«E» es por Eco

Hay muchas personas que creen que la muerte es el final. Creen que nos descomponemos sin dejar nada más que un cuerpo putrefacto, tan representativo de quien solíamos ser como el atuendo formal en el que fuimos sepultados. Estas personas nunca han escuchado el eco de los difuntos. El último pensamiento que alguien tiene antes de morir, que se queda arraigado a su lecho de muerte como un árbol plantado en su honor.

Se está poniendo oscuro. Escucho ese bastante. O Me pregunto si me extrañará, o Llévame a casa, Dios. Enunciados de esa naturaleza. No sé cómo funciona, pero siempre, desde la muerte de mi hermanito, he empezado a escuchar el eco de todas las personas que han muerto en una ubicación dada.

Por eso nunca pondré un pie en un hospital. Mi mamá trató de llevarme una vez por un tobillo torcido, pero ni siquiera me pude acercar a cincuenta metros del lugar antes de que miles de ecos susurrados comenzaran a inundar mi mente. No pude tolerar todo eso; simplemente me di la vuelta y salí corriendo apenas me bajé del auto.

Tiempo después, un terapeuta me dijo que estaba sufriendo de estrés postraumático a raíz de lo que le pasó a mi hermano, pero nunca lo creí. Los ecos son demasiado reales. Demasiado próximos. Y los escucho a donde sea que vaya.

Te sorprendería cuántas personas han muerto en los lugares más inocuos. Puedo escuchar los murmullos en un parque cercano, donde algún anciano se debió de haber infartado o algo por el estilo. A veces, hay gritos acallados por las carreteras o en las intersecciones abruptas de las autopistas. Incluso la cafetería al final de mi calle retiene un eco: La ambulancia ya tuvo que haber llegado.

…Y luego está el Lago del Barquero. Esto sucedió años después, cuando cursaba mi último grado de la escuela secundaria. La clase entera había acordado viajar a un lago remoto para el día de la fuga de fin de año. La atmósfera era eléctrica: música resonando en los autos, cervezas en los baúles y la energía desesperada, casi maniática, de la anticipación teñida por despedidas apasionadas.

Pero pude escuchar los murmullos mucho antes de que llegáramos. No quería ser el chico raro ese día. Solo quería ser normal y celebrar con mis amigos. Hice mi mejor esfuerzo por no escuchar, me había vuelto bastante bueno en ignorarlo. Pero esta vez fue diferente.

El murmullo no se trataba de cavilaciones nostálgicas. No eran profundas, ni contemplativas ni tristes. No era más que terror absoluto y aturdidor, y solo se seguía haciendo más ruidoso conforme nos acercábamos al lago.

—¿Te sientes bien?

Jessica, el tipo de chica que hace que los hombres inteligentes hagan cosas estúpidas.

—Claro. Solo estoy cansado por el viaje —mentí mientras nos estacionábamos. Creo que me dijo algo más, pero no la pude escuchar por encima del eco de los gritos. Era el más ruidoso que había escuchado jamás, incluso más ruidoso que el del hospital. Estando tan cerca, finalmente podía empezar a distinguir algunas de las palabras.

¿Algo me tocó la pierna?

¿Qué carajos es esa cosa?

Los otros cinco autos se habían estacionado en la costa de grava. Los varones estaban desempacando las canastas de picnic y los estéreos. Yo me quedé sentado en el auto, completamente paralizado por el tumulto de voces enardecidas.

¡No puedo respirar!

¡Sal del agua! ¡Sal del agua!

—¿Vas a salir o qué?

Jessica, de nuevo. Tuve que verle los labios para entender qué era lo que estaba diciendo. Captó mi mirada mientras se desvestía casualmente, revelando un traje de baño bien seleccionado. Luego el resplandor de una sonrisa que no pude corresponder. Asentí a través de mi entumecimiento, saliendo del auto para contemplar el agua azul y pacífica.

No había ninguna corriente que perturbara su fachada de tranquilidad. Ninguna pista de lo que podía yacer debajo. Había un transbordador atado en el muelle adyacente a una cabaña de adoquín. Algunos de mis compañeros ya habían comenzado a investigar.

