Montaña Caótica

—A tres kilómetros, toma el desvío 19 —trinó Siri desde el teléfono de mi hermano.

—Charlie, apaga eso. Sé a dónde vamos.

—¿Estás segura? Digo…, han pasado un par de décadas, Marcella.

—Anda, como si fuera posible que olvidara en dónde está ubicado Valle Aventura. Si pasamos cada verano de…

—¡Ahí está! —Viré brevemente hacia el carril próximo cuando Charlie extendió su brazo enfrente de mi rostro para señalar por la ventana con emoción—. ¡Ahí está Valle Aventura! Oh por Dios, ¿qué atracción es esa? Esa montaña rusa se llamaba «Acero» algo, ¿no? No, no, espera. Esa es Montaña Caótica, ¿verdad?

Empujé gentilmente el brazo de mi hermano lejos de mi rostro y de vuelta a su asiento. No podía culparlo por su agitación cuando yo misma estaba tratando de controlar mi propio aturdimiento. Se sentía como si fuéramos niños de nuevo, gritando y rebotando en el asiento trasero del auto de nuestros padres a medida que los primeros carriles brillantes y tablas de madera de las montañas rusas saltaban a la vista por encima de las copas de los árboles.

—Esa es la Víbora de Acero —le dije—. Montaña Caótica está en el otro extremo del parque. Y esa montaña rusa de madera es Excálibur.

—¡Ah, sí! ¡Recuerdo eso! Siempre fui muy gallina como para montarme a la Víbora, pero le saqué la mierda a Excálibur.

—Bueno, Charlie, ahora eres un adulto. Creo que es tiempo de enfrentar la Víbora.

—Siempre y cuando los contratistas la hayan probado y dado el visto bueno, estoy dentro.

Esa era la pregunta real, ¿cierto? No sabíamos cuáles atracciones habían sido inspeccionadas y autorizadas y cuáles no. Lancé una oración silenciosa de que Montaña Caótica estuviera incluida dentro de las atracciones en funcionamiento. Le había dejado a Brenda muchos correos de voz preguntándole sobre ello, dado que ella estaba a cargo de todo. Pero considerando la velocidad con la cual las cosas se habían estado moviendo desde que habíamos comprado el parque, no podía culparla por ser una mujer ocupada.

Si le hubieras dicho a mi yo de doce años que mi amiga loca, hiperactiva y de ojos desorbitados, Brenda Decker, terminaría graduándose con honores de una universidad de negocios privada, me habría reído en tu cara. ¿Brenda? De ninguna forma. Quizá Tyra, pero nunca Brenda. De hecho, creo que la razón parcial por la que escogió la vocación de negocios fue por Valle Aventura. Cuando el parque cerró en 1989, Brenda nos había reunido a todas en su sótano y, con una seriedad solemne que nunca le había visto antes (o desde entonces), nos pidió que hiciéramos el pacto.

Para el tiempo de la promesa, había sido el juramento más formal que cinco niñas de doce años pudieron haber hecho. Drogadas por un verano entero de diversión en Valle Aventura, acordamos, con una ceremonia equiparable a una reunión de parlamento, que un día nos reuníamos y compraríamos el parque de diversiones Valle Aventura.

Por supuesto, en ese entonces simplemente habíamos planeado compararlo y montar las atracciones hasta su colapso. Decidimos a cuáles amigos de la escuela les permitiríamos entrar y cuáles enemigos serían exiliados en la taquilla. Siempre había sido nuestro parque, y simplemente era lo correcto que nosotras lo heredáramos.

Nos había tomado veinte años, pero finalmente habíamos completado nuestra promesa. Con una insistencia perra de parte de Brenda, y con una oferta de daño colateral sustancial de parte de Tyra, el banco había accedido a entregarnos un préstamo multimillonario para comprar, reparar, renovar y reabrir el parque. El tamaño del préstamo del cual las cinco éramos responsables me provocó pesadillas por muchas semanas. ¿Cómo haríamos que ese lugar siquiera generara ganancias? Fue cerrado desde hace décadas después de haber operado en cifras rojas por años. A finales de la década de 1980, el condado había lidiado con un gran número de personas que se habían fugado o desaparecido. La región entera estaba con los nervios de punta a medida que los casos se apilaban, y las personas en el área se tornaban deprimidas y suspicaces contra los demás. La concurrencia del parque fue asesinada por completo.

Pero ver las primeras crestas onduladas de las vías de las montañas rusas a través de los árboles hizo que me olvidara por completo de mis preocupaciones financieras. Era Valle Aventura, por el amor de Dios. Si abríamos las puertas, las personas llegarían.

—¡Ahí! Ahí, ahí, ahí; ¡ese es nuestro desvío! —chilló Charlie.

Me salí de la interestatal y me fui a mano izquierda debajo del puente. Un kilómetro más tarde, nos topamos con los acres en el estacionamiento del parque. Entramos por la derecha y condujimos todo el camino hasta el frente, cerca de la taquilla, en donde otros autos estaban parqueados —un Lexus, una Mini Cooper, un Chevelle viejo y otro Honda Civic rentado como el de nosotros—.

—Parece que somos los últimos en llegar —señaló Charlie.

Tenía razón. A medida que nos estacionábamos al lado del Lexus, noté a un grupo de personas paradas a un lado de la taquilla y saludándonos con emoción.

