Campamento para gordas [5]

Se llevaron a Grace unos días después. Una mujer presentada como la enfermera Bianca abrió la puerta, pretendió examinar el tobillo hinchado y morado, y luego hizo que Ashley y Carolyn la ayudaran a ponerla en una silla de ruedas que trajo consigo. Grace lloriqueó por el dolor y estuvo flácida cuando la alzaron, con sus ojos rodando y vidriosos.

—Va a estar de maravilla —nos aseguró la enfermera Bianca cuando iba saliendo—. ¡Unos días en la enfermería y podrá volver con ustedes!

Pero no regresó, y, mientras más tiempo permanecía ausente, más inquietas nos poníamos las demás. Susurrábamos nuestras teorías en plena noche: que Grace había sido abandonada en algún lugar para que alguien más la encontrara; que había sido encadenada y desatendida para que sufriera en confinamiento, donde no podríamos ver que fue asesinada.

—Cualquiera de nosotras puede ser la siguiente —dijo Gloria una noche.

Después de presenciar las profundidades a las que las consejeras estaban dispuestas a llegar, algo en Gloria estalló. Actuaba temperamental, retraída, enojada y estaba obsesionada con la idea de que solo era cuestión de tiempo antes de que todas compartiéramos el mismo destino. O peor. Yo no lo negaba.

—¡Pero yo sigo las reglas! —chilló Diana.

—¿Y? Van a cambiar las reglas. No seas estúpida, no quieren que tengamos éxito. Quieren rompernos.

Inez empezó a sollozar silenciosamente en la oscuridad. No había estado haciendo mucho más en los últimos días. Yo comprendía su miedo, lo compartía, y quería llorar también, pero no ayudaría, así que solo me mantenía callada, arrugándome entre mis esposas.

—¿Cuánto tiempo hemos estado aquí? —preguntó Gloria.

—¿Dos semanas? ¿Un poco más? —calculó Morgan con incertidumbre. Era difícil llevar la cuenta del tiempo, y era aún más difícil cuando la privación de comida y sueño hacían que nuestros pensamientos fueran resbaladizos.

—Ni siquiera la mitad de lo que dura el campamento…

Gloria se ensimismó y la habitación se acopló a un silencio intranquilo. Faltaba un mes. Un mes de actividades e insultos y hambruna. Un mes con un grupo de psicópatas encaprichadas con sacarnos la grasa a raíz de torturas. No podría hacerlo, sabía que no podría. Ya me encontraba muy débil, con tanto dolor… El pensamiento de ser obligada a resistir más me hacía tiritar.

El día que llegó la lluvia, todos los ojos estaban fijados en la puerta. El aire se sentía tenso, asfixiante, y tenía la sensación de que un gran peso estaba sentado sobre mi pecho, dificultando mi respiración. Cada crujido de rama afuera de la cabaña tenía mi corazón acelerado, cada ráfaga de viento que estremecía la puerta me hacía encogerme contra mi almohada manchada, segura de que Ashley había venido por nosotras. Mientras más tiempo teníamos que esperar, más ansiosa me ponía. Pero no fue hasta que la lluvia se calmó y las nubes se partieron que Ashley y Carolyn dieron la cara, puras sonrisas dentro de sus impermeables amarillos y botas.

—¿Quién está lista para la actividad? —preguntó Carolyn con las manos juntas a modo de anticipación.

Ashley sostuvo un contenedor de metal grande en una mano, abollado y oxidado por años de uso.

—¿Alguien tiene una idea de qué podría ser esto? ¿Nadie?

Presioné mis labios partidos en la forma de una línea delgada para evitar que mi mentón temblara. Fuera lo que fuera que tuvieran preparado para nosotras, sería, sin duda, degradante, exhaustivo y no sabía de dónde iba a recolectar las fuerzas para completarlo. Los miembros de mi cuerpo se sentían como plomo, el solo levantarlos se estaba convirtiendo en un desafío, y cualquier movimiento enviaba ondas de dolor agudo por mi cabeza, nublándome la visión y dejándome mareada. Si no podía hacerlo, si era demasiado lenta o demasiado débil, ¿qué me obligarían a hacer?

Mi mirada se deslizó hacia sus arreadoras para cerditas, siempre empuñadas, y tragué grueso.

