Campamento para gordas [3]

Después de unas palabras de despedida tan ominosas, estaba segura de que no podría dormir mucho. ¿Dejar ir el peso muerto? Me imaginaba cuchillos oxidados y sin brillo, y la voz azucarada de Ashley diciéndonos que solo teníamos unos minutos para cortar tanta grasa como pudiéramos antes de que nos echara encima a una jauría de perros hambrientos para que acabaran con lo que quedara. Pero incluso entre imágenes de sangre y alaridos colmando mi mente, la amenaza de lo que el mañana podría traer no fue suficiente como para superar el agotamiento puro que me envolvía.

Pasé alternando entre momentos de vigilia por horas, despertándome a veces por el quejido lastimero de mi estómago, o por las profundidades de una pesadilla sudorosa, y a veces por el dolor. Todo me dolía; me sentía fatigada, desgastada, angustiada. Mi cabeza palpitaba, dejándome confundida y mareada, y me preguntaba una y otra vez cuánto más podría soportar.

En mi estado de ensueño parcial, mis pensamientos divagaron hacia mi madre. ¿Ella había sabido realmente qué era lo que nos iban a hacer? ¿Había renunciado voluntariamente a mi seguridad y bienestar con la esperanza de que perdiera peso? Seguramente, ninguna madre preferiría que su hija pasara hambre, y quizá muriera, en vez de que fuera gorda. Pero de nuevo, esta era la misma mujer que solo admitía que yo era su hija si se lo preguntaban directamente; de otra forma era Natalie la sobrante, quien era presentada por necesidad. Casi me quería reír, o tal vez quería llorar, no estaba segura.

¿Las otras chicas eran de hogares similares? No habíamos tenido la oportunidad real para hablar mucho acerca de nuestras vidas afuera del campamento, y mucho menos de nuestras relaciones con nuestras familias, pero ningún padre cuerdo mandaría a su hija aquí. Pese a que había sabido que debía haber otras madres como la mía, creí que eran pocas y muy esparcidas entre sí. El número de chicas que había visto en el campamento la primera noche —entre cincuenta y sesenta— me hizo reconsiderarlo.

Observé a la habitación pasar de negro a gris y luego encenderse con las grietas de luz solar que se escabulleron entre las cortinas cerradas y por debajo de la puerta. Grace comenzó a llorar cuando se despertó y notó que la mañana ya había llegado. Sabíamos lo que significaba, y nos aterraba.

Como si hubiese sido atraída por las lágrimas, la puerta de la cabina se abrió de golpe y Ashley se adentró, toda lista y animada.

—¡Bueeeeenos días, cerditas pequeñas! —entonó, estirando sus brazos por encima de su cabeza e inhalando a profundidad—. Chicas, ustedes sí que saben cómo hacer para que un lugar apeste, ¿no? ¡Pero no hay problema! ¡Está bien! Nos encargaremos de eso más tarde. Por ahora, tenemos otras cosas planeadas.

Se frotó las manos y vio alrededor con la emoción destellando en su mirada. Hubo un movimiento nervioso colectivo de resortes de cama y esposas a medida que caminaba por las filas de catres, inspeccionándonos, diseccionándonos visualmente.

—¿Tienen hambre, cerditas? —preguntó una vez que nos había revisado a todas.

Permanecimos en un silencio tenso, indispuestas a responder. Luego de la basura y del engaño con la ensalada, no esperábamos nada de ella. O al menos nada bueno.

—¡Les hice una pregunta, damas! —trinó con sus manos en sus caderas—. ¡Espero una respuesta! De nuevo, ¿quién tiene hambre?

Los gruñidos y murmullos evasivos que recibió parecieron haber sido suficiente, porque le hizo un gesto a la puerta de la cabaña, y llegó Tara cargando una bandeja cubierta.

—La señorita Tara preparó algo extra especial para ayudarlas a estar armadas para su actividad de hoy. ¿Quién quiere el primer bocado? —Cuando nadie contestó, se giró hacia Inez—. Tú eres la cerdita pequeñita más gorda de aquí, apuesto que te estás muriendo por zambullirte, ¿eh? Bien, bien. Vamos, Tara, ¡hay que darle un poco de desayuno! ¡Pero ten cuidado, no queremos que te muerda la mano!

Ambas rieron vigorosamente y colocaron la bandeja a un lado de la cama de Inez. No creo que alguna de nosotras haya respirado mientras esperábamos a ver qué tortura fresca nos habían confeccionado. La tapa fue removida y los ojos de Inez se abrieron de par en par.

Postrado en el mero centro de la bandeja, aún humeante, estaba un tazón medio lleno de avena sencilla. Ashley sacó la cuchara que Tara había traído y la llenó a tope con la avena.

