Sacrificio

| Mientras agonizo I II III IV |

Sacrificio ganó como la segunda mejor historia enviada en el mes de febrero, 2016.


Se sentó en el sofá más cómodo de la casa, el que estaba frente a la ventana. La oscuridad se cernía lentamente a su alrededor, y mientras la noche caía, sus ansias crecían. Su casa completamente a oscuras irradiaba silencio de las tinieblas, en su ventana escuchaba la furiosa tormenta; el repiqueteo de las gotas sobre el cristal le recordaba a su infancia, a su época feliz.

Lentamente, con la calma que siempre lo caracterizó, estiró su brazo derecho y activó el interruptor de las luces fluorescentes, las cuales brillaron con su pálida intensidad sobre la sucia escena.

—Tráela de nuevo a la vida, y a cambio te daré mi alma. —Una ráfaga de viento lanzó su cabello castaño sobre su rostro. Era un día hermoso, para la gente común; el sol brillaba, alto en la cumbre del cielo, ni una sola nube se asomaba del horizonte. Para Roger, era lo más triste que podía ver.

—Estás seguro de lo que me pides —afirmó el hombre de traje gris que estaba sentado frente a él con un puro en la mano y su cabello pulcramente acomodado en negras ondas, con mechones grisáceos, hacia atrás.

—Sí, muy seguro. Quiero que vuelva. —Una ligera sonrisa se dibujó en su rostro, invocando el recuerdo de sus labios, de sus grandes ojos negros que lo iluminaban todo al pasar. Ella nunca lo amó; él la idolatraba en secreto.

—Tendrás que ofrecerme dos almas a cambio —le dijo el hombre—. De lo contrario, todo lo que has considerado sufrimiento en la vida no será nada en comparación con lo que te espera.

La sonrisa en los labios de Roger se congeló. Miró fijamente a los ojos de su interlocutor; intentó ver miedo, seguridad, intentó ver algo. No había nada ahí, como si el hombre con el que hablaba estuviese muerto.

«Pero seguro que lo está, ve con quién hablo, por Dios», pensó él mientras pasaba el dorso de su pálida mano por su frente perlada por un sudor pegajoso, nervioso.

—Bien, ¿qué decides? —dijo el hombre de traje gris poniéndose de pie, luciendo una deslumbrante sonrisa de dientes blancos y parejos—. Soy un hombre ocupado, ¿sabías, Roger? —El hombre le guiñó un ojo y sintió cómo unos espantosos escalofríos recorrían su espalda.

—Sí, lo haré. Te daré dos almas.

—Buen chico. —El hombre de traje se dio la media vuelta. Roger, confundido, lo llamó.

—Ey, ¿es todo, no hay nada que firmar? ¿Nada de sangre que ofrendar?

—¿Sangre que ofrendar? —indagó el hombre, y sonrió como si lo hiciese con un pequeño bebé—. ¿Qué es esto, el Medievo? No Roger, no te preocupes por nada. Tú tendrás tu deseo, sigue las instrucciones de la carta que llegará mañana a tu buzón y todo estará de maravilla. —Roger medio sonrió, sus ojos castaños se tensaron. ¿Lo estaba bromeando?

—Una carta… ¿Qué es esto, el Medievo? —Soltó una ligera carcajada por su débil parodia.

—Eres valiente, Roger. Muy valiente. Te veo pronto.

El hombre de traje se dio la media vuelta y se alejó a pasos firmes por la avenida, no vio ni una vez hacia atrás.

La sala de Roger, fuertemente iluminada, parecía sacada de una escena de algún libro de terror. El cuerpo desnudo de una mujer de piel trigueña yacía inmóvil en el suelo; era obvio su avanzado estado de putrefacción, la cual hacía a sus grandes pechos y su alguna vez suave piel el espectáculo más grotesco que una mente sana alguna vez observó.

Al lado de esta, tendido sobre el suelo, boca abajo, había un hombre. Su cabello pintaba algunas canas, iba vestido andrajoso, un vago sin duda. Lentamente una mancha de sangre crecía a su alrededor, saliendo de su cuello, el cual tenía aún un escalpelo clavado. El hombre respiraba apenas, se aferraba a la vida.

