Liu

| CeaseToExist.mp3 (presuntamente real) | Cuando cierras tus ojos |

Liu ganó el concurso Fanficséalo.

Escribí esta fanpasta en el 2013, después de haber leído la historia del 2011 que, a mi parecer, está llena de incoherencias y situaciones absurdas, sin mencionar la baja calidad de redacción, lo cual redujo de manera importante el encanto inherente del protagonista; personaje con bastante potencial. Tal motivo me incentivó a crear mi propia versión, respetando la trama del original, pero quitando aquellos elementos que empobrecían el argumento. Obra registrada en Safe Creative.

Dedicado a Sesseur, quien comenzó el mito.


Comenzar desde el inicio como tal me resulta imposible, los escasos recuerdos de lo que aconteció en la vida que me fue arrebatada brutalmente son en su mayoría episodios borrosos y confusos, aunque hay ciertos eventos que recuerdo perfectamente, en especial aquellos relacionados con él… con mi hermano. Mi hermano Jeffrey.

Como mencioné, he perdido gran parte de mis memorias previas a lo que sucedió aquel día, el día en que algo cambió en la mente de Jeff, así que tomaré este suceso como punto de partida.

Acabábamos de llegar a una ciudad desconocida para nosotros debido al trabajo de papá, habíamos tenido que mudarnos de un lugar en el que habíamos residido por largo tiempo. El cambio no me emocionó en absoluto, odiaba alejarme de lo que me era conocido y enfrentarme a quién sabe qué nuevas situaciones. Jeff también detestaba esto, en realidad, él aborrecía lo mismo que yo. A pesar de todo, algo que no he olvidado es el fuerte vínculo que en vida tuve con él; es difícil describirlo, era como si hubiéramos estado «conectados» de alguna manera; si él sentía algo, yo experimentaba la misma sensación. Sabía lo que le gustaba, lo que temía, lo que disfrutaba… debido a este extraño enlace, ambos desarrollamos un sólido afecto por el otro.

En fin, recién habíamos llegado al barrio cuando una vecina se acercó a nosotros, se presentó y nos invitó a la fiesta de cumpleaños de su pequeño hijo que tendría lugar ese fin de semana. Jeff, al escuchar la conversación, se acercó a mamá para protestar por haber aceptado ir, en especial porque se trataba de una fiesta para niños, pues nosotros habíamos dejado de ser <> hace tiempo, pero, como era habitual, ella terminó imponiendo su voluntad. Enojado, fue a su habitación y yo me quedé afuera de la casa, contemplando la calle.

En ese momento enfrenté por primera vez aquella «cosa», algo que nunca había sentido, estoy seguro. Se presentó como una breve punzada en el centro de mi pecho, como si me hubieran clavado un objeto puntiagudo, seguido por una sensación de quemazón que se expandió por mi tórax, tan intensa que parecía que me estaba quemando por dentro. Duró unos cuantos segundos y desapareció abruptamente. Continué sentado por unos instantes, recuperándome y preguntándome qué demonios había sido eso. Parecía haber sido una descarga de una enorme furia dentro de mí, como si hubiera experimentado tanto enojo al grado en que mi pecho, figuradamente, había ardido en ira. Decidí no tomarle mayor importancia y entré a la casa.

Al día siguiente, nuestro primer día en la escuela; me levanté e hice mis cosas como de costumbre. Fui al comedor y noté que Jeff estaba algo raro: pálido, con mal semblante y parecía que soportaba un malestar que lo aquejaba. No tenía buen aspecto, sin embargo, no mencioné nada acerca de esto y mis padres no lo notaron.

