Una Casa.

Me gustaría aclarar que éste es mi primer Creepypasta, así que no soy muy muy hábil. Los parientes más o menos viejos que han tenido la oportunidad de vivir en provincia tienen excelentes historias para «no dormir» así que, basándome en una perturbadora anécdota contada por una de mis tías y utilizando un poco mi imaginación, escribí éste Creepypasta, espero que sea de su agrado.

Aquella casa tenía un aire muy extraño. Pertenecía a uno de mis tíos por parte de mi familia materna; al ser muchos hermanos, mi madre se vio en la terrible necesidad de repartirnos entre los tíos, con la esperanza de vivir mejor. Honestamente, prefería pasar hambre que verme en la necesidad de separarme de mi madre y de mis hermanos.

La casa era bastante grande, era como una vecindad muy pequeña. Era un total de cuatro viviendas, compartíamos patio de juegos y nada más. Mi abuela materna y mi tía más joven iban a encargarse de mi cuidado. Iba a compartir la casa con mis insoportables primos y su odiosa madre, la tía a la que le guardaba un profundo resentimiento. Mi madre solía decir que esa tía hacía cosas muy extrañas, que compraba objetos cuyo uso no podía tener otra relación mas que la brujería. La verdad nunca estuve del todo segura. Lo que sí sabía, era que nos despreciaba por ser pobres. Ella no tenía la gran fortuna pero era verdad que vivía mucho mejor que nosotros. Mis hermanos, mi madre y yo éramos los arrimados, los pobres y los hambrientos.  Ellos vivían arriba.

En la casa ya habían ocurrido dos desgracias. Mi abuelo, que era tenía un problema en sus riñones y al resbalar por culpa de sus muletas, sus órganos quedaron irremediablemente dañados y mi padre, que agonizó y murió en el cuarto de arriba, de cirrosis. La casa me inquietaba demasiado.

El día de la mudanza, creí ver una extraña figura reflejándose en la ventana, de esas formas que de sólo verlas, sentías miedo. Pálida y con los ojos vacíos y negros. Creo que sólo fue mi imaginación.

No podía conciliar el sueño por las noches. Sentía un miedo desesperante, como si alguien me observara. La oscuridad era sofocante. A pesar de que dormía muy cerca de mi querida abuela, no me dejaba subir a su cama por un sólo motivo, mi tía era demasiado quisquillosa. Tenía que conformarme con sentirlas cerca. Cada vez que me cobijaba hasta la cabeza, el calor no me dejaba respirar por lo que tenía que permanecer despierta, esperar y dormir un par de horas al amanecer.

Ni siquiera durante el día me sentía tranquila, tenía una sensación muy extraña. El miedo se agudizaba después de la media noche. Aún si fuera mi padre o mi abuelo fallecidos los que me observaban al dormir, no dejaban de ser fantasmas, la sola idea me aterraba. Dormir con mis primos o mi tía era algo descartado, puesto que no simpatizaba con ninguno. Cada vez que podía, convencía a mi abuela de llevarme a pasar unas horas con mamá.

Un mes después de la mudanza, en la que me quedé sola con mi abuela, alguien, durante la madrugada, estuvo golpeando la puerta con una fuerza extraordinaria, golpes que taladraban la mente. Mi abuela juró no haber escuchado nada.

Y hace una semana, cuando por fin me había tranquilizado, había dormido profundamente, sin embargo, desperté por una extraña razón y con horror sentí como jalaban el cobertor con el que me cubría. Arrastrándolo, arrancándolo de la cama. Pude haber creído que había sido una mala broma por parte de mis primos pero hasta ellos sentían miedo de la oscuridad profunda que ocultaba esa casa.

Una noche de Octubre, las calles parecían boca de lobo. No había muchas casas y la luz eléctrica aún no era totalmente estable. Eran las 23:00 p.m. y traté de convencer a mi abuela de que me llevara con mi madre. La situación había llegado a su límite. Mi abuela se negó rotundamente, puesto que era demasiado tarde para salir. Armé un berrinche lo mejor que pude. Me tiré al piso, berré y lloriqueé con tal de que me cumplieran mi capricho. Sólo logré desesperar a la abuela y me sacó de la casa a nalgadas, gritando ¡ándele, para que se le quite lo chillona, te quedas afuera!

Me quedé sola y me senté a llorar en el patio. Era una oscuridad profunda sin embargo, lograba identificar todo lo que había ahí por sus diminutos contornos. Pude haber llorado tres horas. Mi tía no estaba, supuse que andaba de fiesta. Esperé a que llegara para poder entrar con ella. Lo único que lograba observar bien eran las escaleras que nos conectaban con un pasillo y con la casa de mis primos. En ésa casa, todos tenían la costumbre de irse a dormir temprano, por lo que el único ruido que lograba escuchar, era el de la televisión de mi abuela en el volumen más bajo. En ese momento, lo vi. Era una silueta, una sombra cubierta de negro. No se lograba ver si era hombre o mujer. No sé porqué no tenía miedo. Creí que era mi tía que había bajado a ver el porqué de mis berrinches. La figura bajó despacio, muy despacio. Al llegar al límite de las escaleras, se quedo parado. No se movía. Espere. Era completamente inmóvil. Entonces, recordé que a mi padre le disgustaban los berrinches. En ése momento, sentí un pánico inigualable, como cuando sientes repentinamente como tu corazón se detiene y comienza a latir rápido y se corta tu respiración. Terror, miedo, angustia. Me paré tan rápido como pude y entré a la casa despavorida. En cuanto me tiré al sofá relajada, se fue la luz.

Hace mucho que no he vuelto a esa casa pero he escuchado que a mi tía insoportable, la ha asustado mi padre, apareciéndose en los reflejos de las ventanas además de que varias personas de las que han vivido ahí, han sufrido lo que hoy se conoce como «cuando se te sube el muerto», una extraña parálisis que sufres cuando estás acostado, por un miedo indescriptible.

Apuesto a que ni mi padre ni mi abuelo son los autores de esos espantos y quien lo es, no debe ser nadie bueno. Probablemente más de uno hayan escuchado historias similares, hecho que confirma la existencia de seres que aún no descansan en paz.

 

Anécdotas familiares.

Fer

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