Esa mañana, su esposo hizo un comentario sarcástico y desconsiderado acerca de su madre mientras salía del apartamento. Jane aún se sentía molesta por ello cuando fue a dejar a la pequeña Elizabeth a la escuela. De hecho, estaba más enojada que cuando lo escuchó por primera vez. Partió de la escuela primaria encorvada contra la lluvia fría, salpicando a través de charcos lodosos y formando ondas de mugre.
Se detuvo en una cafetería por un begal y un Earl Grey, aún con un humor infame. Samuel estaba detrás del mostrador, y, a pesar de su mejor esfuerzo para darle un servicio amistoso, y de la confianza que habían establecido durante los años que ella había sido un cliente, Jane fue cortante y adoptó un tono de voz condescendiente y de superioridad. No le agradeció ni le dio propina, y lo dejó con una mirada de desprecio por encima de su hombro. Samuel tomó nota y, para él, esa fue la última gota. Él y su novio habían estado tratando de decidir acerca de si se debían mudar o no de la ciudad y de su frialdad, y el rechazo casual de Jane fue un factor decisivo.
La gerente de Samuel, Trish, estaba al final de la soga. Su padre recibía cuidados paliativos, estando inconsciente y más cerca de la muerte con cada día. Lo peor de todo era que no volvería despertar; sus doctores le habían confirmado esto. A ella se le había delegado ser quien tuviera la última palabra sobre su destino —el «destino» era un término relativo para describir cuánto tiempo más dejaría que la máquina respirara por él—. Estaba sola y su madre había fallecido dos años antes, y no tenía ningún hermano. Su divorcio había finalizado hace solo un año, también. Su esposo y su hija adolescente se habían mudado afuera del estado, lo cual estaba bien, según se había dicho a sí misma. Solo bien. La abrupta renuncia de Samuel era simplemente algo que no necesitaba.
Al estar en casa esa noche, a solas una vez más, Trish se pasó de copas y los recurrentes pensamientos intrusivos demostraron ser muy fuertes para ella. ¿Quién iba a notarlo si desaparecía? «Nadie, claro», se dijo a sí misma. Y de esta forma no tendría que decidir el destino de su padre. Escaló por la salida de incendios y, después de un último trago de vodka, se lanzó desde las barras de hierro forjado hacia la libertad del aire nocturno, cayendo, cayendo.
El esposo de Jane se bajó de un taxi unos bloques antes de su casa. Aún estaba brisando y el tráfico se había cogestionado, así que decidió que se iría a pie por los últimos bloques hasta su complejo de apartamentos. Pero no tuvo suficiente tiempo para dar tres pasos antes de que el cuerpo en picada de Trish lo extirpara de este mundo con un crujido.
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3 comentarios
Conclusión: Cada una de tus acciones afectan a los que están a tu alrededor de alguna u otra forma.
a ver… el tipo, enojo a su esposa, que enojo al chico de la cafetería que al renunciar fue una de las causas de que la gerente se suicidara matando al tipo del comienzo?
y todo regresa a ti