Salimos de casa y fuimos a la parada de autobuses. Ni bien pasaron unos minutos cuando nos encontramos con los primeros problemas; un chico en patineta saltó cerca de nosotros, tal vez como una muestra de «autoridad», y frenó. Se dio la media vuelta y se presentó: se llamaba Randy, era el típico bravucón buscapleitos acompañado por su pandilla: dos chicos llamados Keith y Troy. Tendrían casi nuestra misma edad. Como buen rufián, Randy nos exigió pagar cierta cantidad por tomar el autobús, a lo cual me negué, por lo que tomó por la fuerza mi billetera. Quería evitar problemas, así que no hice nada para impedirlo, pero Jeff no pensaba lo mismo. A pesar de mis intentos por alejarlo, se acercó a los chicos y con tono amenazante exigió que me regresara la cartera. Randy no cedió, en cambio, sacó una navaja y la apuntó a Jeff. Estaba a punto de golpearlo para defender a mi hermano, pero algo inesperado sucedió; en un instante, Jeff había golpeado a Randy en la nariz y le había quitado el arma. En tanto, los otros dos buscaron herirlo; él apuñaló a uno de ellos en el brazo y dejó al otro inconsciente con un golpe en el abdomen.

Quedé pasmado con lo que estaba viendo. Una leve sensación de placer morboso, que recorrió mi columna vertebral, provocó que me estremeciera. Reaccioné y me acerqué a Jeff; aunque parecía sorprendido por su accionar, sus ojos brillaban singularmente y sus labios formaban una casi imperceptible sonrisa. Estaba extasiado, observando la sangre de Troy en el pavimento. Lo llamé por su nombre y salió de aquel estado en tanto el autobús que habíamos estado esperando se acercaba. Sin pensarlo, ambos corrimos con todas nuestras fuerzas hasta que nos alejamos lo suficiente de la escena. Caminamos a la escuela sin decir palabra alguna, y cuando llegamos, nos separamos. No hablamos por lo que restó del día.

Aquella actitud de mi hermano ocupó mi mente todo el tiempo, Jeff no era un tipo agresivo ni explosivo, cuando atacaba a alguien lo hacía por defenderse, pero esa vez fue de alguna manera… diferente. No solo había acabado con esos tres en menos de cinco minutos, sino que, mientras los lastimaba, su cara reflejaba un gozo inmenso, una alegría enfermiza; había disfrutado cada herida provocada y, sobre todo, la sangre que de ellas brotaba. Reprimí tales pensamientos, pero en el fondo sabía que era cierto. Yo mismo había sentido aquella ráfaga de placer al verlos tirados en el piso, sufriendo y lamentándose, había sentido el gozo que Jeff había experimentado. El solo hecho de imaginarme esto me provocó escalofríos. Decidí que hablaría con él en casa.

Esa misma tarde, poco después de haber llegado del colegio, alguien llamó a la puerta. Yo estaba en la sala, así que pude asomarme para ver quién era, y encontré a mamá hablando con dos policías en la puerta. Sabía el motivo por el que venían e, igualmente, a quién se llevarían. No podía probar que esos malditos habían iniciado la pelea, ni que había sido en defensa propia, pero tampoco podía permitir que se llevaran a Jeff. Por lo que había sucedido, le darían mínimo un año en la correccional, en donde se encontraría con alguien que lo haría enojar y desataría «eso» que estaba latente en él. Solo necesitaba un incentivo para salir. No… eso no debía suceder, era mi hermano y estaba dispuesto a dar todo por su bienestar.

Pensé desesperadamente qué hacer, cuando una vaga idea cruzó por mi mente. Corrí a la cocina, golpeé fuertemente mi abdomen contra la mesa hasta que algunas contusiones quedaron marcadas; después agarré un cuchillo, me hice algunos cortes y los presioné para que la sangre coagulara rápido. Posteriormente, me dirigí a la entrada sin soltar el utensilio. Cuando llegué vi a Jeff con los demás confesando que había sido él quien había atacado a los chicos. Ese era el momento: grité para llamar la atención y dije que yo había sido el que se había peleado, me levanté la playera para mostrar las «heridas» causadas por el enfrentamiento. Los oficiales se alertaron por el cuchillo que traía en mano y me pidieron que lo tirara, lo cual hice y me acerqué a ellos. En tanto, Jeff, con lágrimas en los ojos, vociferaba que él había sido el culpable, lo repetía con desesperación y frustración, en un vano intento por liberarme. Antes de salir de casa, le dije que no era necesario que ocultara la verdad. Un policía me escoltó a la patrulla y lo último que vi antes de que esta arrancara fue a mi hermano llorando inconsolablemente en compañía de mi madre, gritando que él era el responsable. Por más que intenté permanecer impasible, no pude evitar que algunas lágrimas se escaparan de mis ojos.

