Todo pueblo pequeño de Estados Unidos tiene una casa aterradora en la periferia que supuestamente está embrujada. Me encanta esa mierda. Me la como de desayuno.
Mi pueblo no es diferente. Es apodada la Casa Caldwell, en donde el espectro de un hombre, de una mujer y de un bebé acosan la residencia. Fueron quemados vivos mientras dormían. También había una niña, una pequeña llamada Susan, cuyo cuerpo nunca fue encontrado.
Murieron en un tormento de alaridos el primero de junio de 2010.
En la medianoche del primero de junio de 2015, irrumpí en su hogar abandonado. Nadie se atrevió a vivir ahí; solo unos pocos valientes se aventuraban en el interior. El frío del lugar te penetraba hasta los huesos. Mi linterna apenas tenía presencia en la oscuridad. Comencé a tiritar mientras caminaba por la escalera polvorienta. Los escalones no parecían tener un final, y me comencé a fatigar.
Una vez que llegué a la cima, se volvió aún más gélido, y podía escuchar una melodía extraña que provenía desde una habitación. Mis latidos se vigorizaron a medida que me acercaba a la puerta. La abrí de un empujón y vi dos figuras oscuras apiñándose sobre una cuna.
La melodía se detuvo. Escuché a un bebé llorando —suavemente, al comienzo, progresando hacia un lamento estridente—. Se me aproximaron apéndices negros, rodeándome, y luego circunvolando con una rapidez absurda. Fui contenido por un tornado sobrenatural.
Entonces, una risa se insertó en la precipitación de la atmósfera. Las apariciones se echaron hacia atrás, rugiendo su odio. El pequeño se tornó silente.
La risa era mía.
Estaba impresionado por lo mucho que los espectros Caldwell habían agudizado su poder, su odio.
Su odio hacia mí.
Saqué algunas fotografías recientes de su amada Susan. Atada, amordazada, anormalmente sucia; estaba casi ciega por haber vivido cinco años en oscuridad total.
Me gusta regresar cada aniversario para hacerle saber al señor y la señora Caldwell cómo se encuentra su hija. Me gusta mostrarle al pequeño bebé Caldwell cómo se encuentra su hermana.
No le va muy bien. No le va bien en lo absoluto.
Una vez más, enciendo una llama en su casa. Prontamente, las fotografías de Susan se convierten una conflagración, iluminando todo lo que ellos han perdido.
Su tortura no acabó con sus muertes. Solo ha comenzado.
No me pueden herir en su forma espectral. Pero me pueden entender.
El terror verdadero no yace en el repiqueteo de cadenas por la noche. No es un un quejido cacofónico, ni objetos incorpóreos flotando bajo el helor del aire.
El terror verdadero yace en los corazones de las personas.
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