Declaración jurada

—Ocurrió durante un viernes, lo sé porque me encontraba boca arriba en el sofá de mi departamento mientras esperaba que las palomitas estuvieran listas. Era costumbre mía tomar la tarde de los viernes para hacer lo que yo quería, ya sabe, películas, bocadillos y mucho descanso. Vivía solo, y en rarísimas ocasiones recibía visitas, y cuando alguien llegaba, era uno de mis padres, o el repartidor, Milán.

»No puedo decir que no me sentía cómodo con lo que había logrado hasta aquel día. A mis veintitrés años de edad tenía un puesto en la unidad de contaduría de una importante compañía, un apartamento y una motocicleta Harley Davidson (mi bebé).

—Al grano.

—El microondas hizo tres sonidos breves y supe que las palomitas estaban listas. Fui a la cocina y me disponía a servirlas, cuando el timbre de mi puerta sonó. «¿Quién será?», pensé. Quité los calcetines y mis botas de la sala y me asomé al visor de la puerta. Del otro lado estaba Milán, el repartidor. Parecía estar asustado y vestía con  su inconfundible chaqueta negra con blanco. Me decepcioné un poco porque al escuchar el timbre imaginé que quizás, solo quizás, la que tocaba era mi vecina, María. Una joven con la que había tenido la oportunidad de hablar muy pocas veces. Pero por su léxico, parecía ser una persona agradable.

—No divagues.

—Abrí la puerta y le pregunté a Milán, «¿Qué te pasó? Te ves fatal». No vi su rostro, pero sus botas y su chaqueta estaban sucias. Eso me pareció muy raro.  «Solo déjame entrar», me dijo casi sollozando.

»Conocía a Milán desde hace un año.  Lo que nos hizo amigos fue nuestra pasión por las motocicletas. Yo conducía una Harley y él una Ducatti. Siempre me pareció raro que un repartidor pudiera poseer una motocicleta así de costosa. En realidad yo nunca le pregunté si tenía otro trabajo, hablábamos de motocicletas y nada más.

»Mientras entraba a mi departamento jamás vi sus ojos, o su piel. Milán pasó a mi lado y se desmayó boca abajo en mi sofá. Al principio pensé que era una broma, e intenté despertarlo. «Milán, acabo de echarme un pedo en el sofá, deja de jugar y levántate», le dije mientras le daba palmadas en su espalda. También intenté golpeando su cabeza y mojando su cabello, tomé su pulso y estaba normal, pero parecía estar inconsciente.

—¿Qué hiciste luego?

—Al principio pensé que había tenido un día pesado, pero recordé que Milán amaba su trabajo. Conducir una Ducatti 24/7, ¡¿cómo no amarlo?! Entonces descarté esa opción y noté que de su manga derecha goteaba un líquido rojo. «Si esta es una broma, debo reconocer que es muy elaborada», pensé. Tomé un poco del líquido rojo con la punta de mis dedos y se sentía viscoso; un motociclista conoce perfectamente la textura de la sangre porque la ha visto muchas veces, y eso en mis dedos era sangre.

»Con mucho cuidado y muy gentilmente quité la chaqueta del torso de mi amigo. Cuando había quitado la manga derecha me detuve… No me juzgue, no me detuve por miedo, sino por asombro. Desde la muñeca de Milán hasta el cuello no había piel, y lo que era peor era lo que se podía apreciar en su lugar. Sangre, músculos desgarrados y a la altura del antebrazo su hueso.

»Entré en shock, este hombre, Milán, mi amigo, estaba gravemente herido, probablemente por un accidente de motocicleta. ¡Sí!, eso era. A lo mejor cerca de mi departamento Milán sufrió un accidente y decidió venir a mi hogar por ayuda.

»Entonces volteé y ahí estaba él, en mi sofá ahora manchado de rojo con su brazo completamente despellejado; me provocó asco ver algo tan grotesco pero por mucho que me impresionara decidí hacer algo por mi amigo. Cubrí mi nariz y boca con una camisa vieja y tomé ambos hombros de la chaqueta y halé. Había quitado completamente la chaqueta.

»No lo negaré… vomité, y no solo una vez. El brazo izquierdo de Milán estaba también desgarrado bajo el mismo patrón del derecho, un corte desde la muñeca hasta la altura del cuello y músculos, sangre y hueso por todos lados, La piel había sido removida, y no solo eso. Su torso… su torso…

—Continúa.

Tampoco había piel en su torso y lo más inquietante eran las secciones de su columna claramente visibles debido a heridas que desgarraron la carne en ciertas secciones, como en los brazos.

—Se lo merecía.

—…Entonces se volvió claro. Esa condición no había sido resultado de accidente de motocicleta, por más duro que este hubiera sido, obtener esos cortes y despellejar la carne de esa manera era imposible. «¿Pero qué clase de tortura es esta… amigo mío?», le dije.

