Por siempre…

Por siempre…

Parecen extrañas las cosas que un adulto puede recordar de su infancia, y qué tan perfectamente lo hace, como si el tiempo no hubiera avanzado del todo y fueran recuerdos de hace unas semanas. La noche de hoy recuerdo con exactitud lo que paso una tarde de verano y cómo mi vida cambió drásticamente después de aquél día.

Eran las vacaciones de verano y para mí, siendo un niño de 10 años, era la época del año que más disfrutaba, incluso más que Navidad. Las tardes parecían exactamente lo mismo, y era algo que yo amaba; salir a jugar fútbol con mis amigos, comprar golosinas en la tienda, jugar videojuegos en la casa de algún amigo, visitar a mis primos para jugar con ellos, e infinidad de actividades en las que cualquier niño gasta sus vacaciones.

Una tarde como cualquier otra, me dirigía a casa de mi amigo Iván. Teníamos planeado jugar dominadas con el balón de soccer para después pasarnos la tarde jugando videojuegos en su casa.  Pasé por él y entusiasmado salió diciéndome cómo es que me iba a vencer en el juego que teníamos planeado para ese día. Fue así como nos pasamos casi toda la tarde haciendo dominadas y practicando tiros a una portería que dibujamos en la pared de una vieja casa.  El sol estaba cayendo tras los cerros de la ciudad y nosotros estábamos exhaustos de jugar con el balón todo el día, sabíamos que era hora de retirarse.

En un intento mío por enfadar a Iván con un balonazo directo contra su persona, terminé enviando el balón a esa casa abandonada al final de mi calle, que para colmo era la calle donde yo vivía, la última y más deshabitada de todo el vecindario, llena de terrenos baldíos y más casas abandonadas. Esta casa en especial era algo perturbadora, corrían rumores de que en ése lugar se hacían prácticas satánicas por un grupo de adolescentes de diferentes localidades de la ciudad, pero nunca nos creímos tales cuentos ya que nunca llegamos a ver actividades similares a las que se rumoraban de aquél lugar; a simple vista parecía una casa abandonada como las otras, con las ventanas rotas, césped por todos lados y árboles que demostraban lo descuidado que estaba el condominio en cuestión. De cualquier manera siendo niños de tan corta edad, siempre quedaba esa duda de si algo extraño podría haber estado pasando en el lugar.

Sin más que decir, Iván y yo decidimos entrar en la casa abandonada, dejando a la suerte lo que pudiera pasar. Contándonos bromas el uno al otro era la manera de animarnos a entrar y olvidar lo que se rumoraba de la casa. Para nuestra suerte el balón había caído en la entrada del lugar, así no tendríamos que adentrarnos más al siniestro espacio donde nos encontrábamos.

“Deberíamos investigar” me decía Iván con una voz que me contagiaba de curiosidad. Dudando al principio terminamos acordando que los dos iríamos juntos por la casa y así lo hicimos. No era una casa tan grande, de hecho era más bien pequeña, con 4 habitaciones más la sala y la cocina, además de un baño y un jardín trasero. No había nada extraño en las primeras habitaciones, más que polvo y basura regada por todos lados. Pero en la última habitación, justo antes de llegar a la puerta que dirigía al jardín, había un texto escrito a mano en una de las paredes llenas de polvo. El texto era extraño, hablaba sobre la unión de dos personas, parecía más que nada algo escrito por algún enamorado para su novia. No recuerdo las palabras exactas pero terminaba diciendo:

“… estaremos juntos el uno con el otro por siempre, tú serás la imagen que proteja mis atrocidades, yo seré quien nos consiga alimento a diario, y viviremos tranquilos por siempre…”

Justo cuando estábamos por terminar y salir de ahí, Iván dijo que vio a un hombre en el jardín trasero, lo que me espantó tanto como a él y salimos corriendo. En la entrada había una caja que al parecer el hombre en el patio había dejado, porque al entrar no la habíamos visto. Lo que había dentro de la caja fue algo que nos sorprendió, era un pequeño cachorro de color negro, nunca he sabido de razas pero parecía un perro común y corriente. Era muy gracioso y decidimos llevarlo con nosotros, a esa edad a uno no le importa tocar animales callejeros, no había preocupaciones de infecciones o cosas similares, simplemente lo tomamos a nuestra casa para suplicar a los padres de alguno de nosotros para poder quedárnoslo.