—Oh por Dios, ¿esa es Tyra? Jesús, ha perdido algo de peso. ¡Ahora es tan delgada! Y Brenda se dejó crecer el cabello. A la verga, ¿aquella es Kaji? ¡Kaji se puso rica!

—Cálmate, Charlie Sheen. Estas chicas son mis amigas. Están fuera de límites para ti, la misma regla de cuando éramos adolescentes. Aparte, la mitad de ellas ya tienen marido.

—¿En serio?… ¿Cuál mitad?

Le levanté una ceja a Charlie y agité la cabeza con un desconcierto ameno. Mi hermanito nunca había superado sus calenturas por las chicas.

—Espera, ¿quién es esa? —preguntó conforme nos bajábamos del auto.

—¿Qué? ¡Es Skyler! Ya conoces a Skyler.

—No Skyler, Skyler se ve exactamente igual. La chica al lado de Skyler.

—Ah —Había pospuesto esto por tanto tiempo, que de hecho se me había olvidado contárselo a mi hermano—. Esa es Dani, la novia de Skyler.

—¿Dani, de Danielle Burcher?

—Pues… sí.

Mi hermano me lanzó una mirada aterrorizada como si lo hubiera entregado a la Muerte. Pero fue pasajero y reemplazado prontamente por una sonrisa taimada.

—Por mí, bien. Estoy seguro de que no es la misma persona que era en la escuela secundaria. Ahora todos somos adultos, ¿no? Vamos, ¡andando!

Un suspiro de alivio se escapó de mi pecho mientras empujaba la puerta del auto y seguía a Charlie hasta la entrada. A pesar de que me reunía con la mayoría de estas chicas cada año, vernos a todas juntas, paradas a un lado de la taquilla de Valle Aventura, me trajo un tipo de felicidad que no había experimentado en muchos años.

—Marcella Conchuda Lantice, no puedo creerlo. —Tyra tenía una voz imponente y provocadora que seguramente hacía que sus empleados temblaran y se dispersaran. Pero yo la conocía como una hermana, así que su bravuconería solo me hizo reír.

—¿Puedes creerlo? —la imité en tanto le daba un abrazo y una palmada en la espalda—. De vuelta en la entrada principal. Quince dólares al día ya no parece tan ridículo.

—Pff, 15 dólares al día ni madres —dijo Brenda al estrechar mi mano—. Según mis cálculos, parece que vamos a estar cobrando cerca de 65 dólares por día.

—¡Y lo pagaría! —Charlie sonrió mientras le daba un abrazo a Kaji.

—¿Las personas realmente van a pagar 65 dólares al día? —inquirió Kaji—. Incluso Disneylandia solo cobra 85, y ahí te han acceso a dos parques.

—Cómo podría olvidarlo —Brenda negó con su cabeza—. Una de nuestras inversionistas trabaja para el ratón. Es una lástima que no te hayan permitido diseñar ningún tipo de arte para este lugar.

—Vamos, que lo mío no es el arte. Es la ingeniería.

—¿No quieres decir imaginería? —Charlie le guiñó un ojo.

Kaji suspiró y sacudió su cabeza.

—Sí, con un carajo.

Mientras Brenda y Charlie molestaban a Kaji, yo me dirigí a un lado de la taquilla en donde Skyler y su novia estaban conversando. No sabía por qué Skyler estaba siendo tan distante, pero supuse que tenía algo que ver con la inversión. Skyler trabajaba en el negocio de su familia y no había tenido mucho dinero el cual invertir. Pensé que quizá se sentía avergonzada por el dinero, pero ahora que la observaba recostándose contra la taquilla con una mirada pausada, me di cuenta de que no era por eso en lo absoluto; simplemente se había marihuaneado. La misma Skyler de siempre.

—¿Qué hay, Motita? Por Dios. No te he visto como en quince años. ¿Y si me das un abrazo?

Skyler sonrió y se impulsó de la pared para darme un abrazo rápido.

—Oye, ¿qué tal todo? Joder, mírate. ¿Cuál es tu dieta, chava, comida de conejo y lechuga? No te vas a ligar a nadie con ese cuerpo delgado.

—A tu mamá no parece importarle.

—Hey, Marcella, soy Dani. ¿Me recuerdas? ¿Dani Burcher? —La novia de Skyler me sonrió con dubitación y extendió sus brazos para que pudiera recibirla con un abrazo rígido.

—Sí, eso creo. Estuviste en la clase de mi hermano, ¿cierto? ¿Charlie Lantice?

Dani tuvo la decencia de lucir avergonzada.

—Sí, pero en realidad no éramos amigos.

«Eso es decir poco», pensé.

—Él y yo estábamos en noveno grado cuando ustedes estaban en último —añadió.

—Sip, me acuerdo de eso.

Quizá simplemente debía sacarlo del camino. Llamé a Charlie y el reencuentro de ambos, aunque incómodo, terminó bastante rápido para el alivio de todos.

Estábamos impacientes por entrar al parque. Fue extraño no tener que detenernos en la ventanilla para las entradas, y fue aún más extraño rodear el molinete de acceso. Me regocijaré al recordarme a mí misma que ahora éramos nosotras las dueñas de ese lugar.

Brenda nos dio un tour por el parque. No tanto sobre la geografía (todas lo conocíamos por dentro y por fuera), sino del panorama hipotético y la reorganización del parque como ella la visualizaba.

