—¿Qué darías a cambio de saber que tu hija será devuelta a casa sana y salva este mismo día? —pregunté mientras ajustaba mi corbata.
Ella observó las tres fotografías que yo había colocado sobre su mesa. Una de su hija, Suzy, subiéndose al bus. Una de Suzy en el parque. Una de Suzy hablando con un hombre en una camioneta.
—Lo que sea —suspiró; lágrimas surcaban su rostro—. Daría lo que sea.
—Escucho eso bastante. Afortunadamente, para ti, solo quiero una cosa —Abrí mi maletín para revelar un cuchillo de carnicero—. Tu mano derecha.
La miré fijamente, tratando de leerla. El momento de la verdad.
Me devolvió la mirada por varios segundos a medida que el entendimiento amanecía en su mente. Temblando, desenfundó su brazo derecho.
—Admirable. En verdad. Pero para saber que REALMENTE estás dispuesta, tienes que hacerlo tú misma.
Esperé.
Con lentitud, se acercó y agarró el cuchillo. Tomó algunos respiros hondos y levantó la hoja.
Gritó y sollozó, pero lo hizo. Varios tajos después, y la mano había sido cercenada.
—Maravilloso. —Sonreí, mientras que ella colapsó, sangrando y aferrándose a su brazo. Tomé la mano, el cuchillo y las fotografías, guardándolas en el maletín.
—Es conmovedor saber lo mucho que la amas —mencioné, y lo dije en serio. Me levanté para irme.
—¡Espera! —jadeó—. ¡¿Qué hay de mi Suzy?!
—Estarás feliz de saber que tu hija llegará a casa en su bus habitual, a las tres y media de la tarde. Yo mismo la vi subirse a él —Ella me miró con sus ojos dilatados—. ¿No creíste que me la llevé, o sí? Nunca le haría daño a un niño. No soy un monstruo.
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3 comentarios
me encantó, mierda.
Claro,no hay nada mejor que jugar con la desesperación y amor de un padre a sus hijos solo por diversión… Felicidades
Jejeje