El lunes ingenié el plan perfecto. Nadie ni siquiera sabía que éramos amigos.
El martes él se robó el arma de su papá.
El miércoles decidimos que haríamos nuestra jugada en la asamblea del día siguiente.
El jueves, mientras todo el colegio estaba en el gimnasio, esperamos justo afuera de las puertas. Se planificó que yo usaría el arma en contra de quien entrara de primero. Luego él tomaría el arma e iría al gimnasio abriendo fuego.
Me acerqué a don Quinn, el orientador, y le disparé en la cara tres veces. Cayó en la entrada del gimnasio, muerto. Los disparos fueron ensordecedores. Escuchamos gritos en el interior.
Nadie nos podía ver todavía. Le entregué el arma y murmuré «tu turno». Él corrió al gimnasio y empezó a disparar.
Lo seguí un momento después.
Aún no había herido a nadie. Los alumnos se estaban esparciendo y se ocultaban. Era un caos.
Corrí detrás de él y lo embestí. Forcejeamos. Le saqué el arma de sus manos, la apunté hacia él, y lo maté. Cerré su boca por siempre.
El viernes fui nombrado un héroe.
Era, ciertamente, el plan perfecto.
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Cool