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Posesión/Álter-Ego


Había salido con unos amigos a pasar el rato paseando por la colonia local, visitando tiendas de videojuegos y de música. Era lo usual cuando estaba con mis camaradas Alan y Mario. Íbamos por el autobús platicando de trivialidades, como cuál era la chica que considerábamos más sexy en la escuela o qué tanto alcohol podíamos aguantar antes de comenzar a actuar como idiotas. Íbamos hechos una carcajada en el autobús, cuando notamos en nuestros relojes que ya eran más de las nueve de la noche y que nuestros padres debían estar preocupados. Telefoneé a mi madre para avisarle que llegaría un poco tarde, y como siempre solía hacer, puse una excusa que me pareció astuta: le avisé que nos habían invitado a cenar a Mario y a mí en casa de Alan. Eso siempre servía, siendo que él vivía con sus hermanas mayores y su tío. Sin embargo, cuando íbamos a medio camino en el autobús, nos dimos cuenta de que había una desviación en una de las avenidas debido a un accidente automovilístico. Debido al problema, podíamos hacer una de dos cosas: esperar a que el conductor del autobús tomara otra ruta, o podíamos bajarnos, caminar unas calles y tomar otro autobús que llegaría en menos tiempo. Optamos por la segunda opción. Lo que no teníamos en cuenta era que las calles estaban bastante oscuras y deshabitadas como para que pudiéramos pasar tranquilamente.

Pero ahí andábamos, tres jóvenes aventurados con ganas de resaltar como valientes e insultarnos si es que uno de nosotros se acobardaba. Íbamos camino por la calle principal, que iba de bajada como una rampa. Solitaria, con algunos automóviles estacionados y sin nada de luces en las casas que podíamos divisar. Recorríamos el lugar, un poco nerviosos, mientras pensaba que mis padres me desheredarían si se enteraban de que andaba en terrenos tan peligrosos. En un momento de conversaciones al azar para calmar los nervios, vimos una sombra que caminaba aleatoriamente por la calle sin tránsito alguno de vehículos, y no pudimos evitar sentirnos inquietos y más nerviosos por lo que vimos. En ese momento la sombra se detuvo, y nuestros oídos retumbaron con un chillido que lanzó antes de caer al suelo. Fue tan fuerte que sentí que me quedaría sordo. Me tapé los oídos y agaché mi cabeza.

Lo que ocurrió a continuación me acecha hasta el día de hoy. Jamás pude dormir después de lo que sucedió. No tengo esperanza de ello. Recuerdo que después de que la sombra emitiera el chillido, mis piernas se adormecieron y caí al suelo. Cuando me desperté, noté que estaba solo. Las calles se veían aún más tétricas y solitarias, pero esta vez no había nadie alrededor. Literalmente me sentí en el abandono más profundo que jamás pude haber imaginado. Corrí desesperadamente hacia adelante, buscando a mis amigos Mario y Alan. Sentía que las piernas se me doblaban por correr tanto, pero entre más recorría las calles solas y oscuras, más me daba cuenta de que el vecindario en donde estaba no era el mismo en el que los tres habíamos estado caminando. Entonces me detuve, presa de un inimaginable y frío pánico que recorría toda mi conciencia. Sentía ganas de llorar, de gritar y de pedir ayuda a todo pulmón, esperando que alguien dentro de su casa me oyese y decidiera salir a ayudarme.

Pero nada. Me hallaba solo, sumido en una desesperación increíble de la cual no tengo recuerdo de haber sentido antes. El terror de estar solo en un lugar así, un lugar tan frío y abandonado, que nada se parecía a las calles que recorría con mis camaradas. Recuerdo que me senté en posición fetal durante un par de minutos y comencé a pensar en toda la gente que extrañaba. Todos los que me apreciaban y a quienes apreciaba. También sentí un inmenso remordimiento por haberle mentido a mi adorada madre con lo de la cena en casa de Alan. Fue entonces cuando recordé mi celular, y cuando lo saqué y activé, vi la imagen de fondo, a todo color y en alta definición. Mi corazón comenzó a latir de prisa y un sudor frío me recorrió intensamente. Normalmente, tenía la imagen de uno de mis perros o algún videojuego, pero éste no era el caso. Vi una foto en la cual estaba Alan… tirado en el suelo, con la garganta cortada y sin ojos en las cuencas. Había mucha sangre.

