—¡Es el apocalipsis, Pedro! —gritó Jacobo a medida que una explosión abrasó el cielo. El centro de la ciudad, el cual estaba próximo al hogar de Jacobo, se llenó súbita y violentamente de gritos y explosiones brillantes.
Ya teniendo flashbacks de la Segunda Guerra Mundial, Jacobo comenzó a entrar en pánico aún más cuando vio personas arrastrando los pies desde y hacia el lugar de las explosiones.
Pedro, su viejo perro leal, les gruñó débilmente a las personas que iban de paso. Parecían ser cadáveres andantes, y esto se volvió claro para Jacobo después de que otra explosión brillante encendiera el área lo suficiente como para que sus ojos ancianos vieran con claridad.
Jacobo se giró hacia la puerta y jaló a Pedro del collar. El sabueso entró dando tumbos con Jacobo cuando tiró la puerta de golpe y se ocupó en asegurar los múltiples candados en su casa.
Después de haber clausurado su residencia y de haber fijado las barras en las ventanas, amasó el coraje para asomarse por la ventana. Ahí afuera, el cielo destelló con explosiones que sacudieron su casa.
Súbitamente, un rostro apareció justo enfrente de él. Asustado, se fue de espaldas y cayó contra la mesa de café.
—¡Sé que estás ahí, viejo! —gruñó el sujeto de afuera. Con la iluminación dentro de la casa, Jacobo pudo ver las marcas de quemaduras y carne faltante en el rostro de la persona.
Gritando salvajemente, Jacobo apagó las luces y corrió hacia su habitación en el piso de arriba. Pedro estaba justo detrás de él.
El hombre de afuera aporreaba la puerta. Después de unos cuantos minutos jadeantes, los golpes se detuvieron y Jacobo supuso que el hombre traería a toda una horda de sus amigos de ultratumba para llevárselo.
Se acercó a su tocador y apartó los calcetines, sacando una pistola.
—Han estado diciendo que el apocalipsis zombie se acercaba, Pedro. Lo leí en el internet. Ahora es real. Lo siento, viejo amigo —explicó, apuntando la pistola a su compañero de toda una vida, el cual se encontraba enrollado en una pila de los periódicos de esa semana.
El perro murió con nada más que un quejido silencioso. Luego, Jacobo giró el arma hacia sí mismo.
—Hice planes muy cuidadosos para esto, pero ahora ya saben que estoy aquí. Maldición, Sandra; iré a verte —concluyó antes de jalar el gatillo.
Pero ese no fue su último pensamiento.
La última cosa que pasó por su mente —en los últimos segundos que retuvo su vida y aliento— fue el encabezado de uno de los periódicos debajo de Pedro: «Fiesta de disfraces zombie para noche de brujas».
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