Tuve un amigo que vivía en los conductos de aire

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Cuando eres un niño, haces cosas muy extrañas a cambio de atención. Especialmente cuando eres una hija única, y luego: puf, no lo eres, estás recibiendo la charla del «hermano o hermana menor» por parte de Mamá y Papá, y todo ha cambiado. Estás acostumbrado a ser el centro de su mundo, se te ha dicho que eres la niñita más especial, pero en tanto la barriga de Mamá se hace más y más grande, y la paciencia de Papá hacia ti se hace más y más efímera, te das cuenta de que nada volverá a ser como era antes. Nunca.

En todo caso, eso fue lo que me pasó cuando tenía siete años. Yo era el tipo de niña que necesitaba mucha atención. No había tenido que hacer el esfuerzo por siete años, había estado navegando en la adoración de mis padres. Pero pronto noté algunas diferencias pequeñas: estaban menos interesados en lo que había hecho en la escuela y más interesados en arreglar todo para mi nuevo hermanito o hermanita.

Yo era como un alcohólico sin una botella. Te sientes bien al comienzo, pero los temblores no tardan en dispararse y simplemente te das cuenta de que lo necesitas, ¿sabes? Necesitas sus ojos en ti, amándote, recordándote que eres la niñita más especial de todo el mundo entero, quizá la única niña especial.

Así que en el último mes, más o menos, antes de que el bebé llegara, me puse creativa.

—¡Hice un amigo nuevo! —les dije una vez durante la cena.

—¿En la escuela, cariño? —me preguntó mi mamá.

—¡No! —Estaba inquieta, emocionada, revolviéndome en mi asiento cuando los dos me miraron prestando mucha atención desde el otro lado de la mesa. Hora de poner mi plan en marcha—. ¡Vive en los conductos de aire! ¡Su nombre es Marty y es MÁGICO!

—Ah —dijo mi papá, sonriendo un poco—. Eso es divertido. Come tus guisantes, Rosie.

Y eso fue todo. ¡Eso fue todo! Les había dicho que Marty Mágico vivía en nuestros conductos de aire, ¿y lo único que recibí fue un «eso es divertido»? Y lo que era peor, pasaron a hablar del BEBÉ —siempre había escuchado esa palabra con un tipo de importancia ominosa— y si pensaban que el cuarto del bebé podría ser pintado el fin de semana o no.

Hice el plato a un lado y me contraje. Sabía que iba a pensar en algo mejor. Algo que los provocara a hacerme preguntas sobre Marty, sobre mí, como solían hacer.

BEBÉ estúpido. No me importaba si era un hermano o una hermana. Era un estorbo desde antes que llegara.

Con el tiempo, me ingenié nuevos anzuelos sobre Marty Mágico y de lo increíble que era. ¡Solo comía gomas de caramelo! ¡Podía mover cosas con su mente! ¡Tenía un gato llamado Baseball y era mi mejor, mejor amigo!

Afiné el engaño y empecé a hablar con los conductos de aire en las habitaciones a lo largo de la casa lo suficientemente fuerte como para que mis padres pudieran escucharme desde mi guarida.

—¡Marty! —gritaba con animosidad—. ¡Moviste mi libro para colorear cuando estaba en la escuela! ¡¿Lo hiciste con tu mente?!

—¡Marty! —anunciaba alegremente—. ¡Desearía que pudiera comer gomas de caramelo para la cena!

—¡Marty! —exclamaba—. ¿Has dejado salir a Baseball? ¡Los gatitos necesitan ejercitarse!

Nada. El BEBÉ estúpido acaparaba todo. Empecé a preguntarme si en verdad había sido tan especial después de todo.

Luego de un día particularmente difícil, cuando había traído un reporte con estrella de oro y Mamá lo puso en la mesa —ni siquiera se molestó en ficharlo en el refrigerador con uno de mis imanes de fruta preferidos—, me arrastré debajo de la cama. Solía ocultarme ahí durante los juegos de las escondidas con mi mejor amiga Britney, y ese día ya ni siquiera quería atención, solo quería alejarme del mundo y pensar en cómo solían ser las cosas.

Me recosté ahí con tristeza entre los conejos de polvo. Mi mentón estaba en mis manos y trababa de decidir si incluso se me antojaba llorar. Entonces lo noté, al conducto de aire.

