Reté a mi mejor amigo a que arruinara mi vida: lo está logrando [4 y 5]

Como hago con cada publicación nueva, ¡gracias por su apoyo y ánimos! Leo cada uno de sus comentarios y respondo a tantos como puedo o para los que tengo algo útil que responder. Afortunadamente, David no se encuentra por ningún lado en esta ciudad, así que no creo que se haya dado cuenta de mi paradero. He tenido algo de tiempo para descubrir en dónde está todo en esta ciudad.

Una vez más, solo quiero recordárselos: estos son eventos del pasado, aún no hemos alcanzado el presente. También quiero aclararles a todos que estoy escribiendo estas publicaciones cada día. No, no tengo las partes preelaboradas, así que no puedo extenderlas o publicarlas todas de una sola vez. Lo siento, gente. Varias personas me lo siguen preguntando. Espero que eso despeje las dudas.

Comencemos.

Llamé a la mamá de Clark de inmediato. Tenía el teléfono de su casa porque Clark me invitó a cenar la Navidad pasada, pues mis padres y yo aún estábamos peleando muy severamente. Su mamá estaba devastada y me hizo un millón de preguntas. Fue muy, MUY incómodo. El condado en el que nos encontrábamos no permitía pagos en línea vía tarjeta de crédito; solo efectivo. Accedió a viajar ese día y pagar la fianza por él. Vivía a unas horas de distancia, así que dijo que llegaría alrededor de las cinco de la tarde.

A la mitad de la conversación, perdí una llamada de un número que no estaba en mis contactos. Llamé de vuelta y me contestaron de inmediato.

—Hola, ¿perdí una llamada de este número?

—Hola, ¿eres Zander?

—Sí… ¿quién habla?

—Zander, soy la mamá de Katie. Tus padres me dieron tu número.

Mierda.

—Hola, no puedo hablar ahora, estoy en un apuro y…

Me interrumpió:

—¿Has sabido de Katie? No vino a casa anoche. Tu mamá me dio tu número. Por favor, dime que está contigo.

—No lo está. No estoy seguro de en dónde está. Me tengo que ir; le regresaré la llamada.

Colgué el teléfono. No quería hablar con ella sobre Katie. Porque estaba a punto de presentar una denuncia de persona desaparecida.

Caminé hacia el escritorio de la recepción.

—Estaba hablando con un oficial hace poco, y luego arrestó a mi amigo y se fue. Necesito hablar con el oficial de mi otro caso, del fraude identidad.

—¿Cuál es el número del caso? —me preguntó la muchacha.

Un tiempo después, estaba sentado en una de sus salas de interrogatorio después de haber pedido una cita privada. El detective Hernández se sentó en el extremo opuesto de la mesa de metal. Los dos archivos de mis casos estaban en la mesa frente a él. Hernández estaba estudiándolos de reojo, tratando de familiarizarse con el robo en mi departamento. Una grabadora yacía entre nosotros. Presionó un botón en la grabadora y la cinta comenzó a rodar.

Enunció su nombre, mi nombre, los números de mis casos, la fecha y la hora.

—Muy bien, adelante —comenzó.

—Pues, presenté una denuncia de robo de identidad hace un tiempo y no he escuchado nada al respecto.

—La Comisión Federal de Comercio puede tomarse un tiempo para responder.

—Pues ahora hay una denuncia nueva por un asalto en mi departamento. Estaba hablando con otro oficial hace un rato y le dije que tenía un sospechoso para ambos crímenes.

—Sí —dijo el detective, dándole un vistazo a uno de los fólderes—. Un tal David King, ¿correcto? Parece que estaba escrito en tu archivo.

—Sí, David King. Solía ser un amigo mío, pero ahora me odia y me está atacando.

—¿Atacándote cómo?

—Más recientemente, secuestró a mi novia, Katie.

Eso captó su atención. Se sacó un lápiz tinta del bolsillo de su camisa.

—¿Cuándo fue esto? —me preguntó Hernández, colocando el lápiz en una página en blanco.

—Anoche. Cuando fuimos a rociar su casa con grafiti. Nos persiguió y me sujetó contra una mesa. Llamó a alguien por celular e hizo que pusiera a Katie en el teléfono. Escuché su voz y David declaró que la había secuestrado para motivarme.

—¿Motivarte a hacer qué?

Le conté acerca de la conversación del reto. Luego todo sobre el correo basura. Mis cuentas de redes sociales. El fraude con mi crédito y con el crédito de mis padres. Las ventanas de mi auto. El asalto. Mi cuenta de banco siendo vaciada. El incidente con el grafiti. La llamada telefónica de Katie. El proteger la cuenta de banco de Clark. Y ahora el arresto de Clark. Hernández tomó anotaciones copiosas.

—Solo continúa agravándose —dije a modo de derrota. Observé a Hernández cuidadosamente, tratando de evaluar su reacción. No podía discernir qué era lo que creía.

—Necesito más detalles acerca de la llamada telefónica —habló, al fin—. ¿Qué fue lo que ella dijo? ¿Qué dijiste tú? ¿Qué fue lo que escuchaste en la otra línea?