Aunque solo estuve recluido por unos cuantos días, me pareció haber ido una eternidad. El primer y segundo días, varios me acorralaron y me propinaron dos golpizas; la primera como recibimiento y la segunda como un regalo de Randy, quien al parecer tenía muchos amigos ahí. Entonces llegó el sábado. Recordé que una vecina tendría una fiesta esa tarde y me alegré de que mi familia se distrajera un poco del asunto, aunque seguía preocupado por Jeff. Rogaba por que nada lo perturbara. En esto estaba cuando uno de los amigos de Randy, acompañado por otros tres matones, se acercaron a donde estaba sentado. Volteé la mirada, estaba harto de ellos.

—¿Qué? ¿No te alegra vernos? Después de todo, creo que podríamos ser amigos —me dijo mientras reían sus compañeros.

—¿Qué mierda quieren? ¿No han tenido bastante? —respondí exasperado.

—Tranquilo, hoy no te golpearemos. Queremos que cooperes, recibiremos un «cargamento especial» y necesitamos un chivo expiatorio… —Antes de que terminara de explicar el asunto, lo interrumpí:

—No lo haré, no me importa qué sea o para qué. Estoy harto de ustedes y será mejor que se larguen antes de que me hagan enojar. —Ante mi respuesta, me agarró de la playera y me levantó hasta encararme. Quité sus manos de mí y lo empujé, los otros tres se acercaron y me rodearon.

—Mira estúpido, cooperarás con nosotros por la buena o por la mala, si te niegas te haremos tantas cosas que desearás haber sido abortado… O haber dejado que tu hermano viniera en tu lugar, al cabo es él quien debería estar aquí. —Aquella amenaza continuada con risas descaradas; más que amedentrarme, hizo que mis ánimos se encendieran. No dejaría que esos bastardos se burlaran de Jeff, por lo que, sin pensar, me abalancé contra el que había hablado y comencé a golpearlo fuertemente en la cara sin darle oportunidad para defenderse. Los otros tres me quitaron de encima y me patearon entre todos. Al cabo de un rato, dos me levantaron y me sostuvieron de los hombros, el que había golpeado previamente se acercó; tenía el labio y la ceja partidos y sangraba por la nariz. Me pregunté qué le parecería eso a Jeff. Comenzó a soltarme puñetazos en la cara repetidas veces hasta que, debilitado, caí de rodillas al borde del desmayo. Se inclinó hacia donde estaba y jaló mi cabello para ver mi cara. Entonces sacó algo de su bolsillo, un objeto que ya había visto antes. Acercó la navaja a mi cara y la pasó suavemente por mis mejillas, amenazando con dejarme marcado. Sabía que tenía que hacer algo para defenderme, pero los golpes me habían debilitado y no podía pensar claramente.

Entonces sucedió. Esa sensación regresó con más fuerza y se expandió más rápido; mi pecho dolía tanto que no me importó lo que ellos pudieran hacer. Bajé la cabeza, apretando los ojos y mordiéndome el labio para no gritar, pero llegó un punto en el que no pude soportar más y solté un alarido, lo que provocó que él retrocediera un poco, sorprendido. Volví a ponerme de pie con movimientos trémulos; me costaba trabajo respirar y mi cuerpo temblaba como si hubiera estado a punto de convulsionarse. Los que estaban sosteniéndome comenzaron a preocuparse.

—Creo que en serio está mal Jay, si algo le pasa van a culparnos —dijo uno de ellos.

