Sufro de TOC, trastorno obsesivo-compulsivo.
La gravedad de mi trastorno se encuentra en un punto tal que todos los días de mi vida deben ser exactamente iguales. Hace meses que me di por vencido y abandoné las sesiones de terapia. Aprendí a vivir con mi TOC, pero a veces es muy difícil.
Para poder vivir con mi trastorno obsesivo tuve que mudarme de la casa de mis padres antes de que ya no supiera cómo manejarme. Era mejor vivir solo.
Me mudé a una casa cerca del lago, no muy lejos de la ciudad, más que nada por mi trabajo. Todas las mañanas eran las mismas, como debía ser. Me levanto a las seis de la mañana para bañarme temprano. Antes de salir, tengo que tocar la perilla de la puerta de mi habitación tres veces. Nunca tuve un día que no comenzara así. Luego me visto, como dirían mis hermanas, «elegante sport»: camisa blanca, saco sin abotonar, pantalón de jean y zapatillas negras. Luego bajo por las escaleras hacia la cocina sin tocar el antepenúltimo escalón y con mi mano izquierda acariciando la baranda de madera.
Me preparo cuatro tostadas de pan lactal, que unto con manteca y dulce de leche, más una factura con crema pastelera, mis favoritas. Acompaño eso con un jugo de naranja y un café negro semifuerte y sin azúcar.
Mientras desayuno, me gusta leer las noticias en mi netbook, ya que el ruido de la televisión me es muy molesto temprano en la mañana. Detesto el ruido por la mañana. Antes de mi último sorbo de café, que es lo último que termino, me gusta mirar por el ventanal del comedor, ya que este tiene una bonita vista que da directo al lago. No sé qué tiene, pero me transmite una paz interna muy grande, y sin ello no podría seguir el día normalmente. Luego de eso voy hasta mi garaje, me subo a mi Ford Golf azul modelo 2008, regalo de mis padres al cumplir la mayoría de edad, y salgo hacia mi trabajo. Al mediodía almuerzo rápidamente, no me gusta detenerme demasiado. Una fruta y una fritura, alternando mis opciones por cada día. Para ser exacto: lunes, un paquete de Club Social sabor original y un par de peras; martes, un pancho con mayonesa, salsa de queso chédar y papas pay y un yogurt Serenito de vainilla; miércoles, una porción de tarta de jamón y queso, una manzana verde y una mandarina; jueves, dos empanadas de jamón y queso y una naranja; y viernes, un tostado de pan árabe de jamón, queso y tomate, y una banana.
Salgo de trabajar a las cinco de la tarde. Al volver del trabajo hacia mi casa, me desabotono los dos botones superiores de mi camisa para que quede menos asfixiante la zona del cuello. Al llegar, lavo mi coche, lo guardo y me quedo acostado mirando televisión, luego de la cena, hasta dormirme a las diez en punto de la noche. Al otro día vuelvo a comenzar. Siempre lo mismo. No puedo cambiarlo, debe ser así. Siempre lo mismo.
Hasta ayer.
Algo pasó ayer, algo salió mal y no puedo saber qué es todavía. Repasé mi rutina mentalmente, detalle por detalle, y no puedo verlo.
Me levanté como siempre a las seis de la mañana. Toqué la perilla de mi puerta tres veces, salí de mi habitación directo a darme una ducha, como todas las mañanas. Bajé por las escaleras hacia la cocina, acariciando la baranda con mi mano izquierda y evitando el antepenúltimo escalón. Preparé mi desayuno de siempre y me dispuse a leer las noticias en mi netbook. En el momento que tomaba mi café y leía las noticias, algo estaba mal, algo me faltó. Y no sabía qué era, no veía qué era. Simplemente no lo entendía. Me sentía incompleto, enfermo. Algo falló, no era igual a todos los días. Pero no podía quedarme mucho tiempo sentado a pensar qué era, debía ir a mi trabajo. Subí a mi auto y me marché, tratando de pensar en el camino, pero me era imposible notarlo. Cumplí con mi horario laboral, hasta las cinco de la tarde y salí directo hacia mi casa.
En el camino a casa, no pude evitarlo. Me sentía tan mal conmigo mismo. Ese día no había sido igual, no había cumplido con mi rutina, algo había salido mal, me faltaba hacer algo, pero ¿qué?
