—¡Cállate y ponlo en la bolsa! ¡Ahora!
Desde el vestíbulo, podía escuchar a Shaun dándole órdenes a la pobre chica de la recepción, mientras que ella trataba de aferrarse a un rastro de compostura. Me siento mal, pero tiene que hacerse.
Observo a las personas aterrorizadas en el vestíbulo y mantengo mi escopeta apuntada hacia ellas. He hecho esto docenas de veces, y cada vez me retuerzo de culpa. Los sollozos ahogados siempre me matan. Pero es mejor a tener que hacer el trabajo de Shaun. Prefiero mucho más someter a la multitud que el robo como tal.
Me despliego hacia el pasillo y lo llamo:
—¡Shaun! ¡Ya casi es hora!
—¡No me apresures! —me ruge. En verdad espero que se pueda controlar ahí dentro. Si no lo hace, la policía será el menor de nuestros problemas.
Cuando me doy la vuelta, casi me noquean desde la cabeza. Uno de los rehenes decidió hacerse el valiente. Salto hacia atrás, evadiendo el puñetazo irreflexivo, y luego estampo el reverso de mi escopeta justo en su nariz. Se desploma, y el resto de nuestros rehenes comienzan a gritar. Apenas puedo escucharlos. El ataque me tensó, y trato de recuperarme. Tomo algunos alientos largos y discretos, y siento que estoy recuperando el juicio. Estuvo cerca. Si no hubiera acabado con ese tipo tan pronto como lo hice, la noche hubiera salido mal. Le grito a la multitud enloquecida que se callen y agito mi arma por encima de sus cabezas. Guardan silencio.
Pasan unos momentos más, y veo a Shaun corriendo pasillo abajo; su funda de almohada se desborda con el botín. No pierdo nada de tiempo para salir disparando por la puerta y hacia la noche, con Shaun siguiéndome el paso.
Corremos unas cuantas cuadras y giramos en el callejón donde nos espera nuestra camioneta. Abro las puertas traseras de par en par mientras Shaun salta hacia el asiento del conductor y enciende el motor. Minutos después, nos estamos dirigiendo hacia la ciudad.
—¿Cómo nos fue? —inquiero, quitándome mi máscara de esquí.
—Nada mal —dice Shaun—. Deberíamos estar cubiertos por más o menos un mes.
Me acerco hacia la funda de almohada y saco la gloriosa bolsa rojo oscuro. La desgarro y vierto su contenido en mi boca. Me atraganto ligeramente a medida que el sabor cobrizo reviste mi lengua.
—Odio la O negativo —me quejo—. Por favor, dime que hay algo de B positivo aquí.
—Traje lo que pude traer —me contesta Shaun—. Pero bebe algo de esa O negativo por mí.
Me estremezco ligeramente y tomo unos cuantos tragos sostenidos más. Puedo sentir la tensión, la furia y el hambre incontenible derretirse en tanto bebo. A veces me pregunto si vale la pena el esfuerzo de robar esto cuando simplemente podríamos ir y drenar a unos cuantos vagabundos a la mitad de la noche. Pero no me atrevo a hacerlo. Así que me quedaré con asaltar bancos de sangre. Un hombre debe tener un poco de base moral.
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1 comentario
Wow!
Siempre de alguna forma estas historias me sorprenden:3