—¡Tonterías! Este imbécil solo está fingiendo porque sabe lo que le espera. Vamos, ¡levántenlo para terminar con esto!

Jay acercó la punta del arma a uno de mis ojos, pero antes de que pudiera hacer algo, le solté una patada en los genitales. En ese momento, la «cosa» dentro de mi pecho había explotado. Con la misma velocidad, pisé fuertemente a uno de los que me sostenía y golpeé con la cabeza al otro, destrozándole la nariz. El que quedaba estaba pasmado, y para cuando reaccionó, ya lo había golpeado en la mandíbula, dejándolo noqueado. En este punto, había varios reclusos alrededor alentándome por el repentino contraataque.

Jay se había medio recuperado del golpe y, junto con el otro que no había lastimado, se lanzaron contra mí con navaja en mano. Golpeé a uno para alejarlo unos instantes, en tanto que el otro aprovechó para hacerme un corte en el pecho. Con furia, lo golpeé en la cara mientras él daba navajazos al aire. Logré tirarlo, le pisé la mano hasta quebrársela, soltó el arma y le pateé la cabeza. El otro aprovechó para agarrarme el cuello por atrás y comenzó a estrangularme. Como pude, le asesté un golpe con el codo en el tórax lo cual hizo que cediera. Me quité sus manos y le solté puñetazos en el abdomen hasta que cayó al suelo. Al ver su cara, noté que era Jay. Recogí el arma y me acerqué a él; por un momento sentí la necesidad de acabar con su vida, y estaba por hacerlo, cuando me di cuenta de la realidad. No debía, pues yo no era un asesino. Enterré la navaja en el suelo.

Repentinamente, una horrible sensación me invadió; sentía que me estaba quemando, no como antes, ahora estaba realmente sintiendo al fuego abrasando mi piel. Esto era totalmente intolerable, caí de espaldas y comencé a revolcarme por el piso ante la mirada atónita de todos. Gritaba con tanta fuerza, al grado que el sonido lastimaba mis tímpanos; mis ojos se presionaban contra las cuencas, como si hubieran estado a punto de explotar; mi piel ardía tanto que en un momento comencé a rasgar mi cuerpo, en un desquiciado intento por arrancármela. Cada vez que abría mi boca, parecía que el fuego se expandía a mis entrañas, quemando todo lo que encontraba a su paso. Mis nervios no podían soportar más, me desmayé en medio de marejadas de dolor.

Desperté en la enfermería de la correccional, tenía la cabeza y el torso vendados. En ese instante el director del centro se acercó, acompañado por una enfermera y el doctor.

—Qué bueno que despertaste, Liu. Tenemos muy buenas noticias para ti —me dijo.

—Señor director, yo… —respondí, pero él me interrumpió.

—Oh, no digas nada, primero escucha. Ayer hubo un conflicto en una fiesta con los muchachos del otro día. Debido a esto y a numerosos testigos que vieron lo que sucedió, se determinó que las agresiones pasadas fueron en defensa propia. Por tanto, se te concedió tu libertad. En unos momentos vendrán tus padres a recogerte.

Sus palabras, más que alegrarme, me preocuparon. Si había ocurrido ayer en una fiesta, significaba que mi hermano había estado involucrado. Y lo que había experimentado en el patio…

—¡Mi hermano! ¡¿Qué pasó con él, dónde está, cómo está, qué es lo que sabe?! ¡¿QUE?! —inquirí con desesperación sosteniéndolo por los hombros.

—Tranquilízate, Liu. Tu hermano confrontó a los tres delincuentes y afortunadamente sobrevivió a sus ataques. Sin embargo, sufrió varias heridas. Se encuentra hospitalizado. Seguramente podrás verlo después de salir de aquí.

Recuperé la calma al escuchar esto y volví a recostarme. Antes de irse, el director me dirigió unas últimas palabras:

—Y con respecto a lo ocurrido ayer, debes estar tranquilo. Sabemos que fuiste una víctima y tuviste que defenderte. Eres un buen chico, Liu. Deberías dormir un poco.

