Cuando llegaron a casa y vieron el dispositivo en mi muñeca, mis padres actuaron sin decirse nada el uno al otro. Mi papá bajó las escaleras inmediatamente, y mi mamá se sentó en la cama a mi lado y empezó a frotar mi espalda con cariño.
—No pasa nada, mi amor. Todo está bien —me reconfortó—. Solo dile a mami lo que pasó.
Y esto fue lo que le conté.
…
—Aburrido —recuerdo que se quejó Martin—. Tu fiesta apesta, Harry.
Todos estábamos agrupados en torno a la mesa de la sala de estar. Sarah y Ron estaban sentados en las sillas a mi lado, mientras que Martin estaba al otro lado de la mesa. Inclinaba su silla hacia atrás, balanceándose sobre las dos patas traseras, y recuerdo haber pensado que se veía genial.
—Anda —intervino Ron—, tranquilízate. No es culpa de Harry que sus padres se tuvieran que ir. Tenían que ir al trabajo. O sea, tienen cosas muy importantes que hacer, ¿no, Harry? Dile.
Recuerdo que guardé silencio. No sé si fue porque recibí mi educación escolar en casa hasta mi adolescencia, o porque me había mudado de una provincia a otra con frecuencia, pero nunca supe lidiar con la tensión o la ansiedad. Siempre que me ponía muy nervioso, me bloqueaba. Sentía como si hubiera sido así desde siempre. Sin importar en dónde estuviéramos —Nebraska, Dakota del sur o del norte, y ahora en las afueras de Kansas—, siempre temía que las cosas fueran a salir mal. Sentía que, si hablaba o me exponía, podría embarrarla. Si fuera yo quien se estuviera inclinando sobre la silla como Martin lo hacía, más bien me caería.
Sarah respondió en vez de mí.
—Sí, Ron tiene razón. Deja de ser un imbécil, Martin. No has hecho nada más que quejarte desde que llegamos.
—Miren, chicos —habló Martin—. La única razón por la que vine fue porque escuché que los padres de Harry eran científicos locos o alguna mierda de ese tipo. Pensé que tendrían cosas interesantes por aquí, pero cuando llego, lo único que encuentro son dos idiotas despistados y su hijo bueno para nada. Ni siquiera nos llevaron a Disneylandia como habían prometido. Incluso se fueron antes de traer el pastel.
El pastel estaba en el refrigerador, prístino e intacto. No les había dicho, pero debí hacerlo. Quizá si les hubiera dicho entonces no habríamos hecho lo que hicimos después; quizá no los habría condenado a todos.
En cambio, dije:
—Se los puedo mostrar.
Eso captó su atención, especialmente la de Martin.
—¿Qué?
Hablé lenta pero firmemente:
—Mis padres trabajan para el Gobierno; la llamada que recibieron fue de ellos. Por eso se tuvieron que ir. Realizan la mayor parte de su trabajo en un laboratorio, pero tienen algo en nuestro sótano. Y se los puedo mostrar.
Eso los dejó perplejos.
Ron y Sarah eran los únicos amigos que había hecho desde que mis padres dejaron de educarme en casa y me mandaron a una escuela pública. Ni siquiera ellos dos habían visto algo del trabajo de mis padres, y, a petición de mis padres, nunca había sacado el tema fuera de casa. Obviamente, hasta ahora.
—Bueno, pues —anunció Martin, sonriendo por primera vez desde que mis padres se habían ido—. Manos a la obra.
Conforme los escoltaba por las entrañas de mi hogar, abordé muchas de las preguntas de Ron, Martin y Sarah.
«¿Por qué nunca hemos visto nada raro por tu casa antes?».
«Tus padres parecen unos pendejos. ¿Estás diciendo que realmente inventan cosas? ¿Cosas así bien geniales?».
«¿Qué nos vas a enseñar?».
Las contesté sin detenerme.
«Mantienen la mayoría de sus cosas en el trabajo, en un lugar llamado West Bale Path, pero no lo entregan todo. Algunas cosas se las quedan para sí mismos».
«Solo lo aparentan. Ambos tienen doctorados en Bioquímica, Ingeniería y otro montón de especialidades».
«Una máquina del tiempo».
Eso provocó otra ráfaga de preguntas, pero, dado que ya casi habíamos llegado a la máquina, opté por una demostración en vez de descripciones. Saqué un libro de un librero, revelando así la escalera secreta que se encontraba detrás, para el asombro de mis amigos. Los conduje más y más abajo, hasta que habíamos alcanzado aquellas puertas metálicas gigantes. Tomé un paquete de un compartimento en la puerta y lo abrí. Dentro, estaban los veintiséis dispositivos idénticos que utilizaba con tanta frecuencia sin el consentimiento de mis padres. Se veían como relojes gruesos que destellaban luces azules, y me valí de esa similitud para explicarle a mis amigos cómo se los debían colocar.
Se los pusieron rápidamente mientras los arreaba más allá de las puertas metálicas y hacia la negrura en su interior. Tan pronto como cerré las puertas detrás de nosotros, fuimos envueltos por la oscuridad; las únicas luces provenían de nuestros dispositivos.
