así es —contestó Dean, sin reírse esta vez—. Espero que les guste resolver acertijos, al viejo Doctor Vink le encanta jugar a los acertijos.

—¿Acertijos? —dijeron ambos hermanos al unísono. La situación era cada vez más rara.

Georgi y Matt estaban demasiado asustados como para darse cuenta de que seguían tras los pasos de Dean, quien los escoltaba hacia la cabaña del Dr. Vink. El camino que llevaba hacia la cabaña del Dr. Vink era el mismo sendero erróneo que habían tomado Matt y Georgi al perderse en el bosque. Era la parte sur del bosque, una zona que no conocían para nada.

—Sí, al Dr. Vink le gusta cuando no pueden resolver sus acertijos.

—Solo espero que pueda ayudarnos —contestó Matt, serio y algo titubeante, pues, al igual que su hermano Georgi, llevaba ropa ligera y tenía mucho frío. Dejaron de hablar durante unos minutos. Una luz comenzó a iluminar un camino estrecho entre los árboles. El camino estaba marcado por rocas de grandes y medianos tamaños y formas puntiagudas. Era la cabaña del Dr. Vink, hecha de troncos, con una chimenea que humeaba, señal de que, efectivamente, alguien vivía en el medio del bosque.

—Aquí estamos —Dean señaló la cabaña—, la casa del Dr. Vink.

—¿Y vive solo? —preguntó Georgi; seguía igual de asustado, incluso un poco más que antes.

Dean no respondió.

—Espero que puedan resolver los acertijos. —Luego de esa frase, rio una vez más.

Los chicos, Matt y Georgi, se habían quedado parados mirando la cabaña, dándole la espalda a Dean el taxista.

—Usted nos dijo que estaba un poco loco, pero no es peligroso, ¿verdad? Él va a ayudarnos, ¿cierto?

Dean no contestó. Ya no se sentía su presencia detrás de los chicos.

Matt se giró sobre sí mismo, dispuesto a repetir su pregunta. Lo que vio, o mejor dicho, lo que ya no veía, pues Dean el taxista se habían esfumado sin hacer el más mínimo ruido, lo asustó tanto que tomó el brazo de Georgi y lo apretó con fuerza.

—Ya no está —dijo, sorprendido—. Se fue.

—¿Quién? —Georgi lo entendió al darse vuelta y se asustó también—. ¿Qué diablos está pasando, adónde se fue? —No acostumbraba a maldecir, pero esta vez se le escapó. La situación lo ameritaba.

—No lo sé, pero no me gusta nada lo que esta pasando.

—¿Y qué hacemos? ¿Entramos a la cabaña?

—No podemos quedarnos aquí fuera, hace mucho frío.

Ambos comenzaron a caminar hacia la cabaña dando pasos lentos, cautelosos. Desde adentro de la cabaña se escuchaba que algo burbujeaba, como si hubieran dejado hervir el agua y aún no la sacaran de la estufa de la cocina. Y la tos. Una tos fuerte y ronca. Seca.

A medida que se acercaban a la cabaña, el aire se tornaba cada vez más y más frío, más cortante. Y comenzaron los ruidos. Extraños sonidos comenzaron a oírse en ese lugar. A los lados de la cabaña del Dr. Vink había arbustos y plantas enormes, de hojas suaves, que se movían todas juntas al compás del viento. Pero a la vez que se movían agitadas por el viento, los arbustos emitían raros sonidos. Al oír detenidamente, Matt pudo distinguir algunos de esos sonidos. Parecían voces.

De hecho, eran voces. Claramente se escuchaban gritar <> <> en distintos tonos de voz, graves y agudos. También alaridos, gritos chirriantes que emanaban de las plantas y arbustos de alrededor de la casa del Dr. Vink. Y risas. Risas diabólicas.

—¿Qué es eso? —gritó Georgi.

—No lo sé, pero corre —ordenó su hermano Matt con un hilito de voz aguda hacia el final de la frase—. Debe de ser ese sujeto, Dean. Intenta asustarnos.

—¡Basta, por favor! —pidió Georgi mirando a la nada, estaba parado frente a la puerta de la cabaña. A pesar de los primeros golpes que dieron sobre la puerta, nadie abrió.

