—Me estás jodiendo —declaró Ron, forzando una sonrisa a través de sus dientes apretados.
El genealogista se encogió de hombros, entrelazando sus dedos sobre el escritorio, sin atreverse a cruzar su mirada con la de Ron.
—El test de ADN es confiable.
Ron, mi esposo, era adoptado. Él no sabía nada acerca de la historia de su familia, así que, cuando tuvimos problemas para concebir un hijo, ordenamos algunas pruebas genéticas.
—Yo no soy —empezó Ron, acercándose amenazadoramente hacia el científico, apuntando su dedo índice como el cañón de un arma— el engendro de recolectores de algodón y ratas callejeras. ¡Hagan el examen de nuevo!
Ron, además, era racista. No era muy directo al respecto —me podría susurrar sobre manutención no pagada al ver a una mujer caucásica sosteniendo la mano de un hombre negro— y lo excusaba como una broma, pero yo sabía que era algo más intricado.
Tontamente, pensé que mi amor por él podría cambiarlo.
El científico se armó de valor y, con una voz temblorosa, replicó:
—Los resultados indican que usted es tres octavos afroamericano. Lo siento si eso es una crisis para usted, pero no se puede cambiar.
Ron siempre había sido un poco oscuro. Yo había atribuido esto al tiempo que pasaba bajo el sol, trabajando jornadas largas en el jardín. Amaba ese jardín; lo atendía como un hijo. Había plantado orquídeas, girasoles y lirios, y siempre se aseguraba de que tuvieran suficiente agua, de que el suelo fuera lo suficientemente nutritivo. Ron era un hombre robusto, pero ese jardín lo humanizaba.
—¡¿Estás diciendo que mi esposa puede tener un bebé de piel oscura?!
—¿Sería tan terrible? —lo confronté.
Ron giró su mirada exaltada hacia mí, resopló, tragó y salió con brusquedad de la oficina. Se fue del hospital con un chillido de neumáticos quemados, y tuve que llamar a mi hermana para que me llevara a casa.
Cuando llegué ahí, encontré a Ron en su jardín arrancando plantas con rabia y tirándolas a un lado. Me partió el corazón.
—¡Ron! ¿Qué es lo que te pasa? —sollocé, agarrando su brazo, forzándolo a parar—. ¿Por qué estás tan lleno de odio?
Ron estaba llorando ahora.
—Nunca fui así antes —me dijo—. No solía odiar a nadie.
—¿Qué cambió?
Tomó un respiro hondo antes de contestar.
—Mi esposa, mi primera esposa, me engañó con un hombre negro.
Esa fue la primera vez que mencionó a otra esposa. Pero si lo había engañado, tenía sentido para él omitirla de la historia personal que había compartido conmigo.
Pero luego Ron continuó:
—Bueno —dijo—, pensé que me había engañado. Ella insistió con que no lo hizo, pero no le pude creer.
—¿Por qué no?
—Tuvo un bebé negro.
—¡Un hijo! —No pude creer que me hubiera ocultado eso a mí—. ¿Cuándo fue esto? ¿En dónde está el niño ahora?
Pero Ron no contestó. Solo observó, cohibido, al jardín.
A la esquina del gran cajón que había exhumado.
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2 comentarios
wooooooo
La ameee
Joder, bestial