¿Qué pasaría si hubiese algo más allá de Yog-Sothoth? ¿Qué pasaría si su complejidad no fuera el límite? Como si hondas dimensionales se mecieran en la infinidad del cosmos y a la vez en ningún lugar, como si en las enigmáticas entrañas de Yog-Sothoth y aún más adentro algo aún más arcaico e incomprensible reflexionara en el útero invisible del “todo”. Como si en las células de las micro células de los átomos de la nada se encontrara “el gran secreto” y en los confines más complejos de la mente más compleja, esta combinación diera lugar a lo más simple, burdo e insignificante que pudiera existir. Que si al regresar a aquella ley que todos conocemos en donde al multiplicar dos signos negativos se diera como resultado uno positivo se englobaran los comportamientos naturales más básicos.
La destrucción inminente, el tiempo más allá del tiempo y el mismo Yog-Sothoth más allá de él mismo, descuajado en partículas energéticas simples que conformaran su “todo”, su complejidad desmembrada en un elemento intrínseco e inmaterial. La respuesta del resultado de la especulación del funcionamiento de la mente humana y el instinto animal y aún más allá de los límites ultra dimensionales en los que la ineficiente mente humana no ha podido llegar. Como si al quitar esa densa capa de comprensión que envuelve al Universo encontráramos la respuesta de las respuestas, una línea predecible e insultante que estuviera albergada en el abismo incomprensible de todas las galaxias, estrellas y planetas existentes e inexistentes. Un rincón compacto del Universo que a su vez no pudiese ser llamado un lugar, un simple concepto que ni siquiera tuviera que ser llamado un concepto, no el todo del todo, ni el todo del nada, tampoco el nada del nada ni el nada del todo, sino eso, la respuesta, lo predecible de lo que nosotros como una débil especie llamamos impredecible.
Marco Tulio pasaba constantemente la vista sobre la ventana de su departamento, aquel breve estupor nocturno no lo había reconfortado lo suficiente. Agarró el control remoto, prendió la televisión que estaba posada sobre un pequeño mueble y activó el menú para ver la hora. “Mierda, apenas son las 7:48” dijo hacia sus adentros. Solamente había logrado dormir dos horas y, aunque estaba realmente exhausto, no pudo conciliar el sueño a pesar de varios absurdos intentos de quedar aletargado en el sofá acojonado de la sala.
Se puso de pie y se encaminó hacia un costado de la ventana. El mismo panorama monótono de todos los días se alzaba frente a él: edificios grisáceos y gigantescos, un cielo plomizo, el tan típico sonido de la víspera del tráfico matutino del Distrito Federal y tenues y escasos fragmentos de luz retocando con delicadeza su rostro. No obstante, sentía que algo carcomía su conciencia, que aquel paisaje parsimonioso se distorsionaba aún más cada vez que lo miraba, como si su ya evidente transparencia fuese susceptible a los ojos de Marco.
Se distrajo demasiado, observó a su alrededor de forma muy preocupada. Seguía teniendo la sensación de que unos ojos invisibles lo vigilaban, sombras vertiginosas que lo seguían a todas partes, acorralando lentamente su cordura en un callejón sin retorno. Repitió esa misma rutina por un tiempo tortuoso e indefinido, siempre con la acción de ver la hora como el intermediario de actividades breves. Segundos, minutos, horas, era imposible para él diferenciarlo,todo se resumía en eones infinitos, a una eternidad inexorable, creía que sus pensamientos se estaban corrompiendo y no faltaba mucho para que deseara que todo terminara.
Dieron las 11:30 a.m. para su pesar y todo señalaba a una sola cosa: la conferencia que tenía que dar a la 1:00, prácticamente al otro extremo de la ciudad. Como siempre, desprendiéndose del típico hábito mexicano de la impuntualidad, Marco se enlistó para irse, refulgiendo a su vez el predecible arrepentimiento que imperaría en unos instantes.
Su mano tocaba el frío tubo metálico del metro mientras sus ojos se movían súbitamente tratando de visualizar algo sospechoso entre la relativamente pequeña cantidad de gente que se encontraba en el muy transitado transporte público, pero no había nada. Solamente personas reales, yendo a cualquier actividad ociosa de un sábado por la mañana. Pero por más percatado que hubiese sido al subirse a aquel vagón, se seguía sintiendo perseguido y observado. Podría recordar perfectamente cada una de las personas que subieron a bordo justo después de su frenético intento por ser el primero en entrar.