Mis padres llegaron poco después. Saludé afectuosamente a mamá y fuimos a casa para descansar. Al día siguiente fuimos al hospital, estaba ansioso por ver a mi hermano. Quedé sorprendido al verlo en la habitación, se encontraba completamente vendado e inmovilizado, solo sus ojos podían verse debajo de esa montaña de yeso. Me acerqué a él y solté una lágrima de coraje al ver lo que esos bastardos le habían hecho, aunque sabía que habían recibido un merecido castigo. Los ojos de Jeff se movieron hacía donde estaba, como saludándome. Con cautela, lo abracé y le dije que lo había extrañado. Por primera vez desde que habíamos llegado, sentí un poco de serenidad.

Las siguientes semanas transcurrieron con normalidad, visitaba a Jeff después de la escuela y me quedaba casi toda la tarde con él. A veces me preguntaba qué tan grave había sido el daño a su rostro para haber sido vendado de esa manera. Aunque este pensamiento me atemorizaba, tenía la esperanza de que las cosas salieran bien.

Cuando por fin llego el gran y fatídico día, no sabía qué pensar. Tenía curiosidad por ver el rostro de mi hermano, pero temía que no hubiera un buen resultado, me torturaba pensar en su reacción al verlo. Estando todos reunidos en el hospital, el doctor procedió a retirar el vendaje; por cada vuelta, un sentimiento de angustia se apoderaba de mí. Cuando quedó la última capa de vendas, pude ver tenuemente el resultado, el cual me dejó atónito. Esa cara… el rostro de mi hermano había trasmutado terriblemente, no podía reconocer facciones familiares en él, ni siquiera rasgos humanos. Su piel era de un blanco brillante, como si el cráneo hubiera estado expuesto; sus labios, descarnados y de un color rojo oscuro, parecían estar impregnados de sangre seca; el cabello, que antes había sido largo y castaño, era una maraña de hebras negruzcas; su nariz… de su nariz no quedaba más que un poco de cartílago. Sus ojos eran lo único que parecía estar en normalidad, aunque un brillo peculiar irradiaba de ellos.

Mamá soltó un pequeño grito de horror, papá y yo quedamos pasmados. Al ver nuestra reacción, Jeff corrió al baño para observar su nuevo rostro en el espejo. Lo seguí y me quedé en la puerta; tardó unos momentos en asimilar la situación y después se llevó la mano a la cara. No sabía qué hacer o decir, no quería causarle más dolor.

—Jeff… —Por fin me atreví a hablar—. No está tan mal… —Fue lo único que se me ocurrió, pero su reacción no fue precisamente lo que yo esperaba.

—¿¡No está tan mal!? Es… es… ¡es perfecto! —Una gran sonrisa, propia de un maniaco, emergió de su deforme rostro. Volteó a verme por unos instantes y noté una vez más esa extraña luz en sus ojos—. Es jodidamente perfecto, ¡mírame! ¡Combina a la perfección conmigo! —Volvió su vista al espejo—. Blanco, tan blanco… ¡Como la muerte! —Soltó una carcajada desquiciada mientras se acariciaba las mejillas. Salió del baño aún riendo.

—Soy hermoso, ¿no? —dijo al ver a mis padres, por lo que mamá comenzó a preocuparse.

—Doctor, ¿es normal este comportamiento? —Mamá preguntó.

—Es habitual en pacientes que sufrieron lesiones de esta magnitud. Le recetaré unos sedantes para que pueda descansar, hoy y mañana puede traerlo para comenzar el tratamiento.

Aquella respuesta tranquilizó a mis padres, aunque yo no creía que una simple terapia pudiera ayudar. Nos dirigimos a la recepción por su ropa: era una sudadera blanca y un pantalón negro. Se vistió y fuimos directo a casa. Jeff continuó riendo por lo bajo todo el camino, de vez en cuando volteaba a verlo de reojo, pero un miedo enorme me invadía al mirarlo.

