Una lección de depilación que aprendí por las malas

Mis problemas comenzaron cuando me di cuenta de que me había quedado sin hojas de afeitar y sin cera para depilar, y mi entrepierna se veía como la selva tropical amazónica antes de la mecanización de la industria maderera. Mi cita llegaría en media hora, así que recurrí a algo poco convencional. Algo que no fue la mejor idea, como sé ahora.

No estoy avergonzada de decir que disfruto el sexo. Siempre me ha fastidiado la creencia popularizada de que una mujer debe reprimir su impulso sexual porque la sociedad lo encuentra «inapropiado». Me respeto a mí misma y respeto a los hombres con quienes tengo relaciones. Lo único que pido es recibir el mismo respeto en consecuencia. Solo son dos personas haciéndose felices.

Ahora, he sabido esto desde que tengo quince años. Dos décadas de experiencias positivas solo han reforzado mis sentimientos al respecto. Aun así, hay una cuantas responsabilidades personales que siento que tengo, como estar al día con las tendencias de afeitado. En lo personal, no soy una gran fanática del concepto detrás del afeitado. Si piensas en ello, es de hecho un tanto inquietante, pero de todas formas admito que disfruto de la sensación de no tener vello. Supongo que es un trueque.

Prefiero afeitarme, aunque también me he depilado bastante. Pero debo tener cuidado, porque soy alérgica a varias cremas depilatorias en el mercado. No sé qué químico o fragancia en particular es la que me causa la irritación, pero el sarpullido con picor que produce mantiene fuera de servicio al piso de abajo por más de una semana.

Hace unos días, encontré algo en mi apartamento que pensé que podría funcionar como cera, así que lo intenté. Dolió como mil demonios y fue un tedio al momento de lavarme, pero hizo el trabajo. Mi cita llegó cuando dijo que lo haría. Tuvimos química durante la cena y terminamos devuelta en mi apartamento, en donde nos las arreglamos para pasarla bien, a pesar de haber quedado tan llenos por la comida que parecíamos un par de ballenas varadas chocando entre sí. Dado que ambos nos teníamos que levantar temprano la mañana siguiente, nos despedimos y él se fue a casa.

La comezón me despertó antes del amanecer. Empezó en mis axilas, pero se movió a mi entrepierna y mi trasero. Me levanté de la cama para ir al baño. El espejo confirmó mi suposición: la maldita reacción alérgica de nuevo. Se estaban formando ronchas en áreas extremadamente sensibles, y parecía que ya estaban creciendo muchos vellos encarnados. Me preparé y empapé las áreas afectadas con alcohol etílico, esperando que ninguno de los vellos encarnados se infectara. Me duché y volví a la cama. La comezón persistía.

Cuando me desperté para arreglarme, la hinchazón se veía muy desagradable, y los vellos encarnados, a pesar de mis mejores esfuerzos, habían empezado a crear granos con pus. Me levanté y me fui a trabajar. Pasé en mi cubículo sintiéndome totalmente miserable. La comezón era mucho peor que cualquier reacción que había tenido antes. Cuando me levanté para ir al baño, revisé el daño.

Casi vomito. Un triángulo de granos amontonados densamente cubrían la totalidad del área que había depilado. Y lo que era peor —y esto será asqueroso, pero en realidad no hay otra manera de plantearlo—: habían estado reventándose todo el tiempo que estuve sentada en mi escritorio. Mi ropa interior estaba empapada.

Después de limpiarme lo mejor que pude, hablé con mi jefa y le dije que tenía que irme temprano. Me dijo que no había problema y me fui a la clínica ambulatoria.

Tuve suerte y fui atendida de inmediato. El doctor alzó ambas cejas hasta el techo cuando vio la reacción que estaba teniendo, pero me reconfortó pronto con que veía todo el tiempo a personas que tenían irritaciones de la piel por depilación. Me dio un tipo de pomada para que la frotara dos veces al día, y dijo que si no mejoraba en una semana, me daría algo más fuerte.

Cancelé la cita que tenía con el joven dulce de la otra noche. Me sentía muy mal, pero él fue comprensivo. Me dijo que tenía que ir a un viaje de negocios al día siguiente, y que se iría por una semana. Le dije que esperaría su regreso —asumiendo que me habría curado para entonces—.

Spoiler: no fue así.

Apliqué la pomada diligentemente por unos días y la mayoría de los granos dejaron de aparecer. La hinchazón, sin embargo, persistió. Lo mismo con la comezón. Mis axilas no se encontraban particularmente mal, pero mi periné y el área circundante era una zona de desastre. Estaba increíblemente hinchada y me dolía caminar y usar el baño.

La otra noche, seis días después de que había visto al doctor, la picazón se convirtió en dolor a secas. No era inaguantable, pero si lo hubiese sido, hubiera ido a urgencias mucho antes. La clínica empezaba a ver pacientes a las seis de la mañana y estaba planeando en ser la primer persona ahí cuando las puertas abrieran.

A medida que la noche se prolongaba, sentí una presión que se intensificó a un ritmo constante. Me rasqué sobre la ropa y sentí pequeños estallidos bajos mis uñas. Cuando retiré mi mano, mis dedos estaban húmedos. Me atraganté. Devuelta a la ducha.

Porque ustedes me caen bien, no voy a ser tan descriptiva como puedo ser. Sin embargo, les puedo asegurar que esto será extraordinariamente desagradable.

Antes de que saltara a la ducha, usé el teléfono para tomar una foto rápida del área afectada. No, no la compartiré con ustedes. Pero por Dios, deseo no haberla visto. Los granos con pus más pequeños se habían agrupado para formar granos de mayor tamaño. Sobresalían desde mi piel por más de un centímetro, y supe de inmediato que eso era la causa de la presión que había estado sintiendo.

Borré la fotografía, me metí a la ducha y estrujé el grano más grande que pude encontrar. Su contenido se salpicó en el suelo de la bañera como un escupitajo. Observé cómo el agua limpiaba las partes viscosas. Me incliné para ver lo que quedaba, grité a todo pulmón, me puse mi ropa y conduje hasta el hospital.

No se preocupen, estaré bien. Pude hablar con varios especialistas; varios doctores inteligentes cuya curiosidad era obvia. Me mantuvieron ahí por un par de horas y me limpiaron las axilas y la entrepierna meticulosamente. Luego fui dada de alta con un lote de medicaciones y con la tarea de compartir un consejo que aprendí por las malas. ¡Y aquí está!

Asegúrate siempre de que la piel desde la que removerás el vello esté limpia. Ten en cuenta el filo de tu hoja de afeitar, y, al depilarte, haz tu mejor esfuerzo para evadir cualquier químico al que puedas ser sensible. Aléjate de los productos de depilación que no han sido evaluados por la FDA. Esto incluye —pero no se limita a— cremas, láseres y ceras.

Además, productos de depilación hechos en casa no son aconsejados. Ese fue mi error. Bueno, uno de dos. Nunca deberías usar papel matamoscas para remover vello, especialmente si no has tomado el papel matamoscas de la caja. Eso es porque no importa cuán limpio se vea o con cuánto esmero hayas quitado las moscas de sus confines pegajosos, pueden quedar algunas partes. En mi caso, esas partes eran huevos.

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La traducción al español pertenece a esta página. Fue escrito en inglés por Max Lobdell:
http://unsettlingstories.com/

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