Unos cuantos ancianos, una señora con sus hijos y otras personas que aparentaban una poca notabilidad se habían introducido anonadados tras ver la espasmódica expresión del hombre, el cual se había precipitado tan rápidamente que cuando apenas habían posado un pie sobre la superficie del vagón, él ya se encontraba observándolos con los ojos extremadamente abiertos y alertas. No podía hacer más que repasar el discurso que ya había dictado una innumerable cantidad de veces para aletargar su cabeza, despejar sus pensamientos de ese miedo inhóspito que lo controlaba, pero aquellas figuras incorpóreas seguían atormentándolo. Sentía a la perfección como se escurrían entre cada una de las superficies, como revoloteaban a su alrededor, deambulando en la pesadilla de un terror invisible.
“¿Qué nos controla verdaderamente?” “¿Cuál será aquel gran secreto que hemos estado buscando?” “¿Qué habrá más allá?”Citas y más citas de sus pasadas conferencias se presentaban vagamente. Infería nuevos elementos que podrían convencer a la gente sin la necesidad de que lo consideraran como un simple loco zafado que simplemente hace presentaciones por el mismo motivo que los odiosos predicadores. Solo podía recordar con intriga aquellas caras con expresión interrogante que reflexionaban al mismo tiempo que el exponía teorías de una naturaleza tan insólita, que tenía que ser extremadamente cuidadoso con sus palabras para que no parecieran absurdas.
Volvió a observar el mapa de las estaciones y justo después el reloj digital que tenía en el antebrazo derecho. Solo había pasado un minutos y faltaba cuatro estaciones para llegar a su destino, ni siquiera una más desde la última vez que miró el mapa, estaba en un claro estado de paranoia. Pronto, la mayoría de las personas bajaron, dejando a un número bastante rebajado a bordo o, por lo menos, así visto a los ojos supersticiosos de Marco.
Todo empezó a decaer, a entrar en un estado de devastación absoluta. La superficie del tren se hizo irreal, ficticia… delirante. Sintió la presencia de aquellos cadáveres impalpables de forma más intensa y demencial, dando pisadas silenciosas y violentas hacia él, hacia su dañada racionalidad.
Vio nuevamente el mapa del metro y su reloj. No pudo aguantar más, saltó fuera del vagón, apenas rosando su pequeña mochila contra el aproximado cerrar de las puertas eléctricas.
Un sudor espeso y frío, viscoso y casi inhumano brotaba de los poros de todo su cuerpo cayendo lentamente hacia el piso grisáceo de la estación. Sus ojos abarcaron todo el lugar frenéticamente, chocando con rostros horrorizados y burlones que lo observaban con un aire terrorífico, parecían títeres gigantes y exagerados, distorsionándose irracionalmente para Marco como para un niño un payaso convencional toma forma demoníaca y malsina. Se puso de pie vertiginosamente, volvió a mirar a las personas que lo observaban y se encaminó hacia la salida.
No le había pasado eso por la cabeza, pero aún faltaban dos estaciones para llegar a su destino. Volteó hacia su reloj, eran las 12:40, y prefirió llegar caminando a volver a experimentar una situación parecida a pesar de que se seguía sintiendo perseguido. Lo único que cambiaba era la abundancia de gente caminando por las calles, pero de cierta forma lo hizo sentir más seguro.
Su rostro, al igual que su camisa, estaba empapado en sudor y sus ojos veían de forma histérica los rostros de los espectadores. Ya estaba sobre la tarima, no podía dar vuelta atrás, “no debería dar vuelta atrás” gritaba una voz contradictoria dentro de su cabeza.
Empezó a exponer, a dar ideas desenfrenadas, a hacer esas interrogantes subjetivas nuevamente, “¿Qué nos controla verdaderamente?” “¿Cuál será aquel gran secreto que hemos estado buscando?” “¿Qué habrá más allá?” Esta era su última oportunidad y tenía que ser aún más convincente, aún más persuasivo. Conforme hablaba, una vehemencia sobresalía, apoderándose de sus expresiones, tomando poco a poco posesión de sus palabras, haciéndose notable incluso para su propia percepción. Trató de ocultarla un poco, aparentar más coherencia, pero ese paroxismo regresó con más ímpetu.
