Hoy en día hay pocas cosas de las cuales se puede estar seguro.
Hay personas que creen en fantasmas, ángeles, demonios…Pero siempre habrá quienes digan que no son más que ideas estúpidas de personas con mentes perturbadas. Yo tengo completa certeza de algo: lo que vi ese día era real…
Había viajado a la ciudad en la que mi hermana se presentaría como parte del grupo de coristas en una orquesta, me quedaría en su casa hasta el día de la presentación y continuamente la acompañaba a los ensayos.
El primer día que puse un pie en el auditorio tuve un escalofrío, tenía la sensación de que algo o alguien estaba observándome. Ignoré esa sensación, pero como transcurrían los días se hacía más recurrente.
Un día antes de la presentación, mi hermana olvidó su teléfono en el auditorio tras haber ensayado varias horas, así que regresó mientras yo la esperaba en el auto para volver a casa.
Pasaron alrededor de treinta minutos y ella aún no regresaba.
Estaba un poco preocupada, decidí entrar, seguramente no recordaba en donde lo había dejado.
Abrí la puerta lentamente, todas las luces estaban apagadas excepto las del escenario. Caminé hasta allí y voltee a todos lados esperando ver a mi hermana, me sobresalté cuando la puerta del auditorio se cerró en un golpe haciendo eco en el lugar.
― ¡¿Quién está ahí?¡― exclamé
No hubo respuesta, estaba poniéndome cada vez más nerviosa. Entonces escuche algo, era… música.
Se escuchaba cada vez más cerca, giré la cabeza a ambos lados buscando la fuente del sonido y cuando miré hacia delante distinguí la silueta de alguien en la sombras. Se acercaba caminando por el pasillo, traté de alejarme pero estaba paralizada, mis piernas no respondían y mis manos estaban frías.
El sujeto se detuvo a pocos metros del escenario pero incluso a solo unos pasos de la luz no podía ver su rostro o vestimenta.
Entonces habló, era una voz sombría, como oír hablar a la misma muerte. El solo escucharla me heló la sangre por completo, recuerdo claramente sus palabras:
¿Te gusta la música?
Salió de la oscuridad y sentí como mi respiración se cortaba. Tenía las cuencas de los ojos vacías y una macabra sonrisa se dibujaba en su rostro.
Unas manos manchadas de sangre extendieron lo que parecía ser una caja musical, en ella un corazón humano palpitaba al tiempo que la música sonaba.
Mire hacia abajo aterrada, junto a sus pies, un cuerpo sin vida yacía sobre un charco de sangre…
¡Este sujeto había asesinado a mi hermana!
No sé como lo hice, pero corrí fuera del auditorio. A mis espaldas escuché una risa siniestra. Llegué a mi auto y arranque el motor alejándome de ese lugar para siempre.
No hablé a nadie de lo que vi esa noche. No quería recordarlo, pero tampoco podía olvidarlo…
No puedo escapar. Ahí está, ¡esa maldita melodía está en cualquier lugar en el que me encuentre¡ Estoy enloqueciendo, ¡está en todas partes¡
Ya no lo soporto, voy a acabar con esto de una vez por todas…
Los detectives encontraron esta carta en la casa de la señorita Hayes mientras investigaban las causas de su suicidio. Tras meses de investigación, encontraron el auditorio mencionado en la carta e inspeccionaron el lugar sin resultados; Sin embargo, uno a uno los oficiales a cargo del caso comenzaron a suicidarse, a todos los cuerpos se les había sido extraído el corazón, y dejaban cartas similares en las que describían al mismo ser y una melodía que, según sus palabras, anunciaba la muerte.
Para conocer el origen de esta criatura, debemos adentrarnos en la historia de un alguien que murió hace mucho tiempo, o por lo menos eso se cree.
Leith era un joven con gran gusto por la música clásica. Desde pequeño, sus padres se encargaron de que recibiera una instrucción musical adecuada al ver su interés en ese arte; Sin embargo, sentían inquietud por la poca capacidad para socializar de su hijo, pues a sus dieciséis años, no tenía un solo amigo.
