Don Grabs

La casa de don Grabs estaba al final de Alexander Lane. Desde afuera, no había nada extraño ni nada estaba mal con ella. Todas las casas embrujadas en películas son ruinosas o están cubiertas de telarañas. Pero la casa de don Grabs era la típica casa de rancho suburbana repelente. La fachada era de un café pálido. Había tres nomos plásticos pequeños acomodados aleatoriamente en el jardín frontal. Un carillón colgaba de la canaleta. Pudo haber sido la casa de cualquiera, pero la cultura local se la dedicaba a don Grabs.

En realidad, probablemente solo era una casa de mierda que nadie quería. Pero esa no era la historia que nos contaban cuando éramos niños. Debió de ser pasada de generación a generación, porque incluso mis padres sabían la historia de don Grabs. Él era una leyenda en nuestro pequeño pueblo. A nadie le gustaba ir cerca de esa casa. Tenía un amigo, Ronald, que vivía en la misma calle. Y si golpeábamos la pelota demasiado cerca de la casa abandonada, solo la dejábamos ir. Ahora era de él. La casa estaba contaminada de frisbis, bolas de béisbol y otros recuerdos de la infancia.

Esta es la historia de don Grabs. Básicamente, hace cien años, un montón de pedófilos se mudaron a la ciudad. Todos vivían en Alexander Lane. A los ciudadanos no les gustó esto, y quemaron todas sus casas —con ellos dentro, por supuesto—. Pero algo no se quemó: la casa que pertenecía a don Grabs. Él era el peor del montón. No solo secuestraba niños, sino que los asesinaba en todo tipo de formas repugnantes. La leyenda cuenta que don Grabs aún vivía ahí, acechando la propiedad, y agarrando a cualquier niño que se aventurara demasiado cerca. Obviamente, esta era una historia estúpida. No solo no tenía sentido (esa casa no fue construida hace cien años), sino que nunca ocurrió ninguna migración masiva de pedófilos en esta ciudad. Pero era una buena manera para que nos pudiéramos asustar entre nosotros cuando éramos niños. Una vez, hicimos que Ronald abriera la puerta de su casa y entrara. Salió de inmediato chillando por el miedo y todos huimos.

Crecí y dentro de poco tuve una familia propia. Tres niños: dos chicos (Aiden y Preston) y una chica (Malia). Había escuchado a los demás niños murmurando acerca de don Grabs para tratar de asustar a Malia. Aparentemente, en las nuevas historias, don Grabs era un espíritu vengativo que tenía que asesinar a niños pequeños para mantenerse con vida. Reprendí a los chicos por sus mentiras. Pero Malia no temía; siempre había sido una chica valiente.

Malia tenía siete años cuando se unió a las niñas exploradoras. Amaba estar afuera y construir cosas con las demás chicas. Yo era su tutora (a pesar de que soy un hombre). Llevé a las chicas a viajes de campamento y les enseñé a construir casas de aves. De hecho, fue bastante divertido. Aiden y Preston estaban más interesados en videojuegos que en explorar, así que era con Malia con quien pasaba la mayor parte de mi tiempo.

Pero las chicas exploradoras no eran solo diversión y juegos. También se trataba de galletas. No estaba muy ansioso por esto. Sabía que me tendría que convertir en un vendedor de galletas para mis compañeros de trabajo y familiares, pero acepté la inevitabilidad de la situación. Además, le enseñaría a Malia acerca de negocios y contaduría, lo que supongo que son buenas habilidades que puedes tener.

Era nuestro primer día de venta de galletas. Nos levantamos súper temprano (su decisión) para que pudiéramos recorrer el vecindario antes de que las otras chicas lo hicieran. Sabía que íbamos a tener algunos vecinos gruñones, pero ver a Malia vestida con su pequeño ceñidor hacía que todo estuviera bien. Es decir, ¿quién puede estar molesto con una niña de siete años emocionada?

Partimos de la casa a las seis de la mañana. Traté de convencerla de que dejáramos dormir a los vecinos un poco más, pero estaba determinada. Ella era tan linda; un pequeño tractor intenso con grandes trenzas espesas. Me había dicho firmemente que debía quedarme en la acera. Ella tocaba las puertas y registraba las órdenes. Yo era su repuesto, básicamente. Eso estaba bien por mi parte.

Primero fuimos alrededor de nuestra calle. La mayoría de las personas no contestaron; yo le pude haber dicho eso. Los pocos que sí lo hicieron, estaban o bastante animados y despiertos, o extremadamente molestos —pero lo escondían bien—.

Conseguimos unas cuantas órdenes. Dentro de poco, nos ramificamos a calles vecinas. Malia lo estaba pasando muy bien. Cada vez que conseguía una orden, hacía un pequeño baile que casi me rompía el corazón. Eran alrededor de las nueve de la mañana cuando llegamos a Alexander Lane. Yo ya estaba muy por encima de la edad en la que creía en don Grabs, pero mis pies cansados me estaban diciendo que me fuera a casa.

