Rostro

Como todo joven, a mis 22 años salí en busca de mi independencia. Mis padres siempre me regañaban por las minúsculas travesuras que hacía en casa, como no dejar algo en su lugar, no lavar los platos y otras cosas tan sencillas de las que ellos hacían un mundo.

Así pues, decidí, con un dinero que ellos me habían facilitado, buscarme un lugar propio para vivir; pero claro, seguir con los estudios universitarios que ellos me solventaban. Básicamente era seguir dependiendo de ellos, pero desde otro lugar.

Mis padres aceptaron sólo porque les di un discurso muy emotivo, como todo estudiante de derecho, sobre las responsabilidades de un joven adulto, la independencia y más palabrería barata que aprendí de mis profesores.

Tras hacerlos acceder empecé a buscar una casa para mí solo. Como ellos no me darían suficiente dinero como para comprar una casa con piscina (lo cual era mi sueño para hacer grandes fiestas, o quizás grabar una película) o una mansión como los grandes capos del narcotráfico, decidí buscar una casa algo pequeña, de bajo precio pero segura. Fue entonces que en mi búsqueda me topé con una casa de un solo piso, ligeramente cómoda, y que por fuera tenía un aire barroco, como de la antigua Europa.

La casa estaba en venta desde hace poco, se encontraba en buen estado y la pareja dueña de la casa tenía un trato muy amable que me hacía sentir cómodo y confiar en ellos. Según me dijeron querían vender la casa porque su economía mejoraba cada vez más, lo suficiente como para comprar una gran mansión con dos piscinas, y claro, como para restregármelo en la cara. Pero como dicen por ahí, todos empiezan desde abajo.

Así que accedí a comprar la casa. El papeleo no demoró mucho, después de haber cancelado el precio acordado me dieron los papeles de mi nueva casa, y por primera vez en mi vida me sentí como un verdadero hombre, con una casa estilo europea que seguro le encantaría a las chicas del lugar. Empecé tomándole fotos a mi nueva casa para después alardear con mis amigos, la ordené y la limpié cuidadosamente por dentro, trasladando las pocas cosas que tenía en mi habitación y llevándome algunos muebles de mis padres.

La casa estaba algo vacía, pero era un comienzo. Finalmente entré a lo que sería mi habitación. Mi nueva habitación media el triple de la que tenía en casa de mis padres, estaba adornada con grandes arañas que alumbraban el techo. Era una habitación digna de un rey, o en mi caso de un príncipe. Arreglé todo a mi gusto para echarme sobre ella y descansar del ajetreo de ese día.

El cansancio hizo que me durmiera y no me levantase hasta cuatro horas después, a las 8:30 p.m. Cuando abrí los ojos, noté un rostro en el techo. Me quedé pasmado, había un rostro dibujado en el techo de mi habitación. Tomé una escalera y lo observé más de cerca. Tal parecía que habían vivido unos niños ahí, y tomando en cuenta las facciones dibujadas del rostro, niños con futuro artístico. Me pareció agradable, y en cierta forma era algo «grotesco» que seguro le encantaría a mis amigos, y por qué no, a las chicas también.

Entonces empecé a convivir con ese curioso rostro bien marcado en el techo de mi habitación, adorándolo de vez en cuando. Un día en particular, mientras me fumaba un cigarrillo mentolado, levanté mi vista hacia el rostro. Noté que había cambiado. Me acerqué para observar lo que había sucedido, pasándole mi mano por encima. Entonces pude darme cuenta de que el rostro estaba hinchado, empezaba a tener forma.

No recuerdo qué pensaba en ese momento, pero lo que sí sé es que en vez de darle importancia, sólo me sentía más emocionado, me parecía increíble que hubiera un rostro de alto relieve en el techo, pues hacía más especial a mi casa. Pero eso no era un dibujo, cosa que había descubierto ese día. Por la noche se me hizo difícil dormir, la casa era nueva y era la primera semana en la que me acostumbraba a estar en una casa solo. Miré al techo. La poca luz de la luna que entraba por mi ventana sólo le daba más forma al rostro… fue ahí que pude distinguir perfectamente las facciones del mismo. Era un hombre maduro, con una nariz respingada y labios pequeños.

Tenía una expresión vacía. Era aterrador, y más aún porque la luz de la luna le daba un aspecto lúgubre. Casi parecía que me estaba mirando; aunque claro, era natural pensar eso si estaba arriba mío, con la vista hacia mi cama.

A la mañana siguiente me entró más curiosidad por el rostro, por lo que decidí analizarlo mejor. Tomé un clavo y un martillo para ver cómo era posible que hubiera sobresalido del techo. Empecé rasgando un poco el techo con el gran clavo que sostenía mi mano. Al parecer era de cemento, pero decidí seguir rasgando.

Todo parecía indicar que no era más que una obra artística, y cuando me decidí a bajar de la escalera y seguir perdiendo mi tiempo en mi nueva casa, le clavé con mucha fuerza el gran clavo que tenía en el ojo izquierdo. Un pequeño chorro de líquido blanco y rojo empezó a caer sobre mi cara. Me sequé con mi manga inmediatamente mientras el extraño líquido seguía escurriendo, manchando el piso de mi habitación. Me extrañó lo sucedido, no podía ser cierto. Comencé a estancar el clavo en cada parte del rostro y daba el mismo resultado, chorros de sangre emanaban de él.

Pero para despejar mis dudas, decidí cambiar de objetivo. Moví la escalera de modo que me situara poco más abajo del rostro ya agujereado y deformado, y procedí a martillar con el clavo el lugar que creía conveniente. Definitivamente esa parte del techo era más susceptible que las demás, no me fue difícil hacer un hueco casi del tamaño de mi puño, del cual empezó a salir bocanadas de sangre mezclada de pedazos de carne y trozos de órganos.

Empaqué las pocas cosas que tenía y salí del lugar para volver con mis padres. Mi sueño de haber tenido una casa propia se había arruinado, de acuerdo la policía, por una pareja de homicidas psicópatas, quienes de una manera curiosa escondían cadáveres en toda la casa.

Encontraron cuerpos en el suelo, en el baño y hasta en la bañera. En parte me sentía aliviado, es decir, toparme con un cuerpo en la bañera mientras tomaba un relajante baño de seguro era más aterrador que encontrar uno en el techo. Aunque admito que siempre quise preguntarle a la policía cuánto tiempo llevaban esos cuerpos ahí, pues la sangre y los órganos del sujeto en el techo seguían en buen estado.

Seguramente aún estaba vivo al momento de encerrarlo en el techo… pobre hombre.

Creación propia

Escante

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9 comentarios

Le has dado un enfoque más humorístico a la idea que de terror… Me agradó el protagonista tan despreocupado, es quien lo hace divertido.

Pero ese protagonista tiene una forma demasiado casual de escribir.

Interesante, es todo como si fuera lo más común del mundo… y eso le da un toque relativamente especial a la historia. Es como eso de los pies de cemento, pero en todo el cuerpo, y además en un techo… es creativo, solo he visto algo así 1 vez antes que esto, y era en la acera. Me ha gustado (Y) .

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