―Hijo, ¿está todo bien en la escuela?― Le preguntó su padre un día
La pregunta dejó a Leith un poco confundido
― ¿Por qué no habría de estarlo?
―Verás Leith, tu padre y yo estamos un poco preocupados por ti― continuó su madre― nunca sales con nadie ni vienen a visitarte, ¿hay algún problema con tus compañeros de clases?
Leith se planteó como responder. Había conversado con sus compañeros en la escuela un par de veces, pero en verdad no le interesaba nada de lo que dijeran, así que prefería estar solo.
―Ah… Es solo que no tenemos mucho en común― respondió al final.
Dispuestos a todo para que su hijo conviviera con otras personas, los padres de Leith lo inscribieron en una orquesta juvenil, con la esperanza de que si conocía a más personas interesadas en la música saldría de su aislamiento.
Los ensayos se llevaban a cabo en un auditorio que se encontraba un poco lejos de la ciudad. La tarde en que Leith asistió por primera vez, fue recibido de buen modo por todos, pero él no demostró gran interés.
El director de la orquesta le pidió que eligiera un instrumento para que pudiera integrarse a uno de los grupos. Leith escogió un violín y se sentó donde le indicaron.
―Tú eres el nuevo, ¿cierto?― le preguntó un chico que estaba sentado tras él― Espero que puedas llevarnos el ritmo, estar aquí no es un juego, eso deberías saberlo.
―Eso intentaré― respondió Leith con sorna. El chico no le dirigió la palabra otra vez durante todo el ensayo.
Leith aprendió rápidamente las notas y en un par de horas tocaba igual que los chicos que llevaban más tiempo en la orquesta, hecho que sorprendió a muchos y despertó desprecio en otros cuantos.
Pasó un mes y las esperanzas de los padres de Leith se esfumaron completamente, porque aunque Leith estuviera más relacionado con sus compañeros de orquesta que con los de la escuela, no hablaba con ellos más que para pedirles las partituras de las canciones que él no tenía y al llegar a casa, se encerraba en su habitación y tocaba canción tras canción durante todo el día.
Al segundo mes, Leith llegó al auditorio con una vieja caja de música que su abuelo le había obsequiado unos días antes de fallecer debido a una enfermedad cardiaca. Aquella caja era su tesoro más preciado y el sonido que producía era, para Leith, la obra de un genio.
Se la mostró al director con el fin de convencerlo para tocarla en la presentación que se llevaría a cabo en unas semanas; Sin embargo, este se negó. Dijo que se trataba de una canción demasiado fúnebre como para presentarse en el festival musical.
Aunque no lo demostró, Leith estaba molesto y por un momento pensó que lo mejor sería dejar la orquesta, pero luego pensó en lo mucho que le gustaba ese ambiente y decidió quedarse.
Llegó el día de la presentación y todos se preparaban tras el escenario mientras la gente empezaba a llenar el auditorio. Debido a que se trataba de música clásica, la ropa que usarían era de un estilo victoriano que a Leith le pareció perfecto, mientras que el resto de los músicos se quejaban, pues se sentían ridículos usando tales ropas.
Faltaba por lo menos una hora antes de comenzar. Leith miraba a todos lados, ansioso. Entonces vio a Alec, el chico que le había hablado el primer día de ensayo. Le hacía señas para que se acercara.
Desde que le dirigió la palabra Leith sintió aversión hacia él, había algo que no le agradaba pero se acercó con cierta desconfianza.
―Te veo emocionado― dijo Alec guiándolo a la parte más alejada de donde todos se alistaban para la presentación. Casi no había iluminación.― ¿En verdad amas la música, cierto?
―Eso es más que evidente― respondió Leith.
―He notado que te gusta estar en el auditorio.― Alec dio un paso hacia él con las manos en la espalda.
―Más que tu, por supuesto.
Alec frunció el ceño y dejó caer sus manos a los costados. Con una mano sostenía una navaja y con la otra hizo una seña.
―Entonces te encantará conocer a fondo este lugar.