—Mally, regresémonos —le supliqué.

—¡No, papi! Necesito una orden más para llegar a las cien. —Me dio un beso en la mejilla y me inyectó un poco más de energía.

Tocamos muchas puertas, pero no conseguimos ninguna respuesta. Malia caminó a la vieja casa de Ronald, y pude ver a este asomándose por las cortinas de la ventana, pero luego desapareció. Recorrimos todo el camino hasta una calle cerrada. La única casa que quedaba era la de don Grabs.

Malia dio un paso hacia el frente con confianza. La agarré del brazo por instinto. Ella me miró con una sonrisa.

—¿No crees en don Grabs, o sí, papi? — Se rio de mí.

Le sonreí gentilmente.

—¡No! Es solo que ahí no vive nadie.

—¿Cómo lo sabes? —Me hizo su mejor imitación de profesora.

—Supongo que no lo sé. —Me acerqué para hacerle cosquillas, pero ella lo esquivó bailando.

Malia caminó hacia el jardín. Nunca había visto a nadie acercarse tanto a la casa, aparte de aquella vez cuando era niño. Mi infancia reptó por mi cuello. Aunque lógicamente sabía que no había nadie ahí, aun así se sentía incorrecto verla caminar hacia ese pórtico. Subió a saltos por los escalones y tocó en la puerta sonoramente. Se dio la vuelta para mostrarme una sonrisa.

La puerta se abrió. Un brazo largo y delgado emergió, sujetó el hombro de Malia y la jaló hacia dentro de la casa. Luego la puerta se cerró de golpe.

Grité algo y corrí hacia la casa. Al diablo con mis miedos, alguien había agarrado a mi hija. Irrumpí por la puerta y llamé a Malia a gritos. Solo había silencio. No había nadie ahí.

Pisoteé alrededor de la casa amenazadoramente. Acababa de ver a esa persona agarrarla, así que aún tenían que estar dentro de la casa. Pero revisé todo el lugar; estaba desolado. No había ningún mueble, ni nada, ni siquiera algo de polvo. Solo era el cascarón vacío de una casa.

Me detuve en lo que debió de haber sido la sala de estar. Frenéticamente, llamé a la policía.

—Novecientos once, ¿cuál es su…

—¡Alguien se llevó a mi hija!

—Señor, ¿en dónde está?

—Estoy en la casa de don Gr… Estoy en Alexander Lane. La casa hasta el final.

—Señor, si esto es una broma, le tengo que decir que…

—¡No es una puta broma! ¡Envíen a alguien aquí, ya! ¡Ella está en peligro!

Escuché las sirenas en la distancia. Nuestro pueblo no es grande; la policía estaba ahí en minutos. Traté de llamar a mi esposo, Marc, pero debió de haber apagado su teléfono. Me quedé sentado en los escalones de la entrada con incredulidad total. Algo se había llevado a Malia, y no tenía idea de quién, o qué había sido.

La policía tomó mi declaración. Expliqué todo lo que había pasado. Me preguntaron si había estado bebiendo, lo cual obviamente no había estado haciendo. Me preguntaron si Malia quizá había escapado. Les grité que había visto que alguien se la había llevado. Me trataron como si estuviera loco. Quizá era así como sonaba. Pero aún podía ver ese brazo enfermizamente delgado acercándose hacia mi bebé.

Mientras estaba siendo interrogado, mi teléfono timbró. Era Marc. Respondí de inmediato, con lágrimas.

Su tono sonaba preocupado.

—Oye, cariño, cálmate. Dime lo que pasó.

—Es Malia…

—¿Qué con ella? —Marc siempre era bastante ecuánime. Sus palabras eran muy amables.

—Alguien se la llevó, Marc. Alguien la agarró y ahora se ha ido. —Estaba sollozándole al teléfono. Me odiaba por haberla perdido. Sabía que Marc me odiaría también.

Pero solo hizo una pausa por un momento.

—Landon… Malia está en casa conmigo.

Me atraganté.

—¿Qué?

—Malia está en casa conmigo. Llegó aquí hace unos minutos. ¿Me dijo que ustedes dos se separaron o algo? Dice que te ha estado buscando por horas.

Dejé caer el teléfono. Los policías me miraron como si le hubiera acabado de disparar a alguien. Tragué. Esto no podía ser verdad. Había pasado las últimas tres horas con Malia. Busqué alrededor el portapapeles con las órdenes, pero me di cuenta de que Malia lo tenía cuando la agarraron. Me quedé de pie, indefenso. Marc estaba gritando desde el otro lado de la línea, tratando de comprender qué era lo que estaba pasando.

