No robar; uno de los principios que funciona como cimiento de toda civilización. Robar es uno de los pocos actos que es malo en todas partes del mundo. Hay lugares donde, aun que desentone con nuestro estilo de vida, prácticas como las ejecuciones, prostitución de niños, venta de mujeres, entre otras; son totalmente normales. Pero sin importar a donde vallas, robar siempre está mal y se lo traduce en un acto de deshonor y bajeza, propio de la escoria más baja en el orden de la sociedad. En Grecia es una condena habitual, aun al día de hoy, cortarle la mano a los ladrones, la biblia cristiana te condena al infierno por cometer este pecado capital y hasta el 1900, en Japón, el castigo era la decapitación.
Pero a Sara no parecía importarle mucho este hecho, robaba cada vez que tenía la oportunidad, sin importarle el valor de lo que tomaba, e incluso robaba cosas que no necesitaba o quería. Lápices, celulares, carteras, cosas de las tiendas e incluso llaves y llaveros que sobresalían de bolsillos descuidados. No, Sara no es una cleptómana, la mejor forma de describir el problema, es con una adicción. El robar le era emocionante, disparaba su adrenalina hasta las nubes, era incluso mejor que el sexo.
Pasaba horas sentada en el suelo admirando su colección de objetos robados, manoseándolo, jugando con ellos, revisándolos. Era lo único que le gustaba tanto como robar.
Un día de camino a la Universidad, mientras buscaba alguna posible víctima, decidió pasar por una calle paralela a un cementerio-parque. Grande fue su sorpresa cuando se topó con la oportunidad perfecta para hacerse con varios premios de una sola vez. Un funeral.
Cuando llegó al tumulto de gente vestida de negro estaba por bajar el ataúd del difunto. Acercándose con un muy bien fingido poco interés, se arrodilló frente la lápida de al lado como si la estuviera visitando.
Algo andaba mal. La gente no se veía tiste por la muerte de aquél hombre, sino todo lo contrario. Algunos sonreían, otros parecía que ni les importaba y la viuda esta aprovechó que estaba descendiendo el ataúd para hacer un chiste.
Con la gente tan contenta, no podría acercarse a dar “abrazos de consuelo” y tantear bolsillos. Pero ya estaba ahí y no iba a irse con las manos vacías. Se acercó un poco a uno de los invitados al entierro y trató de entablar conversación.
-Pobre hombre-dijo tristemente con su mejor actuación-perdón, es que esto me recuerda mucho a cuando mi papá murió-.
-no pasa nada-respondió aquel hombre-pero tu viejo debió ser mucho mejor persona que este. Hace tiempo que estamos rezando para que la parca se lo lleve-.
-Tan malo era- siguió Sara la conversación.
-Mmm…-dudó por un segundo aquel hombre –avaro- concluyó al final –era jodidamente avaro. Dejó morir a su propio hermano al no pagar una operación por que “las posibilidades de éxito eran tan bajas que no justificaban el gasto”- terminó citando las palabras del difunto.
-bueno, al menos ahora pueden repartirse el dinero que nunca gastó- bromeó Sara con una pequeña risita.
Supongo. Pero el muy hijo de puta se lleva sus joyas a la tuba- dijo con desdén y volteó a ver el final de la ceremonia –Mierda!- exclamó al ver lo que pasaba adelante.
Y no era para menos. El sistema eléctrico que debía bajar el ataúd hasta su recinto final se había atorado y dejado al ras del suelo los restos del difunto. Pero poco le importó a los concurridos que poco a poco se fueron yendo.
-¿Lo van a dejar hay?-le preguntó Sara a aquel hombre al ver también se iba.
-Por mí que se lo coman los cuervos, ese viejo no vale mi tiempo- dijo sin darse la vuelta ni detenerse.
La oportunidad era perfecta. El cajón de un difunto adinerado al descubierto y nadie vigilando. Sin pensarlo dos veces abrió la tapa del ataúd. Lo primero de lo que se percató fue de un olor putrefacto y lo primero que vio fue una cara con una expresión entre furiosa y sufrida, pero apenas distinguible. El cadáver estaba tan descompuesto que los restos descompuestos de escurrían por todos lados. No solo no tuvo el debido trato post mortem, sino que llevaba mese muerto. ¿Tan odiable era ese hombre como para que sus parientes lo dejaran pudrirse por dios sabe por cuánto tiempo en vez de enterrarlo? Si así era a nadie le importaría que desaparecieran un par de alhajas. Al menos eso pensó Sara.