Repasamos todo por una hora. Nada de lo que dije fue útil para encontrar a Katie, pero Hernández se reclinó cuando acabé.

—Zander, tengo que ser honesto. Todo esto suena bastante… flojo. No me refiero a los crímenes como tales, sino a la conexión que enlaza a David con todos estos crímenes. No hay nada que se pueda hacer con respecto al robo de identidad hasta que la Comisión Federal de Comercio haya concluido su investigación. El asalto, las ventanas rotas, las cuentas hackeadas y tu cuenta de banco que fue vaciada tendrán que producir su propia evidencia para demostrar que David es el responsable de cada uno. Para ti, todo esto es una línea de tiempo de eventos, pero, para la ley, son crímenes separados que tienen que ser tratados sin tomar en cuenta acciones pasadas —me aclaró con un tono de voz razonable y preocupado—. Te creo, pero no puedo efectuar un arresto sin testigos o evidencia concreta. Tu historia es circunstancial, cuando mucho. Pero sí te creo cuando dices que están conectados.

Al fin. Alguien que me cree.

—¿Qué han dicho los técnicos acerca del asalto? —pregunté—. ¿Han encontrado algunas huellas digitales?

—Todas las huellas digitales encontradas pertenecen a cada uno de ustedes y unas cuantas personas que solían vivir ahí. Según el archivo, se ha confirmado que todos son residentes pasados.

—¿Y qué hay de las cámaras del cajero automático?

—Ahora bien, eso fue algo desafortunado —dijo, revisando el fólder de nuevo—. Recibimos una llamada de tu banco para archivar una denuncia de fraude. Fue inteligente de tu parte ir al banco para reportar el fraude. Mi jefe lo hizo una prioridad y, dado que era tu mismo nombre, fue añadido a nuestro archivo de tu robo de identidad. Yo he sido quien ha estado trabajando personalmente en tu caso de robo de identidad. Una vez que recibí la llamada, contacté al supermercado en el que estaba el cajero automático. Me dieron la marca del cajero para que pudiera solicitarle la grabación a la compañía. El problema fue que el cajero no tenía una cámara.

—…¿Qué? ¿Cómo puede ser que un cajero automático no tenga cámara?

—No todas las marcas tienen. Algunos cajeros automáticos no tienen cámaras incorporadas, y este es uno de ellos. Alguien accedió a tu cuenta bancaria en línea antes de la transacción y movió tus 3,500 dólares desde tu cuenta de ahorros a tu cuenta corriente.

—¡¿Qué hay de las cámaras de la tienda?! —Prácticamente lo grité.

—Les pedí que trajeran la grabación. Dijeron que vendrían hoy.

—¿En dónde está esta tienda? Quiero verlo por mi propia cuenta.

—No —replicó, con firmeza—. Puede ser que tenga la corazonada de inclinarme hacia tu teoría, pero recolectaré la evidencia yo mismo y una corte tomará la decisión. Tú mantente alejado.

—Entonces ve y conduce hacia ahí ahora mismo, ¡maldita sea! —exclamé; él se puso de pie sutilmente, su mano se acercó a su cinturón por reflejo.

—Cálmate —dijo, viéndome a los ojos.

—¡No tengo dinero! ¡Las ventanas de mi auto están destrozadas y no puedo repararlas! ¡Mi renta se acerca y no tendré dinero para pagarla! ¡No puedo ir a trabajar con un auto que no puedo conducir! ¡Necesito mi dinero de regreso!

Hernández suspiró, retomando su posición. Yo respiraba trabajosamente.

—Si David es el que usó tu información para cometer un fraude con tarjetas de crédito, ¿por qué te robaría la cantidad insignificante de 3,500 dólares?

—Porque está empecinado en arruinar mi vida —mascullé—. Ese es el reto. Lo ha llevado demasiado lejos. Más lejos de lo que cualquier persona sana lo haría. Está enfermo. Solo quiero que se detenga.

Lloré un poco, y Hernández me dejó estar sentado unos minutos con lágrimas rodando por mis mejillas.

—¿Qué hay de Katie? —pregunté después de un rato.

—El secuestro recibirá nuestra prioridad más alta. Ese es el caso que tiene un testigo: tú. Yo no estaré trabajando en él, pero alguien en una sección distinta del departamento sí. El otro detective querrá entrevistarte hoy para comenzar.

—Hagámoslo, entonces —anuncié, secándome los ojos.

Hernández salió y regresó un tiempo después con el detective. El detective White entró y me interrogó con cientos de preguntas. ¿En dónde trabaja Katie? ¿Quiénes son sus amigos? ¿Cuánto tiempo habíamos estado juntos? ¿Cuándo fue la última vez que la vi? ¿Sus padres sabían? Preguntas como esas.

Cuando mencioné a David y la llamada telefónica, se reclinó en su asiento y me hizo las mismas preguntas acerca de lo que había escuchado, de lo que habíamos dicho y cualquier cosa que pudiera recordar. De nuevo, no recordé nada útil.