El policía me condujo a casa. No pronuncié palabra. Él fue quien levantó el teléfono para hablar con Marc. Trató de interrogarme un poco más, pero no dije nada. Viajamos a la casa en silencio. Me bajé del auto, y Marc estaba llorando en el pórtico.

Malia se asomaba por detrás de él.

Excepto que esa no era Malia.

Me congelé. Marc se apresuró hacia mí con los brazos extendidos. Pero yo estaba observando a la cosa que pretendía ser mi hija. Inclinó su cabeza en mi dirección y luego levantó un solo dedo a la altura de sus labios. «Shhh», me gesticuló. Marc me levantó con un abrazo. Pero yo estaba en otra parte, observando a la cosa que pretendía ser Malia mientras se mordía su dedo, y la sangre burbujeaba alrededor de sus dientes. Luego se dio la vuelta y entró a la casa.

Marc me agitó.

—¿Qué está sucediendo? —Su rostro estaba lleno de amor y miedo.

—No lo sé —repliqué, abatido.

Marc me llevó a la ducha y luego me recostó en la cama. Habíamos acordado que tuve algún tipo de crisis mental. Solo me quedé observando a la pared. Nada tenía sentido, pero sabía con seguridad que mi hija no era la cosa que se estaba riendo afuera de mi puerta.

Me quedé en cama por cinco días. Marc trató de tentarme con mis comidas favoritas. Hizo todo lo que pudo para hacerme sentir seguro y apoyado. Pero nada funcionó. Solo me quedaba viendo hacia enfrente. Nada se sentía real.

Una vez, me ofreció traer a los niños para que me alegraran. Le grité y le tiré una almohada. No podía soportar ver a esa burla vistiendo con la semejanza de Malia. Pobre Marc. Sufrió a través de todo esto con tanta confusión como yo.

En el quinto día, tuve una visitante. Marc tocó mi puerta suavemente. Entró, preocupado.

—Landon, sé que necesitas espacio en este momento. Pero hay alguien que quiere verte. Dice que tiene unas palabras de consuelo para ti.

Una mujer caminó hacia mi habitación. Parpadeé al reconocerla. Era la mamá de Ronald. No la había visto en tantos años, pero recordaba su rostro. Me sonrió con tristeza.

—¿Te importa si me siento contigo?

Lo consideré por un segundo. No era particularmente apegado a esta mujer. Solo la conocía como la mamá de mi amigo de la infancia. Rígidamente, asentí para que se sentara.

Los ojos de Marc se dispararon hacia nosotros dos.

—¿Me debería quedar?

—No —dije bruscamente. La mujer se sentó al borde de la cama. Marc se veía un tanto herido por todo el asunto. Cerró la puerta sin hacer ruido.

La mamá de Ronald dejó de sonreír el minuto que la puerta se cerró. Me miró a los ojos fijamente. Su voz era como un lecho de clavos.

—Dime lo que pasó.

Tosí. A pesar de que mi garganta se sentía como arena, sabía que necesitaba responderle.

—Malia tocó la puerta de esa casa, y alguien la jaló hacia dentro. —No sentí lágrimas esta vez, solo ira al rojo vivo.

La mujer asintió.

—¿Y cómo explicas el que tu hija esté en casa ahora mismo?

Mi rostro se sintió como si estuviera hecho de piedra:

—Esa no es mi hija.

La mamá de Ronald acortó la distancia. Su cabeza estaba tan cerca de la mía, que podía oler la menta de su pasta de dientes. Cuando me habló, su voz irradiaba odio.

—Lo mismo le pasó a mi Ronnie después de que ustedes jugaran ese estúpido juego de mierda. Aquella cosa que volvió a casa… no era él. —Se enderezó.

—Ronald…

—Aprendes a vivir con ello. Aprendes a aceptar que tu hijo no volverá nunca —Se puso de pie, apática—. Todos te etiquetarán como loco si dices algo. Perderás a tus otros hijos. A tu esposo. Solo quédate callado y aparenta.

Me levanté de la cama desesperadamente.

—¡Pero Malia debe estar ahí afuera, en alguna parte!

—Ahora está con él —La mujer buscó en su bolsillo y produjo una nota—. Esto llegó el día del cumpleaños número dieciocho de Ronnie. —Sujetó el papel firmemente y luego lo dejó caer en el suelo. Sin decir otra palabra, se fue.

Lo observé. Mi cuerpo se sentía como si estuviese a punto de darse por vencido. Me arrodillé y alisé el papel. Decía:

«Espero que disfrutes el reemplazo. He estado disfrutando de tu hijo inmensamente. Qué mal que crezcan tan rápido. —D. G.».

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La traducción al español pertenece a esta página. Fue escrito en inglés por EZmisery:
https://reddit.com/r/EZmisery/

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