—De acuerdo a Rich, Excálibur es la que va necesitar más trabajo —Rich era el contratista de Brenda—. Una montaña rusa hecha de madera que ha estado expuesta a la intemperie por tanto tiempo… Conservaremos tanto de la estructura original como sea posible, pero quizá tengamos que reconstruir la mayoría.

—¿Tenemos dinero para eso? —preguntó Skyler alzando su voz desde donde estaba caminando junto a Dani.

—Sí —dijo Tyra—. Tenemos dinero para eso.

—Ah, doña ricachona. ¿La minidistribuidora te trata bien? —Le di un empujón fuerte con mi hombro. Tyra se tambaleó, pero retuvo la suficiente compostura como para contraatacar empujándome a una caseta de churros.

—Las seis distribuidoras de BMW me están tratando muy bien.

—Lo suficientemente bien como para suplir el colateral tremendo que necesitábamos —añadió Brenda.

—Entonces —Charlie vino corriendo por detrás de nosotras y lanzó sus brazos alrededor de Tyra y Kaji—, ¿podemos… montar algunas atracciones?

—¿Estás bromeando? ¡Por qué crees que estamos aquí! —Tyra rio.

—Yo solo estoy aquí por Montaña Caótica —dije aplaudiendo con mis manos y frotándolas entusiasmadamente.

Brenda alzó sus brazos.

—¡Bueno, está bien! Pensé que les interesaría cómo estaba progresando la inversión.

Kaji resopló.

—En lo único que estamos interesadas es en el retorno de inversión previsto, y, lo que es más importante, ¡cuáles atracciones han pasado la inspección de seguridad!

—Ah —Brenda dejó de caminar y trató de verse irritada, pero, al fallar, sonrió—. Un poco más de la mitad son montables.

De pronto, todas estábamos hablando a un mismo tiempo.

—¿La Víbora de Acero está abierta?

—Sip, esa funciona.

—¿Qué hay de la Boca de Dragón?

—Esa también está lista para andar.

—¿Y las Cataratas del Reniego?

—El agua no está encendida.

—¿La Rusa Elevada?

—Sí.

—¿El Giro Espacial?

—Oh sí.

—¿La Torre del Poder?

—Están haciendo la inspección esta semana.

Solo quedaba una atracción que realmente me importaba; mi favorita y la de Brenda.

—¿Qué hay de Montaña Caótica?

—Sí. Carajo —contestó ante los quejidos colectivos del resto.

Montaña Caótica siempre había sido lo nuestro. Las demás estaban contentas con montar la Rusa Elevada o la Boca de Dragón hasta el cansancio, pero Brenda y yo siempre nos separábamos al final del día para subirnos a Montaña Caótica a la hora del crepúsculo.

—Ugh —Charlie se estremeció—. Odio esa atracción.

—Es aburrido de cojones —concordó Kaji—. Ayudé a diseñar algo similar para el Disneylandia de Hong Kong. Lo terminamos poniendo en Tierra de la Fantasía, por el amor de Dios.

—Oye, es una atracción increíble. Es larga y va de cabeza —argumenté—. ¡A Charlie incluso le da mucho miedo como para subirse!

—No le tengo miedo a esa atracción, solo me pone los pelos de punta. Es que, algo en ella, no sé, está fuera de lugar.

—Muy bien, miren. Vamos a empezar en este extremo del parque y avanzaremos hacia la parte trasera. De esa forma, podremos montarnos a cada atracción que haya pasado la inspección, incluyendo Montaña Caótica —sugirió Brenda.

—Y Boca de Dragón —añadió Tyra, y las demás asintieron con emoción.

—Sí, cada atracción. Y podemos, ya saben, subirnos tantas veces como queramos.

—Diablos, sí —Kaji chocó los cinco con Brenda y tomamos la calle hacia Giro Espacial.

Nuestro progreso a través del parque fue dichosamente lento. Todos querían subirse a las atracciones múltiples veces y una persona siempre se tenía que quedar en el área de ingreso para operar la maquinaria.

Solo me tomó una hora o dos para olvidarme de que era una mujer adulta de treinta y cinco años de edad. Estar de regreso ahí, corriendo por los accesos con mis amigas, discutiendo sobre quién se quedaría con la primera fila de los vagones, era como tener doce años de nuevo.

Aun así, mi mirada era atraída constantemente hacia los edificios en la distancia, a la parte trasera del parque en donde las vías altas y brillantes de Montaña Caótica resplandecían con el sol persistente. No habría discusión acerca de quiénes se quedarían con la primera fila de esa atracción: era de Brenda y mía. Siempre éramos Brenda y yo.

Charlie, Tyra y Kaji fueron los más infantiles, llevando la delantera constantemente y peleando por cuál sería la siguiente atracción, gritando para llamar a Brenda y preguntarle si esta o aquella ya tenía el visto bueno de los contratistas. Brenda y yo nos distanciamos un poco del grupo, discutiendo ideas y posibles mejoras para el parque. Skyler y Dani adoptaron la parte trasera del grupo, dialogando tranquilamente y encendiendo porros.

Cuando llegamos a la Iniciativa, una atracción simple que consistía en maniobrar autos en una pista circular, me ofrecí para encender los interruptores mientras los demás conducían al exceso. La Iniciativa siempre me enfermaba cuando éramos niños. Brenda se ofreció a quedarse en la plataforma conmigo para hablar mientras los demás se subían a la atracción.

