Puse la bandeja en la mesa y me senté. Había llegado bastante tarde; la cafetería ya se había empezado a vaciar. Encajé la comida insípida dentro de mi boca, sintiéndome un tanto decepcionado de que eso iba a ser lo que comería por los próximos cuatro años de universidad.
Viendo hacia arriba, mi mirada se entrelazó con la de una chica rubia en la mesa junto a la mía. Me sonrió tímidamente, lo que agitó las mariposas que repentinamente habitaban en mi estómago. Sentí un escalofrío y aparté los ojos.
Di otro mordisco y eché otro vistazo; ella hizo lo mismo. La sonrisa en mi rostro debió haber sido enorme. Hice lo mejor que pude para encubrirla. Ella se levantó de su asiento y regresó al mostrador para comprar un postre. Sé que no debí haberlo hecho, pero no me pude contener. Me acerqué a su lado de la mesa y toqué su bolso. Las visiones llegaron pronto y con velocidad: sus padres se había divorciado, había vivido con su mamá, su color favorito era el verde, no le gustaban los gatos y amaba a los perros. Luego me horroricé; la vi sosteniendo una pistola en su boca. La descargó en silencio, pintando con sangre las paredes y el reloj de mesa, el cual mostraba las nueve de la noche. Su cabeza se meció de atrás hacia adelante antes de que ella se cayera de su silla.
Me di la vuelta, sobresaltado.
—¡Ah, hola! —exclamé por la impresión.
—¿Te pasa algo? —me preguntó la chica.
—Eh, sí —tartamudeé, rascándome la cabeza—. Solo quería saber si estabas ocupada esta noche.
Ella me lanzó una mueca de complicidad.
—Estoy libre. Mi bloque es el C, habitación 251. ¿Te veo alrededor de las ocho y media?
—Claro —le dije, pasmado por lo fácil que había sido.
Ella agarró su bolso y se fue.
…
Esperé hasta las ocho y cuarenta y cinco antes de tocar la puerta.
—Hola —me saludó—. ¿Sabes qué? Nunca me dijiste tu nombre.
—Me llamo Dave.
—Sally.
Entré a su dormitorio y tomé asiento en el sillón puff junto al radiador. Miré hacia el reloj de mesa, y respiré pesadamente cuando lo reconocí.
—¿Un trago?
—Por favor.
Vertió whisky en un vaso plástico y me lo pasó.
—No te ves muy infeliz —pensé en voz alta.
—Qué comentario tan extraño —respondió, elevando una ceja—. ¿Es tu frase para ligar?
—Oh no, no —dije, apenado, y reí por la bajo.
Faltaban cinco minutos.
Observé su bolso, y luego a ella.
—¿Dave?
—¿Ah?
—Te estaba preguntando en qué carrera estás…
—Lo siento, Finanzas.
Me distraje; mi vista se movió hacia el reloj en la mesa.
—Nunca has pensado en hacerte daño, ¿o sí? —le pregunté.
—Eres muy raro.
—¿Me pasas tu bolso? Es importante.
—Eh, claro, pero ese no es mi bolso. Es de mi hermana. Lo olvidó en la cafetería.
Mi estómago se comprimió.
—¿En dónde está ella ahora?
—Tiene la habitación al lado de esta.
Corrí hacia la puerta, pero era demasiado tarde. El sonido de un disparo retumbó desde la habitación a nuestro lado.
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