Un rectángulo de metal posicionado en la alfombra bajo mi cama. Mamá a veces le gritaba a Papá por reordenar los muebles; él cubría los conductos y luego tenían una discusión sobre si el aire acondicionado podía refrescar la habitación apropiadamente con el gran mueble cubriéndolo. Supongo que yo nunca había notado el conducto debajo de la cama porque nunca habían tenido una pelea sobre ese.

No sé por qué, pero empecé a hablarle. Sin pretender.

Hasta ese momento, todo había sido cuentos y juegos para levantar una fachada, pero ese día decidí que si no iba a seguir siendo su niñita más especial, pues al menos debería tener un amigo, incluso si era uno inventado.

Le dije a Marty Mágico que pensaba que Baseball era un muy buen nombre para un gato. Le dije que mover cosas con su mente debía de ser difícil, pero que era una habilidad chévere. Le confesé que me gustaba mucho que solo comiera gomas de caramelo. A mí me gustaban más las rojas. ¿Cuál color era su favorito?

Y el conducto de aire dijo: «Las rosadas».

Una pausa, y luego: «Saben a algodón de azúcar».

Observé el conducto. Yo tenía una imaginación desenfrenada, bien, pero incluso a mis siete años estaba segura de que no debían salir voces de los conductos de aire.

—Ah —dije, levantando mi mentón de mis manos. En realidad no sabía qué decir, ¿sabes?

—Eres una niñita muy agradable, Rosie.

La voz era una voz de hombre, placentera y rítmica, casi como una canción. Era, si soy honesta, exactamente como pensé que Marty Mágico tenía que sonar.

—Eres una niñita muy agradable por hablar de mí, contándole historias tan increíbles a tus padres de mi vida. Eres una niñita muy especial.

—Vaya, gracias —le dije, sorprendida. Se sintió como la primera cosa amable que alguien me había dicho en mucho tiempo. Y, bueno, si alguien tan genial como Marty Mágico creía que yo era especial, ¡pues quizá era verdad!

Espera.

—Pero yo te inventé, Marty.

Hubo una pausa larga, y luego, con un tono que casi pareció haber contenido una risita:

—¿Estás segura, Rosie?

De pronto, no. No estaba segura en lo absoluto.

—Rosie, mi niñita especial, ¿cómo pudiste haber inventado todas mis aventuras mágicas? Eres especial, sí, ¡pero no eres mágica! —Ahora Marty estaba riendo, un sonido musical maravilloso que me hizo reír también, por lo bajo—. ¿Cómo pudiste haber inventado al buen Baseball que tengo aquí?

Un maullido ameno flotó por las compuertas de metal de los conductos de aire.

Marty tenía un buen punto. Digo, todas esas cosas locas que podía hacer, y un gato —¡un gato de la vida real, maullando y todo!—; yo no podría haberlo inventado, no por mi propia cuenta. Era lógico que hubiese estado hablando con él de verdad todo ese tiempo y me hubiese distraído con…

El BEBÉ.

—Marty Mágico —dije, recostándome de nuevo—. No quiero un hermanito o hermanita. Extraño cuando Mamá y Papá solo me querían a mí.

Baseball maulló de nuevo, y esta vez sonó triste.

—¡Por supuesto que no lo quieres! —dijo Marty Mágico con simpatía—. Por supuesto que no. ¿Para qué sirven los bebés de todas formas? Basura. Pequeños canallas ruidosos. ¡Ni siquiera pueden hacer volteretas! —Me dejó procesar esto antes de incitarme, astutamente—: Apuesto que tú puedes hacer volteretas.

—¡Sí puedo! ¡Sí puedo! —exclamé, ansiosa por salir de debajo de la cama para demostrárselo, pero me silenció de inmediato.

—Calma, Rosie. Si tus padres descubren que somos amigos, bueno, puede que no les guste mucho que viva en los conductos de aire. Puede que decidan que me harán irme.

La idea me golpeó con un horror tan gélido que me acerqué aún más al conducto, casi presionando mi rostro contra el metal liso.