Encendí el interruptor, y, en tanto los autos comenzaron a girar desde la zona de carga, el letrero de la Iniciativa se hizo visible. Suspiré. Todo el día había estado tratando de ignorar el grafiti brillante rociado por todas partes, pero las palabras pintadas encima del letrero de la Iniciativa fueron casi imposibles de ignorar:

«¿Adónde se fueron los niños perdidos?».

Y el resto del grafiti en el parque era más de lo mismo. La mayoría de las frases eran como: «¿En dónde están?», «Fila de fugitivos», «Encuentren a Ryan Kinskey», y «Los Desaparecidos ahora están Muertos». Dichos similares podían ser encontrados en la ciudad, rociados por unos cuantos edificios ruinosos en el distrito industrial.

Los ojos de Brenda evadieron el letrero, pero podía notar que ella también estaba pensando en eso.

—¿Crees que la razón por la cual clausuraron el parque, es decir, consideras que esto pudo haber sido un problema para la concurrencia del parque? —pregunté tan casualmente como pude.

Brenda estuvo callada por unos segundos mientras esperaba que la atracción se ralentizara hasta detenerse para poder accionar el interruptor de nuevo.

—Nah, no lo creo. En realidad, el nivel bajo de asistencia no fue lo que clausuró el parque.

—¿No lo fue? —Esto me sorprendió.

—No. Cuando estábamos negociando la venta del parque, se me dio acceso a las finanzas del parque en los ochentas.

—¿Así que no estaban operando en cifras rojas?

—Ah, vaya que sí. Pero este parque había estado teniendo pérdidas desde el día de apertura en los setentas, porque la mitad de sus ganancias estaban siendo encausadas hacia algo llamado «servicios del condado», fuera lo que fuera. El banco no pudo decirme, y créeme, intenté averiguarlo.

—Servicios del condado —medité.

—Sip. Extraño. Y de acuerdo al papeleo del parque, fue cerrado porque el dueño ya no quería vivir aquí. Y no se quiso tomar la molestia de esperar a que llegara una oferta decente por la propiedad, así que solo se la vendió al banco por casi nada.

—Entonces era un sujeto rico —Me recosté contra la barandilla para estirar mi espalda—. Y un idiota.

—Sí, y llevado al extremo en ambos casos. El dueño del parque fue Abel Bisette.

—¿Abel Bisette? ¿Familia del multimillonario francés, supongo? —Brenda asintió.

—Michael Bisette. Construyó este parque para su hijo en los setentas. Abel nunca fue alguien que llamaríamos «predispuesto a los negocios». Siempre oí que lo describieron como «simple».

—No puedo creer que el hijo de un multimillonario viva en esta área.

—Bueno, ya no. Se mudó hace décadas.

Sacudí mi cabeza con incredulidad. ¿Quién se habría imaginado que nuestro pequeño parque era propiedad del hijo de un multimillonario famoso? Demonios, ¡es posible que me haya sentado a su lado en las atracciones sin tener idea!

—¿Quieren ir de nuevo? —les gritó Brenda a los demás cuando el juego se detuvo otra vez.

—¡Estoy lista para avanzar! —gritó Kaji de vuelta—. ¿Alguien más quiere montarse de nuevo?

—¡No! —replicó un coro de voces.

Ya casi eran las cinco de la tarde cuando finalmente llegamos a Montaña Caótica. A medida que el sol comenzó a ponerse, un pánico y una urgencia nostálgicos perforaron la boca de mi estómago. Me tomó un momento para darme cuenta de que esta vez no tendríamos que irnos cuando el parque cerrase; el parque no iba a cerrar. ¡Nos podíamos quedar hasta el amanecer si queríamos!

En tanto me aproximaba animosamente al molinete de acceso de Montaña Caótica, Tyra alzó la voz por detrás de mí.

—Oigan, ¿podemos correr a la ciudad para agarrar algo para comer antes de subirnos a la Caótica?

—¿En serio quieres montar la Caótica después de haber comido? —la cuestionó Kaji.

—Buen punto.

—Solo es un bucle. —Dani rodó sus ojos.

—Dos —aclaré—. No te olvides del giro en doble hélice.

—Así es, dos —se unió Skyler—. Aparte, es una atracción de dos minutos. Si tu comida no te cayó bien, te esperaría un largo trayecto hasta que termine.

—A ver —dije—. Montémonos un par de veces y luego vamos a comer. Cuando regresemos, veremos cómo nos sentimos.

Todas asintieron y comenzamos a caminar por los molinetes hacia la plataforma. Cuando llegamos al muelle de carga, me emocioné al ver nuestro vagón verde favorito descansando en la vía.

—¡Pido el frente! —gritamos Brenda y yo simultáneamente a medida que los vagones se hicieron visibles, y todas se reunieron detrás de nosotras.

—Yo me quedaré aquí —dijo Charlie—. Solo voy a operar la cosita de lanzamiento.

—¿Aún estás asustado después de todos estos años, Char? —se burló Skyler.

—Cállate, Motita.

Skyler río y le alborotó el cabello antes de salir corriendo y saltar al primer vagón detrás de Brenda y yo. Dani se colocó a su lado, y luego Tyra y Kaji tomaron el tercer vagón. Jalamos el soporte por encima de nuestros hombros y se presionaron.