Sacó la cara lejos del cuerpo, tomó aire y se dispuso a sacar todos los anillos de los dedos putrefactos del cadáver, pero vio algo que el hiso detenerse. Apenas visible entre la podredumbre del cadáver, una fina cadena de oro con un colgante de rubí, rodeaba el cuello de aquel hombre.
Sara quedó hipnotizada. Se olvidó totalmente de los anillos y solo tomó el collar con toda la delicadeza del mundo, como su el más mínimo movimiento pudiera quebrarlo.
Esa noche lavó bien el collar y cuando quedó totalmente limpio se lo colocó. Ella no solía usar, ni mucho menos llevar puesto, las cosas que robaba, pero el collar era un caso especial. Era demasiado hermoso, aun sin su adicción lo hubiese robado sin dudar ni un segundo. Se había enamorado perdidamente de él.
A la mañana siguiente Sara notó un par de cosas extrañas. Un olor a podrido muy intenso, cosa muy rara ya que ella solía ser muy pulcra y limpiaba su casa muy seguido, y pequeños restos de carne descompuesta en su cuello y en el collar. Atribuyó estos dos hechos a que la noche anterior, por la ansiedad quizá, no había lavado del todo bien el collar y por ende ahora toda su casa apestaba.
Abrió las ventabas de par en par, se baño y lavo el collar hasta estar segura de que estuviese perfectamente limpio, tratando de restarle importancia al asunto. Pero las noches siguientes ocurrió exactamente lo mismo. Olor a podrido y restos de carne descompuesta, y Sara siguió ignorándolo todo. Estaba demasiado apegada al collar para admitir que algo estaba pasando. Finalmente, la tercera noche, ocurrió algo que no pudo ignorar.
Eran como las dos de la madrigada y Sara estaba entre el mudo real y el mundo de los sueños, pero un ruido inusual la despertó. Eran una serie de pasos pesados y caídas, como si alguien estuviese caminando con dificultad, se cayera y volviera a levantarse, así una y otra vez. Una vez mas decidió hacer de cuenta que nada pasaba.
-“debe ser el gato jugando con la lana otra vez”-pensó para si misma.
Pero dio un gritó espantoso y prendió la luz cuando sintió que algo frio y viscoso le tocó el cuello.
No había nadie en ningún lado, pero sin duda lo hubo apenas uso segundo atrás. Eso demostraban los charcos de pus mesclada con sangre y carne podrida, en forma de pies, manos y rodillas, que se extendían desde la puerta de su habitación hasta su cama, o más precisamente hasta el collar.
Sara se hiso una bolita en una esquina de la cama y empezó a rezar mientras las lagrimas se escapaban de sus ojos. Sabía que rezar era inútil, pero la tranquilaba y la ayudaba a espera a que amaneciera.
Ni bien los primeros rayos de sol se filtraron por la ventana, se vistió y salió corriendo en dirección al cementerio en busca de la tumba de aquel hombre. Solo quería dejar el collar y poder olvidarse de todo pero ya era demasiado tarde. El ataúd había sido enterrado a casi 3 metros de profundidad para que no escapara el olor y nadie lo desenterraría sin importar cuánto llorara o suplicara. Resignada de conseguir ayuda, se arrodillo frente a la lapida y cavó con sus propias manos hasta sus uñas se separaron de sus dedos. Tomo el collar, lo tiró dentro del agujero y luego lo tapó de tierra. Ya era bastante tarde entonces, pero aun así pasó por una iglesia y rellenó una botella pequeña con agua bendita, solo por si acaso.
La noche no tardó en caer, pero lejos de poder dormir, Sara se limitó a acostarse abrazando a su gato con la botella de agua bendita bajo la almohada. Finalmente el animal se cansó de que lo manoseen y se bajo de la cama de su ama para irse a la propia.
El miedo no la dejaba dormir, asique prendió la luz para tranquilizarse un poco, pero en vez de eso solo le quedó gritar con todas sus fuerzas mientras se pegaba a la pared en un intento de alejarse de esa cosa.