—¡No, Marty, no! —Apenas había hecho un amigo nuevo, ¿cómo podrían mis padres hacer que se fuera tan pronto?—. Van a tener su bebé estúpido, ¿por qué no te puedo tener de amigo?

Había un bulto duro aunque pequeño en mi garganta que no podía tragar por alguna razón. Estaba al borde del llanto.

—No llores, Rosie —dijo Marty Mágico con una voz tan dulce y suave como la miel—. Pensaré en algo.

Para el siguiente mes, Marty y yo hablábamos acerca de todo. Cada día después de la escuela, me arrastraba debajo de la cama y pegaba mi rostro en el conducto de aire, y luego le relataba mi día. Le dije de la vez que Arthur me cambió su culebra de plástico por mi silbato, le conté sobre cómo necesitábamos tres estrellas doradas más para conseguir una fiesta de pizza en el salón, le dije que Marissa S. era la mejor jugadora de rayuela que había visto. Marty mostraba interés, me hacía más preguntas. También me preguntó cuándo creía que tendría mi nuevo hermanito o hermanita. Le dije que no sabía.

Un día, llegué a casa y Teresa, mi vecina adolescente de la casa de al lado, estaba sentada en el sofá en lugar de mi muy embarazada madre.

—Hola, Rosita —me dijo a medida que entraba y me quitaba la mochila—. ¡Tu mamá y tu papá están en el hospital! ¡Vas a tener un hermanito o hermanita pronto!

—Genial —le dije, pero no pensaba que era genial para nada—. Me voy a mi cuarto.

Bajo la cama, barrí y jugué con mi culebra de plástico. Cuando sostenías su cola, las piezas segmentadas serpenteaban de un lado a otro al igual que una culebra de verdad. Mi culebra de plástico era genial; el bebé era basura, como Marty había dicho.

—Ya viene, ¿no, Rosie? —Me preguntó la voz de Marty Mágico desde el conducto de aire.

—Sí —Contoneé a la culebra de atrás hacia adelante, de atrás hacia adelante—. Quizá mañana o en algunos días. No sé. No me importa.

—¿Crees que sería malo si lo traen?

Por primera vez, había algo en la voz de Marty. No era risa, no era miel; era algo… más.

—¿Crees que sería muy malo? ¿Para ti, Rosie? ¿Crees que tus padres siquiera te volverán a ver cuando esa cosita apestosa esté aquí? ¿Crees que será peor?

No lo había considerado. Estaba al tanto de la nueva normalidad, claro, pero nunca se me cruzó por la mente que podría ser peor. Baseball dejó escapar un maullido quejumbroso.

—¿Qué piensas tú, Marty? —inquirí, preocupada.

—Creo —dijo después de un momento— que te prometí que pensaría en algo, y estoy muy satisfecho de decirte que lo he hecho.

Un destello de esperanza. Di un vistazo a mi izquierda, asegurándome de que Teresa no nos escuchase. Luego regresé mi mirada al conducto.

—¿En serio? ¿Puedes arreglarlo todo? ¿Puedes hacer que el bebé no nos arruine?

—Oh, Rosita —Marty dejó que su entonación se prolongara, como al extender una masa de goma de mascar—. Soy mágico. Puedo hacer lo que sea.

Marty Mágico me dijo que esperara. Me dijo que lo arreglaría todo.

Era mi amigo, así que le creí.

Mamá, Papá y la estúpida bebé Sophie llegaron a casa después de unos días. Ella era un bulto rosado de piel arrugada y pequeños mechones de cabello suave. Tenía que admitirlo, era un tanto linda. Y era un tanto genial lo pequeña que era. Pero no me gustaba cómo sonaba cuando lloraba, y esa primera noche estaba gritando con ferocidad. Tan fuerte que me metí debajo de la cama y me puse una almohada sobre mi cabeza, suponiendo que si no podía bloquear sus chillidos lo suficiente como para que me pudiese dormir, entonces que al menos Marty quizá estuviese disponible para que pudiésemos hablar sobre su plan secreto.

—¿Marty? —murmuré, pero no hubo respuesta—. ¿Baseball? —intenté. Nada.

Luego de un momento, el sonido acallado del berrinche de Sophie al fin se detuvo y me dormí bajo la cama, deseando que Mamá y Papá no hubiesen descubierto a Marty antes de que pudiera arreglarlo todo.