—¿Están listas? —preguntó Charlie.

—¡Sí! —le gritó devuelta Brenda—. ¡Echa a andar el vehículo!

Charlie bajó la palanca y los frenos se desincrustaron. Cuando el vagón se movió hacia adelante, me giré hacia Brenda.

—¿Nos quedamos con el vagón verde a propósito? —exclamé mientras la montaña rusa repiqueteaba por la plataforma de lanzamiento y comenzaba el ascenso estrepitoso por la primera colina empinada.

—¡Sip! Estuvimos lanzando vagones toda la mañana, pero me aseguré de que Rich supiera que tenía que dejar a la Máquina Verde en el área de carga.

—Genial.

En tanto el tren escalaba la primera colina, no hice ningún intento por ocultar mi júbilo absoluto. Aprecié el extenso parque y no pude creer que era mío. Cada vía, cada vagón, cada molinete, cada tornillo, desde la entrada principal hasta el estacionamiento desbordante en la parte trasera; todo era nuestro. Cómo hubiera deseado haber podido regresar en el tiempo y decirle a mi yo joven, esperando en la fila de dos horas para Montaña Caótica: «Algún día, serás la DUEÑA de este lugar».

Cuando alcanzamos la cresta y el tren se desplomó a su primera caída, me di cuenta de que esencialmente había viajado en el tiempo. O al menos estaba gritando como una niña de doce años, al igual que todas detrás de mí.

Nos deslizamos por la primera precaída, y luego nos inclinamos con fuerza hacia arriba, a la segunda precaída. Desde ahí, nos hundimos por el giro vertical y sobrevolamos las tiendas de regalos, hasta subir a una colina pequeña y caer por el giro en doble hélice. Una vez que regresamos al área de cargamento, todas estábamos gritando de alegría.

Lo montamos dos veces más antes de finalmente bajarnos del vehículo. Kaji se acercó a revisar el panel de control mientras el resto de nosotras nos burlábamos de mi hermano.

—¿Estás seguro de que no quieres subirte, Char? Es increíble.

—No, estoy bien. No tengo ningún problema con ser el obrero para esta atracción —se mofó.

—Vamos, Charlie, solo una vez. Una vez y te dejaremos en paz —lo instó Tyra.

—No, no, no, no, no. De ninguna forma. No estoy interesado. ¡Pero me montaría a cualquier otro!

—Hey, ¿ustedes saben lo que es la Vía B? —preguntó Kaji.

—¿Vía B? ¿De qué estás hablando? —Brenda caminó hacia Kaji en el panel de control y levantó una ceja—. Qué raro.

—De seguro es la vía que utilizan para llevar los vagones al área de almacenamiento —dijo Skyler encogiéndose de hombros.

—Sí, pues, me he montado a esta atracción suficientes veces como para saber que no existe ninguna otra vía.

—Exacto —Tyra concordó conmigo—. Lo ha hecho.

—Entonces… ¿Deberíamos probarlo? —tentó Brenda.

—Ni verga —dijo Charlie—. Si no sabes lo que es la Vía B, eso significa que los contratistas tampoco lo saben. Lo cual significa que no ha sido inspeccionada en al menos veinte años. Es suicidio.

—Mira —llamó Kaji—, si la Vía B existe, entonces incluso los ingenieros más incompetentes la habrían descubierto durante una inspección.

—Y Rich le dio el visto bueno a la atracción entera —asintió Brenda—. De seguro solo es el mismo trayecto en reversa. No hay lío.

—Bueno, estoy dentro —anunció Skyler desde el otro lado de la plataforma, pese a que Dani no parecía estar abordo con la idea.

—¿Marcella? —preguntó Tyra.

—Sí, supongo que pueden incluirme. ¿Qué es lo peor que puede pasar: que seamos compartimentadas en el área de almacenamiento?

—Muy bien, entonces también cuenten conmigo —anunció Tyra con indecisión. Kaji se encogió de hombros.

—A ver qué pasa.

Giró el interruptor hacia la Vía B y, un momento después, un raspado metálico bullicioso colmó el parque desde la distancia. El sonido insistió casi por un minuto. Examiné la montaña rusa plateada bajo el cielo rosa del sol poniente, pero no vi ningún cambio físico en la vía. Me volteé hacia Brenda y un gesto con sus manos me dijo que ella tampoco lo notó.

—¿Le damos? —preguntó Skyler ladeando su cabeza hacia los vagones que acabábamos de desembarcar. Le di una mirada inquisitiva a Charlie y no hizo más que negar con la cabeza enfáticamente. Así que solo íbamos a ser nosotras seis de nuevo.

—Pero lo correcto es que ustedes dos tomen la proa del barco —Tyra nos hizo un ademán de burla—. Oh capitanas, mis capitanas.

Me reí y salté al lado derecho del primer vagón. Brenda se acomodó en el asiento a mi lado. Tyra y Kaji se colocaron en el vagón detrás de nosotras, y Skyler y Dani tomaron la parte trasera. Jalamos las barras de soporte.