—Necesitaré traer a David para interrogarlo —dijo el detective White—. Tu testimonio es decente, pero necesitaremos evidencia para la condena. Si lo arrestamos sin evidencia, saldrá de todo esto libre y no lo podremos internar de nuevo.

—¡Tuvieron suficiente evidencia para arrestar a Clark!

—¿Clark?

—Acabo de hablar con un oficial que dijo que David los llamó y les dijo que Clark hizo grafiti en su casa. ¡Lo único que tuvo que hacer fue llamar, y lo arrestaron!

El detective White se excusó para ir a descubrir más acerca de lo que sucedió. Regresó cinco minutos después.

—David tenía más evidencia en ese caso. Fotografías del grafiti, fotografías de Clark acercándose a la casa y un rostro magullado. La mano de Clark también está lastimada, lo cual corrobora la historia. Lo notamos cuando lo arrestamos. Este es el tipo de evidencia que necesitamos para una condena en un secuestro. Ahora mismo tenemos tu testimonio declarando que le dijiste «hola» a Katie por teléfono y que David dijo que la secuestró. Necesitamos más evidencia para convencer a un jurado.

—¡Pero yo estaba con Clark anoche!

—En las fotografías no lo estabas.

—¡Entonces son falsas!

—Un experto las revisará y lo determinará.

Me volví a sentar en mi silla, sintiéndome derrotado. El detective White me agradeció por mi testimonio y se fue para contactar a los padres de Katie.

El detective Hernández se sentó conmigo de nuevo, observándome en tanto las lágrimas se abultaban en mis ojos.

—Déjame pagar por tus ventanas.

—No importará, las romperá de nuevo al día siguiente —comenté, irritado.

—¿Las ha roto más de una vez?

—Cada vez que las reparo, están rotas de nuevo al día siguiente.

—Creo que tengo una idea, pero necesitaré el visto bueno de mi jefe.

Si no han oído hablar de inducción en el contexto de una investigación policial, es una defensa legal que es utilizada cuando puede mostrarse evidencia de que un oficial indujo a un criminal a cometer un crimen que de otra forma no hubiera cometido. Cuando esta defensa es utilizada, hay dos perspectivas discrepantes. En algunas cortes, si un acusado utiliza inducción como defensa, la fiscalía tiene que demostrar «más allá de toda duda razonable» que el criminal no cayó en ninguna trampa. En otras cortes, el acusado debe demostrar la inducción. El estado del país en el que me encontraba demandaba que la fiscalía se encargara de demostrarlo.

Hernández reconoció que su plan podría ser interpretado como inducción. Me dijo que, dado que David ya había establecido un patrón de romper mis ventanas, podrían instalar vigilancia en el auto y solo esperar a que David cometiera el crimen que iba a cometer de todas formas. Dado que ya había reparado mis ventanas dos veces, y había guardado los recibos, eso serviría como una evidencia útil de que el crimen había sido repetitivo.

La idea me hizo sentir optimista. Me senté afuera de la oficina de su jefe, mientras que él entró y presentó su idea. Cuando salió, me levantó los pulgares. David nunca sabría qué lo golpeó.

Hernández me condujo a mi casa, en donde recogí mi auto y lo llevé al taller. Él me siguió hasta ahí y pagó. Condujimos a mi trabajo en el auto de Hernández mientras tanto. Hernández nos pidió almuerzo y yo hablé con mi jefe. Le conté sobre el hackeo en mi cuenta bancaria y le dije que necesitaba cancelar el depósito directo de mi paga. Afortunadamente, mi nómina de pago era la próxima semana, así que podrían cambiar el método de pago para el siguiente sueldo.

Le conté acerca de mi situación y Hernández me respaldó. Mi jefe accedió a pagarme una parte de mi salario por adelantado con el dinero para gastos menores de la tienda, y tendría que pagarlo de vuelta. Le agradecí profusamente por ayudarme y me disculpé por haber dicho esa mañana que estaba enfermo.

Salí con un estómago lleno, 335 dólares y una mente tranquila. Con algo de suerte, atraparíamos a David esa noche.

Hernández me llevó de vuelta al taller y recogí mi auto. Me dijo que llegaría a mi casa más tarde para instalar la vigilancia y me pidió que simplemente estacionara mi auto en la calle. Le agradecí de nuevo y nos despedimos.

Eran alrededor de las tres de la tarde cuando llegué a casa.

—¿Disculpe? —me llamó alguien tímidamente cuando le quité el seguro a mi puerta frontal. Había una mujer en el pasillo, probablemente de unos cuarenta años.

—¿Sí? —contesté.

—¿Asumo que vives en este departamento?

—Así es.

—Soy doña Watson. Creo que tú y mi hijo son compañeros de piso.

—Ah. ¡Ah! Hola —dije, extendiendo mi mano—. ¿La madre de quién es usted?

—De Isaac. Se suponía que él y yo íbamos a viajar ayer afuera del estado para visitar a su familia, pero nunca se presentó.

Un escalofrío reptó por mi espina dorsal.

—Lo he llamado miles de veces, pero no ha respondido —continuó—. He estado parada aquí tocando el timbre por un tiempo, pero no ha habido nadie en casa. ¿Puedo ir a llamar a su puerta?