—No vayan…

No pude diferenciar si fue un susurro o un grito lo que escapó de mis labios, pero Derek, uno de los chicos sacando cerveza de los baúles, fue el único que pareció haberlo escuchado.

—¿Qué pasa? No le tienes miedo al agua, ¿o sí?

Lo tuvo que haber dicho en voz alta como para que pudiera escucharlo con tanta claridad. Jessica ya se había sumergido a la altura de sus rodillas, pero me echó un vistazo. Su sonrisa ya no era para mí, estaba mezclada con una pizca de burla. Todos se estarían riendo si supieran lo que en realidad pasaba por mi mente.

—¿Qué hacen, pendejos? ¡Salgan, salgan!

Pero alguien me había salvado de tener que decirlo. Un anciano, con más barba que rostro, estaba parado en la entrada de la cabaña.

Uno de mis compañeros dijo algo, pero no pude escucharlo por el eco de los gritos incesantes. Me obligué a acercarme.

—Dice la leyenda que algo vive en el agua cerca de esta costa —contestó el anciano alzando la voz.

Todos ya se habían bajado de los autos: veintiséis chicos en total, reunidos alrededor de la cabaña de adoquín.

—Algo que ha estado escondido desde antes que la raza humana merodeara la Tierra. Algo que ataca una sola vez sin aviso, y una vez es todo lo que necesita. Por supuesto, si así lo prefieren, pueden soltar tres dólares por cabeza y los pondré a salvo al otro lado de la costa.

—¿Y qué le impediría al monstruo nadar hacia allá? —preguntó Jessica; estaba sonriendo. Podía notar que no se lo creía. Nadie se lo creía.

—Muy poco profundo —gruñó el anciano—. Cincuenta dólares por todos ustedes, precio especial. Mejor prevenir que lamentar.

—¡Ni de broma, quiero ver el monstruo! —dijo Derek. El agua ya casi le llegaba por la cintura, chapoteando en la quietud del lago para dispersar ondas hacia sus profundidades. Muchos más de mis compañeros comenzaron a seguir su ejemplo.

—¡Deberíamos hacerlo! —anuncié ruidosamente, esforzándome por mantener una inflexión serena—. Yo invito. El transbordador ha de ser divertido.

Tuve tantos ojos encima mientras pescaba un billete nuevo de cincuenta dólares que era parte de mi regalo de graduación. Hasta ahí llegó lo de sentirme normal, pero al menos podría vivir conmigo mismo de esta forma. El anciano me arrebató el dinero antes de que le extendiera el brazo.

—Chico listo, chico listo —Me guiñó un ojo—. Todos a bordo, sin pena. Las bolsas y las cosas pesadas van al centro.

Traté de evadir el contacto visual mientras estábamos abordando. Por un terrible segundo, me volteé hacia atrás y descubrí que estaba solo. Las personas que ya estaban en el agua y aquellas que habían acomodado sus cosas en la costa obviamente se sentían reticentes. Todos se miraban el uno al otro tratando de leer la voluntad invisible del grupo.

—¡El último trabajará en McDonalds por el resto de su vida! —gritó Jessica, lanzando su mochila al centro del transbordador. Me dedicó una sonrisa de complicidad, y dijo: «Me la debes». Si solo supiera cuánto. Dentro de poco, sus amigos la estaban siguiendo, y un momento después toda la clase de último año estaba convergiendo en la plancha de abordaje.

Tenía la esperanza de que los ecos se dispersarían una vez que cruzáramos la costa. No fue así. Docenas de voces individuales se convirtieron rápidamente en cientos a medida que nos aproximábamos al centro de lago. Ecos rebotando sobre ecos, reverberando y creciendo, fluyendo y colándose a mi cabeza como pensamientos persistentes e intrusivos. Gritos de auxilio, gritos de dolor, o la simple expresión primitiva de las mentes que han sido devoradas totalmente por el miedo.

El aporreado continuo de sonidos me hizo sentir náuseas. Solo cerré mis ojos y esperé a que esa parte terminara. Traté de no pensar en lo que podría estar en el agua. Había tantas voces, que se me hacía difícil comprenderlas, pero hice un trabajo excepcional para desenredarlas. Aun así me tomó varios minutos de concentración antes de que lo siguiente se filtrara a la superficie:

Nunca debí haber confiado en el anciano.