Parado en el umbral de su habitación había un “hombre” si así se podía llamara a esa cosa. Un metro ochenta de alto, trayendo consigo un olor nauseabundo, con la poca piel que le quedaba colgando de los músculos apenas existentes, chorreando sangre y otras piquerías con cada paso que daba, vestido con un traje arruinado y manchado, y mirando de manera acusadora con su único ojo aun entero.
Aquella cosa abrió la boca con un crujido horrible y dejo salir lo que parecían palabras, mezcladas con un aterrado siseo, producidos por los agujeros en la carne de la garganta.
-Tú!- articuló aquella cosa con lo poco que le quedaba de labios y lengua- ¿Dónde esta?
Sara estaba petrificada, solo lloraba y gemía mientras se apretaba contra la pared con todas sus fuerzas.
-¿Dónde?-insistió aquella cosa mientras se acercaba con dificultad, pero sin quitarle la vista de encima -¿Dónde está mi collar?-terminó de interrogar quedando cara a cara con Sara, separada su cara de la de el por menos de medio metro.
-Te lo devolví- contestó Sara mientras trataba de no explotar en llanto –está en tu tuba-.
-Mentira!-gritó con una fuerza monstruosa mientras tomaba a Sara por los hombros con lo que quedaba de sus manos.
-Te lo juro!-grito aterrada Sara mientras serraba los ojos y se cubría los oídos con sus manos –Lo enterré frente a tu lapida, te lo juro. Por favor no me hagas nada!-.
Lejos de tranquilizar a aquel monstruo solo lo enojó mas.
-¿Qué hiciste que?!-grito a un mas fuerte mientras serraba sus delgados dedos alrededor del cuellos de Sara.
Iré a buscarlo pero por favor dejame-le suplicó ella como pudo.
Pero para desgracia de Sara, amor por ese collar había segado a ese hombre en vida lo suficiente como para seguir siego de avaricia aun después de muerto. No escuchaba razones de ningún tipo.
Sara hiso lo posible para tomar la botella de agua bendita pero nunca llegó a ella, y para ser honestos, dudo que hubiese servido de lago. ¿Qué paso con Sara? Los médicos que le realizaron la autopsia concluyeron que había dejado de respirar a causa de un sueño excesivamente real y que eso había desembocado en una insuficiencia cardíaca.
Si realmente el que la mató fue el espíritu de aquel hombre o su propia culpa, no lo sé. Prefiero dejar que ustedes saquen sus conclusiones, yo ya saqué las mias.
7 comentarios
Sara tenia un amor platónico XD
mmm se podría decir que si :trollface:
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¡Aw! Comenzó como una muy buena historia, intrigante, y con potencial de acabar muy bien. Creo que lo que impidió que eso ocurriera fue el elemento sobrenatural que añadiste. Al final tratás de dejarlo un poco «abierto» y dar la posibilidad de que todo hubiera sido un sueño, pero aun si lo fue, el fantasma del avaro SÍ la mató. De ninguna forma fue que ella tuvo ese sueño porque subconscientemente estaba arrepentida, ni nada parecido; el fantasma del avaro la mató. Y eso… no fue tan bueno, a como pudo haber sido. Quizá si te hubieras en lo científicamente posible, y de ahí en adelante llegar a una situación que le trajera a Sara grandes repercusiones por haber robado. Quizá, como en ésta, la muerte.
Me pareció algo exagerada la reacción del avaro cuando le dijo que enterró su collar bajo su lápida. ¿Tanta diferencia había entre tenerla en el cuello o a unos metros más arriba de él? ¿Debía matarla sólo por eso?
Todo hasta que lavó por segunda vez el collar fue excelente, luego decayó. Mejor de tus historias, aun así.
Quizá si te hubieras quedado en lo científicamente posible*
no te voy a mentir lo terminé de manera muy apresuradas y omití muchas cosas que quería poner, el tiempo apremiaba y tenía que terminar la historia si o si, asi que solo la liquidé en donde estaba pienso hacer algo parecido mas adelante pero dedicándole el tiempo necesario :/
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alfin un creepypasta que me de miedo ya he leido tantos que ninguno me causa miedo pero este si te dejo 5/5
5/5 esta miuy buena, aunque no me asusto, solo me hizo reflexionar un poco ^^