Consideré pedirle que se fuera o decirle que no me sentía cómodo con que ella entrara, pero sabía que eso se hubiera visto sospechoso. Ya sabía lo que íbamos a encontrar.

Le dije que entrara, y el olor nos sobrecogió al instante. Ella trató de ser respetuosa y de no ofenderme, quizá pensando que éramos los típicos estudiantes de universidad viviendo como cerdos. Caminó por el pasillo hacia el cuarto de Isaac.

—Oh, Dios —murmuró. El olor debió de haber sido terrible justo al lado de la puerta. Me estremecí, pero fui por el pasillo hacia ella.

Tocó a la puerta.

—¿Isaac? —llamó.

Sin respuesta, como esperaba.

—Isaac, es mamá.

Creo que el olor hizo que comenzara a entrar en pánico, porque golpeó la puerta con más fuerza.

—Isaac, ábreme, por favor —suplicó, desesperada.

Suspiré. Gentilmente, la conduje lejos de la puerta y me preparé. Tomé distancia y me estrellé contra la puerta. Se torció bastante, pero no se quebró. Lo traté de nuevo. Y de nuevo. En el cuarto intento, la puerta se arrancó de sus bisagras y estaba adentro. El olor, Dios. No sé cuántas veces debo explicárselos hasta que lo entiendan.

Este fue uno de esos momentos de los que siempre recordaré cada detalle.

La habitación de Isaac era un desastre. Había tres estanterías que probablemente solían tener decenas de libros, pero ahora estaban destrozadas y había libros desperdigados por la habitación. El escritorio de su computadora tenía papeles desordenados y vasos caídos. La ventana estaba oscurecida por una cortina opaca que era utilizada para jugar videojuegos. El CPU de la gran computadora para videojuegos estaba zumbando, y el monitor mostraba estrellas moviéndose como protector de pantallas.

Isaac se encontraba en la cama. Su rostro estaba pálido y moteado con líneas púrpuras. Sus brazos y piernas eran blancos y también estaban amoratados. Un cable de extensión se desviaba hacia la cama, estando la mitad amarrada alrededor de su cuello varias veces. Algunas moscas se habían anidado en su cuerpo, volando hacia otros lugares ocasionalmente.

Doña Watson entró a la habitación y gritó. Yo solo me quedé ahí parado, viendo fijamente al cuerpo deteriorado de Isaac.

David había saltado al asesinato.

Llamé a la policía y traté de hacer que doña Watson evacuara el departamento para preservar la escena del crimen. Se rehusó y se sentó, sollozando, junto a la cama de Isaac. Tenía miedo de tocar el cadáver.

La policía llegó inmediatamente y nos escoltaron a doña Watson y a mí afuera del departamento. Las siguientes horas fueron un borrón de preguntas y policías. El detective Hernández apareció y dio un vistazo adentro. Había técnicos cargando cámaras y maletines llenos de equipo.

Después de un tiempo, empezaron a sacar algunas de las pertenencias de Isaac en bolsas. Se necesitaron dos técnicos para cargar su computadora. Me senté en la esquina de la acera sin que el oficial a cargo me permitiera irme, el cual estaba dirigiendo la escena del crimen.

Hernández se sentó a mi lado.

—Forzaron la entrada de la habitación de tu otro compañero de piso. Todas sus pertenencias estaban ahí, pero él no se encuentra. ¿Sabes en dónde está?

—No —respondí—. Nunca hablé mucho con él.

—¿Eras apegado a Isaac?

—No, pero aun así…

—Lo sé… ¿Crees que David está detrás de esto también?

—Probablemente —contesté, sintiéndome entumecido.

—Aún realizaremos la vigilancia en tu auto —me aseguró—. No te preocupes. Analizarán el cuerpo de Isaac y si encuentran tan siquiera un fragmento de piel que podamos vincular a David, lo atraparemos. Ningún criminal es perfecto.

Hernández me dejó solo y yo reflexioné acerca de la situación.

Luego, un auto se estacionó cerca. Y de él salió caminando Clark con su mamá. Me levanté de un salto y corrí hacia Clark.

—Santo cielo, Clark, ¿estás bien?

—Estoy bien —Me sonrió tranquilizadoramente—. Pagué la fianza. Era 350 dólares, así que no fue terrible.

—Creí que me dijo que llegaría aquí hasta las cinco —le consulté a la mamá de Clark. Como nota aparte, no recuerdo el momento exacto en el que llegó, pero sí recuerdo que llegó antes de lo anticipado. Se suponía que me iba a encontrar con ellos dos en la estación.

—Es posible que haya sobrepasado unos cuantos límites de velocidad —dijo con un tono neutral.

De pronto, el rostro de Clark se heló cuando vio a todos los oficiales de policía cerca de nuestra puerta.

—¿Qué ha pasado?

—Isaac fue encontrado —titubeé— en su habitación. —No tuve que especificar en qué estado se encontraba.

—¡Por DIOS!

Clark empezó a respirar con dificultad, poniendo sus manos en sus rodillas. Hiperventilaba. Su mamá llevó una mano a su espalda, preocupada.

