Todo el mundo decía que aquella casa estaba encantada, que se oían llantos durante las noches si pasabas cerca de ella y que se había visto una figura fantasmal. Corrían los más extraños rumores sobre ella, había quien decía que sus dueños se habían suicidado, otros decían que habían sido víctimas de un asesino en serie y algunos que fue un accidente doméstico lo que acabó con ellos. Fuera como fuese, nadie aguantó mucho tiempo viviendo en ella y finalmente quedó abandonada. Pero, a diferencia de la mayoría de casas deshabitadas, no se convirtió en un refugio de méndigos ni drogadictos. Tenía algo, cierta presencia malsana, que repelía a las personas cuerdas y enajenaba sobremanera a la gente inestable. No tenía el aspecto que solemos atribuir a las casas encantadas, no era un caserón victoriano con tres plantas, ático y jardín. Era una edificación de los años 80 y cuando fue construida recibió algunos premios de arquitectura. Primaban en ella las líneas rectas y las ventanas redondas; ahora se la vería algo desfasada, pero seguía teniendo cierto encanto chic. Por supuesto, estaba muy echada a perder, no tenía ningún cristal entero y las paredes habían visto tiempos mejores. En general se podría decir que no era una ruina, pero avanzaba hacia ese estado a pasos agigantados.
Y ante esa casa estábamos mis amigos y yo, teníamos entre trece y catorce años siendo yo el mayor. Nos sentíamos temerosos y excitados a partes iguales. Habíamos discutido mucho sobre si entrar o no, todos teníamos miedo pero no lo habríamos admitido jamás y ya sabéis como son estas cosas, nadie quiere quedarse atrás y ser el gallina. Finalmente nos decidimos y, provistos de linternas, entramos en ese lugar polvoriento con la idea de colocar una grabadora para obtener psicofonías.
Nos deslizamos lentamente y con precaución por la entrada principal. Ningún fantasma nos recibió con ruidos extraños ni ráfagas de viento gélido, pero comenzamos a sentir una sensación de desasosiego que nos urgía a salir de allí rápidamente. Naturalmente la ignoramos y penetramos más en la vivienda, atravesando el recibidor y recorriendo un largo pasillo; olía a cerrado y a rancio y no quedaba ni rastro de muebles o decoración. A medida que avanzábamos la sensación de malestar iba en aumento, como si una parte de nuestra mente, esa a la que nunca escuchas, nos dijese que no debíamos estar allí. Finalmente alcanzamos la cocina y la salida al patio trasero, en el que se apilaban bolsas de trastos inservibles que nadie había querido saquear. Uno de mis amigos comentó que la casa no era para tanto, que no asustaba nada y que seguro que era mentira lo de los fantasmas, pero había demasiado miedo en su voz como para tomarlo en serio.
Decidimos subir las escaleras e inspeccionar la planta superior, así que volvimos sobre nuestros pasos ya que éstas se encontraban en el recibidor. Cuando llegamos a él, Julia, la más pequeña del grupo, rompió a llorar en silencio. Grandes lágrimas caían de sus ojos y no podíamos hacer nada por calmarla, solamente lloraba sin emitir ni un sonido. Todo aquello se estaba volviendo cada vez más escalofriante y comenzamos a plantearnos el salir de allí y dejar la aventura. Y, entonces, como si fuese el empujón que necesitábamos para salir huyendo, comenzamos a oír un llanto en el piso superior. Era un llanto quedo, lleno de sollozos, que transmitía la desesperación y el dolor de aquel que lo ha perdido todo y no tiene esperanza de recuperarlo. Esto fue demasiado para mis amigos, que salieron corriendo por la puerta como exhalaciones. Yo, sin embargo, me quedé paralizado, atrapado dentro de ese llanto que me llegaba hasta el fondo del corazón y que me impelía a seguirlo como el canto de una sirena.
Subí lentamente las escaleras y seguí el sonido hasta una habitación en la que había una niña que lloraba acurrucada en un rincón, de cara a la pared y con el rostro entre sus manos. Tendría unos diez u once años y llevaba un pijama de Bugs Bunny, su pelo era largo, rizado y oscuro.
—No lo encuentro —dijo entre sollozos—. Lo he perdido.
Aún no sé por qué no salí corriendo como habían hecho mis amigos, mucho más sensatos que yo. Me quedé plantado ante ella mientras lloraba y decía eso. Tampoco sé que me llevó a preguntarle:
—¿Qué es lo que no encuentras? —le dije temblando, con un hilo de voz.
—No puedo irme sin ello —contestó como si no me hubiese oído—, lo necesito para marcharme.
—¿Pero qué es? Dime qué has perdido —insistí—. Te podría ayudar…
—Era mío, sólo mío, me gustaba, siempre lo llevaba conmigo.