—Dean, no nos engaña. Ya nos asustó, ¿contento? —dijo Matt con un tono algo amenazante, aunque por dentro estaba muerto de miedo, como nunca.

Los ruidos aumentaban su volumen. Eran cada vez más fuertes. Parecían acercarse hacia ellos, era ensordecedor. Tanto Matt como Georgi entraron en pánico. Estaban tan asustados que, sin dudarlo ni pensarlo, golpearon la puerta de la cabaña sin cesar como si intentaran tirarla abajo.

—¡Ábranos, por favor!

—¡Abra la puerta!

Gritaron al unísono los hermanos. Sus puños caían cerrados sobre aquella puerta de madera. Los ruidos, los gritos, eran intensos, les dolían los tímpanos. Seguían golpeando la puerta.

De repente, la puerta se abrió. Se abrió hacia adentro, haciendo un clic en su vieja cerradura de bronce. La luz del interior de la cabaña alumbró el umbral de la entrada y aclaró un poco el sendero por el cual Dean los había traído.

Los ruidos cesaron al instante. El silencio reinó en el bosque. Solo el viento frío seguía silbando.

El Dr. Vink quedó parado justo enfrente de ellos.

 

Capítulo 3: El Dr. Vink y los acertijos

—Pasen, pasen, caballeros, deben de estar congelados. Pasen y caliéntense cerca de la chimenea. ¿Té? —preguntó amablemente el Dr. Vink mientras convidaba la taza que tenía en sus manos a Georgi. Tosió un poco y siguió hablando—. Pónganse cómodos, «mi casa, su casa» —dijo con un extraño acento español.

En el momento en que el Dr. Vink abrió la puerta y los hizo pasar, Matt y Georgi quedaron como en un estado hipnótico, en estado de trance. Los ruidos —las voces, mejor dicho— que salían de los arbustos de alrededor de la cabaña del Dr. Vink se habían enmudecido por completo.

El Dr. Vink aparentaba tener unos sesenta años, o quizá mas, aunque seguramente también podía tener menos. Su apariencia era engañosa. Se veía viejo, era esa barba larga de color gris lo que lo envejecía más de la cuenta. Tenía el pelo largo, sin peinar hacía décadas, también de color gris y lleno de canas. Era alto, incluso más alto que Matt, quien con tan solo diecisiete años recién cumplidos medía exactamente un metro con setenta y cinco centímetros. Su figura era imponente, robusta, casi rozando la gordura. Sus manos y sus pies eran enormes. Su talla de zapatos era mínimo un cuarenta y dos grande. Georgi también tenía pies grandes, más que su hermano, pero tan solo calzaba zapatos talla treinta y nueve. Los ojos del Dr. Vink era hipnóticos, de color verde esmeralda. Llevaba puesto un sobretodo negro claro, casi grisáceo, de seguro por lo gastado y viejo y algo sucio.

—¿Y qué los trae a mi humilde morada? —preguntó el Dr. Vink dibujando una leve sonrisa de oreja a oreja. No le faltaba ni un diente, y aunque estaban un poco amarillentos, eran muy regulares y pequeños.

—Nos perdimos —contestó Georgi, pero Matt le había tocado el hombro en señal de que se callara y lo dejara hablar a él.

—Nos perdimos en el bosque. Nos dirigíamos al pueblo del norte, al otro extremo de aquí. Un sujeto nos acompañó y nos trajo a su casa. Dijo que era taxista, y que si había alguien que podría ayudarnos, era usted. Su nombre era Dean. ¿Lo conoce?

—Umm, creo que he oído su nombre alguna vez, pero no lo recuerdo muy bien, han venido tantos, y tantos se han ido —Luego de decir esto, echó una carcajada que puso un poco nervioso a Georgi—. Antes de seguir, permítanme presentarme. Mi nombre es Niccholas Teun Van Dijk, pero todos me conocen como el gran y extravagante Dr. Vink.

—¿Dr. Dink? —dijo Georgi, que había contenido la risa ante el versito de presentación que habían formado las frases del Dr. Vink.