—Clark, cariño, solo vayamos a conducir un rato. Podemos venir a traer tus cosas más tarde.

—¿Sus cosas? —inquirí.

—Se va a mudar —reafirmó su mamá—. Me contó acerca de este juego enfermo que tu amigo está jugando. No creo que sea muy divertido.

—¡NO es divertido! —le grité—. ¡Nunca lo fue! ¡Ese puto imbécil está tratando de arruinar mi vida! NO. ES. UN. JUEGO.

Algunos oficiales se giraron para verme desde el balcón. La mandíbula de la mamá de Clark se endureció mientras guiaba a su hijo jadeante hacia el auto. Partieron, y yo me quedé desamparado a la mitad de la calle, observando cómo mi mejor amigo me dejaba a que lidiara con David solo.

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La policía sacó a Isaac en una bolsa de plástico. Doña Watson se fue con el cuerpo, aún sollozando incontrolablemente.

Se me ordenó que no podía entrar a mi departamento hasta que hubieran acabado completamente con la escena del crimen. No, no sabían cuándo iban a terminar. Me sugirieron que me consiguiera una habitación de hotel, ante lo cual me reí. Pregunté si podía agarrar una sábana y una almohada de mi habitación para que pudiera dormir en mi auto. Me las trajeron de mala gana, y me atraganté cuando las agarré. Olían a muerte.

Hernández me ofreció conseguirme una habitación de motel, o solo dejar que durmiera en su casa, e incluso me rogó que llamara a un amigo y que me quedara con él o ella. Me rehusé a las tres opciones.

Caminé hacia mi auto e ignoré a Hernández. Aún estaba demasiado enojado acerca de todo, y me sentía devastado por que Clark se hubiera ido. Además, no podríamos hacer la vigilancia en el auto mientras estuviera durmiendo en él. Marché todo el camino hasta mi auto y azoté la puerta con fuerza.

Decidí que no me sentía seguro durmiendo estacionado cerca de mi casa, así que me fui a un estacionamiento de Walmart por el resto de la noche.

Fue como si el destino finalmente hubiese comenzado a alentarme. Estaba caminando hacia la entrada de Walmart desde el estacionamiento para comprar algo de comida. Cuando solo me encontraba a unos autos de distancia, un camión blindado se parqueó. Del tipo que transporta el dinero hacia los bancos, si sabes a lo que me refiero.

¿Y quién crees que se bajó del camión?

David. Puto. King.

Me agaché hacia mi izquierda y me coloqué detrás de un auto, utilizando las ventanas polarizadas para observar. Él se estaba riendo junto a su compañero, quien se había bajado del asiento del copiloto. Me encontraba demasiado lejos como para escuchar lo que estaban diciendo, pero definitivamente no reconocía al compañero como alguien que ya conociera. Obviamente era paranoia, pero me preguntaba si él podría ser el sujeto que había obligado a Katie a hablar por el teléfono.

Los dos caminaron a Walmart, y yo anoté la compañía a la cual pertenecía el camión. Y luego tuve una idea. Mi primera idea real en cuanto a cómo podía contraatacar ahora que sabía en dónde se encontraba David en ese preciso instante.

Corrí a toda velocidad a mi auto.

Un tiempo después, me estacioné en la casa de doña K. Me bajé y vi a mi alrededor, asegurándome de que David no me hubiera ganado el viaje de alguna forma o me hubiera seguido. Tenía que apresurarme. Quién sabía cuánto tiempo más duraría su turno.

Llamé a la puerta, y doña K. abrió.

—¡Hola, Zander! — dijo animadamente.

—¡Hola, doña K.! ¿Puedo pasar?

Cinco minutos después, estaba registrando la habitación de David. Me tenía que apresurar. Tenía que encontrar algo útil, y pronto. Le dije a doña K. que, hace años, le había prestado un videojuego a David, y solo hasta ahora lo había recordado y quería recogerlo. Ella me había dejado entrar al cuarto felizmente para que lo encontrara.

Había encendido su laptop anticuada, pero estaba tomando demasiado para iniciar. ¿Por qué diablos no había comprado una laptop nueva con todo el dinero que se había robado?

Le di una ojeada a cada papel que vi, esperando encontrar algo. Planes escritos. Una lista de verificación. Un recibo. Cualquier cosa. Cada papel que encontré era normal, por lo que podía ver. Su habitación era un desastre, lo cual jugó a mi favor. Quizá se le había caído algo incriminatorio sin saberlo.

Me metí a los bolsillos cada memoria USB que pude hallar conforme escudriñaba. Tenía cuatro tiradas por ahí. Podían contener evidencia en su contra.

La laptop finalmente se había iniciado, y traté de acceder instantáneamente. No tuve suerte: estaba protegida con contraseña. Debí de haberlo sabido, considerando cuán apto para la tecnología había demostrado ser al hackear mis cuentas. De hecho, toda la información incriminatoria probablemente estaba en la laptop. Ni siquiera se habría molestado en imprimirla.

Eso me dio una idea. Agarré la laptop y la cerré. Había una caja de herramientas debajo de la mesa y saqué un destornillador de ella. Utilizando el destornillador, me puse a trabajar para desmantelar la laptop.