Recuerdo que, del miedo, se me cayó el celular y se deshizo. En otras circunstancias me habría enojado por lo sucedido, pero el pánico y terror que me envolvían superaban cualquier otra emoción. Ahí fue cuando quebré en llanto. No pude soportarlo más. Me encontraba llorando desconsoladamente, arrodillado en el piso, cuando escuché que alguien se acercaba a mí. Recuerdo que tenía las manos en el rostro, pero al escuchar esos pasos giré mi cabeza y vi a Mario, parado y viéndome con una cara de seriedad que apenas podía notar. La oscuridad causada por la falta de muchas luces públicas hacía difícil distinguir con exactitud su rostro, pero llevo años de conocerlo. Sabía perfectamente que era él. Me levanté de un salto y corrí hacia él desesperadamente; sólo que él retrocedía, evitándome, lo cual me desconcertó (y me llenó de más angustia), pero aun así yo corría hacia mi amigo a paso veloz. La oscuridad era muy intensa, pero eso no me impidió divisar un detalle que me dejó helado y me detuvo en seco. Mario no retrocedía caminando… sus pies estaban a unos 10 centímetros del suelo. Flotaba, como si fuera jalado por hilos invisibles. Mi pánico no hacía sino crecer. Quería alumbrar con la lámpara de mi celular, pero recordé que lo había dejado unas calles atrás en el suelo, todo deshecho por la caída. Preferí seguirlo lentamente, intentando disimular el intenso miedo con el que lo veía. Le preguntaba por Alan, y dónde demonios estábamos. Él no respondía… sólo flotaba hacia atrás. Dentro de mí, algo me decía que debía correr en la dirección opuesta y tocar en alguna de las casas para tratar de conseguir ayuda; pero el hecho de que Mario estuviera en ese estado me hacía querer ayudarlo.

En un punto, se posó debajo de una luz pública que estaba tenuemente encendida. En ese momento se me erizaron los vellos del brazo de una manera tan fuerte que pensé que serían como una tabla con varios clavos expuestos. La mitad del rostro de Mario había sido arrancada de su cráneo, y podía fácilmente ver la cuenca del ojo izquierdo y el resto de sus huesos faciales, con trozos de carne colgando y con sangre. Su cuerpo estaba lleno de llagas y arañazos, y noté que sus tripas colgaban de su vientre abierto. Fue horrible. Me sentí en el borde de la locura absoluta, sintiendo más y más que esa terrible pesadilla me envolvía. Esta vez, llegué a mi punto de límite. Grité y grité de manera horrenda, jalaba los cabellos de mi cabeza con mucha fuerza, e incluso sentía cómo me desprendía trozos del cuero cabelludo. Lloraba peor que un niño hambriento, lo único que quería era morirme. Entonces, algo cambió. Algo detuvo mi arranque de locura. Abrí los ojos poco a poco, mientras comenzaba a escuchar unos pasos que se dirigían hacia mí. Cuando volteé a la luz pública, ya no estaba el cuerpo de Mario, y estaba apagada. Toqué mi bolsillo y sentí el bulto que mi celular forma en mi pantalón. Entonces, lo escuché de nuevo: ese infernal chillido que oí antes de que esta horrenda pesadilla comenzase. No lo aguanté de nuevo, las piernas se me adormecieron y caí de rodillas con los ojos fuertemente cerrados y las manos en los oídos. Caí al suelo, sintiéndome muy débil. Ese chillido no cesaba, pero también escuchaba unos pasos que se acercaban lentamente hacia mí.