—Vink, Dr. Vink, con ve, ve, ¡VE! —Al Dr. Vink no le gustaba que dijeran mal su nombre, lo sacaba de quicio.

—OK, OK —dijo Matt haciendo un ademan con las palmas hacia abajo—. Lo entendimos, Dr. Vink con ve.

El Dr. Vink carcajeó aún más fuerte esta vez ante la bromilla del chico Matt.

—¿Entonces, están perdidos y necesitan de mi ayuda? —dijo mientras se rascaba la parte inferior de la barbilla.

—Sí, si pudiera permitirnos usar su teléfono para llamar a nuestros padres —pidió Matt. Georgi seguía callado.

La casa del Dr. Vink era pequeña por fuera, pero por dentro estaba repleta de muebles y mesas. No tenía subdivisiones internas. Era un gran cuarto donde el Dr. Vink se las había ingeniado para ubicar su cama, una cocina, dos repisas repletas de libros y frascos con líquidos que se veían asquerosos y viscosos, y varias mesas con experimentos, más recipientes repulsivos, catéteres que salían, entraban, iban y venían conectando casi todos los recipientes. Sobre la cocina no solo estaba calentándose una pava con el té de hierbas del Dr. Vink, sino que además había un extraño aparato metálico, una especie de destilador, quizá, del cual chorreaba un liquido de color verde. El olor de todo era repulsivo. Para vivir así, el tipo realmente debía de estar medio, o tres cuartos de loco, pensó Matt para sus interiores. Georgi seguí callado, cansado y algo sorprendido por el extravagante, y extraño, Dr. Vink.

—¿Qué son todas estas cosas? —dijo Georgi señalando los frascos con líquidos de colores.

—Son mis experimentos —contestó el Dr. Vink con cierto dejo de orgullo en sus palabras—. Me dedico a estudiar los misterios de las ciencias naturales. Miren, miren esto. —El Dr. Vink sacó una bolsita de nailon fino de uno de sus estantes, y de dentro extrajo un material viscoso de color rosado y violáceo; parecía un moco baboso que venía en esos frascos de juguete como premio de las papas fritas Lay’s.

—¿Qué es eso? —Matt tenía ahora una expresión de asco en su rostro, aquello era repugnante y olía peor todavía.

—Es el cerebro de un jabalí. Descubrí que después de muertos, sus cerebros siguen enviando impulsos eléctricos. Se imaginan las maravillas que podrían hacerse si alguien llegara a manipular esa energía eléctrica. Yo espero ser el primero en lograrlo.

—Qué asco, por favor guárdelo —Georgi estaba al borde de vomitar.

—Mire, solo queremos llamar por teléfono a nuestros padres y volver a casa —dijo Matt con algo de cansancio en su voz.

—Sí, el teléfono. Claro que podría dejar que lo usaran. Pero primero juguemos a los acertijos. Las reglas son simples. Yo digo un acertijo, y si los responden correctamente, pueden llamar a sus padres ¿Qué les parece?

—Bueno, si no hay otra forma más fácil…

Pero en ese momento Matt estalla de cólera, quizá más por el cansancio de su interminable día perdido en el bosque que por la ridícula propuesta de los acertijos, e interrumpe a Georgi dirigiéndose muy enojado hacia el Dr. Vink.

—Mire, no tenemos más ganas de seguir perdiendo el tiempo aquí. Si no nos quiere ayudar, solo díganos, no estoy de humor para ponerme a pensar y resolver acertijos.

La cara del Dr. Vink se desfiguró totalmente. La leve sonrisa burlona que tenía hacia unos segundos fue borrada por el tono semiagresivo de Matt, y parecía que ahora él era el que estaba punto de enojarse y rajarlos de su casa.

—Tranquilo, Matt, yo soy bueno con los acertijos y podría ser divertido. Aceptamos la propuesta, pero si contestamos acertadamente, debe dejarnos usar su teléfono. —Georgi se sentía algo confiado. Pensó que si había una oportunidad para demostrarle a su hermano que no era un inútil, era ahora. Conseguiría el derecho de poder usar el teléfono contestando los acertijos y así ganaría el respeto de su hermano mayor.