Cuando había terminado, sostuve el disco duro en mi mano.

—Te voy a arruinar, David King —susurré.

A medida que reensamblaba la laptop, algo por debajo de la cama captó mi mirada. La caja era demasiado pequeña como para dejar que los papeles se recostaran horizontalmente, así que sobresalían de la caja. Las páginas estaban viejas y desgastadas. Claramente habían sido manipuladas con frecuencia. Levanté la caja y noté que parecía un informe de investigación. La página frontal tenía un título en el centro y un autor hasta abajo.

«Evaluación psicológica para: David Edward King». El pie de la página tenía el nombre de la institución y del psicólogo que había hecho el estudio, al igual que el año. Saqué el cálculo y la evaluación debió haber sido hecha cuando él tenía dieciséis años.

La. Lotería.

Me la metí por debajo de mi camisa lo mejor que pude para camuflar su forma cuadrada. La laptop había quedado devuelta en su lugar, como si nunca hubiera sido movida. Al final, David descubriría que algo estaba mal. Di un último vistazo alrededor y me pregunté si había algo más que pudiera hacer.

Sin alguna idea decente, abandoné la casa de David.

Doña K. me dio un brownie a la salida.

En el camino de regreso a Walmart, traté de pensar en un plan. No podía llevar esto a la policía porque era evidencia obtenida ilegalmente y no sería admitida en una corte. Tenía que obtener la evidencia por mi propia cuenta y, de alguna forma, entregarla en las manos de la ley adecuadamente.

Cuando me estacioné en el Walmart, aún no era muy tarde. Entré, cargando las memorias USB, el disco duro y la evaluación psicológica conmigo.

Utilicé las computadoras de muestra para revisar el contenido de las memorias. La primera tenía informes de la escuela secundaria; nada útil. La segunda y la tercera memoria funcionaban como discos duros individuales y podían arrancar Linux. No espero que todos entiendan lo que eso significa, pero no es importante.

Fue en la cuarta memoria en la que tuve mi primer descubrimiento de evidencia. Contenía un único archivo de texto que había sido editado el día anterior. Conforme lo leía, me di cuenta de que era una conversación. Con mi entendimiento actual, la memoria USB era la manera en la que David y su cómplice del secuestro se habían estado comunicando. David escribía un mensaje y escondía la memoria en un lugar predeterminado. Luego, el secuestrador la iba a recoger y leía el mensaje. El proceso se revertía cuando el secuestrador tenía un mensaje que comunicar.

Muchos de ustedes probablemente se preguntarán por qué simplemente no utilizaban correos electrónicos encriptados, los cuales son mucho más sencillos y seguros. Pero si hubiesen usado cualquier tipo de comunicación en línea, algún proveedor de servicio de internet o de red de celular habría obtenido un rastro de los mensajes siendo intercambiados, incluso si la información estaba encriptada. La información encriptada nunca es cien por ciento segura. Si dedicas suficiente poder de procesamiento, puedes crackear cualquier encriptación. En los casos más extremos, puede llegar a tomarte miles de años, pero aun así podría ser crackqueada. Con nuestros avances continuos en poder informático, eso podría cambiar en cualquier momento.

David y su compañero habían reducido su riesgo de ser capturados al limitar quién tenía acceso a la información. Ciertamente, existía el riesgo de que alguien encontrara la memoria, pero eso podría ser reducido al escoger un escondite decente. Si planeas pasar mensajes de esta manera, no la dejes tirada en tu habitación. Especialmente, no la dejes sin encriptar. Aún no sé por qué no estaba encriptada.

El archivo tenía una línea de texto y añadía otra línea en donde se escribía la respuesta. Ya no tengo la USB o una copia de la conversación, así que tendré que parafrasearlo tan fielmente como lo pueda recordar:

—¿Recibido?

—Sí.

—Segunda mitad cuando todo esto termine.

—¿Cuánto tiempo?

—Depende de él.

—¿Todo bien?

—Todo bien. Ninguna sospecha. Fue silencioso.

—¿Está herida?

—Se resistió. Un par de moretes.

Después había unas rayas, marcando el comienzo de una nueva conversación:

—¿Alguna información nueva?

—Lo denunció. Cambia de ubicación cada dos días como discutimos antes. ¿Tienes todo lo que necesitas?

—Tenemos suficiente en el camión para seguirnos moviendo.

Me estremecí cuando cerré el archivo de texto. Esa era evidencia irrecusable. Busqué en Google el tipo de cable que necesitaría para conectar el disco duro de su laptop a una computadora, y compré un adaptador-convertidor USB compatible con SATA. Estaba agradecido de que las computadoras de muestra estuvieran en un pasillo fuera de la vista de los empleados del centro técnico. Para las personas que no sabían de tecnología, estoy convencido de que me debí de haber visto como un hacker.