Esa silueta, inconfundible y febril saltó al costado de los ojos de Marco, como si se tratara de la simple silueta de un objeto acomodado insólitamente. ¿Su imaginación? Eso deseaba, pero no lo era. Sus ideas se descuajaron repentinamente, quedaron esparcidas, cesando sobre un abismo terrorífico y casi intangible. Por suerte pudo reubicarse y reunir todos esos fragmentos de razón que quedaron dispersados en su mente, pero lo único que visualizó al voltear al público fueron expresiones perplejas, reconstruidas en una sola máscara, unidas y adheridas como piezas que encajan perfectamente entre si, formando un rostro deforme y perverso, de una apariencia homogénea, destacando a esa silueta, inconfundible y febril.
El sol ya se ocultaba sobre el horizonte homogéneo y gris cuando Marco había atravesado esa línea imaginaria que señalaba el comienzo de su colonia. Poco después de la conferencia, justo cuando se encaminaba a la central del metro, unos cuantos jóvenes lo habían invitado a comer, para discutir sobre todas esas locas hipótesis que anteriormente había expuesto. Se había reconfortado mentalmente, lo trataba de mirar con ironía (si había lugar para ella), “ahora son los jóvenes los que tienen que cuidar de mí” decía mientras trataba de trazar una sonrisa en su rostro, aunque saliera de forma espasmódica.
Se sentía extraño, una oscuridad inexorable imperaba las calles lóbregas y algunos papeles impulsados por un aire frío e inexistente daban una apariencia quimérica y tardía al anochecer. Se sentía… observado nuevamente. Reapareció esa silueta al costado de su ojo y lo hizo voltear de manera instintiva hacia una pared desolada, en donde un gato posaba su cuerpo. Siguió caminando, paranoico, volteando hacia todos lados. Otra vez, la forma vertiginosa atravesó su retina, exaltándolo sobremanera, incrementando su miedo desenfrenadamente. Aceleró su paso.
Unos tambores retumbaron violentamente a sus espaldas, desatando una orquesta completa de sonidos resonantes y alternos, de redobles espantosos e infinitos que se incrustaban impetuosamente en los tímpanos de Marco, destrozándolos con un terror inimaginable. De… ruidos metálicos… inertes. “Son solo botes de basura, no seas absurdo” dijo hacia sus adentros engañándose y siguió caminando. Pero lo sentía, sentía ese brazo, esa mano inmaterial, incorpórea, extendiéndose, rosando sus garras aborrecibles contra su gabardina beige, deseosa de atormentarlo con su forma oscura, persiguiéndolo como si fuese su misma sombra. Ya había empezado a correr.
Sacó un pequeño trozo de papel de su bolsillo derecho y una pluma del izquierdo, solamente necesitaba un poco de tiempo. Y mientras corría lo más rápidamente que podía, trazó una frase en el papel: “lo he logrado”.
Despertó exaltadamente… chocando su cabeza contra un extraño artefacto que bloqueaba aquellos movimientos raudos e instintivos. Se desprendió de la cama metálica y miró horrorizado a su alrededor: un horizonte deteriorado por billones y billones de camas metálicas adjuntas a extraños artefactos se alzaba a lo lejos.
La demencia se apoderó de él. Su cuerpo exhausto corría velozmente entre los centenares de lechos que lo rodeaban, enfrentándose contra sombras sórdidas e inmóviles trazadas sobre la superficie gris de metal. Luchaba contra ellas, estáticas, ominosas… humanas… abominables, formas con rostros petrificados e inexpresivos, atrapadas en un mundo onírico de ignorancia. Era víctima de su mórbida intuición, la cual lo inducía a dar rápidos vistazos hacia cuerpos de masa variante y… más y más camas metálicas adjuntas a extraños artefactos, a una vida falsa y sintética.
Pronto, esa inyección de adrenalina surgió su último efecto y paró, conciliándose con las partes aún sensatas que habitaban en su cordura. Pero al redirigir su mirada hacia el frente, lamentó no haber usado su poca racionalidad antes; el monolito de lo terrores más absolutos y supremos de todos se había edificado justo a unos metros de sus pies: era una masa ciclópea y amorfa de una estructura humanoide vomitiva. Agitaba cuatro brazos pequeños ubicados en el centro de su pecho tintado de un blanco transparentoso al igual que todo su cuerpo mientras de su boca repulsiva llena de dientes informes y un alarido espantoso salía un líquido fétido y gelatinoso. Arcaicas ramificaciones de piel provenientes de esa masa colosal se extendían por los alrededores y sobre ella explotaban miles de esporas, dando a luz a pequeños retoños humanos.