Al llegar a casa, fui directo a mi habitación. Me acosté y pensé en lo que había pasado: dudaba que esa actitud rara de Jeffrey fuera producto del trauma que había sufrido, no comprendía por qué yo no sentía esa euforia que lo invadía, era como si una barrera hubiera sido interpuesta entre nosotros después del incidente. Aunque estaba seguro de algo: el de allá afuera no era mi hermano. «Eso» oculto en su mente había sido liberado el día de la fiesta; la sensación que yo percibí como un punzante dolor en el pecho, quizá era para él un sentimiento de poder y dominio, una necesidad por destruir lo que pudiera. Y lo disfrutaba más que nada. Algo siniestro había crecido debajo de ese rostro quemado y descarnado, algo que nadie podría detener… aunque creí que aún podía hacer algo. Tal vez no era demasiado tarde como para ayudarlo, quizás si hablaba con él lo haría reaccionar. Tenía la esperanza de que guardara un poco del cariño que alguna vez nos tuvimos. Pensando en la charla que tendríamos al día siguiente, me quedé dormido.

Un ruido me despertó en la madrugada, me incorporé para escuchar de dónde había provenido. Silencio. Decidí volver a dormir. Cuando comenzaba a dormitar, tuve la sensación de que estaba siendo observado; dudé en abrir los ojos, pues temía lo que encontraría al otro lado de mis párpados, pero tenía que hacerlo. La tenue luz de la luna que entraba por la ventana me reveló lo que tanto había temido: dos fulgentes, grandes ojos negros me miraban fijamente, las manchas oscuras alrededor de las cuencas indicaban que los párpados superiores habían sido quemados; abundante sangre escurría por ambas mejillas debido a un corte en ambas y confluía en los labios, pintándolos de un rojo brillante. Las heridas formaban una sonrisa macabra en la cara. Antes de que pudiera siquiera pensar, una mano me tapó la boca y presionó con gran fuerza, impidiendo el movimiento de mi cabeza. No terminaba de comprender lo que ocurría, cuando vi un objeto al lado; un cuchillo cubierto de sangre se elevaba por encima de mi pecho. Instintivamente, comencé a soltar golpes y a moverme con desesperación, en un intento por liberarme. Todo era en vano, quien me estaba sosteniendo poseía una asombrosa fuerza. Miré los ojos del atacante y los reconocí inmediatamente; intenté hacerlo reaccionar, traté de gritar su nombre para que recordara mi voz, pero todo era inútil. Él solo reía. Continué luchando por soltarme hasta que dijo la última frase que escucharía en mi vida:

—Shhhhh. Ve a dormir-

En ese momento clavó la hoja del cuchillo en mi estómago, provocándome un dolor inmenso. Sentí cómo la sangre recorría el esófago hasta llegar a mi boca, casi ahogándome, pues Jeff no me soltaba la cara. Elevó nuevamente el arma y, entre carcajadas frenéticas, la hundió en un costado de mi pecho. Deslizó el cuchillo por mi tórax hasta que quedó una abertura de considerable tamaño, su objetivo era mi corazón.

No podía creer lo que estaba sucediendo, no podía concebir que quien tanto había protegido y querido me estaba arrebatando la vida solo por diversión. Entonces comprendí todo: Jeffrey, mi único hermano, había perdido la razón. Se había olvidado de todo: lógica, sentimientos, recuerdos… su mente carecía de cualquier pensamiento que no estuviera relacionado con una sola cosa: matar. De ahora en adelante, el único objetivo de su existencia sería terminar con la vida de quien se encontrara, buscaría la forma más «divertida» de asesinar y apuñalaría cuantas veces fuera necesario para provocar un gran brote de sangre. Perseguiría con obstinación a su víctima y no se detendría hasta sentir el último aliento y escuchar el último latido de su corazón. Aquel sentimiento surgido de la nada había trastocado su mente hasta convertirlo en un asesino psicótico, sin razón ni explicación. Pobres desgraciados los que se cruzaran en su camino; él no les daría oportunidad de negociar. Sería inútil intentar huir o luchar, pues no los dejaría escapar ni mucho menos podrían vencerlo. Lo que les quedaba hacer era rogar por que todo terminara lo más pronto posible, así como yo lo hacía en ese momento.