A mitad del camino, me paré en un semáforo en rojo y me bloqueé mentalmente. Miraba hacia cada rincón del auto, pensé durante casi media hora, detenido en el medio de la calle y obstruyendo el paso, en lo que podía ser, pero nada. Debía refrescar mi memoria de alguna manera, provocar algún tipo de recuerdo, algo. Como cuando tocas un objeto en las películas y recuerdas algo que no hiciste o que debías hacer. Pero no sabía cómo hacer eso, así que me bajé de mi auto y abrí el capó, nada. Abrí la cajuela del auto, y nada. No tenía idea de qué podía ser. Volví a subir y, con una gran mueca de preocupación y desánimo, seguí mi camino. A un par de cuadras antes de llegar, podía ver el próximo semáforo que comenzaba a cambiar de color verde a amarillo y de amarillo a rojo. Lo veía anticipadamente, pero no podía moverme, no podía quitar el pie del acelerador, estaba a punto de descubrir qué era aquello que me había faltado hacer. Mi mente seguía muy concentrada pensando en ello, y nunca pude frenar. A mitad de la senda peatonal un sujeto se dipodia a llegar hacia el otro lado de la calle, pero no contaba con mi concentración inapropiada. Nunca pisé el freno. Solo lo pase por arriba, como si nada. El impacto me obligó a desacelerar y detenerme a unos pocos metros del accidente.
Al verlo no me horroricé. Pude reaccionar rápido y a tiempo antes de que el cuerpo comenzara a emanar la sangre coagulada por todo el pavimento de la calle y dejar rastros del accidente.
El impacto lo había matado instantáneamente, ni siquiera pudo dar un alarido de dolor. El traumatismo en su cabeza fue fulminante. Al colocarlo en la cajuela de mi auto, no podía dejar de pensar en lo que haría después. Por suerte, a esas horas de la tarde, y precisamente en ese momento en el que me encontraba llevándome el cadáver que acababa de atropellar, nadie había visto lo sucedido y nadie me había visto. Subí a mi auto como si nada y volví a pisar el acelerador al dar el semáforo luz verde. La adrenalina en mi mente era incontrolable.
Llegué a mi casa, metí el auto al garaje, saqué el cuerpo de la cajuela, que había perdido gran cantidad de sangre, y lo envolví primero en diarios, y luego con bolsas de residuo color negras. Las recorté por los bordes para cubrirlo por completo y lo ate firmemente con cinta adhesiva doble. Hice un paquete con el cuerpo como si fuera una alfombra enrollada.
Luego de ocuparme del cuerpo, debía lavar mi auto que estaba empapado de sangre en la cajuela. Me llevó casi una hora dejarlo impecable.
A pesar de todos mis esfuerzos, a pesar de todo lo que me había pasado, algo seguía mal y no podía evitar seguir pensando en ello. La sensación a esas alturas era repugnante, me sentía sucio y enfermo. ¡¿Qué era aquello que no había hecho bien?!
Sin embargo, primero debía terminar mi trabajo con el cuerpo del hombre muerto, el hombre que había atropellado hacía menos de dos horas. Una fugaz idea cruzó por mi mente y la tomé de inmediato: el lago cerca de casa. Era una gran alternativa para deshacerme del cuerpo. Y así fue como lo hice. Llevé el cuerpo envuelto hasta el lago y lo arrojé lentamente. Me quedé mirando hasta que él se hundió en lo más profundo del lago. Por las dudas, también le até unas piedras para que tardara en flotar. Me fui de ahí y llegué a casa antes de que anocheciera por completo. Apenas y cené algo. Me bañé por segunda vez en el día (ya casi no me importaba, todo estaba mal y seguía sin poder saber qué era) y me acosté a dormir, por suerte, exactamente a las diez de la noche. Estaba agotado.
Hoy me levanté a las seis, en punto, de la mañana. Toqué la perilla de la puerta de mi habitación tres veces y me metí al baño para ducharme. Bajé las escaleras con mi mano izquierda sobre la baranda y evité el antepenúltimo escalón. Preparé mi desayuno y me senté a comerlo tranquilamente mientras encendía la netbook para leer las noticias. Tomé mi primer sorbo de café mientras leía. Bajé la taza de café y todo estaba bien. La sensación que tuve el día de ayer se había esfumado, ahora todo había vuelto a su lugar. No me había saltado nada. Mis ojos repasaban lentamente el titular de la página web de las noticias locales: «EL ASESINO DEL LAGO ATACA NUEVAMENTE». Dentro de este gran título con letras en negrita se desarrollaba la noticia del cuerpo que había sido encontrado en el fondo del lago por la policía local a altas horas de la madrugada. Cuánto alivio, por fin. Mi rutina estaba completa nuevamente. Es complicado, pero debo aprender a convivir con mi TOC.
3 comentarios
Tus aportes con finales reveladores son infinitamente apreciados. Mantienen viva la tradición del primer movimiento de creepypastas.
wow, cada cuando tendra que matar?
¿Un estudio forense no revelaría al asesino? ¿Desde hace cuánto tiempo sigue matando? ¿Lo hace siempre de la misma manera, arrollando con el auto?