En ese momento, como un relámpago un pensamiento cruzó mi mente y corrí escaleras abajo. Salí al patio trasero y empecé a revolver entre las bolsas de trastos. Si lo que había perdido la niña estaba en la casa tenía que estar ahí. Descendí corriendo las escaleras, bajé a la planta baja y salí al patio. Allí comencé a rebuscar frenético ente los trastos, sin saber muy bien lo que buscaba. Rompí las bolsas, esparciendo su contenido por el suelo, y me incliné apartando objetos rotos. Finalmente, y tras una larga búsqueda, encontré un muñeco que estaba en perfecto estado. Era un perro de peluche, de esos con las orejas largas. Sabía que si era el único objeto que no estaba dañado era por algo. Lo tomé en mi mano y subí las escaleras rápidamente, me sentía un héroe, eufórico y excitado, había olvidado lo aterrador de la situación.
Llegué ante la niña temblando de la emoción, ella seguía llorando desconsolada en la misma posición y murmurando que no podía marcharse sin ello. Yo tendí el muñeco hacia ella, y le dije:
—Mira, te lo he traído, ya puedes irte, aquí lo tienes.
—¿De verdad? ¿Me lo has traído? —Su voz se iluminó—. ¿Me lo das? Por favor, dámelo.
—Claro que te lo doy —contesté sonriendo—. Quiero que puedas marcharte.
En ese momento la chica se levantó lentamente, se dio la vuelta y, por fin, pude contemplar su rostro. O lo que debería haber sido su rostro, ya que la niña no tenía cara. No había un rostro infantil, como esperaba, ni una calavera observándome desde sus cuencas vacías, como temía. Tan sólo había un amasijo de carne descompuesta que goteaba sangre y pus. No había ojos, ni siquiera cuencas oculares u orificios nasales, sólo esa carne horrible y descompuesta. El horror que sentí me paralizó, me dejó sin aliento, sin fuerzas y sin voluntad de huir.
—Gracias, si me lo das podré irme por fin —dijo mientras extendía sus manos hacia mi rostro—. El hombre gordo me lo robó, pero me alegro de que me des el tuyo.
Sus dedos se clavaron en mi carne y el dolor me hizo reaccionar, pero ya era tarde. Intenté hacer que me soltara mientras gritaba. Aferró el tejido de mi cara y tiró con una fuerza monstruosa arrancando rápidamente todo mi rostro. Mis gritos fueron desgarradores, la sangre corría por mi cuerpo, la notaba tibia bajar por mi pecho. Me desplomé boca abajo sobre el suelo y sentí un beso en mi nuca antes de desvanecerme.
Ahora mi vida es un infierno, me injertaron el rostro de un donante pero no salió demasiado bien, tengo un aspecto horrible y me duele siempre, a veces muy poco pero otras es desgarrador. Además perdí la visión de un ojo y el cincuenta por ciento de la del otro. Sigo vivo, pero lloro mucho y apenas duermo. No me mató pero, a veces en mi desesperación, desearía que lo hubiera hecho.
12 comentarios
uy…. ya no intentaré hacer el bien ._. es como la fabula del zorro, que dice que el bien se paga con mal ._.
No pretendia ser una leccion, que conste. Yo intento ayudar a los damas siempre que puedo, pero en una historia de canguelo hay que fastidiar al prota siempre…
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woao de miedo,a lo que yo entendi es que a la niña la desfiguraron y queria un rostro.
Es una simpatica historia, y, si es uqe es una moraleja, es no ayudar, no lo comparto del todo, pero sin con desconocidos, además de que sirve para contarla en una fogata en un campamento, 4/5
La moraleja no es no ayudar, es dejar a los muertos tranquilos. De todas formas creo que voy a quitar esa ultima frase. No me convencia cuando la puse y cada vez me gusta menos. Las historias de terror no deberian tener moraleja.
Por autor de la entrada
de hecho todas estas historias de este tipo, que antes llamábamos leyendas, o mitos, nacieron para tener moraleja, para alejar gente de ciertas situaciones.. bueno la mayoría. Pero yo si entendí lo que decías, nadie debería andar metido en este tipo de lugares solo por morbosa curiosidad, o diversión xD no sin pagar las consecuencias! xDD
Todo iba regular hasta que se llegó al cortante final, entonces empeoró; pero si comparamos ésta con las historias de casas abandonas que tanto circulan, le gana a muchas.
a mi sinceramente me gusto mucho….
me gusto mucho la verdad le gana a muchas te felicito sigue esi 😉
Tu tampoco publicas desde hace un año, ya no te seguire
Aahh, me encantó<3 He leído bastantes historias de casas abandonadas y esta es la mejor xd (sobretodo que ésta no es la típica casa hortera de 50 pisos de alturo y de madera). (No borres la última frase, es muy expresiva sobre los sentimientos de arrepentimiento del protagonista por haber molestado a la muerta~~)
Me encanto la historia muy buena nada que desir un final inesperadomuchas felicidades u espero tu sigiente creepy