La cajera desliza mis productos por el escáner, mientras que yo observo el suelo. Se me hace más fácil lidiar con mi ansiedad si evado el contacto visual con otras personas. Es por eso que solo voy de compras por la noche: menos personas a las cuales evitar.
—¿Encontraste todo lo que necesitabas? —me pregunta casualmente.
—Ajá —le balbuceo al piso. Su voz sonó linda. Agradable. La curiosidad me gana y levanto la vista.
La cabeza de la cajera se ha desplomado completamente hacia su lado izquierdo, con sangre manando desde su oreja y ojo opuestos. Probablemente un accidente vial. Desvío mi mirada hacia abajo y siento el vómito al reverso de mi garganta.
Después de hacer el pago, ella me da el cambio con una mano tan aplastada que me sorprende que pueda sostener algo en lo absoluto.
Agradeciéndole, tomo mis bolsas y me giro hacia la salida. Inmediatamente, veo a un hombre ojeando revistas en frente de la tienda. La piel de su rostro y de sus manos tienen la consistencia de un perro caliente que cayó en una fogata. Víctima de quemaduras.
Me doy la vuelta y veo un grupo de cuatro personas. Hay una mujer con moretones púrpuras alrededor de su cuello; sus ojos están desorbitados e inyectados de sangre. Muerte por ahorcamiento.
Me apresuro a mi auto lo más rápido que puedo. Una vez ahí, recupero el aliento mientras apoyo mi frente en el volante. Eventualmente, miro hacia arriba y veo un reflejo familiar en el espejo retrovisor: mi cabeza reventada por detrás. Víctima de disparo.
¿Por qué deseé el poder para ver cómo mueren las personas?
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