Dos sujetos aparecieron detrás de Leith. Uno lo golpeó en la cabeza y lo puso contra el suelo mientras el segundo le vendaba los ojos y le ponía cinta en la boca para evitar que gritara.
Después de algunas horas Leith comenzaba a recuperar la conciencia, lo primero que hizo fue escuchar, oía música, dedujo que estaba cerca por las vibraciones que sentía en sus oídos.
Sintió un dolor agudo en el rostro, sabía que sus ojos estaban abiertos pero no voluntariamente, algo mantenía sus parpados separados y un filo desconocido se enterraba en su piel.
Trató de moverse pero algo en sus tobillos y muñecas se lo impedía. Se quedó quieto en cuanto escucho unos pasos acercándose junto con unas voces.
―Bien ya es hora.― Esa era sin duda la voz de Alec.
Una venda fue retirada de sus ojos y una luz lo deslumbró, pero no podía cerrar sus parpados.
―hm, parece que está despierto― dijo un hombre que se encontraba a su lado.
―Nadie sabe de este lugar.― era la voz de Alec de nuevo.― además, ya me encargue de que todo el mundo piense que se fue porque se puso nervioso.
―Entonces podemos seguir.―dijo otra voz desconocida.― Es una ventaja que se esté dando el concierto.
Leith escuchó como si movieran una serie de objetos metálicos y luego el sonido se detuvo.
Sintió que la base sobre la que estaba atado bajaba bruscamente, cuando se detuvo, trató de enfocar la imagen de la persona que se inclinaba sobre él pero sus ojos estaban tan irritados que no pudo ver más que una mancha borrosa.
Un dolor agudo se hizo presente cuando sintió como un objeto frió se introducía en uno de sus ojos. Leith comenzó a revolverse frenéticamente mientras sus gritos eran ahogados por la cinta que cubría su boca.
Aquel sujeto retiró el objeto metálico al mismo tiempo que sacaba el globo ocular de Leith, acción que repitió con el segundo ojo.
El dolor era insoportable y Leith sintió como la sangre corría por los extremos de su cara.
― No necesitas ojos para escuchar tu adorada música, Leith. Piensa que le harás un gran favor a otra persona.― escuchó decir a Alec antes de quedar inconsciente de nuevo a causa del dolor.
Pasaron alrededor de veinticuatro horas antes de que Leith despertara. Estaba débil, su cuerpo vestido con prendas victorianas ensangrentadas se encontraba sentado contra una pared de madera.
Usando la poca fuerza que tenía, se llevó las manos al rostro.
No se trataba de una pesadilla.
Empezó a respirar agitadamente al tocar unos pequeños ganchos que jalaban sus parpados en todas direcciones mientras que el otro extremo de cada uno se incrustaba en la piel que bordeaba esos agujeros oscuros en donde deberían haber estado sus ojos.
Se puso de pie a duras penas y trató de andar por ese lugar guiándose con sus manos.
Entonces escuchó algo, eran voces.
Desesperado, caminó más rápido. Logró salir de cualquiera que fuera el lugar en el que lo habían encerrado y siguió las voces por un corredor. El sonido de la madera bajo sus zapatos le era familiar, estaba en el auditorio.
Las voces se escuchaban más cerca y su camino fue bloqueado por una gran cortina de seda, pero pudo oír lo que decían del otro lado.
―Lo buscamos por todas partes.― dijo una voz masculina.― Encontramos sangre en la parte trasera del auditorio lo que nos lleva a pensar que su hijo pudo ser asesinado.
¿Hijo? ¡¿Sus padres estaban ahí?!
―Le agradecemos todo su esfuerzo, oficial.― Esa era la voz de su madre. Pero… por alguna razón no sonaba desconsolada, como era de esperarse.
―Leith era un chico con bastantes problemas.― escuchó decir a su padre.― Cuando lo adoptamos no pensamos que fuera a ser diferente de los demás. Tal vez lo que pasó…simplemente debía suceder.
<<Bastardos>> pensó Leith quedándose inmóvil tras la cortina del escenario. No se movió hasta que escuchó a las tres personas abandonar el edificio.
