Rosae et lilia

Nombre Anahí Materola, edad veintisiete años, sexo mujer.  Acabo de llegar de la ciudad al campo, a visitar a mis padres, aunque la verdad no tenía la intención de hacerlo. Al cumplir dieciocho años ya tenía juntando el dinero suficiente para dejar de lado todo e irme a la ciudad, donde vivo ahora junto con mi novio; la vida del campo no era para mí, gallineros establos plasmados de excremento, sin vida social, me sentía sofocada, no quiero ni recordar.

Estoy en la parada de autobuses; media hora en la que no pasa ni siquiera una camioneta llena de cebada. Esperé por un cuarto de hora más, cuando de repente, un niño se posa en el medio de la carretera, no sé de donde salió, pero estaba ahí, vestía unos pantalones de tela marrones y una playera blanca, zapatos gastados y su rostro maltratado, se quedó parado ahí inmutable a cualquier efecto del entorno. A lo lejos ya se divisaba el movimiento ascendente de los automóviles.
El niño solo observaba como estos se acercaban cada vez más, yo gritaba, le imploraba que se corriese, pero mi voz parecía no sonar. Un auto estaba a un metro de él, en la desesperación me abalancé sobre su pequeño cuerpo, lo protegí con mis brazos, lo abrace fuertemente; mire por encima de mis hombros, el auto no estaba, este se esfumó.- ¿se habrá desviado? -.
El niño se separó de mi pecho, quitó mis brazos de su cuerpo, se levantó y corrió por un camino de tierra que no recuerdo haber visto al llegar; no quise seguirlo, él ya estaba bien, además era tarde y tenía que ir a la casa de mis padres, por lo que esperé sentada en el paradero. Una mujer se sentó al lado mío, ella iba enojada, creo que esa fue la razon por la que ni siquiera me dirigió la mirada. Nos subimos al autobús, me fui sentada en los primeros asientos de este, el chofer parecía estar triste, le quise hablar, pero no me respondió, por lo que lo deje así.
Me bajé en un pueblito cercano a mi antigua casa, con la intensión de comprar unos pastelillos para la once, pero, todos y cada uno de los locales estaban cerrados, raro es que después de un año un pueblo se haya vuelto tan conservador.- ¿Algún toque de queda? -.
Llegué a mi casa a pie. Llamé por unos veinte minutos, pero ni uno de mis padres salía, tuve que entrar por la puerta trasera, las luces estaban apagadas, mis padres sabían que vendría, comencé a recorrer la casa; baños, living, cocina, comedor, incluso su cuarto matrimonial, no se encontraban por ningún lado.

Me senté en el sofá, cuando de repente se abrió de golpe la puerta, las luces se encendieron, los muebles se movían y caían, se escuchaban pasos fuertes retumbar en la madera y el llanto de una mujer.- ¡Fantasmas!-. Fue lo primero que llegó a mi mente.
Tenía miedo, subí por las escaleras, me pare frente a una puerta, la cual hace años al abrir estaba mi cuarto de la infancia, sin pensarlo dos veces gire la manilla y abrí la puerta. ¿Cómo pudo ser capaz de consérvalo durante todos estos años? Mi Habitación igual a como era antes, los peluches en las paredes, en los pies de mi cama, la ropa que solía ocupar puestas en los colgadores del closet.
Estuve dos días completos en él, no quería bajar, ya que los ruidos extraños, movimientos anormales seguían en la parte baja de la casa, aunque tampoco tenía la necesidad de hacerlo, en esos días no padecí hambre, sueño, ni frío, por lo que solo estuve sentada en mi cama peinando mis antiguas muñecas, vistiendo a mis osos de felpa y viendo un álbum de recuerdos familiares que había olvidado tener.

Después de un par de días más, los ruidos ya habían cesado, pero aun no bajaba de mi cuarto, me sentía en mi hogar.

Ya en la noche de ese mismo día, mire por la ventana de mi alcoba, habían autos estacionándose fuera de mi casa, de ellos sombras sin identidad salían, bajando en lo que parecían ser sus brazos, coronas y racimos de rosas y azucenas.

Me sentí calidad, el miedo se fue, bajé por las escaleras, hasta el living que lucía iluminado, las sombras con aparente forma humana entraban a él, dejaban las flores bajo un féretro cargado de un ataúd, daban un paso hacia atrás y permanecían ahí, de pie, mirando el cajón  barnizado. Sentí una curiosidad y ansias enormes de ver quien era la persona fallecida, me fui acercando lentamente, para no parecer desesperada.
-accidente en la carretera
-se dio a la fuga
Eran las frases de mi entorno las cuales retumbaban en mis oídos.

Por casa paso que daba, cuando más cerca me encontraba del ataúd, las sombras tomaban color, se volvían más densas, se les definían las expresiones de sus rostros, sus facciones y estructura corporal se me hacían cada vez mas familiares, llegué al punto en que ya lo entendía todo, se me formo un nudo en la garganta, se me pusieron llorosos los ojos, pero no solté ni una lagrima, frente a mí solo era un espejo en un cajón.

creación propia

arletteteta

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