—¿Qué opinas, señorita Inez? ¿Quieres un poco de comida rica? —le preguntó sosteniendo la cuchara seductoramente cerca de los labios de Inez.

Inez asintió una vez, su mentón temblaba. Un hambre voraz ardía con un resplandor enfebrecido en sus ojos, los cuales nunca se apartaron de la cuchara. Ashley se rio, deleitada, y alimentó a Inez con la porción de avena. Las lágrimas se derramaron abiertamente por sus mejillas redondas y la mantuvo en su boca, saboreando la primera comida real que había tenido en más de una semana. El resto de nosotras nos habíamos inclinado hacia adelante sin darnos cuenta, lamiéndonos y mordiéndonos nuestros labios, tratando de al menos darle una olfateada a la avena por encima del aire nauseabundo de la cabaña.

—Muy bien, cerdita. Antes de que te dejes llevar demasiado, debes tomar una decisión.

Ahí estaba. La condición. Debí haber sabido que era demasiado bueno como para ser real, y aun así se cepilló como hielo por mi médula espinal. Todas nos tensamos, esperando a oír los términos de Ashley.

—Ahora, puedes quedarte con este tazón entero solo para ti. Hasta. El. Último. Bocado. ¡O! Puedes comer una cucharada más y pasarlo a la siguiente chica.

La habitación se quedó en silencio. La boca de Inez se había quedado abierta y nos estaba mirando. Había una batalla en su interior, y todas rogamos silenciosamente que le permitiera ganar al lado bueno y dejara que el tazón circulara. Nuestros estómagos vacíos rugieron, expresando nuestra hambre cuando no nos atrevimos a articularla.

—Pásalo —dijo por lo bajo y agachó la cabeza.

—Dios mío, ¿cuán generosa es ella, chicas? Es decir, ¡vaya! ¡Eso es un autocontrol impresionante! ¡Estoy tan, cielos, tan orgullosa! —anunció Ashley, y Tara aplaudió entusiasmadamente en concordancia.

Alimentaron a Inez con un bocado más y pasaron hacia Diana, quien tuvo líneas delgadas de baba deslizándose por su mentón ante la vista de la avena. Abrió su boca con amplitud y recibió su primer bocado y luego la misma decisión: quedarse con él o pasarlo.

Diana no vaciló.

—¡Más! —rogó—. ¡Dame más!

—¿Estás segura? ¿No quieres compartirlo con las demás cerditas?

No estuve segura de si Diana la había escuchado. Forcejeó contra sus ataduras, tratando de poner sus manos en esa cuchara. Nosotras le gritamos, sin palabras; simplemente un enojo famélico e ininteligible. Ella negó con la cabeza, como si eso la fuese a ayudar a bloquearnos, y siguió gritando más y más ruidosamente para que le dieran el tazón.

Con cada cucharada que obtuvo, mi resentimiento se profundizó. Era avena sencilla, algo que nunca ni siquiera me había gustado, pero observar cómo ese tazón se vaciaba y vaciaba era como observar una línea vital desvaneciéndose. Odié a Diana en ese momento, pero también hubo una parte de mí, un murmullo diminuto del que apenas me percaté, que estaba agradecida. Gracias a ella, nunca iba a tener que descubrir si yo hubiese sido lo suficientemente fuerte para compartir.

—Bueno, señorita Diana —habló Ashley después de que la avena se había acabado—. No puedo decir que no estoy decepcionada. Inez, quien es tan gorda que apenas retiene una forma humana, fue capaz de compartir, pero tú fuiste una cerdita codiciosa, ¿o no?

Diana se hizo a un lado con una mirada abatida.

—Pero está bien, ¡esto fue útil! ¡Ahora que las demás cerditas han visto lo egoísta y asquerosa que eres, saben cómo lucen cada vez que se atiborran de mugre! Da asco, ¿eh, chicas?

Ashley le gesticuló a Tara que limpiara la bandeja, y, una vez que se había ido, se paró en el centro de la habitación.

—¡Bien, ahora que eso está listo, pasemos a la actividad de hoy!

Al igual que había hecho el día anterior, recogió su arreadora para cerditas y nos quitó las esposas para que pudiéramos hacer una fila y abandonar la cabaña. Diana se aseguró de permanecer al final de la fila junto a Ashley para evadir nuestras miradas recriminatorias, pero en más de una ocasión miré por encima de mi hombro para que estuviera obligada a ver mi enojo. Ashley me dijo que a nadie le gusta una cara de pedo.

Caminamos en fila india hacia la arboleda, silenciosa y trabajosamente, en donde podía ver a otra consejera esperando.