De repente, volteé y vi de reojo a mi lado derecho un par de zapatos, manchados de algún líquido oscuro que también llegaba a la bastilla del pantalón. No pude ver más, debido a que caí inconsciente. Entonces, desperté. Me encontraba en el mismo sitio en donde escuché el chillido por primera vez, pero no se veía rastro alguno de Alan o de Mario. Las luces públicas iluminaban y, en pocas casas, había ventanas que dejaban ver habitaciones con las luces encendidas. Incluso, un vehículo pasó por la calle lentamente, y dio la vuelta. Se dirigió hacia mí. La ventana del copiloto se abrió, dejando ver a una señora de no más de treinta. Me preguntó acerca de una calle circundante mientras veía su celular; le dije que no sabía de esa calle. La señora se volteó a verme, y entonces abrió los ojos de par en par con una expresión de terror animal en su rostro. Soltó un grito y cerró la ventana del automóvil mientras que el hombre que conducía aceleró de inmediato. Entonces, confundido por la reacción de la señora, me giré a la derecha para gritar los nombres de Mario y de Alan. Vi hacia abajo y, en el piso, había un rastro de sangre que conducía a un callejón cercano. La zona se veía muy solitaria y oscura.

Iluminado por la lámpara de mi celular y preocupado, seguí el rastro. Escuche unos ruidos dentro del callejón, y me asomé para ver qué era. Vi dos siluetas, una sometiendo a la otra y lastimándola con un objeto que al principio no reconocí. Grité amenazando que llamaría a la policía varias veces, pero la silueta seguía. Supe que era un poco riesgoso, pero caminé lentamente hacia donde estaban. Iluminé con mi teléfono hacia ellos y, de repente, se me heló la sangre. La silueta de arriba, la del objeto… era yo. Mi propio ser, mi persona. Y la silueta de abajo… era Mario. Lo apuñalaba sin piedad, pero ya no gritaba. Sus tripas yacían expuestas, en el suelo, y la mitad de su rostro yacía sin piel. Fue aterrador. Entonces, el «otro yo» se detuvo… y volteó a verme. Era mi rostro… pero deformado, con los ojos totalmente rojos, como inyectados de sangre, y la piel pálida. Me di la vuelta para correr, pero vi a Alan en la entrada del callejón, estático, contemplando la horrible escena. Le grité que corriera, que se alejara. Pero no escuchó.

Corrí hacia él para sacarlo de ahí, pero cuando me le acerqué soltó un grito aterrador. Luego aparecí de nuevo en el callejón oscuro, un poco desconcertado. Volteé a donde estaba Alan… pero sólo vi su cadáver, en la posición exacta en la que estaba en la foto de mi celular. Grité horriblemente, salí corriendo y cuando llegué a una gran ventana que reflejaba, me vi a mí mismo, empapado de sangre en toda la ropa y en los brazos. Sostenía un gran trozo de vidrio lleno de sangre. Sí ocurrió. Yo… yo asesiné a mis dos mejores amigos, de manera cruel y despiadada. Caí de rodillas… y sólo pronuncié un «¿por qué?». Escuché de pronto una cavernosa voz de ultratumba, tan horrible que jamás encontraré las palabras para describirla. Repitió lo que dije, pero en tono sarcástico. «¿Por qué?». Volteé a mi derecha, con la cabeza hacia abajo. Alcancé a ver unos zapatos… los mismos que traía el sujeto en mi pesadilla antes de caer inconsciente. Mis zapatos… Entonces, cerré los ojos. Puso su mano en mi hombro, y con la misma voz, pronunció algo que, hasta estos días, encerrado en la prisión a la que he sido eternamente confinado, acecha mi mente y no me deja vivir sin dolor ni angustia.

«¿Por qué no?».

Creaciones propias

William

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13 comentarios

~Willy, yo sé que algún día volverás para leer esto ;O;~

Sé que con ésta ya serían demasiadas disculpas de mi parte, pero más que merecida te tenías una de estas entradas, y por eso siento que tus trabajos estén siendo considerados hasta ahora para la portada. Uno de los mejores autores que hemos tenido.

Oh… hace tiempo leo que de esta página, pero active una cuenta solo para comentar esta historia.
Me ha impresionado bastante, al principio creí que sería un sueño pero resultó algo mucho más oscuro. Me atrapo completamente.
¡Buen relato!

Son un poco aburridos el 1 y 2.. En realidad el 2 no lei ni la mitad, me salte al final y no me asusto para nada.. fome en todo sentido :// perdi varios min de mi tiempo en esta estupidez

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