Sonó como un niño joven de alrededor de doce años, no mayor que mi hermano en el momento de su muerte. Le di un vistazo al barquero, quien se estaba recostando contra el timón, observándonos con añoranza. Nadie le hacía caso. Ni siquiera cuando se repasó su lengua pálida por los labios ansiosamente.

El anciano pulsó un interruptor y el motor se apagó. Se estiró bajo el sol antes que dirigirse hacia el barandal.

—Este es un buen lugar para darse un baño si alguien quiere nadar —avisó—. Para nada profundo, y, si tienen suerte, verán algunas tortugas.

—¿En serio es seguro? —preguntó alguien.

—Se los mostraré. —Acompañó esto con una sonrisa feral. Muchas personas se rieron y contuvieron el aliento cuando el hombre se alzó por el barandal, zambulléndose de forma elegante y esfumándose con apenas una salpicadura.

Los demás iban a estar saltando en cualquier momento, y no había nada que pudiera hacer para detenerlos. Cerré mis ojos de nuevo, escudriñando la presión creciente de los ecos…

¿Adónde se fue el barquero?

No es humano.

¡Regresen al bote!

Abrí mis ojos de nuevo. Hubo una salpicadura ruidosa y el vitoreo de risas que acompañaron a alguien que se arrojó al agua. Se me había acabado el tiempo. Me lancé detrás del timón, girando la llave y resucitando el motor. Algunos se quejaron, pero no me importaba. Cada instinto me estaba gritando que salvara a tantos como pudiera.

Los controles eran lo suficientemente intuitivos, y empujé la palanca a toda máquina. Estábamos acelerando con velocidad, mucho más rápido de lo que pensé que podríamos. Las risas a mi alrededor se tornaban en pánico, y estaba listo para luchar a cualquiera que tratara de detenerme.

Pero nadie tuvo tiempo. No nos movimos por más de quince segundos antes de que algo explotara desde el agua detrás. Para cuando me volteé, ya se había ido. Lo único que podía ver era una sombra masiva y deforme por debajo de la superficie, torciéndose y mutando y creciendo con cada segundo.

No es humano. ¿Entonces qué mierda es?

No hubo tiempo para averiguarlo. Ahora eran gritos reales los que se empezaban a mezclar con el eco.

—¿Qué estás haciendo? ¡Jessica y el anciano siguen en el agua!

¿Por qué ella, de entre todas las personas? ¿Era algún tipo de broma cósmica lo que hizo que fuera ella la primera en saltar? No, Jessica sencillamente era así. Era una líder valiente y entusiasta, y eso la iba a terminar matando.

Bajé el acelerador y el transbordador redujo la velocidad. Ni siquiera procesé el irme sin ella como una opción.

Su cabeza se sumergió apenas  la sombra turbia se acercó. Hubo un destello de piel escamosa por encima del agua, y luego un vistazo breve de los dedos de Jessica germinando a la superficie. Todos en el transbordador estaban gritando, pero pronto se iban a convertir en ecos.

El agua arremolinada burbujeó rojo, y empujé el acelerador de nuevo. La sombra se movía hacia el transbordador, buceando directamente por debajo de nosotros. Más fuerte que los ecos, más estridente que el agua recia o el griterío de mis compañeros, hubo una voz más que se unió al coro agobiante del lago en ese día: No me esperes.

Y no lo hice. Debí haber intentado más, dicho más, mientras aún tenía la oportunidad; pero no lo hice. Y ahora es demasiado tarde y será así eternamente, y lo siento tanto…

Creo que soy el único de nosotros que sigue regresando a ese lago. No entro al agua, pero si cierro los ojos y me concentro, aún puedo distinguir su voz tenue asomándose sutilmente desde el muro de ruido.

No me esperes.

Sé que tiene razón, pero aún sigo aquí, esperando, porque a fin de cuentas un eco será lo único que prevalecerá.

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La traducción al español pertenece a esta página. Fue escrito en inglés por Tobias Wade:
https://tobiaswade.com/

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