Los apuntes del doctor Graves

Su nombre era Lemuel Graves, En su tiempo fue un respetado científico que daba cátedra en la universidad Ravenstein, donde todos incluyendo el rector le tenían gran admiración.
Como dicen los que lo conocieron bien, su vida era simple y no necesitaba grandes cosas para ser felíz.
Todo era normal en la vida del afamado doctor…Todo fue perfecto hasta aquella helada y extraña noche de invierno hace ya ocho años.
Lemuel volvía con su mujer y su  pequeño hijo de dar una conferencia sobre el que en ese tiempo era el mortífero virus del Ébola que no hacia mucho había azotado al Zaire.
Sin que se dieran cuenta el coche en el que iban, un volvo 164 , comenzó a aumentar lentamente la velocidad.
Lemuel casi no podía ver a través del parabrisas empañado, pero estaba tranquilo pues faltaban pocas cuadras para llegar a su hogar.
Pero de pronto una figura en sombras (probablemente un vagabundo demasiado ebrio para ver las luces del coche) se cruzó en el camino del vehículo.
Y todo pasó en un instante tan pequeño que no fue ni siquiera una partícula en un reloj de arena.
Lemuel lo esquivó a duras penas y comenzó a patinar en el hielo de las calles para acabar estrellándose a gran velocidad con otro coche estacionado.
Así fue como Lemuel Graves murió. O por lo menos murió su humanidad.

ocho años mas tarde el Dr. Graves había abandonado su trabajo casi totalmente. Su modesta pero bella casa estaba descuidada y de vez en cuando los niños locales arrojaban piedras rompiendo sus vidrios.
Ahora   era el del encargado de una morgue, trabajo que no le había costado mucho conseguir.
El mundo entero hablaba del pobre doctor que sufría de graves turbaciones mentales
y alucinaciones.
La perdida de su familia lo había alejado totalmente de su trabajo y hasta del mundo real.
A pesar de todo lo anterior, parecía a simple vista  un hombre inofensivo.
Pero al igual que la mayoría de la gente, Graves escondía un secreto por demás siniestro en su interior, más precisamente en el sótano de su lúgubre casa.
Con el pasar de los años, más el dolor y la culpa que sentía, su mente se torció macabramente.

En el sótano de su hogar había montado una especie de «Laboratorio» donde desarrollaba los experimentos más desagradables que alguien hubiera visto jamás.
Había desarrollado una retorcida fascinación por la historia de Frankenstein hasta convencerse de que era posible reanimar un cadáver mediante la ciencia. Creció en él una admiración fanática y horrible hacia los experimentos de Josef Mengele llegando a considerar al que ahora llamaba «su maestro» como un genio incompredido en su época , crucificado por los medios y destruido en el apogeo de su gloria.
Empezó experimentando con algunos métodos que parecían propios del mismo Frankenstein.
En una ocasión  tomó el cadaver de un perro atropellado al cual le cortó la cabeza e inserto en ella toda clase de agujas estratégicamente colocadas para reanimar la cabeza.
Cada una de estas agujas estaba conectada a un hilo de cobre que a su vez se unía de manera muy rústica a una batería de coche.
Obviamente lo único que consiguió con ese rídiculo experimento que traspasaba el borde de lo absurdo fue un gran corte de luz en varias casas a la redonda.

En lo que el solía llamar su «Tiempo libre» acostumbraba a experimentar con animales pequeños, cercenando un poco de esto y cosiendo un poco de aquello. «Es jugar el juego de Dios» decía en sus muchos diarios y macabros anotadores en los que recopilaba la información de todos sus escabrosos experimentos.
Cada monstruo que fabricaba, cada paso, cada retroceso y cada muerte eran anotadas en sus apuntes con la esperanza de que algún día pudiera descubrir el secreto de la vida.
Las pesadillas lo atormentaban de noche. Los fantasmas de su mujer e hijo aparecían y le susurraban cosas horribles al oído y más ideas para sus experimentos