Los frenos se liberaron y el tren rodó hacia el crepúsculo desde la plataforma. Mientras estuvimos discutiendo, las luces habían iluminado las vías, y la montaña rusa se veía absolutamente hermosa. Me llené de asombro y veneración por lo que ese lugar realmente significaba para mí y mis amigas. Era un símbolo de nuestra juventud e inocencia; de nuestra ignorancia dichosa del mundo. Era nuestra burbuja personal de felicidad.

El tren escaló la primera colina y, desde la cima, Brenda y yo estudiamos las vías, pero en esos pocos segundos no vi ninguna diferencia. Brenda me miró y le negué con la cabeza, decepcionada. Para cuando alcanzamos el giro vertical a la mitad del trayecto, era claro que no existía ninguna Vía B. Pero era difícil seguir decepcionada porque aún me encontraba en Montaña Caótica, y el no sonreír aún me parecía un reto imposible.

Cogimos altura por encima de las tiendas de regalos que ahora estaban iluminadas brillantemente, agarrando impulso en la precaída y luego nos zambullimos hacia el giro en doble hélice. Excepto que… el giro en doble hélice de pronto se encontraba arriba de nosotras. Lo habíamos evadido. En su lugar, la vía se alargaba hacia un agujero cuadrado y enorme en el suelo debajo de las tiendas de regalo: y nos movíamos directamente hacia él.

Me encontraba demasiado sorprendida como para gritar. El agujero negro nos tragó en un instante y descendimos a una oscuridad completa. Sentí que la presión cómoda abandonó mis hombros y me di cuenta de que las barras de soporte habían sido liberadas. Me sostuve del borde frontal de mi asiento y escuché los gritos horrorizados de mis amigas a medida que la montaña rusa comenzaba a torcerse en lo que parecía ser un giro en doble hélice. Tenía demasiado miedo como para moverme, pero me aferré al asiento con mi vida a pesar de que una parte de mi cerebro registró que la fuerza g. de la rotación probablemente habría bastado para mantenerme en mi asiento incluso si me hubiera soltado. Probablemente.

Salimos del giro en hélice y caímos de nuevo, con fuerza. Conforme el vehículo descendía, la habitación se encendió de un momento a otro y vi que la vía de abajo se arqueaba hacia una precaída leve. Cuando alcanzamos el fondo de la colina, las barras de soporte bajaron de nuevo mecánicamente sobre nuestros hombros. El vehículo llegó a la precaída y luego frenó para retomar el ascenso en otra colina alta. Di mi primer respiro desde que nos internamos en el subsuelo y miré alrededor, haciendo caso omiso a los gritos de Dani y Tyra detrás de mí.

Estábamos en lo que podía ser descrito como una habitación cavernosa, y simplemente asumí que se extendía acorde al alcance del parque en la superficie. Había muchos giros verticales, caídas elevadas y curvas agudas —que hacían que las vías quedaran perpendiculares a la tierra—. A lo largo del subnivel entero, había faroles tapizando la pared cada diez metros e inyectando un brillo amarillento y sombrío hasta donde llegaba la vista. Pero había muchos que estaban fundidos, provocando que las vías desaparecieran en la oscuridad.

En las esquinas amarillas y apagadas de la luz, vi algo que desató en mí un horror que trascendía a la muerte. Muy lejos de nosotras, en una de las secciones oscurecidas de las vías, vi la cresta elevada de una colina que casi alcanzaba el límite superior de la habitación gigantesca. Y luego, el carril sencillamente… terminaba.

De inmediato, la terrible realidad del mundo afuera de mi mente comenzó a filtrarse. Dani estaba gritando sin control, Tyra estaba llorando y hasta chillando, y Kaji llamaba a Brenda, quien me veía fijamente y golpeaba mi pierna con fuerza mientras repetía mi nombre. A medida que los vagones continuaban ascendiendo, finalmente cedí mi atención. Ya no quería estar a solas en el miedo.

—¿Qué es esto? —Fue todo lo que pude decir.

—Nos tenemos que bajar de este aparato. Nos tenemos que bajar de este aparato, Marcella.

—Puta, ya lo sé.

—Nos vamos a morir.

—¡Puta, ya sé! —le grité mientras alcanzábamos la cima de la colina y caíamos hacia el otro lado. Apreté mis ojos con fuerza hasta que sentí que el soporte en mis hombros se liberó una vez más y me mordí el labio para contener las lágrimas. Abrí los ojos, atragantándome cuando vi que la vía frente a nosotras se inclinaba hacia un giro vertical. Alcé los brazos y traté de jalar las barras de soporte, pero estaban fijadas en su lugar.

—¡Agárrense! ¡Agárrense de los asientos! —exclamé tan fuerte como pude.

Conforme nos acercábamos al giro, sentí que los frenos se accionaron, deteniendo el vehículo. Estábamos siendo arrastradas por el bucle, pero muy despacio como para que la gravedad nos pudiera mantener en nuestros asientos.

Cuando el vehículo comenzó a invertirse, sentí que mis pies se alzaron del piso del vagón. Mi cabello cayó encima de mi rostro y mi trasero se salió del asiento. Cerré los ojos y traté de bloquear los gritos de terror detrás de mí. Me concentré en mi agarre mortal del asiento mientras rodeábamos la vía. Permanecimos de cabeza por lo que pareció una eternidad. Finalmente, la presión empezó a menguar, mi trasero hizo contacto con el asiento y mis pies con el piso. El ruido blanco en mis oídos aminoró y pude escuchar los alaridos de Kaji.