Roger lavaba sus manos lentamente en la cocina, dejaba a su mente viajar, iba al momento en el que conoció a Nadine, pensaba en el impacto que tuvo en él, en todos aquellos días en los que su solitaria cama ardiente rogaban por esas manos, por ese cuerpo perfectamente esculpido por las manos de Dios. «Algún día será mía», pensó. Él hacía todo para que ella se fijara en su existencia… Le enviaba rosas, le tomaba fotografías, la invitaba a salir. Pero aun así, él siempre fue invisible. Hasta aquella noche. Esa noche ella lo vio, y lo vio con miedo. Él era un dios, y había decidido acabar con ella. ¿Por qué no lo amaba? ¿Por qué huía? Él solo quería sus labios, quería su dulce voz acariciando sus oídos mientras sus cuerpos se fundían en la pasión. Pero ella corría, corría y gritaba, le lanzaba cosas y lo llamaba «pervertido». Él no era un pervertido, él la amaba. Cientos de fotos, las cuales rebozaban de sus brazos en ese momento, lo probaban. Él la seguía para que estuviera segura, sabía lo que hacía, con quién lo hacía, por su propio bien. Había mucha gente extraña allá afuera y Roger no permitiría que nadie así se le acercara a Nadine. Roger soltó sus fotografías y se lanzó sobre ella tapando su boca con una mano, y con la otra tocando sus piernas, subiendo frenético hacia la hendidura entre estas; ella forcejeaba, arañaba y mordía. ¿Por qué no lo dejaba amarla? No lo merecía, esa era la respuesta, ese rostro angelical y ese cuerpo de diosa no lo merecían, él era demasiado. Si no era de él, no sería de nadie. Pero cómo la deseaba…

Sacudió su cabeza ligeramente, debía estar concentrado, era hora…

…Subió las mangas de su camisa hasta los codos, le dio una última mirada a la escena: todos los muebles fuera de su lugar, haciendo espacio justo en el centro de la salita, y en el suelo, dentro de un círculo dibujado con cera en el piso, los cuerpos del hombre aquel y de su amada Nadine; cinco cirios negros colocados en el contorno de este círculo, una daga y un recipiente de plata. Roger entró cuidadosamente en el círculo, ya no había vuelta atrás. Tomó la pequeña daga brillante que estaba sobre el recipiente de plata, la levantó sobre su cabeza, y con los ojos cerrados, exclamó:

—En tu nombre, demonio ancestral, ofrendo este corazón, así como su alma y la mía propia, para volver a esta mujer a la vida.

Había aprendido las líneas de memoria, no supo si lo dijo con pasión o solo con miedo, nada más pudo pensar en la sangre, en el sacrificio (¿estamos en el Medievo?). Bajó la daga a la altura de su rostro y la besó una vez… Con una furia salvaje arremetió contra el hombre, quitando primero capas de ropa, para después pasar a la carne, rasgando, rompiendo; la sangre corría por sus manos y por todo el piso, había un charco negruzco y pegajoso a su alrededor. El pecho del hombre aquel estaba grotescamente abierto de par en par con costillas y todo. Lucía como algún grotesco tipo de mariposa encarnada, de aquellas que solo se pueden ver en las más terribles pesadillas, y justo en el centro de esta mariposa un corazón apenas palpitante que luchaba por bombear a su cuerpo la poca sangre que aún quedaba. En cada latido el charco se hacía más grande y el movimiento más débil. El corazón debía latir aún. Roger tomó de nuevo con fuerzas la daga que con tanta sangre se resbalaba de sus manos. Con su mano izquierda tomó el corazón y cortó carne, venas y arterias que lo unían al cuerpo. Con el bulto palpitante y chorreante en las manos, se puso de pie y gritó a viva voz:

—¡Está hecho! ¡Ahora vuélvela a la vida!

Se posó sobre una de sus rodillas y puso el corazón en el recipiente de plata, para después colocarlo entre los grandes pechos putrefactos de la mujer, y poco a poco, tomando la sangre del cuerpo del hombre, acariciaba la gran herida en el cuello de ella; la tocaba despacio, como si quisiera cerrarla solo con los dedos… Aquella gran herida que él mismo había hecho aquella noche… Ella seguía corriendo, gritando. Lo rechazaba, ¡ella no paraba de gritar! ¿Qué se suponía que debía hacer? No tuvo más opción que tomar el cuchillo y hacerla callar… La silenció y disfrutó, miró en sus ojos la luz, ese brillo de ternura apagarse lentamente. La hizo suya una y mil veces, pero ya no servía de nada, ya no era ella. Sentía su piel y sus labios cada vez más fríos, no había amor, no había ternura, ni siquiera furia. Se separó de ella lentamente y por primera vez se sintió vacío, tenía un frío que nada tenía que ver con su desnudez o con la sangre en sus manos… Eran sus deseos frustrados, su virilidad insatisfecha lo que lo hacía temblar de rabia. Decidió conservar su cuerpo, así podría intentar a diario satisfacer su sed de ella, de su cuerpo perfecto…