—Señoritas —dijo Ashley después de que nos habíamos detenido—. Me gustaría que conocieran a una de nuestras coordinadoras de actividades, ¡Carolyn! ¡Ella ayuda a idear las cosas divertidas que tenemos la oportunidad de hacer! ¡Digan hola!

Hubo un murmullo suave de saludos a regañadientes, y Carolyn saludó con ambas manos, sonriente.

—Así que, Caro, ¿quieres decirle a mis cerditas pequeñitas lo que estaremos haciendo hoy?

—¡Me encantaría! Pero primero, ¿qué tal estuvo el desayuno?

—Pues, no muy bien, de hecho. La señorita Inez, Dios la bendiga, estuvo muy dispuesta a compartir. Pero lueeeeego, ¡la señorita Diana se engulló el resto y no dejó nada para nadie más!

—¡Eso no es bueno en lo absoluto! —concordó Carolyn—. ¡Pero está bien! ¡Los errores se comenten y es así como aprendemos! Pero solo si existen consecuencias.

Todas pasamos nuestra mirada hacia Diana.

—¡Yo… Yo no hice nada malo! —replicó, desesperada—. ¡Nos están matando de hambre! ¡No me pude contener, tenía demasiada hambre!

Colapsó entre sollozos agitados que estremecían su cuerpo entero.

—¡Aw, cariño, shh, shh! —la tranquilizó Carolyn—. ¡La actividad de hoy fue planeada con ese objetivo en mente! Este día, nuestra atención se enfocará en aprender a dejar ir el peso muerto. ¿No suena divertido? Diana, ¿por qué no te acercas para que te podamos equipar y para que las demás puedan ver lo que estaremos haciendo?

Diana negó con la cabeza y trató de retroceder, pero un pinchazo con la arreadora para cerditas la hizo saltar hacia adelante. Carolyn agarró sus brazos y la arrastró al frente y al centro.

—Ahora bien, chicas, hoy vamos a tomar una soga.

Carolyn sostuvo un trozo de soga de campo y la ató alrededor de la cadera de Diana.

—Y la ataremos alrededor de cada una, ¡de esta forma! Luego vamos a atar el extremo libre en la chica que sigue en la fila. Así que, eh, ¿cuál es tu nombre?

—¡Esta es Natalie! —contestó Ashley por mí.

—Bien, Natalie, ven aquí. ¡Así es!

Ató la cuerda a mi alrededor como un cinturón y la ajustó incómodamente antes de amarrarme a Diana. Y siguió por la línea hasta que todas estábamos atadas juntas.

—Bien, ahora que estamos en nuestra pequeña «cadena de reos», ¡vamos a decorar! ¿Ashley?

Ashley se puso de rodillas para levantar una caja que no había advertido, postrada detrás de ella. Abrió la tapadera y la sostuvo en el aire para que pudiéramos ver su contenido: pequeñas cajas negras con tirantes.

—¡Tobilleras electrónicas! —dijo, dándole una sacudida a la caja.

—Tobilleras electrónicas de rastreo! —la corrigió Carolyn, agarrando una para fijarla en el tobillo de Diana—. ¡Cada una de ustedes utilizará una para que podamos vigilarlas! ¡Son a prueba de agua, y si intentan removerlas, las delatarán y lo sabremos!

—No me hacen falta cerditas escurridizas en mi rebaño —dijo Ashley a medida que Carolyn amarraba las tobilleras en cada una de nosotras.

—Y ahora, solo una cosa más para Diana —Carolyn revisó la caja y sacó un par de pesas de brazos—. Estas son de diez libras cada una, y representan el peso que sin duda alguna vas a ganar si sigues comiendo como la cerdita que eres. ¿A que son pesadas? Ugh, qué rollo es tener rollos, ¿eh?

Diana dejó que sus brazos anclados cayeran a sus costados con un gemido.

—¿Y bien? ¿Quién quiere descubrir para qué es todo esto?

—¡Yo quiero, yo quiero! —alentó Ashley.

—¡Genial! ¡Es muy simple! Lo único que las chicas tienen que hacer…

Hizo una pausa para efectos dramáticos:

—¡Es correr! No es muy fácil cuando todas están atadas entre sí, ¿eh? Alguien tendrá que cansarse y atrasar a todas los demás, ¿cierto? No se preocupen, ¡solo dejen ir ese peso muerto! ¡Pueden desatar el nudo y tendrán libertad para seguirse moviendo! Si no quieren dejar ir el peso muerto, estamos más que felices de darles un poco de estímulo.