Me sorprendió que mis padres aceptaran que yo me quedara con el cachorro, pero lo hicieron. Obviamente el perro sería tanto mío como de Iván, así que él me visitaba a diario para sacar a pasear al perro y jugar con el pequeño “Max”, que fue como le llamamos.

Todo era perfecto entre nosotros, todos nuestros amigos querían a Max al igual que la gente del vecindario, nada podría marchar mal en nuestras vidas, o al menos eso creímos.

Un día hubo una noticia que nos alteró a Iván y a mí, los vecinos decían que sus mascotas estaban desapareciendo, o en su lugar, las encontraban muertas en sus patios. Inmediatamente temimos por la seguridad de Max, y es que algunos vecinos decían haber visto a un hombre alto y de gabardina abandonado sus casas justo después de que escuchaban el chillido de sus mascotas al ser raptadas o mutiladas por este mismo sujeto. Al parecer se trataba de un psicópata o alguien enfermo que gustaba de maltratar animales, en especial perros. Durante las noches trataba de mantenerme despierto para vigilar a Max desde mi habitación, pero siempre terminaba derrotado por el sueño. Día tras día se reportaban incidentes sobre las mascotas de los vecinos, ya no podía estar tranquilo pensando que algo le podría pasar a nuestro Max.

Una noche en la que Iván se quedó a dormir conmigo sucedió lo que tanto temíamos, a través de mi ventana vi la silueta de un hombre saliendo del lugar donde Max dormía, era el mismo hombre que describían, y al parecer era el mismo hombre que Iván vio el día que encontramos a Max. Salimos corriendo para revisar a Max, quien sorpresivamente estaba bien, sin ningún rasguño. A partir de esa noche hubo varias en las que veía a ese extraño sujeto en el jardín. Llamamos a la policía muchas veces pero cuando ellos llegaban ya no había rastro del hombre. Los animales en la colonia seguían desapareciendo, hasta que un día dejaron de ser animales y pasaron a ser humanas las victimas de esta persona.

El vecindario entero culpó a Max, decían que era un perro enviado por la secta de aquella vieja casona, decían que él había traído el mal consigo mismo. Incluso Iván lo culpaba, fue por ello que dejé de hablarle a él y a toda la gente. Me sentí muy decepcionado de todos. Mis padres me pidieron que me deshiciera del cachorro, y así fue. No tuve mayor elección que llevarlo a la casa abandonada de nuevo. Decidí dejarlo lo más seguro posible, así que lo abandoné en la última habitación, aquella donde estaba el escrito en el muro. Me sentí extraño y no quise voltear a ver a Max al saber que lo dejaría ahí solo a la merced de ese sanguinario homicida. Sabía que si volteaba a ver a Max me ganarían las ganas de llorar y no quería voltear a verlo ahí desprotegido, pero algo me decía que lo hiciera y terminé haciéndolo. Lo que vi fue a un hombre de piel tan pálida como la niebla, y una mirada tan cansada y apática, era el mismo sujeto que había visto en el patio de mi casa, era el psicópata homicida del vecindario. Max no estaba ahí, fue cuando me di cuenta que Max era ese hombre, se transformaba para salir a cometer sus crímenes, y me contó que lo hacía porque Max le pedía que lo alimentara con esas víctimas, pero me dijo también que Max ya no lo quería a él, que ahora él me quería más a mí, que yo era lo que él necesitaba. Me pidió que lo liberara y terminé asesinándolo. Hoy yo soy Max y Max es yo. Me siento muy cansado y triste, maté a Iván, a mis amigos y a mis padres, tan sólo para alimentarme y alimentarlo a él. Necesito liberarme, necesito que Max deje de quererme. Escucho a alguien en la entrada de la casa, tal vez sea un niño que quiera adoptarme…

Escrita por Collazo “La polilla que muere”

 

Creación propia

collazo11

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