—¿Nadie quiere adivinar? —Carolyn hizo un puchero teatral—. Bueno, está bien, ¡cerditas perezosas! ¡Vamos a ir de cacería! ¡Para que de verdad puedan apreciar sus comidas, vamos a tener que capturarlas! Pero no se preocupen, sabemos que en realidad sería demasiado difícil para ustedes capturar algo que sea capaz de huir, así que lo mantendremos sencillo: ¡gusanos! Las cerditas simplemente adoran restregarse en el lodo, así que esto será extra divertido, ¿eh?

—Sé que mis cerditas están anticipando una gran cena —animó Ashley—, así que estoy segura de que atraparán muchos. Andando, ¡arriba, arriba, arriba!

Las esposas se cayeron y Ashley usó el extremo de su arreadora para sacarnos de la cama a pinchazos. Seguí esperando que la descarga de electricidad vibrara a través de todo mi cuerpo, pero nunca sucedió, así que me puse en fila detrás de Morgan, aliviada.

—¿Qué sucede, cerdita? —Carolyn estaba parada a un lado de la cama de Gloria.

Gloria se había sentado, pero estaba agazapada con su rostro enterrado en sus manos. Sollozos miserables atormentaban sus hombros, y estaba respirando con dificultad, casi hiperventilando. Carolyn rodó los ojos e intercambió el gesto con Ashley. Se agachó, descansando su mano libre en la rodilla de Gloria.

—Ya, ya, shhhh, está bien —dijo afectuosamente—. Puedes llorar todo lo que quieras, ¿pero sabes qué? Eso no te hará menos gorda. Así que levanta tu culo y ponte en fila, ¿de acuerdo?

El rugido bestial que lo siguió nos hizo retroceder, alejarnos del par. Tan pronto como el sonido había abandonado sus labios, Gloria se había lanzado de cuerpo completo contra Carolyn, desgarrando el rostro de la coordinadora con sus manos. Sus uñas, ennegrecidas por la mugre y el hollín, eran rastrilladas por piel pálida, y ambas chicas cayeron en la pared. Carolyn soltó la arreadora para cerditas en medio de la impresión, y esta rodó por debajo de la cama.

Hubo una riña breve y luego se encontraban en el suelo; Gloria utilizaba su peso para mantener a Carolyn fijada debajo de ella. Carolyn agitaba sus brazos tratando de empujar a Gloria, y chillaba para que Ashley la viniera a ayudar. Ashley se sacudió su sorpresa y se abalanzó con su arreadora apuntada en Gloria.

Yo me encontraba anclada en mi posición. Mi boca estaba seca, temblorosa. ¡Se iban a enojar! ¡Seríamos castigadas! ¿En qué estaba pensando Gloria? Mi mente era una telaraña de terror, capturando y revistiendo todo lo demás. Agarré el tablón de madera detrás de mí, negando con la cabeza como si tratara de negar que estuve involucrada en eso.

Inez se tambaleó hacia adelante, con su mirada amplia, su boca abierta y gritando, y agarró a Ashley por detrás. Ashley echó su hombro hacia atrás velozmente una vez, dos veces, y luego trató de acercar su arreadora, pero Inez la tiró con fuerza al pie de la cama, volteándola, y le jaló la cabeza desde el cabello. Tiró con fuerza hasta que Ashley estaba chillando y su agarre en la arreadora se había aflojado. Inez le arrancó la arreadora de la mano y la arrojó fuera de su alcance.

Cuando Ashley giró su cuello, viendo por encima de su hombro en busca de ayuda, observé, por primera vez, al miedo destellando en sus ojos.

Carolyn se las había ingeniado para escabullir la mitad de su cuerpo desde abajo de Gloria y le dio un cabezazo brusco en la nariz. Gloria gritó, paralizada, y Carolyn se hundió sobre su estómago y empezó a arrastrarse por el piso, hacia la cama debajo de la cual estaba su arreadora. Tenía la mano estirada desesperadamente, pero el pie de Morgan se vino abajo sobre ella. La pisoteó una y otra vez hasta que Carolyn retiró la mano y se encogió, abrigando su mano en su pecho.

Gloria estaba encima de ella de nuevo. Hizo una tenaza alrededor de su cuello con una mano mientras golpeaba su cabeza salvajemente con la otra. Carolyn trató de escudarse de los golpes, pero Gloria la sacudió cruelmente, comprimiendo su cuello. Ashley estaba aplastada debajo del grosor de Inez; su rostro estaba presionado en el catre y su mugre. Cada vez que trataba de levantarse, Inez le encajaba un puñetazo fuerte por el costado.