»Para mi sorpresa, Milán había despertado; probablemente el dolor que le causé al quitarle la chaqueta fue suficiente para que recobrara su conciencia. Milán se apoyó en sus brazos mutilados y se sentó en el sofá. Estaba tan destrozado que ya no le importaba que su carne hiciera contacto con objetos extraños, como mi sofá. Había bajado su cabeza, parecía tener vergüenza de algo. «¡Milán! ¡Estás vivo!… Espera, llamaré una ambulancia». Mi teléfono móvil estaba en la mesa, iba a tomarlo, pero una mano ensangrentada me detuvo. Y entonces vi su rostro.

—¿Qué te dijo?

—Su ojo izquierda estaba fuera de su órbita, había mucha sangre cubriendo todo la parte izquierda de su rostro. Milán apretaba mi mano como nunca lo había hecho, yo solté el teléfono. «Ellos están en todos lados», me dijo. Aparté la mirada porque verlo de esa manera, con el torso despellejado y con un ojo vaciado era un poco perturbador. «¿Estás loco? ¡Necesitas atención médica urgente!», le grité. «Yo ya no tengo salvación, Jorge… Escúchame y escúchame bien… Ellos, ellos están en todos lados, ten cuidado, ten mucho cuidado», me dijo. «¿De qué rayos hablas Milán? Mírate, deja de hablar mamadas y acompáñame a un hospital», le contesté. «Ellos llegarán pronto, tengo que saldar mi deuda, tengo que saldar mi deuda, tengo que saldar mi deuda, tengo que saldar mi deuda, tengo que saldar mi deuda, tengo que saldar mi deuda…».

»En ese momento Milán se acurrucó en la esquina de mi apartamento y se mecía mientras repetía «tengo que saldar mi deuda» una y otra vez. Ver su ojo colgar de su lugar me pareció espeluznante, consideré incluso salir del apartamento y dejarlo ahí. Pensé que se había vuelto loco y se había hecho todo eso él mismo, créame que de saber que usted y los otros…

—No te desvíes del tema.

—Entonces decidí abordarlo de otra manera, me acurruqué frente a él y le pregunté «¿Quién te ha hecho esto?». Él me miró con su ojo y me dijo: «Ellos, ellos me lo hicieron». Para entonces estaba harto de la palabra «ellos». Así que me paré frente a él y le dije: «Milán… ¿quiénes son ellos?».

—Se precavido, de aquí en adelante.

—«¡Jorge!, escúchame, escúchame bien Jorge. Cuando estás acabado, «ellos» se presentan, te dan tres deseos, tres deseos Jorge. ¡Lo que quieras! ¡Lo que quieras! Si ofreces tu vida, es tu fin, ¡tu fin! ¡No ofrezcas tu vida! Cuando los deseos se acaban, te buscan y te hacen esto, ¡todo esto Jorge! ¡Todo esto!… ¡Mi moto! ¡Ducatti! ¡Ducatti! Tuve un accidente, mi moto… ¡era mi tercer deseo! ¡El único deseo que tenía con vida Jorge! ¡Mi vida acab…». En ese momento perdí el conocimiento, creo haber escuchado que mi ventana se rompió, pero como si algo la hubiera atravesado. Luego desperté y comprendí lo que había pasado. Y aquí estoy en esta sala de interrogación hablando con usted.

—Tu amigo era un imbécil. Primero pidió una moto y cien mil dólares. Cuando el dinero se acabó regresó y pidió un trabajo en el que fuera bueno. Lo despidieron hace una semana porque siempre entregaba mal los paquetes. Era puntual, pero imbécil. Y esta tarde sufrió un accidente que partió su motocicleta por la mitad. Un agente nuestro lo atrapó en el acto y comenzó a «saldar su deuda». Pero tu amigo era hábil, nos descuidamos unos segundos y había escapado. Debo admitirlo, el imbécil era una lagartija. Lo buscamos por más de dos horas, él sabía lo que venía y sin embargo postergaba lo inevitable. Lo buscamos entre las personas que eran más cercanas a él. Por último se nos ocurrió buscar en tu casa. La casa del amigo motociclista. Jorge, hemos escuchado tu declaración y estamos conscientes que sabes de nosotros… El imbécil está muerto. Ahora si me disculpas —Hace un gesto con la mano y segundos después se abre una puerta—. Presentaré tu caso. Con suerte, terminarás como tu amigo.

—¡Señor!… Si me permite… ¡le juro que no hablaré de esto a nadie! ¡A nadie! ¡Se lo prometo con mi vida!

En ese caso…, pide tres deseos.

Autoria propia

Salinger

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4 comentarios

Buena historia. Lo unico que yo cambiaria los detalles de las heridas de milan para que sea un poco mas realisza y me hubiera gustado saber qur o quienes eran los que cumplian los deseos pero bueno es un creepy y necesita misterio igualmente buena redaccion 9\10

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