Estaba agonizando cuando Jeff, riendo a carcajadas, enterró su cuchillo en mi corazón. Extrajo el órgano de mi cuerpo, clavado en la punta del arma, y lo acercó a mi cara como si hubiera sido una especie de trofeo. Esta escena, junto con esa sonrisa sangrienta y aquellos ojos desorbitados, fue lo último que vi antes de que mi vista se oscureciera….

La comunicación se interrumpió. El médium se desplomó sobre la mesa, como si se hubiera desmayado. Los presentes supusieron que era debido al contacto con el espíritu, cuando notaron algo extraño en su nuca: un objeto negro, parecido a la empuñadura de un cuchillo. Un charco de sangre emergió desde su cabeza y se expandió por la tabla. El pánico acometió en el lugar; todos corrieron hacia la puerta principal, pero un extraño bloqueó el paso. Retrocedieron con temor al ver la figura: era un muchacho de mediana estatura vestido con una sudadera blanca y con la cabeza cubierta por una capucha. En una de sus manos sostenía un cuchillo de gran tamaño. Se acercó lentamente al grupo de jóvenes; levantó la cabeza, revelando su horrible sonrisa, y entre pequeñas risas recitó su frase:

—Vayan. A. Dormir.

Al instante, se lanzó contra uno de ellos y lo degolló. Al ver la escena, los demás comenzaron a correr por todas direcciones, buscando desesperadamente un escape. A Jeff le pareció muy divertido esto, parecían conejos buscando refugio de un depredador.

Alcanzó a uno que iba en dirección a la sala y hundió el cuchillo en uno de sus ojos; en seguida lo deslizó por su frente hasta llegar al otro. Dejó al sujeto desangrándose y se dirigió a la ventana, quien trataba de salir tenía la mitad del cuerpo adentro. Enterró la hoja del arma en la cadera del individuo y la deslizó a lo largo del muslo. Un terrible grito masculino resonó por la sala. Hizo lo mismo en el otro lado y con sus manos separó los bordes de las heridas, hasta que logró arrancar una parte de la piel, dejando al sanguinolento músculo expuesto. De repente, sintió un golpe en la cabeza; volteó lentamente para encontrar a quien se había atrevido a confrontarlo: era una chica veinteañera que sostenía un tubo en sus manos. Aunque trató de defenderse, al final él la sostuvo del cuello y la azotó contra la pared. Acto seguido, apuñaló repetidamente su estómago hasta que dejó de respirar. Aventó el cuerpo y se movió velozmente por las escaleras. Dos habían logrado subir al segundo piso, pero, antes de que pudieran correr por el pasillo, haló los pies de ambos provocando su caída. Arrastró a la mujer y la arrojó por las escaleras, esta llegó al último escalón con el cuello roto. En tanto, empuñó el cuchillo y comenzó a apuñalar la espalda del hombre; podía sentir el roce de la hoja con las vértebras del sujeto, tal acto lo maravilló. Continúo haciéndolo hasta que dejó de moverse.