—Tú eres un bueno para nada, pero esta bien. Si no hay de otra. —Matt se calmó y también aceptó el trato.

—¡Excelente, excelente! Solo serán un par de acertijos, resuélvanlos y se irán a casa. Si no pueden contestar alguno de mis acertijos, se irán por la misma puerta por la que los dejé pasar y serán problema del bosque nuevamente.

—De acuerdo. —Georgi parecía ser el único que prestaba atención. Matt estaba callado ahora.

—Veamos, cuál podría ser, cuál podría ser, uno bueno —El Dr. Vink pensaba en voz alta mientras iba de un lado a otro rascándose la barbilla—. Ya lo tengo, este será el primero, pongan atención. ¿Qué tan lejos pueden entrar en el bosque?

—Umm, hasta llegar a la salida del otro lado. —La respuesta de Matt fue corta y desinteresada, y ni siquiera se molestó en pensarla.

—No —dijo Georgi—. Solo puedes entrar en el bosque hasta la mitad, luego de eso ya estarías saliendo de él.

—Excelente, excelente. Maravillosa respuesta, muchachito.

—Suerte de principiante —dijo Matt algo molesto por no haber sido él quien resolviera el acertijo—. De acuerdo, ahora déjenos usar el teléfono. —Matt intentó tomar de arrebato el teléfono antiguo del Dr. Vink que estaba colgando en uno de las paredes de la cabaña, pero este le ganó a la carrera, mientras que tomaba unas tijeras de podar y las entreabría alrededor del cable del teléfono. El Dr. Vink estaba dispuesto a cortar el cable si no se seguían las reglas de su acuerdo con los acertijos.

—No, de ninguna manera. Jugamos con mis reglas, o no jugamos. Dije un par de acertijos. No te pases de listo, niñito —el tono de su voz era serio y sus ojos se salían de sus cuentas, ojos verdes saltones.

—De acuerdo, tranquilo. —Matt aceptó al darse cuenta que el loco Dr. Vink con ve iba a cortar el cable del único medio con el cual podía comunicarse con sus padres—. Diga su acertijo.

—Muy bien, segundo y último acertijo. Respondan correctamente y tendrán su boleto a casa. Equivóquense y lárguense al bosque. Les advierto que este es un poco más difícil. Aquí va. Es algo que es muy ligero, puedes verlo a simple vista, y si lo pones en este barril…

El Dr. Vink se había acercado mientras recitaba el acertijo hacia un rincón y tomó un pequeño barril para ilustrar la imaginación de Matt y Georgi.

—…y si lo pones en este barril, se hará más ligero. ¿Qué es?

—¿Si lo pone en un barril, este se hace más ligero? Eso no tiene sentido, ese acertijo es absurdo —Matt se quejaba, ahora sí había prestado atención al acertijo, pero no tenia la menor idea de la respuesta—. Inútil, ¿tú qué dices?

—Ummm, a ver, un momento. Es ligero, se puede ver a simple vista, y si lo pones en un barril lo haces más ligero. Ummm, no lo sé, Matt —Georgi no podía resolverlo, no se sentía ni cerca—. Por favor, díganos otro, ese fue muy dificil —pidió Georgi al Dr. Vink.

—No, lo lamento. Un trato es un trato. Ya saben dónde está la puerta. Qué lástima —El Dr. Vink dejó sonar una risita jocosa y se dejó caer en un gran sillón con un libro entre sus manos—. Salgan en linea recta por donde vinieron y en la primera desviación doblen a su derecha. Un taxi los pasará a buscar.

—¿Un taxi? Eso no tiene sentido —dijo Georgi. De verdad no quería irse, y quería una oportunidad para telefonear a sus padres y demostrarle a su hermano que podía con el reto del Dr. Vink.

—No puede echarnos afuera como si fuéramos un par de perros con sarna. Por favor, denos otra oportunidad. —El pedido de Matt hizo saltar de un brinco del sillón al Dr. Vink; parecía dispuesto a analizar su propuesta.

—Bueno, hay otra forma. Podríamos llegar a un nuevo trato. Si ustedes estuvieran dispuestos a dejarme un espécimen, algo que pudiera utilizar para mis investigaciones. —El tono del Dr. Vink se había vuelto algo excéntrico.