¡Crack!

Carolyn retrocedió con una expresión beligerante, incrédula y adolorida. Un hilo de sangre había empezado a caer por su sien desde el corte que le dejó la arreadora para cerditas. Morgan se postró encima de ella —sus ojos brillaban con una furia febril— y agitó la arreadora de Ashley una vez más. Carolyn se desplomó al suelo.

Diana y yo nos habíamos acurrucado juntas, observando con horror y mandíbulas colgando. No parecía real, no podía ser real. Gloria remolcó su peso, poniéndose de pie y tratando de recuperar su equilibrio.

—¿Qué acabas de hacer? —murmuró Diana, conservando su mirada fija en el cuerpo inmóvil de Carolyn.

—Me voy de aquí —replicó Gloria—. Vamos, ayúdame a ponerla en la cama.

—¿Está muerta? —me atreví a preguntar.

—No, desafortunadamente. Aún puedo ver su respiración —Gloria nos hizo un ademán de impaciencia—. ¡Morgan, Natalie! ¡Vamos!

Me separé del calor de Diana y, de forma mecánica y apenas consciente de lo que estaba haciendo, tomé uno de los brazos de Carolyn y la arrastramos hacia la cama de Gloria.

Las esposas haciendo clic alrededor de sus muñecas fue uno de los sonidos más satisfactorios que había escuchado en mi vida.

—¿Qué hacemos con Ashley? —preguntó Inez ansiosamente.

Ahora que la emoción había sucumbido y la excitación inicial se había desgastado, Inez comenzaba a tener dificultades para mantener a Ashley en posición. Cuando la levantamos de un tirón, las mejillas de Ashley estaban húmedas con lágrimas. Era un desastre balbuceante llorando a moco tendido, tratando de justificar sus acciones, diciéndonos que todo lo que hizo lo había hecho por nuestro bien. Gloria le puso un alto a eso al sacarle uno de sus calcetines y atascarlo en su garganta. Diana se siguió disculpando mientras el resto de nosotras esposamos sus muñecas en la cabecera.

—¡Seguí las reglas! ¡Fui buena! ¡Lo siento mucho! ¡Me obligaron!

—Cierra la puta boca de una vez, ¿ok? —soltó Gloria.

—¡Nos van a encontrar, el resto de ellas! ¡Nos van a encontrar y castigar!

Gloria acortó la distancia entre ambas y asestó una manotada sonora en el rostro de Diana.

—Cállate o te vamos a dejar aquí.

—¡Háganlo! ¡Así sabrán… que fui buena! ¡Que no fue mi idea! —Diana, inmutada, trotó animosamente de vuelta a la cama y observó al resto de nosotras mientras extendía sus brazos hacia las esposas.

—¿Y ahora qué? —preguntó Morgan después de que Diana se había encadenado. Miró por la ventana, a lo largo del terreno del campamento que se veía imposiblemente largo, y luego regresó hacia Gloria, retraída y pálida.

—Nos vamos —le dijo, pero era claro que aún no había anticipado todo lo que pasaría. Se apoyó contra el marco de la puerta, frotando sus sienes y frunciendo sus cejas, tratando de poner en orden sus ideas.

—Necesitamos un teléfono —ofrecí, tratando de compensar la poca utilidad que había brindado—. La oficina debería tener un teléfono.

—¡Todas tenemos un teléfono! —dijo Gloria, de súbito, mientras el entendimiento de que todas habíamos llegado al campamento con celulares se ensanchaba a través del cansancio.

—Sí, pero todos están bajo llave en el armario con el resto nuestras cosas —recordó Inez.

—¿Qué hay de ellas? —Asentí en dirección a Ashley, quien negó con la cabeza tratando de hablar entre dientes.

Gloria estaba encima de ella enseguida, escarbando en sus bolsillos. Recuperó un celular violeta cubierto con diamantes falsos, a medio cargar y con una barra de señal. Todas lo observamos, casi incapaces de creer que era real, y más de una de nosotras entró en crisis, llorando, abrazándonos mutuamente como si acabásemos de descubrir un tesoro perdido desde hace mucho.

Y luego Gloria marcó el novecientos once.