Cuando desperté, mi cuarto era bañado por luz y oscuridad al mismo tiempo. Franjas parpadeantes de azul y rojo manchaban las paredes como fuegos artificiales en el Día de la Independencia. Me estaba despertando porque alguien me estaba jalando, tratando de hacer que me saliera de debajo de la cama.

Por la mitad de un segundo somnoliento, estaba segura de que era Marty, ¡de que me estaba sacando porque ya no tenía que vivir en los conductos de aire! Había hablado con Mamá y Papá y habían decidido que él viviría con nosotros en la casa. Pero luego vi al oficial de policía con un ceño fruncido en su rostro y supe que algo andaba mal.

Los oficiales de policía solo estaban cerca cuando algo andaba mal. Estaban cerca de quienes necesitaban ser salvados.

¿Necesitaba ser salvada?

Resultó que ese era el caso. Un vecino, creo que la mamá de Teresa, había oído gritos y llamó a la policía, pero era muy tarde. Mis padres fueron encontrados muertos en sus camas, mutilados en la forma de tiras sangrientas de carne. Apuñaladas, muchas; eso dijo el reporte de la autopsia. Seguramente un robo que salió mal. O, con más certeza, una abducción que salió mal.

Porque la pequeña Sophie de tres días se había ido, su cuna nueva estaba vacía.

La policía me dijo que era suertuda. Fuera cual fuera el individuo que hirió a mi familia, probablemente no me había encontrado porque estaba oculta debajo de la cama.

Qué suertuda, ¿no?

Me fue bien. Me quedé con parientes, hogares adoptivos, recibí mucha terapia. Se me trató bien. Ninguna de las historias de terror que los huérfanos más desafortunados tienen que sobrevivir.

En terapia, me di cuenta de que había inventado a Marty Mágico como un mecanismo de defensa. Se había vuelto más real para mí que mis padres, porque necesitaba creer desesperadamente que alguien me consideraba especial. En realidad nunca había existido, y mi mecanismo de defensa, al final, me salvó la vida.

Contra todo pronóstico, crecí siendo equilibrada (bueno, lo suficiente equilibrada). Hice todas esas cosas que se supone que tienes que hacer: me gradué de la universidad, conocí a un chico, nos casamos. Y, hace ocho meses, me embaracé.

Había estado tan emocionada. Pasé tanto tiempo sin una familia propia, y ahora todo eso iba a cambiar.

Pero ayer estaba arreglando el cuarto de mi hija y se me cayó una de sus mantas al suelo. Mi esposo no estaba en casa, así que después de varios intentos torpes, me las arreglé para ponerme de rodillas y levantarla.

Estaba cubriendo un conducto de aire.

Sentí un escalofrío helado serpentear a través de mí por ninguna razón en particular, pero me repetí aquel mismo lema: Marty Mágico no era real. Marty Mágico era un mecanismo de defensa. Marty Mágico es algo que inventé.

Y luego, una voz tan melosamente dulce como miel goteándose dijo:

—Ya viene, ¿no, Rosie?

Fue como si toda fuerza hubiese evacuado mis piernas. Me tambaleé hacia atrás y caí sobre mi trasero.

No era real. Lo inventé.

—¿Es una niñita, Rosie? —dijo Marty Mágico, porque no había nadie más a quien esa voz perteneciese, nadie más a quien pudiese pertenecer—. Espero que sí. Oh, en serio espero que sea una niñita. ¿Sabes por qué, Rosita?

—No eres real —dije, pero no lo creía, y súbitamente me di cuenta de que nunca lo había creído.

—Porque lo arreglé —Entonces empezó a reír, y en alguna parte de esa risa, creí que pude escuchar el maullido de un gato salvaje—. Lo arreglé justo como lo pediste, y ni siquiera sabes la mejor parte.

Solo me había querido sentir especial.

—La mejor parte —se mofó Marty Mágico— fue su sabor.

Lo último que recuerdo haber escuchado antes de revolver mis piernas y huir gritando de la casa, fue esto: «Las rosadas saben a algodón de azúcar».

La traducción al español pertenece a esta página. Fue escrito en inglés por mjpack:
https://reddit.com/user/mjpack/submitted/?sort=top&t=all

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