—¿Un espécimen? ¿A qué se refiere? —Georgi y Matt no entendían qué se proponía con el trato el Dr. Vink.

Mientras hablaba, se había acercado otra vez hacia uno de sus estantes y tomó otro de sus frascos, se dio la vuelta y reveló el horror de su nuevo trato hacia los chicos.

—Podrían dejarme algo como… ¡esto! —Dentro del frasco, de color verde claro por el liquido que contenía, podía verse claramente una mano humana, algo hinchada por la gangrenación. Matt y Georgi no solo pegaron el grito de sus vidas, el Dr. Vink de verdad estaba dispuesto a cortarles una parte del cuerpo a cambio de dejarles usar el teléfono. Estaba loco, y lo había demostrado. Salieron corriendo de esa cabaña, sin importarles las voces o los ruidos que pudieran haber afuera. Solo corrieron en linea recta para alejarse de ese lugar. La puerta quedó abierta de par en par.

El Dr. Vink se acercó para cerrarla lentamente mientras miraba la dirección hacia donde salieron corriendo Matt y Georgi.

—Buena suerte, pequeños. Espero que puedan resolverlo a tiempo. —La carcajada que soltó esta vez fue la más fuerte, y tétrica, que dio durante esa noche. Matt y Georgi aligeraron la marcha una vez lejos de allí. Otra vez estaban en medio de la nada del bosque.

 

Capítulo 4: El accidente

Matt y Georgi se encontraban una vez más en el medio de la nada del bosque. Habían corrido lejos de la cabaña del Dr. Vink sin mirar hacia atrás. Exhaustos, pararon para recuperar el aliento mientras intentaban tranquilizarse.

—No puedo creerlo, ese loco de verdad nos mostró una mano en un frasco. —Matt no podía dejar de jadear. El fumar a escondidas de sus padres cuando salía al cine con sus amigos no le ayudaba a recuperar la respiración después de haber corrido con todas sus fuerzas.

—Espera, Matt, quizá deberíamos intentarlo de nuevo

—¿Qué estás diciendo? Que te corte la mano a ti si quieres volver, yo no pienso pedirle ayuda a ese Dr. Vink, o lo que sea.

—No Matt, me refiero al acertijo. Deberíamos pensar en una posible respuesta y quizá ahí sí volver. Puede que, después de todo, nos deje usar el teléfono.

Mientras discutían qué hacer, un par de luces avanzaban por el camino de su derecha. Era la primera desviación, la que había dicho el Dr. Vink antes de asustarlos con aquel espécimen dentro del frasco. El sonido de las ruedas andando sobre la tierra impulsadas por un motor a velocidad media se aproximaba hasta quedar justo delante de ellos.

Matt no podía creer lo que veía, y Georgi estaba tan asustado que comenzaron a temblarle las piernas. Aquello no podía ser posible.

Un taxi se aproximaba hacia ellos. Tal y como les había dicho el Dr. Vink, un taxi en el medio del bosque. El auto se detuvo frente a ellos y sonó una bocina.

—No estarás pensando que debemos subir, ¿verdad, Matt?

—¿Qué otra opción tenemos? No pienso volver a esa cabaña. El Dr. Vink está loco. Anda, no tengas miedo, vamos.

Matt primero, y luego Georgi, subieron al asiento trasero de ese taxi que de inmediato trabó sus puertas y se echó a andar entre los arboles.

—Buenas noches —dijo Matt amablemente—. Por favor, llévenos al pueblo del norte y sáquenos de aquí. Nuestros padres le pagarán al llegar.

—Qué lástima que tuviera que recogerlos, chicos. De verdad creí que iban a poder con los acertijos. —La voz les era familiar. La habían escuchado mucho antes de haber entrado a la cabaña del Dr. Vink.

—Un momento —Georgi ya se había dado cuenta—, es usted, el taxista que nos llevó hacia la cabaña del Dr. Vink. Es Dean.

—¿Dean, de verdad es usted? —volvió a preguntar Matt extrañado, no podía creer que todo aquello de que conducía un taxi por el bosque era cierto.

