Amo ser profesora de segundo grado. Los niños en mi clase son tan lindos e inocentes. Están en la edad perfecta. Solía enseñar en sexto grado, pero me di cuenta pronto de que fue un error. En el sexto grado es cuando los grupitos se forman, cuando los bravucones florecen y los niños aprenden a cómo ser horribles entre sí. Para esa edad, han sido corrompidos por los videos repelentes del internet y por sus pares explicándoles el sexo toscamente. No tienen ningún respeto por la autoridad y ningún deseo de aprender.
No. En el segundo grado, los niños son mucho mejores. Sus padres aún hacen un intento por escudarlos de la crueldad del mundo. Me miran con ojos plenamente abiertos, ansiosos por aprender, absorbiendo todo aquello que les enseño.
Los días festivos son mis favoritos. Este año, horneé galletas deliciosas y llegué temprano para darle una a cada alumno. Me sentía muy emocionada por ver sus reacciones.
No dejé de sonreír toda la mañana, y en especial cuando vi a los niños llegar vestidos con colores diversos. Alegremente, abrieron sus recipientes de papel construcción para ver lo que había dentro, regresándome un adorable «¡gracias, Señora Collins!» una vez que descubrieron las galletas que les había preparado. Las mordieron, uno a uno, y mi sonrisa se amplió al verlos caer al suelo ahogándose, vomitando y tornándose azules. Después de todo, están en una edad tan linda. Sería una pena dejarlos crecer.
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2 comentarios
daaaaaaamn
Interesante pudo ser mejor.