Ratas aladas, perros decapitados y hasta cerdos con manos humanas en lugar de patas. Todo lo que el había creado y guardaba como un tesoro en sus frascos y peceras rebosantes de formol se despertaba de pronto por el milagro de la vida y a su vez le daban muerte a su desdichado y enfermizo creador.
Las pesadillas se volvían cada vez mas frecuentes y pronto lo arrastraron a la locura. No comía, apenas dormía y su higiene estaba hecha un desastre. A menudo sufría intensos dolores que le provocaban las múltiples caries que tenía en los dientes y las pulgas lo devoraban vivo.
Se alimentaba de los restos que robaba de la basura de sus vecinos y  estos comenzaron a quejarse de algún perro vagabundo que, hambriento, destrozaba las bolsas que ellos dejaban en la calle para el recolector.
Así pasaron varios meses hasta que la gente del lugar comenzó a desaparecer.
El doctor entraba de madrugada a sus casas, los dormía usando químicos y se los llevaba en  coche hasta su casa.
Una vez dentro les administraba tranquilizantes y los convertía en conejillos de india para sus experimentos.
Les cortaba las manos y las reemplazaba por patas de animales.
Les retiraba la piel de la cara o les cosía miembros de animales en la espalda o piernas adicionales en la cadera y cuando el suplicio del pobre desgraciado terminaba sin ningún avance en su «investigación» descargaba su ira a golpes de puño sobre el cuerpo y finalmente se comía parte de este.
sumido en la locura mas insana mientras los fetos, ojos y partes humanas que guardaba en sus frascos lo observaban en silencio.
A pesar de los torpes procedimientos del doctor, la policía no podía encontrar jamás a las personas desaparecidas.
Graves tenía sumo cuidado escogiendo sus víctmas que vivían en las afueras de la ciudad y nunca iba a un mismo barrio dos veces.
Todo continuó hasta aquella noche…
Fue a mediados de Julio, en las calles solo se hallaban las luminarias, brillantes, como gigantes de luz.
Graves repasaba sus fórmulas una y otra vez.
A su lado en una camilla de acero reposaba el cuerpo sin vida de una mujer.
Delgada y rubia de largas piernas y piel color perla.
Casi lo había conseguido esa vez, al menos le pareció ver que la mujer había abierto los ojos.
Estaba persiguiendo un fantasma en la oscuridad. Pero aún así quería intentarlo ya que  no tenía absolutamente nada que perder.
Después de varias horas de mezclar sustancias extrañas en varios tubos de ensayo,
creó lo que al le pareció la fórmula definitiva para la vida.
Con cuidado extrajo algo del fluído con una jeringa y procedió a inyectársela al cuerpo de la mujer.
Diez minutos, veinte, una hora, dos…
No tuvo resultados.
Presa de la ira estuvo a punto de destrozar el cuerpo con sus propias manos, pero algo lo detuvo.
en el más recóndito rincón de su oscura alma, pudo ver que esa mujer era muy parecida  a su difunta esposa.
Apenas pudo contener las lágrimas y se desplomó en el suelo llorando.
Temblando como un niño asustado.
Pero de pronto, una mano casi angelical le rozó la mejilla.
Graves levantó la vista y la vió… era su esposa, inmaculada, sin la palidez de la muerte.
¿Qué clase de alucinación tan cruel era aquella?
No importaba…
La mujer desnuda se cubrió con un polvorienta bata de laboratorio y sonriendo salió por la puerta del sótano que daba al jardín trasero.
Graves estaba en shock, y apenas podía pensar, casi instintivamente siguió a la mujer por el jardín, por las desiertas calles por las que corría una fría ventisca. Tan fría como la de aquella fatídica noche hace ocho años.
Corrió y corrió durante horas por las desiertas calles. La niebla y el viento helado no le permitían ver bien y le llenaban los ojos de lágrimas junto con el amargo y doloroso recuerdo que había visto salir por la puerta de su hogar, tan real… tan perfecto.Las piernas cedieron por el cansancio y Lemuel se arrodillo en la calle. La había perdido de nuevo, a ella por la que tanto había sufrido y por la que tanto mal había hecho…

De pronto, de entre la niebla aparecieron ella nuevamente. Su amada esposa y llevaba un niño de la mano, su hijo. Le sonreían mientras que atrás de ellos se acercaba cada vez más una luz brillante, celestial.»Ven con nosotros» Les escuchó decir, y llorando corrió a abrazarlos. Pero se dió cuenta que a nadie abrazaba solo a la niebla y a su propia muerte. La luz que había visto antes resultó ser un camión un, gran camión que transportaba materiales de construcción. El chofer al ver a un loco en medio de la calle sonriendo con los brazos abiertos, intentó desviar el vehículo, pero fue tarde.El camión patinó en el hielo del pavimento y embistió a toda velocidad el cuerpo de aquel pobre vagabundo loco, que tal vez era solo un vagabundo.Y eso es lo que fué para el mundo. Los medios notificaron al día siguiente de la trágica y accidental muerte de un hombre desconocido, que a juzgar por su aspecto era tan solo un vagabundo perdido, que debido a la niebla no pudo advertir que un gran camión de carga se aproximaba hacia el, para luego aplastar su cráneo bajo sus ruedas. Los restos del cuerpo fueron cremados y las cenizas arrojadas a la basura.La vieja casa del doctor Graves se derrumbó esa misma noche, anegando la entrada al sótano y destruyendo el museo de horrores compuesto de partes,  fetos humanos y animales que le pertenecían al doctor. Los restos de los niños secuestrados también fueron sepultados en el derrumbe y aún hay fotos de ellos por las estaciones de policía.El solar lleno de escombros fue abandonado y debido a los rumores que corrían respecto a su antiguo dueño, ninguna empresa se atrevió a ponerlo en venta. Pero siempre hay algún hombre los suficientemente ambicioso para no hacer caso a las advertencias.Por mi parte, estoy seguro de que si alguien alguna vez logra entrar al sótano de la derrumbada casa del doctor Lemuel Graves. Encontrará entre los horrores que allí permanecen, el fruto de años y años de experimentos sádicos y horribles. Su diario de apuntes en el que corrigiendo algunos pasos, se podría conseguir al fin… El secreto para la vida.

 

Creación Propia

Kuraca

Please wait...

¿Quieres dejar un comentario?

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.