—A mí también me da gusto verlos, chicos, aunque creí que resolverían el acertijo. Una lástima. —Dean seguía riendo al igual que en su primera conversación con los chicos.

—No creí que nos estuviera hablando en serio cuando nos dijo que era taxista. Por favor, llévenos al pueblo. —Matt estaba un poco aliviado al ver que era verdad la historia del taxi en el bosque. Pero Georgi sentía que había algo mal, tenía miedo.

—No, lo siento, chicos, pero no pudieron resolver el acertijo del Dr. Vink, así que solo hay un lugar al que podemos ir. Una lástima, de verdad. Hace veinticinco años yo también lo intenté resolver, pero no era tan listo como ustedes. En fin, acomódense bien, porque llegaremos en unos minutos a nuestro destino.

—¿Hace veinticinco años, pero de qué está hablando? No te ves tan viejo, Dean.

El taxista solo reía.

—Sí, fue hace mucho tiempo, y como no pude resolverlo, accedí a darle un espécimen al Dr. Vink. Quizá lo vieron, es uno de sus favoritos. —Mientras Dean reía, levantó su brazo derecho a la vista de los chicos para mostrarles que, efectivamente, la mano dentro del frasco era la suya. Los chicos quedaron horrorizados.

—Por Dios, le cortó una mano. Y ¿cómo se salió de eso? —Georgi estaba cada vez más asustado, pero una parte de su mente no podía dejar de pensar en el acertijo, creía que estaba cerca de descifrarlo.

—Luego de que me quitó mi mano derecha, salí corriendo de su cabaña, subí a mi taxi y conduje a gran velocidad sin rumbo fijo, tal como ahora, y tuve un terrible accidente. —La risa de Dean el taxista era cada vez menos humana, el frío dentro de ese taxi era más intenso que el del propio bosque a esas horas de la madrugada.

—Un momento —inquirió Matt—, ¿cómo puede ser que le hayan cortado una mano, haya manejado y chocado hace veinticinco años, y sigue aquí como si nada llevando pasajeros por el bosque?

—Bueno, eso es bastante simple, porque ese día en que tuve ese horrible accidente podría decirse que… ¡me morí! —La cabeza de Dean el taxista giró unos asombrosos ciento ochenta grados y quedó mirando a ambos chicos en el asiento trasero; su carcajada fue ensordecedora, como los gritos de Matt y Georgi. La cabeza de Dean volvió a girar y continuó su historia. Matt y Georgi solo querían salirse de ese taxi, pero las puertas estuvieron trabadas desde el momento en que subieron.

—Desde mi terrible accidente, solo puedo vagar por el bosque en busca de pasajeros. Por años le llevé gente perdida en el bosque al Dr. Vink para que intentaran descifrar su acertijo y romper con esta maldición, pero nadie ha podido. Y noche tras noche, revivo mi accidente con los pasajeros nuevos que no pudieron resolverlo. Esperen a ver el hermoso desastre que ocasionaremos, va a ser una belleza. —La carcajada de Dean el taxista era fantasmal, de otro mundo. Matt y Georgi no paraban de pedirle que se detuviera.

—Entonces, las voces que creíamos haber oído entre los arbustos de la cabaña del Dr. Vink…

—Sí, eran ellos —Dean interrumpió a Matt en su razonamiento de las voces—. Eran los pasajeros que trataban de advertirles que no ingresaran a esa cabaña. De verdad creí que ustedes eran los indicados. Aún hay tiempo, tienen aproximadamente unos tres minutos antes de que nos estrellemos de lleno contra un gran árbol; va a ser fantástico.

—El acertijo —le gritó Matt a Georgi—. Dime que puedes resolverlo, es nuestra ultima posibilidad de terminar con esto. —Matt estaba por ponerse a lloriquear como un niño de seis años.

—Sí, sí, estoy pensando en ello —Georgi estaba asustado, pero estaba a punto de descifrarlo—. A ver, no pesa, es ligero, lo puedes ver a simple vista y si lo pones en el barril, este se hace más ligero, ummm…

—El helio —gritó Matt—. El helio puede hacer el barril mas ligero.