Sólo quedaban dos; ambos habían aprovechado la situación para escabullirse por la puerta principal, aunque pasar por el viejo jardín les costaría mucho trabajo debido a la abundante hierba. Saltó por una de las ventanas y aterrizó encima de un muchacho. Sin darle tiempo para recuperarse, hundió el arma en su cráneo. Se levantó y corrió por el último, que estaba por llegar a la carretera. A escasos centímetros de salir, el chico sintió un fuerte jalón en su playera, lo que provocó que cayera de espaldas. Antes de que pudiera levantarse, alguien haló uno de sus pies y lo arrastró de regreso a la casa. Levantó la cabeza para comprobar que era el asesino quien lo llevaba, por lo que comenzó a mover sus manos desesperadamente, buscando algo a lo que pudiera aferrarse. Al no encontrar algo servible, optó por gritar con la esperanza de que alguien escuchara. Sus gritos se intensificaron cuando entraron a la casona, sabía que ese sería el último lugar que vería. Al llegar a la estancia, Jeff se inclinó a su lado, lo sostuvo del cuello y elevó el cuchillo, pero algo le impidió consumar su acción. El adolescente que estaba a punto de asesinar le resultaba particularmente curioso; era el más pequeño de todos, no habría de sobrepasar los quince años y su aterrada mirada le parecía familiar, como si la hubiera visto antes. Esos ojos tenían algo, significaban algo importante… pero no podía recordar qué era. Al notar esto, el muchacho rememoró la historia contada por el fantasma. Creyó haber encontrado su salvación.

—Jeff, ¡acuérdate de Liu, tu hermano, al que tanto querías! —vociferó esperando que eso diera resultado. Jeff bajó su arma y tocó el rostro del chico, le intrigaba saber por qué sentía algo extraño al ver sus ojos… Con la punta del cuchillo arrancó el globo ocular de la cuenca y cortó el nervio óptico. Lo sostuvo en una de sus manos, observando con curiosidad la pupila dilatada. No. No tenía nada particular, excepto el hecho de que no estaba en su lugar. Cerró su puño y comenzó a reír. El muchacho se encontraba en el suelo gritando con gran dolor mientras tocaba la herida en su cara. Jeff dirigió el cuchillo a su corazón y lo introdujo brutalmente, una y otra vez. La sangre salía a borbotones, chorreaba por las hendiduras y salpicaba su cara. ¡Qué espectáculo más divertido! Era una fiesta color escarlata, con olor a hierro y sabor a sal. El blanco opaco de la sudadera cambió por un rojo oscuro, hilos de sangre corrían por su cara hasta perderse en sus mejillas cortadas.

Haber ido a la vieja casa abandonada en la noche de Halloween fue la peor decisión que pudieron haber tomado. Ese grupo de amigos solo buscaba una «experiencia terrorífica», y qué mejor lugar que aquel en donde hace años una familia había sido asesinada por el hijo menor. Además, la calle estaba igual de deshabitada, nadie quería vivir cerca de donde había ocurrido tal atrocidad. Por tanto, creyeron que nadie perturbaría la sesión de espiritismo, pero no contaron con que Jeff llegaría a completar la diversión.

Se sentó a un lado del cadáver y comenzó a mecerse mientras carcajeaba desquiciadamente. La noche era larga, había tantas personas andando por las lóbregas calles de la ciudad, las suficientes como para divertirse un buen rato. Después de todo, era una noche especial.

Se levantó y caminó hacia la puerta principal de la que alguna vez fue su casa, cuando escuchó un ruido detrás de él. Volteó y pasó su vista alrededor del cuarto. Su sonrisa se ensanchó.

—Shhhh —dijo mientras miraba una esquina vacía—. Continúa durmiendo.

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Cuando leí tu nota al inicio tuve el chirriante deseo de que alteraras la historia original y, sí, la liberaras de todas sus incoherencias y situaciones absurdas, pero decidiste contar la historia desde otra perspectiva, aunque conservando todos los elementos esenciales. No me decido sobre cuál me ha gustado más, pero has hecho una obra de caridad al tomar un personaje tan importante de los creepypastas y escribir algo más que decente para él. Eso no sucede a menudo con creepypastas de Jeff. Yo, en su momento, me propuse depurar la historia original de mucha estupidez que tenía y traducirla bien (utilicé ese enlace para colocarlo en tu fuente, en vez de la traducción odiosa que merodea el internet y que nosotros también tenemos almacenada en la página). Así que comprendo tu motivación al querer dar una mejor imagen de Jeff.

Felicidades por haber ganado el concurso y por tu lugar en el Salón de la Fama. Tienes la primera victoria en la historia de la página.

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