—¡Tyra! Puta, puta, se cayó. Puta, se cayó, está muerta, joder, está muerta.

—¡Se golpeó en la vía de ahí abajo! —me gritó Brenda con los ojos desorbitados y aspecto demente; finalmente estaba viendo a la Brenda de mi juventud. Las barras de soporte descendieron de nuevo, esta vez clavándose con más firmeza.

—Marcella, ¿qué vamos a hacer? No me quiero morir. No me quiero morir, con un carajo.

—No lo sé. No sé qué hacer. Lo siento. Yo también estoy asustada, joder.

Rodeamos una esquina de la habitación y las barras de soporte se liberaron de nuevo. Esta vez nos zambullimos en una curva que situó al lado izquierdo del tren en posición paralela al suelo —y fue una caída larga—. Al igual que antes, me sostuve del borde de mi asiento tan firmemente como pude, pero esta vez mantuve mis ojos abiertos y pude contemplar cómo Brenda empezaba a deslizarse de su asiento.

Para cuando el vehículo se había estabilizado, no podía distinguir a quién habíamos perdido. La mayoría de los gritos detrás de mí se habían tornado en sollozos ruidosos o silencio. Las barras de soporte no se reactivaron y sentí que los frenos estaban ralentizando el tren una vez más. No tuve que voltearme para saber qué era lo que venía.

Fue otro bucle invertido; este fue largo y alto, y presentí que íbamos a estar de cabeza por más tiempo. Alguien detrás de mí comenzó a gritar de nuevo —creo que Dani— mientras yo trataba de tomar respiros mesurados y regresar mis manos adoloridas al borde del asiento. Brenda hizo lo mismo y se me quedó viendo, derramando lágrimas mientras el vagón ascendía por el bucle.

—No quiero morir aquí, Mar.

Agité la cabeza porque no supe qué responder.

Sentí cómo las lágrimas abandonaban mis propios ojos cuando llegamos al punto crítico del bucle y mis pies se apartaron del suelo. Antes de que estuviéramos completamente de cabeza, sentí que mi espalda se comenzó a resbalar del asiento. Contaba con que si perdía mi agarre y caía del vagón, iba a poder lanzarme a las barras de soporte.

El tren se detuvo de inmediato y abrí mis ojos, descubriendo que estábamos completamente invertidas. Gruñí escandalosamente ante el dolor y esfuerzo inmenso de sostener mi agarre. El vagón comenzó a moverse, aunque con lentitud, y escuché que Brenda me dijo algo. Me giré hacia ella justo antes de que se cayera del vagón. Un segundo estaba ahí, a mi lado, y al siguiente estaba cayendo y cayendo desde el vagón.

Aunque trató de apoyarse en la barra de soporte, no pudo sustentar su agarre. La vi caer sobre la vía de abajo y romperse la espalda, quedando inmóvil. La observé desde arriba mientras el vagón seguía propulsándose flojamente por el bucle, y ella me devolvió la mirada, muerta, o muriendo. Para cuando el tren la arrolló al evacuar el bucle, ya se había ido por completo.

Las barras de soporte se reactivaron y atravesamos un periodo tortuosamente largo en el que nada sucedió. Fuimos confinadas en nuestros asientos en tanto la montaña rusa pasaba demasiados minutos acelerando por colinas, redondeles, curvas e incluso giros en hélice.

Sin la adrenalina bombeándose por mis venas, la sensación de aturdimiento empezó a disiparse. Fue reemplazada por un pánico y un temor como ningún otro que había experimentado antes. Y decidí que ese era el cometido de esta sección de carriles: amasar y facilitar un miedo incontenible.

Sentí que los frenos al fin se activaron, y miré hacia adelante queriendo identificar el bucle al que ciertamente íbamos a ingresar, pero no había ninguno. Nos habíamos elevado, estando casi en el límite del techo, y redujimos la velocidad hasta parar abruptamente. Justo enfrente de nosotras había una colina, y, al fondo de la caída, había una serie de cuatro vías. Había un punto de encuentro en la distancia, en donde cada vía tenía dos metros de color, todos distintos —rojo, naranja, verde y azul—, antes de bifurcarse en diferentes direcciones.

Sentí la sacudida insistente de Skyler, y me di la vuelta para escuchar lo que Kaji estaba diciendo.

—¿A cuál vía estamos conectadas?

Observé el punto de encuentro.

—Verde.

—¿Hacia dónde va el verde? —Era difícil escucharla por encima del sonido de los lamentos de Dani en el segundo vagón. No estaba segura, pero parecía terminar en la colina que había notado antes. La colina sin ningún carril en su cresta.

—¡Termina en aquella colina! —le grité y señalé. Dani lloró con aún más fuerza.

—Mierda.

Mientras el tren permanecía estático, me froté mis manos adoloridas. Me percaté de algo nuevo en el vagón luego de agachar la mirada. En algún momento, un panel pequeño y parpadeante se había desplegado a un costado del vagón. Tenía cuatro botones de colores y un cronómetro analógico. El cronómetro estaba tan viejo y dañado que, pese a que los números claramente estaban cambiando, no podía ver cuánto tiempo nos quedaba.

—Nosotras elegimos —dije y expliqué lo que estaba viendo.

—¿Puedes ver qué vía termina en qué lugar? —preguntó Kaji.

