Estaba acostumbrado a la soledad recóndita que le proporcionaba el bosque, tan alejado de la ajetreada sociedad moderna, tan superficial, tan inconsciente de los verdaderos placeres… Si, el disfrutaba de las pequeñas cosas, la brisa limpia y fresca que se colaba entre los imponentes arboles, la serenidad y el silencio de lo ignoto, la fauna que, con sabiduría, se ocultaba de las despiadadas manos del Hombre Moderno.
Ademas en el Bosque los sonidos se perdían.
No conocía ningún lugar que lo calmara tanto, ya desde pequeño lo visitaba, cuando su padre, borracho empedernido, volvía de sus largas ausencias anunciando a gritos su llegada, cual cortejo ceremonial cuyos actos se continuaban uno tras otro, teniendo siempre presente a su Madre, a quien convertía en blanco de sus frustraciones. El sabia, porque su Sabia Madre se lo había repetido muchas veces, que debía «Ir a pasear al Bosque» en cuanto El Cortejo Ceremonial comenzara y no volver hasta la mañana siguiente, a veces, en el Bosque, conseguía la compañía de Perros Falderos o Gatos Perdidos.
Su Sabia Madre había construido, con su inverosímil ayuda, un cobertizo lo bastante grande y seguro como para servir de Habitación Temporal durante las frías noches del Bosque.
Lo habían construido donde nadie mas lo encontrara.
Perdido entre estas cavilaciones, el Hombre se sobresalto al oír un ruido hasta el momento desconocido para el, Bosquimano de toda la vida.
Era un gemido agudo.
Un tanto preocupado, pero con el miedo curado de incontables incursiones al lugar que el llamaba Hogar, apresuro el paso lo mas que pudo, era difícil ya que llevaba tras de si una pesada carga. Por otro lado, sabia exactamente por donde ir, tantas cargas similares o incluso suministros y materiales para reparación del Cobertizo habían trazado un camino mas transitable hacia su pequeño Hogar. Ademas, acostumbrado a manejar el Hacha para diferentes tareas, entre las cuales estaba el derribar los mas gruesos robles, sus masa muscular era de lo mas bruta.
Una vez mas, el silencio se vio roto por un aullido, esta vez, pudo notar como se le erizaba el vello de los brazos. Estaba oscureciendo.
Con una intranquilidad creciente, miro tras de si, tocando instintivamente su Hacha.
Un gemido, dolor, otra vez.
Estaba cerca, lo que fuese que gimiera, pero no podía incursionar con tan poca luz, así que apretó el paso hacia el Cobertizo, tal vez las linternas tuvieran pilas, se dijo. El arco que formaban los fresnos consistía en una señal indudable de la cercanía de su destino, la lúgubre oscuridad le daba al paisaje un aspecto de tenebrosa familiaridad, de siniestra extrañeza.
Como el llamado del Terror, el Aullido se incremento hasta formar un eco gutural y femenino, que envolvió las insondables profundidades del Bosque.
En ese momento, el Hombre comprendió una terrible verdad, el sonido provenía de la misma zona en la que se encontraba su Refugio, su Seguridad, ahora violada groseramente por un terror ignoto.
No lo permitiría.
Dejo su carga junto al Arco de Fresnos, tomo su Hacha y corrió con frenesí hacia su Cobertizo, unos 300 Metros mas adelante. Una vez mas, Eso grito. Pero esta vez pudo discernir algo, ¿Tal vez esos gritos fueran el ultimo llamado de Auxilio de alguien?
Nada de eso, se dijo, y aumento la velocidad, Hacha en mano.
A unos 20 metros, escondido entre unos arbustos, espió con sigilo su Cobertizo.
Un observador casual habría visto una decrepita construcción de madera, iluminada a base de antorchas y velas, rodeada de malezas y una fangosa mezcla de desechos.
Eso sin mencionar el asqueroso vaho de olor a putrefacción que exhumaba de todos lados.
Para el Hombre era su Hogar.
Siguió mirando su Hogar, hasta que la vio, una Chica Rubia agonizante, con la espalda hecha jirones, deshecha entre tajos enormes, Tajos de Hacha.
Con creciente furia salto de entre los Arbustos, vociferando como lo hiciera su padre años atrás, blandiendo el Hacha en curvas invisibles en la ya establecida oscuridad.
La Chica no lo vio llegar.
Su Hacha trazo un mortal semicírculo, que dejo la Cabeza de la Desdichada casi deshecha, no contento con esto, siguió asestando golpes durante una enloquecida Hora mas, furiosa contra esa estúpida ¿Que hubiese pasado si alguien mas la escuchaba? ¿Si alguien mas encontraba el Cobertizo y arruinaba su Colección?
Cálmate, se dijo, deberías ir a por la bolsa, antes de que algún animal la encuentre. Con cuidado, arrastro el amasijo de carne al que había quedado reducido la chica, rodeando los cadáveres (Algunos reducidos a esqueletos hacia años) de los Perros y Gatos que alguna vez le hicieron compañía, acaricio con tenacidad uno de ellos y abrió la puerta del Cobertizo, De Su Hogar.
Allí dentro, clavadas toscamente en las Paredes de madera, como hiciera su Padre con su Progenitora hace tiempo, cinco muchachas, aguardaban frías y muertas, la llegada de sus Dos nuevas Compañeras.
(X)