—Sí, pero no puedes verlo a simple vista. —Georgi estaba cerca.

—Casi, casi, muchachos. Estamos por llegar a nuestro próximo destino. —Dean carcajeaba a cada palabra que decía.

—Lo tengo, ya sé qué es. —Georgi lo había descifrado.

—Dilo, por favor, dilo. —Matt estaba al borde del colapso emocional.

—¡Quince segundos! —gritó Dean el taxista.

—No pesa, es ligero, puedes verlo a simple vista y si lo pones en un barril se hace más ligero. ¡Un agujero, es una agujero!

—¡Aquí vamos, chicos! —La carcajada de Dean resonó dentro de ese taxi.

Matt gritaba, Dean reía sin cesar y Georgi había cerrado los ojos esperando el impacto final.

Ambos chicos cayeron en el piso como si hubieran estado flotando sobre una nube a diez centímetros del suelo. Justo delante de ellos se encontraba el árbol en el cual había tenido lugar el accidente de Dean.

Lo habían logrado. Habían resuelto el acertijo.

—Lo hicimos, desciframos el acertijo —dijo Georgi con media sonrisa en su rostro.

—No, no lo hicimos —repuso Matt—. Tú lo resolviste —Matt palmeó el hombro de su hermano amistosamente. Había alivio en sus palabras.

Al fin lo había conseguido, el gesto de aprobación de su hermano mayor.

Mientras se levantaban y terminaban de sacudirse el polvo de los pantalones, una luz brillante los iluminó.

—Por favor, no otra vez —dijo Georgi imaginándose el regreso de aquel taxi fantasma.

—¡Oigan!, ¿ustedes son Matt y Georgi Kramer? —Se trataba de un guardabosques. Ahora sí estaban salvados.

—Sí, somos nosotros —contestó Matt.

—Sus padres los están buscando, están muy preocupados. ¿Cómo pudieron perderse y llegar hasta esta zona del bosque?

—Es una larga historia —respondió Georgi mientras ambos hermanos se subían al vehículo del guardabosques. Por fin saldrían de ese lugar.

 

Epílogo

Matt y Georgi llegaron a salvo junto a sus padres. Contaron toda su historia sin omitir ningún detalle.

Indicaron la ubicación de la cabaña del Dr. Vink a las autoridades del pueblo, quienes se dirigieron allí durante el día. Al llegar, el Dr. Vink se había ido, dejando la cabaña completamente vacía.

Nunca encontraron a ningún Dean merodeando por el bosque, ni a su taxi fantasma, nunca más. Obviamente, no les creyeron la historia, pero lo importante era que los habían encontrado sanos y salvos.

La relación de Matt y Georgi mejoró positivamente luego de la experiencia en el bosque. Al mes siguiente visitaron a sus abuelos.

La idea de estos relatos (si es que salen publicados) es rememorar la vieja serie de los ’90 “¿Le temes a la oscuridad?”, en particular un personaje bastante excéntrico y terrorífico: el Dr. Bingk ( con b, b, ¡B!). Por medio de los relatos de cada episodio quiero homenajear a esta serie de historias de terror que a más de uno entretuvo por las tardes/noches. Espero sean de agrado. Saludos.
https://www.youtube.com/watch?v=XIhTFaTk1YM&list=PL3F569EF70514B01D

rodrgo

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3 comentarios

La mejor manera que encuentro para describir esta historia es «familiar». El cuento que le leerías a tus hijos antes de irse a la cama, con una enseñanza kawai al final. Eso puede ser tanto un insulto como un cumplido. Sin embargo, todos coincidimos en que esta fue la mejor historia del mes. La razón para esto fue porque, a pesar de su tonalidad amigable, la redacción es amena y el argumento —fuera de una incongruencia aquí y allá— tiene esa cualidad de haber sido bien pensado, lo que quizá se te facilitó al haberla escrito en capítulos. Por sobre todo, fue la historia más íntegra.

e.e Tubbiefox, para ser administrador me decepciona un poco que la tengas entre las mejores, porque esta historia es plagio, es de la serie de televisión le temes a la oscuridad, obviamente no es una historia original, ni pensada por quien la subió

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