—Entonces —inquirió Martin, frotando su propio dispositivo—. ¿Cómo se supone que funcionan estas máquinas del tiempo?
—De hecho, solo hay una máquina del tiempo —aclaré, presionando un botón en mi dispositivo que causó que las luces de la habitación se encendieran—. Y estamos parados en ella.
Era una habitación enorme con un techo alto y muchas puertas que conducían a cuartos más pequeños. El techo, las paredes y el piso estaban hechos de un metal extraño, y había materiales de construcción crudos desperdigados por el piso.
Ron no pudo ocultar su sorpresa.
—¿Quieres decir que toda esta habitación es una máquina del tiempo?
Martin intervino:
—Ajá… ¿Este cuarto en serio puede viajar por el tiempo?
—No, no puede —dije—. Porque eso es imposible. Lo que hace, es que deja que el tiempo pase mucho más rápido o mucho más lento en comparación con el mundo exterior.
Alcé mi dispositivo.
—Estas cosas procuran que nuestros cuerpos físicos no sean afectados por lo que hace que el tiempo se mueva más rápido.
Martin asintió con su cabeza al compás de mis palabras.
—Sí, claro. Sé a qué te refieres, ¿pero podrías explicarlo de nuevo, como si no hubiera entendido ninguna puta cosa de lo que dijiste?
Maniobré mi dispositivo por un momento.
—Ahora, por cada segundo que pase afuera de esta habitación, cinco segundos habrán pasado aquí. Así que, si abandonamos esta habitación en cinco minutos, descubriremos que solo hemos perdido un minuto afuera.
—¡Eso es increíble! —exclamó Sarah—. ¿Pero cómo funciona, exactamente?
Me encogí de hombros.
—No tengo idea. No soy el que tiene el doctorado.
—No le pongas mente —interrumpió Martin—. ¿Cuál es la mierda más estupenda podemos hacer?
—Bueno, el dispositivo que yo tengo es un poco diferente del de ustedes. Aparte de las luces, el mío también puede controlar cuán rápido se desplaza el tiempo. Lo siguiente es algo genial que aprendí hace mucho. Sarah, quédate quieta.
—Okay…
Presioné algunos botones y la pantalla en mi dispositivo cambió. Hice unas cuantas modificaciones más antes de hablarle a Sarah de nuevo.
—Ahora da unos pasos hacia atrás.
Lo hizo y presioné unos botones más. Las luces en el techo se apagaron, y luego algunas luces de suelo se encendieron. Súbitamente, Sarah y Ron estaban gritando y Martin maldijo. Pues, parada frente a Sarah, estaba lo que parecía ser una versión de ella translúcida y caricaturizada, excepto que le faltaba el cabello largo de Sara y tenía agujeros en donde sus ojos deberían estar.
Volví a encender las luces enseguida y traté de tranquilizarlos.
—No se preocupen, chicos. Solo es un poco de polvo.
—¡¿De qué demonios estás hablando?! —gritó Martin—. ¿Qué fue eso?
—Todos tenemos una capa de polvo delgada en nuestra piel. Utilicé mi dispositivo para hacer que el tiempo alrededor de nosotros transcurriera con mayor lentitud. Creo que nos hemos saltado una hora en el mundo exterior. Nuestros dispositivos se aseguraron de que nuestros cuerpos no fueran afectados por el desplazamiento.
Martin observó al lugar en donde había estado el «fantasma», antes de decir:
—Bien, ahora quiero intentarlo.
Después de que jugueteáramos un poco más con el polvo, Ron me preguntó por qué había diferentes tipos de materiales de construcción en el piso. Algunas de las barras y demás tenían el color y la textura del silicón, mientras que el resto se veía como materiales de construcción regulares.
Le dije que los materiales de aspecto más extraño fueron alterados para que también pudieran resistir los efectos de la máquina del tiempo, de manera que pudieran ser utilizados para la construcción del lugar. Los materiales normales eran para hacer pruebas, pues se comportaban de forma peculiar dentro de la habitación. Se los demostré al sostener una barra de metal y presionando un botón, para luego dejarla caer. Ante la estupefacción de mis amigos, la barra cayó por el aire muy lentamente hasta que se detuvo en el piso con suavidad.
Mientras que ellos remedaban mis acciones usando otros materiales que yacían en el suelo, me dirigí rápidamente hacia la puerta y, tras anunciar que «volvería enseguida», me escabullí de la habitación, asegurándome de cerrar la puerta para que la máquina siguiese funcionando y ellos pudieran seguir jugando. Corrí al piso de arriba y luego hacia la cocina, sacando el pastel que decía «FELIZ CUMPLEAÑOS #13 HARRY».
Lo tomé con cuidado e hice un caminado disparejo conforme regresaba al sótano. Al llegar a las escaleras detrás el librero, solté un grito ahogado cuando me tropecé y casi boté el pastel. En ese momento, el tropiezo me desconcertó. ¿Por qué había perdido el equilibrio si fui cuidadoso?