Cuarenta y ocho niñas fueron encontradas en el campamento después de que la policía había terminado de registrar todas las cabañas. Carolyn tuvo que ser arrastrada en una camilla, y la pequeña parte de mí que no se había quedado entumecida se emocionó ante el panorama de las esposas que la ataban a la barandilla. Las siguientes horas pasaron en medio de un borrón de luces rojas y azules, un mar de rostros preocupados, y un millón de preguntas que entraban por un oído y salían por el otro. Se nos permitió regresar, una por una, a nuestros catres para recolectar nuestras cosas una vez que habían abierto los armarios. Agarré mi mochila, me entretuve solo lo suficiente para guardar un souvenir adicional en mi ropa, y regresé afuera para esperar a mis padres.

«Pensé que estarías más… delgada», dijo mamá cuando ambos se me acercaron más tarde esa noche.

Le suspiré, preguntándome si ella estaba viendo la misma escena que yo veía: policías, niñas traumatizadas, personal del campamento siendo escoltado a los asientos traseros de patrullas. Me encontraba sucia, demacrada, apenas capaz de permanecer en pie por mi propia cuenta, y su única preocupación era mi peso.

Papá envolvió un brazo alrededor de mis hombros protectoramente y le frunció el ceño, pero no la reprendió, como era de esperarse. Lo dejé guiarme de vuelta al auto, con la decepción de mamá ardiendo en mis oídos, y observé al campamento disipándose en la distancia a medida que conducíamos a casa.

—Um. ¿Sabías que operaban desde ubicaciones diferentes cada año? Dice que era para que pudieran llevar el programa a diferentes regiones y volverlo más accesible —comentó papá durante el desayuno; el periódico de la mañana estaba extendido frente a él—. Los policías dicen que la rotación mantenía dispersas las quejas en contra de ellos y hacía que fuera más difícil recolectar evidencia. Para cuando alguien hacía la investigación, ya habían limpiado todo y evacuado. Pero no importa, todos los que trabajaron ahí ahora están siendo procesados gracias a lo que encontraron.

En los dos meses desde que había vuelto a casa, papá había estado siguiendo muy de cerca el caso contra el campamento y se la pasaba actualizándome. Lo único que me había importado fue descubrir que Grace había sido llevada a un hospital por la enfermera Bianca, y fue ahí donde la policía la había encontrado. Desnutrida, deshidratada y un tanto delirante, pero viva. Más allá de eso, no quería la historia, no quería saber, solo quería ponerlo detrás de mí. Había intentado decirle eso, pero él insistía en compartir.

—Bueno, papá, voy a trotar.

Se despidió de mí, absorto en el artículo más reciente, y yo me dirigí al piso de arriba para cambiarme.

Había comenzado a ejercitarme desde que me había recuperado, canalizando mi atención en mejorar mi salud en vez de enfocarme en todo el dolor con el que aún estaba lidiando. Mamá seguía despreciándome, pero después de haber tenido que enfrentarme a Ashley, se me hacía extremadamente fácil ignorarla.

Detrás de la puerta cerrada de mi habitación, escarbé por mi armario, más allá de mi ropa y la reserva de comida chatarra sin tocar, y saqué el souvenir envuelto en una toalla que había mantenido oculto desde mi regreso.

La arreadora para cerditas de Carolyn pesaba mucho en mis manos. Presioné el gatillo, escuchando el zumbido de electricidad fluyendo a través de ella y recordando su pinchazo. No había sabido por qué me la había llevado, simplemente había sido un impulso, pero ahora lo sabía. Me servía como un incentivo. Siempre que sentía que no podía correr ese paso adicional, que no podía resistirme al último bocado, pensaba en la arreadora y sabía que podía superar cualquier cosa.

Aún tenía pesadillas, aún luchaba conmigo misma cada día acerca de lo que podía comer, de cuán fea era, de qué tanto era una cerdita, pero sabía que todo eso era normal después de lo que había atravesado, y, con el tiempo, el interrogatorio interno desistiría siempre y cuando mantuviera mi mirada en la meta. Envolví la arreadora, la regresé a su escondite y saqué mis zapatos deportivos.

Me encontraba en mi propio camino hacia una versión más feliz y saludable de mí misma. Un paso pequeño y manejable a la vez.

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Campamento para gordas: 12345

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La traducción al español pertenece a esta página. Fue escrito en inglés por S. H. Cooper:
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