Déjenme darles otra lección sobre tecnología, dado que parezco estar repartiendo tantas. Cuando enciendes tu computadora, te pide una contraseña si has colocado una. Sin esa contraseña, no puedes acceder al disco duro a menos que te valgas de una alternativa hackeada. Sin embargo, en algunos casos, simplemente puedes desconectar el disco duro y conectarlo en otra computadora. La nueva computadora lo tratará como un disco duro externo regular, y presto, obtienes acceso.

Desafortunadamente, David había encriptado la totalidad del disco duro, así que era inútil para mí hasta que tuviera algo de tiempo libre, ya sea para adivinar la contraseña o para encontrar a alguien que pudiera crackearlo.

Yéndome a la sección de suministros de verano, tomé asiento y saqué la evaluación psicológica, viendo a la página de la portada una vez más. «Evaluación psicológica para: David Edward King». Espero que se den cuenta de que he removido la institución, el autor y la fecha en son de la privacidad.

Pasé una hora echándole un vistazo al contenido, usando el índice para navegarlo. Constantemente, tuve que buscar palabras técnicas en mi teléfono, pero estaba empezando a comprender qué era lo que sucedía en la pequeña mente enferma de David.

No les daré una síntesis completa de toda su vida, pero el reporte contenía entrevistas transcritas con sus padres acerca de incidentes, las observaciones de un psicólogo mientras estaban reteniendo a David, y una lista general de eventos que habían ocurrido en la vida de David que quizá pudieron haberlo traumatizado.

Estos son algunos que recuerdo:

—David solía incendiar animales a menudo y los picaba con diversos objetos. Cuando una serpiente se lanzó contra él en su patio y lo mordió, su madre salió y encontró a David azotando el cadáver flácido contra un árbol, con las entrañas rociándose por todos lados. Su única explicación fue: «Trató de herirme».

—Lo descubrieron diseñando trampas para conejos y otros animales, que habían sido escondidas y estructuradas expertamente. Declaró que nunca había visto ninguna guía para crearlas. Luego, su madre encontró cuadernos completos que contenían diseños de trampas. Las trampas estaban destinadas tanto para animales como para humanos.

—Su padre murió cuando tenía doce años, lo cual lo afectó grandemente. Se tornó callado y reservado por años. Sin embargo, para su primer día en décimo grado, cambió de la noche a la mañana y se hizo carismático, enérgico e ingenioso.

—Algunos años antes, uno de sus profesores lo había entrevistado después de un incidente. Ella notó que tres chicos habían comenzado a molestar a David, pero él aguantaba silenciosamente todo lo que le hacían. Un día, ella llegó al salón y los tres niños estaban sentados tan rectos como un fusil y miraban directamente hacia el frente. No se atrevían a ver a David, y David estaba sonriendo con superioridad, pero tratando de esconderlo.

Finalmente, déjenme resumirles lo que el psicólogo escribió acerca de David:

«David parece tener una necesidad constante de dañar a otros seres vivos y causar sufrimiento. Una vez, en mi oficina, lo encontré pisoteando el suelo. Le pregunté qué era lo que estaba haciendo, y admitió que estaba tratando de aplastar a cualquier cosa microscópica que pudiera estar en el suelo. Realmente temo que no será capaz de permanecer en la sociedad sin medicación seria y terapia».

Yo no tenía la menor idea de que David padeciera de estos problemas o experiencias. Él y yo nos habíamos conocido cuando ambos teníamos diecisiete años. Había sido exactamente como el reporte lo había descrito: carismático, energético e ingenioso. Me sentí ciego por no haber visto ninguna alerta roja, pero sabía que lo había ocultado bien intencionalmente.

El psicólogo creó una nueva entrada un mes más tarde:

«David parece haber realizado un giro de 180 grados en su humor, acciones y actitudes. Ha sido respetuoso y amable cada vez que ha venido, y es bastante capaz de ser completamente funcional».

Esa oración me pareció extraña. Meses de declaraciones acerca de la inestabilidad de David, ¿y súbitamente aparece esto?

Busqué en Google el nombre del terapeuta. Había muerto en un accidente vehicular el mismo año de la fecha de la publicación de esa evaluación. Hijo de perra. Leí de nuevo la última entrada de todas. Reconocí las palabras por lo que eran: una recomendación coaccionada para reingresarlo a la sociedad. Podía sentir el pánico del psicólogo por medio del papel.

Con razón David estaba tan preparado. Con razón siempre estaba un paso adelante de mí. Con razón su expresión facial me había desencadenado un miedo tan absoluto esa noche que nos persiguió a Clark y a mí. Estaba demente. Diseñaba trampas. Conocía qué era lo que estimulaba a las personas y los animales. Disfrutaba infringir dolor en ellos, y no solo eso, sino también observarlos sufrir.

David estaba absolutamente desquiciado. Desquiciado… pero funcional. Eso era lo que lo hacía peligroso.

Me agaché en mi asiento y saqué un documento de texto en mi teléfono con el cual tomar notas. Después de eso, empecé a googlear. Ya sabes a lo que me refiero. Enfrentas un problema, así que empiezas a buscar por internet cualquier cosa que pueda ayudarte a resolver tu problema. El internet fue una herramienta maravillosa para mí en esta fase. Sin él, habría muerto hace meses.