La respuesta era simple. Me había tropezado porque, a pesar de que había tenido cuidado, cuando llegué a las escaleras, me había precipitado por los escalones como lo había hecho un millón de veces en el pasado. A menudo, daba saltos para ahorrarme escalones.
Lo había hecho tantas veces que se convirtió en una segunda naturaleza, casi un reflejo. Todos tenemos algo similar. Encender un interruptor en particular cuando entras a una habitación, sentarte en un asiento en particular cuando llegas a tu salón de clases, acelerar al bajar las escaleras incluso cuando vas cargando algo en tus manos, reestablecer la configuración predeterminada de la máquina del tiempo cuando sales para que tus padres no sepan que estuviste jugando en ella.
Dejé caer el pastel en tanto revisaba frenéticamente el dispositivo en mi brazo. La programación estaba a cien horas en el interior por cada minuto en el exterior. Casi tuve un infarto conforme regresaba a la habitación, abriendo la puerta a la fuerza y corriendo a su interior.
Me encontraba en tal estado de pánico, que ni siquiera cuestioné por qué las luces estaban apagadas.
—¡MARTIN! ¡SARAH! ¡RON!
Hubo un traqueteo ligero por el fondo de la habitación, pero ninguna respuesta. Traté de encender una luz, pero no funcionó. Probé el resto, una por una, y fue solo hasta que probé una de las luces del centro que me di cuenta de lo que había pasado. Pues dos de las luces de suelo se encendieron, aunque tenuemente. Había fracturas pequeñas en el vidrio de ambos focos, como si alguien hubiese tratado de destrozarlos a golpes con algo pesado. Uno de los bombillos estaba empañado, mientras que el otro parpadeaba incontrolablemente. Apenas iluminaban el centro de la habitación, pero fue suficiente para que encontrara a Sarah y Martin.
Martin había sido empalado desde el cuello con una barra de acero; un extremo del objeto estaba enterrado en el suelo, mientras que el otro apuntaba hacia arriba, brindándole soporte al cuerpo y haciendo que pareciera que se estaba arrodillando.
Sarah también había sido empalada, pero, a diferencia de Martin, toda su ropa había sido removida. Una barra de metal más larga la penetraba por el pecho, con un extremo enterrado en el piso, sosteniendo el cuerpo en un ángulo agudo. Mechones de su cabello habían sido arrancados y sus senos estaban amoratados y arañados.
Ante este panorama, me bloqueé de nuevo. Sin moverme, apenas respirando; me pude haber quedado así por siempre si él no me hubiera llamado.
—Harry, ¿eres tú?
La voz que lo dijo sonó extraña, como si solo recordara escasamente lo que significaban las palabras que había pronunciado, pero de todas formas pude distinguir a quién le pertenecía.
—Ron, ¡¿qué sucedió?! Martin y Sarah…
—Ha pasado tanto tiempo, Harry.
La voz se oyó más cerca. Mientras enfocaba mi mirada entrecerrada en lo que estaba más allá de los cuerpos, pude notar la silueta difuminada de una persona. Que llevaba algo extraño.
Apagué las luces rápidamente, y ahí estaba. La figura borrosa que portaba tres de los dispositivos resplandecientes.
—Dijiste que volverías enseguida.
Ahora que la voz estaba aún más cerca, me fui corriendo directo a la salida, cerrando la puerta y recluyéndome en mi alcoba hasta que mis padres me encontraron.
…
Nos mudamos una vez más después del incidente, y nunca volví a ver aquella casa o su máquina del tiempo.
Pero aún tengo pesadillas. Pesadillas en las que estoy durmiendo en mi cama, y en una esquina, revestido de oscuridad, está una figura. A veces es Sarah y a veces es Martin, pero, a veces… a veces es Ron. Y cuando es él, justo antes de que me despierte, siento que se aproxima y se cierne sobre mí.
Entonces dice, con sigilo y gentileza:
«Feliz cumpleaños, Harry».
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El ABC de las Pastas: 1 – 2 – 3 – 4 – 5 – 6 – 7 – 8 – 9 – 10
8 comentarios
Buena la trama, pero siento que falto mucho contenido, era un muy buen tema para explotarlo mejor
ALAVERGA
buena serie
Aun no entiendo por que Ron los mató
Ron les mato?
Que alguien me explique xD
Curiosidades. Ron mato a ambos y abuso de Sarah estando está muerta?. Ron y Martin abusaron de Sarah mientras está aún estaba viva, pero ron no aguanto los celos y mato a Martin, siguiendo abusando de Sarah hasta que terminó matandola y luego siguió con el trabajo de abuso estando esta muerta?. Ron mato a Martin primero para abusar de Sarah sin dar explicación y luego la mato también?. Que paso con ron al final, obviamente se murio, pero que habrá quedado de el y de los demás? Polvo? Huesos? Cuerpos putrefactos?. Necesito respuestas.
Alv, no inventes esa no me la esperaba