…Pero su cuerpo no era el mismo, día tras día cambiaba, se pudría, ya ni siquiera podía acercarse, le causaba repulsión. Pero aún la deseaba, algo debía hacer…

—Más vagabundos —Se escuchó una voz calmada y profunda desde la oscuridad—. Siguen ofreciéndome vagabundos. ¿Por qué ya no habrá personas ambiciosas? Como aquella madre e hijo que se ofrecieron mutuamente por el bien de su granja… El chico se llevó una sorpresa, sin duda… ¡O valientes! Los valientes son poquísimos, menos aún, como aquel muchacho que me ofreció su vida… ¡Su padre cumplirá sesenta años este mes! Tantas historias que corren por ahí, tantos nombres que la gente me ha dado… ¿Será acaso que se sienten cómodos creyendo conocerme? Soy el mismo, soy el único, el que fue desde el principio de los tiempos, la serpiente y el león rugiente buscando a quién devorar —El hombre de traje se acercó un paso hacia los cirios encendidos y titiló en la tenue luz su deslumbrante sonrisa—. Bien hecho, Roger, bien hecho… Tengo mi corazón, y un alma… Falta la tuya misma…

—Puedes tomarla, pero primero quiero verla viva, quiero ver el brillo en sus ojos.

—Oh, pero ya está viva, ¿no la ves, acaso? —Roger volteó bruscamente a ver a Nadine. Ella estaba ahí de nuevo, respiraba, su piel suave tenía un color hermoso, sus labios voluminosos eran deseables, suaves. Él, con sus deseos tan reprimidos, se abalanzó hacia ella y la tocó por todos lados, tanto como pudo, pero algo no estaba bien. Algo seguía faltando. Se alejó y miró sus ojos… estaban fijos, inexpresivos… Eran como los ojos de él… ojos…

—…Sin alma —dijo el hombre del traje gris ensanchando un poco más su sonrisa.

—Pero —balbuceó Roger—. Tú dijiste que le devolverías…

—…La vida, sí. Y ahí está. ¡Mírala! Más viva que… hace un par de horas —El hombre soltó una baja y rasposa carcajada a causa de su propio chiste—. Le devolví la vida, pero tú, querido amigo, tú le arrebataste su alma… Yo me dedico a llevarlas, no a regresarlas… ¡Ahí está tu amada, con vida! Ahora cumple tu parte del trato.

—Pero… se supone que puedes vivir sin alma. ¡Debes poder vivir sin alma, el alma no es nada!

—Oh, pequeño pervertido, ¿por qué querría yo algo sin valor? ¿Por qué me dedicaría a darle a la gente lo que quiere, a cambio de algo sin lo que podrían vivir perfectamente? Debes revisar tus fuentes, pequeñuelo —Roger se levantó, presa del pánico. Debía huir, pero ¿adónde? Él lo encontraría, él sabría… Comenzó a correr, sentía cómo sus pies resbalaban en el piso a causa de la sangre. Saltó el cuerpo del vagabundo, y al caer, resbaló definitivamente, lo que lo dejó sobre sus rodillas, justo frente al hombre de traje, el cual lo veía con una sonrisa tan grande que resultaba difícil de comprender—. Es hora de ir a dormir —dijo el hombre, y con un solo movimiento, tomó la vida de Roger.

El hombre del traje miró a su alrededor. La sangre derramada sobre el piso, el vagabundo, Roger, la chica mirando al infinito y esbozando despacio una malévola sonrisa en sus labios rosas. Su trabajo ahí estaba hecho, ahora solo quedaba por ver quién relataría esta historia en particular, qué tan cierta sería. Vio a la chica que poco a poco comenzaba a moverse de nuevo y sintió su sonrisa vacilar. «La muy maldita está volviendo», dijo con cierto humor y retrocedió hacia las sombras, llevando su cargamento de almas y maldiciones entre los brazos, acunados como a un infante.

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3 comentarios

Escrito deliciosamente. Le da un diferente enfoque a los creepypastas con rituales. Creo que nunca he leído uno en el que haya una interacción tan personal con el ente joputa. El final me gustó. Me pareció algo contradictorio que Roger muriera cuando todo lo que quería era estar ahí para disfrutar de su recompensa (pensé que se llevaría su alma al menos unos años después), pero al parecer salió timado. El contratante me agradó, sin duda, y la perversión de Roger es igualmente agradable. Muy buen trabajo.

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