El cuerpo de Marco Tulio Rodriguez Gálvez fue encontrado al siguiente día, por una simple anciana que rondaba entre los callejones de la colonia San Miguel Chapultepec. Pero no fue el cuerpo inerte de la víctima lo que provocó que sus facciones se deformaran del miedo, sino el estado extraño de apergaminación que se había apoderado del hombre. A pesar de que permanecía con su atuendo usual, su piel mostraba una deterioración extrema de un tinte negruzco espantoso y una cara petrificada y cadavérica. Se data que la autopsia mostró la falta de casi la mitad de los órganos de Marco y una insólita resequedad en los demás, de una naturaleza parecida a la de su exterior.
No espero que me crean, de hecho, ni siquiera está entre mis más mínimos anhelos que lo hagan. ¿Morbosidad, locura? Llámenlo como quieran, pero a resultado una imposibilidad permanecer callado ante este tema gracias a las atrocidades por las que he pasado. Tampoco espero que mucha gente lea esto, de hecho, entre la menor cantidad lo haga, será mejor, pero se ha convertido en una necesidad para mí librarme de este peso, aunque sea por medio de un relato escrito.
Sé que habrá gente que no me creerá, pero ¿acaso no le creerán a los hechos que ya se han vuelto obvios? Para todos aquellos que se quieran ahorrar la necesidad de investigar un poco, ¿habrá sido casualidad que Marco Tulio, hace quince años, después de haber embarazado a una joven francesa, se retirase de la nada, sin haber proporcionado ningún dato personal, de ninguna índole? Y aunque esto parezca irrelevante, una de las cosas que sé sobre esto es que, después de haberse alejado de la única descendiente de los Naffrichoux en México y haber dejado un retoño en sus brazos con aparente irresponsabilidad, Marco desapareció de nuestro alcance y del de sus familiares más cercanos, ingeniándoselas para no ser detectado a pesar de su cercanía con ellos. Que quince años después (justo después del incidente) un tal Jonathan Naffrichoux, en una caja oculta perteneciente a su progenitora, encontró una gran cantidad de datos, misteriosamente ligados a la investigación de Marco, y que entre ellos, aparte de una gran cantidad de hojas llenas de hipótesis, había fragmentos de la inigualable obra de Lovecraft “A Través de las Puertas de la Llave de Plata”.
Así es… no lo logró. Ahora lo saben pero, por favor, traten de no cuestionarse como llegue a obtener esta información.
6 comentarios
Eso de ‘tengo que usar todos las palabras que me sé’ no funcionó. Se siente como si primero le hayas escrito con un uso del idioma familiar y luego le dieras bien duro al diccionario de sinónimos de Word. No exageres. En varias partes sí se transmitió la destreza que querías presumir, pero en la mayor parte te salió mal. No dejabas avanzar la historia y se leía muy cargada y muy, muy repetitiva. Dedica el tiempo que gastaste escribiendo de esa manera en cosas más importantes, como el argumento.
te entiendo y ahora que lo pienso puede ser cierto, aunque tambien creo que malentendiste el sentido. no fue mi completa intencion utilizar el vocabulario complejo que conosco, de hecho lo hice porque disfruto leer descripciones de ese tipo en diferentes textos y parte de el ya esta incrustado en mi forma de hablar (admito que no todo en un cien porciento, pense mas de lo que hubiese debido las palabras que metia), aparte de que la menor de mis intenciones fue presumir al respecto. pero agradezco tu opinion y la tomare en cuenta, aunque seguire disfrutando del uso de un vocabulario extenso, me centrare mas en hacer entretenida la historia a hacerla sonar bien.
(creo que reporte tu comentario, fue un accidente, no llevo mucho tiempo en esto y pense que era parte de la opcion para responder)
Por autor de la entrada
Igual, la opción de reportar sólo está ahí para meter miedo. Sigue escribiendo, vas por buen camino.
Es muy facil perderse en la lectura con palabras tan complejas, trata de usar palabras mas simple y como dijo tubbiefox mejora el argumento, suerte
Estoy de acuerdo con Tubbiefox.
🙂