Me sacaron de Walmart por andar vagando, pero continué mi investigación en mi auto. Encendí mi auto de vez en cuando para conducir por el área y cargar mi teléfono.

Esa noche, aprendí mucho acerca del hackeo, teléfonos, Android, procedimientos policíacos, procedimientos legales y todo tipo de temas que se relacionaban con mi situación. Tomé anotaciones meticulosas y señalé áreas para la investigación y el aprendizaje futuros.

Durante mi investigación, encontré una lista de aplicaciones que podían ser utilizadas para hackear el teléfono de alguien más. Revisé mis aplicaciones instaladas, ¿y pueden descubrir lo que encontré enterrado en mi teléfono? Una de esas aplicaciones.

El puto de David King había estado escuchándome a escondidas y rastreándome a través de mi teléfono. Sin embargo, en vez de eliminar la aplicación, la guardé. Me sería útil en el futuro.

También investigué la compañía para la que David parecía trabajar. Era una compañía mayor que atendía a muchos estados del país, brindando «transporte de bienes valiosos tanto a corta como larga distancia». Esa era información útil. Si su trabajo era del manejo de bienes valiosos, entonces esa podría ser una forma fácil de hacer que lo despidieran o incluso de lograr una condena si algunos de esos objetos desaparecían de su camión.

A toda hora de la noche, Hernández me estuvo llamando. La mamá de Katie hizo lo mismo. Los ignoré ambos.

Cuando el sol se levantó, no me sentía cansado: me sentía empoderado. Finalmente, sabía más sobre mi situación y sabía suficiente como para ser útil. Sabía cómo llevarle ese disco duro a la policía de forma legal, y necesitaría la ayuda de Clark y Hernández.

Pero nunca tuve la oportunidad de efectuar ese plan. La realidad me alcanzó. David se movía demasiado rápido.

Estaba conduciendo hacia mi departamento para ver si al menos podía lavarme los dientes y tomar una ducha antes de ir a trabajar, cuando mi teléfono timbró. Era Hernández. Le respondí a regañadientes, preparado para ser reprendido por haberlo ignorado toda la noche.

—Zander, ¿en dónde estás? —me preguntó.

—Conduciendo hacia mi departamento.

—Necesito que bajes a la estación de policía. De inmediato.

—¿Por qué? ¿Qué sucede?

—Es… malo —dijo con servilismo aparente.

Confundido, colgué y giré hacia la derecha, dirigiéndome a la estación de policía.

Entré al vestíbulo de la estación y encontré a Hernández esperándome.

—¿El cuerpo de Isaac indicó algo? —le pregunté, estudiando su expresión de preocupación.

—Aún lo están analizando —Luego, tomó un respiro hondo—. Ha surgido un… nuevo descubrimiento.

Lo vi con una mirada inquisitiva, y sentí metal helado haciendo clic alrededor de mi muñeca derecha. Reaccioné, pero los dos policías que me habían flanqueado me juntaron los brazos a la fuerza. El mental hizo clic alrededor de mi otra muñeca, esposándome.

—¡PERO QUÉ DIABLOS! —vociferé. Cada uno de los oficiales sostuvo uno de mis brazos.

—Zander, sé que estás triste por todo lo que ha estado sucediendo —habló Hernández silenciosamente—. Pero fuiste demasiado lejos con lo que hiciste.

—¡¿De qué verga estás hablando?!

Hernández sostuvo una bolsa que contenía un teléfono. Utilizó la pantalla táctil a través de la bolsa y navegó al correo de voz del teléfono.

El correo de voz parecía agitado y sonada como si quienquiera que tuviera el teléfono estuviera corriendo. El viento chocaba contra el micrófono, haciendo que fuera difícil escuchar en ciertas partes. Pero la voz era inconfundible. Era la mía.

«Jódete, cretino. ¡Arruinarse mi crédito, robaste mi dinero, hackeaste mis cuentas y me robaste mis cosas! ¡Te voy a matar! ¿Crees que necesito motivación para herirte? Te voy a matar, hijo de perra. ¡Arderás en el Infierno! ¡Arderás!».

Las sacudidas de mi corazón se detuvieron por completo. Sí, había dicho esas cosas. Literalmente había dicho esas cosas. La noche en la que David me persiguió y me azotó contra la mesa, había dicho cada palabra. Ese bastardo me había estado grabando todo el tiempo, y ahora lo había editado para que pareciera un correo de voz amenazador.

—La casa de David King se incendió anoche —reveló Hernández lentamente, observándome. Analizándome—. David King y su madre aún estaban adentro. Los bomberos encontraron a David, vivo, y fueron capaces de sacarlo, pero su madre ya estaba muerta. El correo de voz fue enviado a su teléfono desde el tuyo alrededor del tiempo en el que los bomberos estimaron que el incendio había comenzado.

Me quedé sin aliento. Mis ojos lagrimearon. El mundo me estranguló. No podía hablar. No me podía justificar. No podía explicarlo.

—Zander Jones, estás bajo arresto.

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La traducción al español (y edición ligera) pertenece a esta página. Fue escrito en inglés por harrison_prince:
https://reddit.com/r/harrisonprince/

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