Estaba furioso, por primera vez experimentaba la sensación de un odio creciente hacia cada maldita persona que había conocido.
Toda su parentela lo consideraba extraño, ahora entendía porque nunca le habían demostrado cariño, entendía porque lo miraban con desagrado y no dejaban que sus primos pequeños se le acercaran demasiado.
La única persona que realmente lo había amado, la persona que le había mostrado la música, su abuelo. Estaba muerto.
Ahora todos creían que a él lo habían asesinado, por lo que ya no tenía motivos para volver, y tampoco tenía ojos para ver a esas escorias hipócritas. Ya no tenía nada para lo cual vivir.
Tropezó con algo pesado que lo hizo caer al suelo, entonces recordó esa melodía.
Paseó sus manos por el suelo hasta encontrar el objeto que lo había hecho tropezar, cuando lo encontró, lo sostuvo frente así y lo recorrió con sus dedos. Su caja de música.
La abrió, pero de ella no salía sonido alguno. Leith supuso que el pequeño motor que hacía sonar al mecanismo había dejado de funcionar.
Debía encontrar la forma de repararla para satisfacer su necesidad de escuchar el dulce sonido del réquiem que el director de la orquesta había despreciado.
Pasó un mes desde que Alec se había deshecho de Leith.
―Le hice un favor a todos.― Dijo Alec para sí mismo mientras doblaba en la esquina que lo conduciría a su casa.
Entonces la escuchó, una melodía familiar pero distante.
No sabía en donde la había escuchado pero trató de ignorarla y siguió su camino; Sin embargo, al llegar a casa y saludar a su familia, la melodía seguía allí.
Llegó la noche y Alec trataba de dormir sin poder dejar de escuchar esa melodía. Se levantó cuando escuchó un sonido en el jardín y fue a inspeccionar.
Salió al frío nocturno y miro los alrededores, entonces la puerta tras él se cerró de golpe. Cuando se giró, lo vió.
De pie frente a él, se encontraba Leith. Tenía la misma apariencia que cuando lo dejó en el auditorio para que se pudriera como la basura que era.
Alec estaba perplejo, ¡¿Cómo demonios es que seguía vivo?!
―Ha dejado de sonar.― dijo Leith sonriendo como un maniaco al tiempo que sostenía la vieja caja musical que había llevado consigo al auditorio.
Alec se percató de que la melodía había desaparecido, miró como Leith abría la caja y extraía de ella los restos de un corazón humano, dejándolo caer sobre el pasto.
Aquella escena causo en Alec un terror absoluto y por poco vomita.
―E-eres un maldito enfer…― se detuvo sintiendo como un cuchillo hacía un corte profundo bajo su caja torácica.
Leith lo empujó al suelo y saco el cuchillo para luego introducir su mano por el corte, buscando arrancar el corazón de Alec mientras este moría por el desangramiento.
―Alec― dijo sacando su mano de la herida y sosteniendo con fuerza el corazón aun palpitante del cuerpo sin vida.― ¿Te gusta la música?
2 comentarios
Creo que hubiera bastado cn la segunda parte de la historia para hacer el creepy, y luego podrías haber concluido con ‘Dicen que el alma de Leith sigue paseandose por el auditorio…». He notado un par de errores lógicos cómo por ejemplo ¿Por qué Leith asumió que los padres pensaban que el había asesinado a su abuelo? ellos solamente dijeron que Leith era un chico con problemas. Y después, cuando Leith se presenta ante Alec con su caja musical…¿No estaban en el dormitorio de Alec? entonces….¿por qué Leith dejó caer los restos del corazón humano al pasto?
Gracias por la critica constructiva 🙂
Hm…no puedo poner lo de «su alma» porque Leith en realidad está vivo, y eso se relaciona con tu segunda pregunta: Leith no piensa que sus padres creen que él mató a su abuelo (que como mencioné en la historia, murió por una enfermedad cardíaca), ellos creen que alguien asesinó a Leith.
Y respecto a lo de Alec; Cuando él vió a Leith había salido al jardín porque escuchó algo extraño y también lo mencioné 🙂
¡Otra vez gracias por haber comentado! 😀
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