Cuando mi hermana Betsy y yo éramos niños, nuestra familia vivió por un tiempo en una casa de granja vieja muy encantadora. Amábamos explorar sus esquinas polvosas y escalar el árbol de manzanas en el patio. Pero nuestra parte favorita era el fantasma.
Lo llamábamos Madre, porque parecía ser muy amable y maternal. Algunas mañanas, Betsy y yo nos levantábamos y encontrábamos una taza con leche en cada mesa de noche, las cuales no estaban ahí antes de acostarnos. Madre las había traído, preocupada de que nos diera sed durante la noche. Solo quería cuidar de nosotros.
Entre los muebles originales de la casa, había una silla de madera antigua que manteníamos contra la pared de fondo de la sala de estar. Siempre que nos distraíamos viendo televisión o jugando algún juego, Madre movía esa silla hacia adelante, a lo largo de la sala, y hacia nosotros. A veces, llegaba a moverla todo el camino hasta el centro de la habitación. Siempre nos sentíamos tristes cuando la recolocábamos contra la pared… Madre solo quería estar cerca de nosotros.
Años después, habiendo pasado mucho tiempo desde que nos mudamos, encontré un artículo de periódico antiguo sobre la primera dueña de nuestra casa de granja. Una viuda que asesinó a sus dos hijos dándoles una taza con leche envenenada a cada uno momentos antes de que se fueran a dormir. Luego se ahorcó a sí misma desde el techo.
El artículo incluía una foto de la sala de estar de la casa con el cadáver de la mujer colgando desde una viga. Debajo de ella, caída en el suelo, estaba aquella silla vieja de madera ubicada exactamente en el centro de la habitación.
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