—Y la chica que se quede atrás será recogida por una consejera. Hay unas cuantas esparcidas por el bosque, así que no se preocupen. No estarán solas por mucho tiempo —añadió Ashley.

—¡La última que siga corriendo recibirá un baño delicioso y otro tazón de avena! ¿No suena genial? —Carolyn cruzó sus brazos a la altura de su pecho, evidentemente complacida—. Solo asegúrense de mantenerse en los caminos de tierra; ¡las cerditas errantes serán castigadas! Bueno, chicas. ¿En sus marcas? ¿Listas? ¡Fuera!

Ninguna de nosotras podía correr. Incluso si teníamos la energía, estar atadas lo hacía incómodo e impráctico, así que fuimos obligadas a marchar en una caminata aeróbica tambaleante hacia el bosque.

No tomó mucho antes de que los soplidos y resoplidos iniciaran. Aun si hubiéramos querido tratar de planear un escape, no habríamos sido capaces de hablar a través de nuestra respiración escandalosa. Los músculos en mis piernas se acalambraron, forzándome a bajar la velocidad, pero no me podía detener. Tuve que ignorar el sonido de sangre acelerándose por mis oídos, ignorar el peso de la fatiga que plagaba cada uno de mis pasos, ignorar el martilleo de mi cabeza. Podía sentir el letargo de las chicas a mi alrededor jalando mi cuerda, pero tenía que seguirme moviendo.

Cuando Diana empezó a demorarse, supe que era el comienzo del fin.

—No me dejen —continuaba suspirando sin aliento, pero la cuerda estaba tensa y apenas podía levantar sus pies. El peso adicional había cobrado su precio.

Morgan tomó la decisión final de desamarrarla, pero ninguna de nosotras trató de detenerla. Pensé que sentiría algún tipo de alegría vengativa al dejar a Diana atrás, pero al verla arrugada a la mitad del camino, llamándonos débilmente, solo sentí lástima. Seguimos marchando hacia adelante, incluso después de que sus chillidos empezaron y tuvimos la certeza de que las consejeras la habían encontrado.

Grace cayó después, boca abajo y sollozando, y cuando traté de ayudarla a ponerse de pie, una consejera apareció en el borde del camino con un bastón familiar en mano. Nos lo agitó a modo de advertencia y nos vimos obligadas a dejar a Grace atrás.

Quise ser fuerte. Quise demostrarle a Ashley que estaba equivocada, quise caminar hasta que mis pies se cayeran solo para enseñarle que podía soportar lo que fuera que me lanzara. Pero lo que quería y lo que en realidad era capaz de hacer eran dos cosas muy distintas. Tropecé y me agarré en Inez, tratando de mantenerme erguida, pero ella sacudió mi agarre, incapaz de cargar mi peso en adición al suyo.

—Ayuda, por favor —rogué patéticamente.

En su lugar, Inez desató mi nudo, liberándome de las tres que restaban. Me observó con una expresión tortuosa, y dijo: «Lo siento».

Me le quedé viendo a sus espaldas a medida que continuaban sin mí.

—No me voy a detener —resoplé—. No me voy a detener.

Logré algunos pasos pequeños antes de que fuera pinchada en la espalda y la descarga me hiciera impactar contra el suelo.

—¡No, no, cerdita! —Era Carolyn—. ¡Fuiste considerada peso muerto, y el peso muerto no tiene el derecho de seguir adelante! ¡Ashley, Shauna, tenemos a otra en el suelo!

Juntas, me desvistieron, dejándome en mi ropa interior y tobillera, y me arrastraron hasta un árbol grueso. Fui amarrada al tronco con firmeza para que su corteza se incrustara dolorosamente en mi piel desnuda cada vez que tratara de moverme. Una vez que fui asegurada, todas se tomaron un turno usando la arreadora para pincharme.

Ashley se agachó frente a mí:

—Dado que el peso muerto es dejado atrás, ¡esta noche podrás dormir en el bosque! Mientras estás aquí, quiero que pienses con esmero en la vida ociosa de lujos que has estado viviendo. Toda esa comodidad, que tan fácil has tenido, te ha convertido en la cerdita que eres hoy. Necesitas aprender a ser más fuerte, ¡y este ejercicio te ayudará a hacer justamente eso!

Me dio un pellizco en mi mentón que pude haber considerado como afectivo si hubiese venido de alguien más, y se puso de pie.

—Bien, chicas. ¡Vamos a ver si tenemos más peso muerto del cual encargarnos!

Se amarraron de brazos y se retiraron, dejándome sola, casi desnuda, y atada a un árbol a la mitad del bosque.

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Campamento para gordas: 12345

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La traducción al español pertenece a esta página. Fue escrito en inglés por S. H. Cooper:
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