Seguí las vías lo mejor que pude, pero se circundaban y enrollaban entre sí. Fue difícil determinar hacia dónde iba cada una.

—Creo que el carril azul termina en aquella piscina enorme de la esquina. El carril rojo termina en una pared y el naranja solo baja por un agujero en el suelo parecido a la entrada de esta caverna.

—De ninguna forma —habló Skyler desde el segundo vagón; su voz era perturbadoramente serena—. Solo nos están diciendo cómo nos vamos a morir.

—Aún podemos encontrar una salida —contesté en voz baja, más para mí que para ella.

—Escoge la piscina —dijo, y pude escuchar las lágrimas en su tono—. He leído que ahogarte no es una muerte espantosa. Que es tranquilizadora, para el final.

—¡No! Escoge el agujero —intervino Kaji—. Es posible que caiga hacia otra caverna. Quizá haya más carril, lo cual significa más tiempo para averiguar cómo sobrevivir.

—No crees que somos los primeros en escoger esa opción, ¿o sí? —lo cuestionó Skyler—. Y nadie que ha desaparecido, ha regresado. Solo hay más muerte en ese agujero.

—No quiero morir así —rogó Kaji—. Y al menos es una esperanza.

Dani aún estaba lamentándose sin ofrecer ninguna sugerencia. Parecía que la decisión recaía en mí, y debía pensar rápido.

Sabía que no quería morir cayendo por la colina. No me quería ahogar. Quizá la muerte más rápida sería la pared. Era más que probable que todos muriéramos al instante. Menos sufrimiento, menos tiempo para pensar acerca de nuestros destinos. Pero la verdad era que no estaba del todo segura de cuál carril conducía a cuál muerte. Todo era conjeturas, y mi tiempo se había acabado.

—El naranja. Vamos al segundo nivel, si es que hay uno.

Skyler y Dani no dijeron nada, pero Kaji habló entre dientes:

—Presiónalo antes de que escoja por nosotras.

Sin volver a pensar en ello, presioné el botón naranja y nos condené a fuera cual fuera la muerte a la que conducía. Escuchamos el raspado metálico de la reorganización de la vía. Una vez que el carril naranja había sido conectado exitosamente, los frenos del vagón se liberaron y el vehículo se arrastró lentamente hacia la cresta.

Luego de que caímos por la colina, le pude dar un mejor vistazo al carril naranja. Había un giro vertical por delante que no se veía tan alto como los demás que habíamos pasado. De hecho, parecía sugerir que existía la posibilidad de que la caída no nos matara.

Si no era una ilusión óptica y si las barras de soporte se desactivaban para ese giro, era posible que tuviéramos una oportunidad de superar esto con vida. Se los grité a todas detrás de mí:

—¡Déjense caer en el giro, aquel de ahí arriba!

Nadie me respondió, lo cual no importó porque de todas formas no creía que tuviera el coraje para dejarme caer de mi asiento. Nos precipitamos por la vía, dentro y fuera de curvas y redondeles. En un punto, pasamos por la piscina y bajé la mirada. Debajo de la superficie del agua, el carril terminaba a una profundidad mucho mayor de lo que había anticipado. Pude ver las sombras de varios vagones en el mero fondo.

Entonces sentí que los frenos se accionaron y me di cuenta de que el giro vertical se aproximaba. Probé las barras de soporte al empujarlas hacia arriba, pero se mantuvieron presionadas. En cierta forma, me alivió por un momento el saber que no tendría que tomar la decisión de arrojarme o de exponerme al carril naranja. Pero, inesperadamente, mis ataduras se liberaron. Mientras empezábamos el ascenso, me aferré al borde del asiento y giré mi cabeza para mirar abajo. Al parecer, nos habíamos elevado bastante, y solo me quedaba desear que el suelo debajo de nosotras en verdad fuera la tierra arenosa escasamente compactada que parecía ser. Tenía que tomar una decisión: la caída o el hoyo.

Escogí la caída.

Les rogué a todas las demás que se soltaran y se tiraran de sus vagones. Y luego cerré mis ojos… y me dejé ir. Sentí a mi cabeza rebotar contra la barra de soporte en mi descenso.

No fue como una caída en cámara lenta: terminó antes de que me diera cuenta de que me había soltado. Un momento sentí un dolor intenso cuando mi cabeza golpeó la barra, y en el mismo instante noté el suelo a mi alrededor.

El dolor no me azotó de lleno. Tuve un largo y dichoso segundo antes de que lo sintiera. Y luego estaba en agonía. Había tenido la esperanza de que mi cuerpo sufriría un shock tan fuerte, que solo sentiría parte del dolor, pero lo experimenté a plenitud. Me concentré en mantener los ojos abiertos y catalogar el daño. Había sangre en mi ropa, pero no sabía de qué parte de mi cuerpo provenía. También oía gritos, pero no sabía si era mi imaginación o el frenesí de mis amigas.

No me quería mover, ni creía que moverme fuera seguro, pero sabía que tenía que hacerlo, al menos para sacar mi teléfono. Con dedos temblorosos, saqué el aparato de mi bolsillo y me lo llevé al rostro, tratando de enfocarme en la pantalla. Pero estaba rota y se rehusaba a encender. Lo dejé caer y luego me percaté del silencio.

La atracción había terminado.

Con un esfuerzo tremendo, rodé cabeza abajo e impulsé mi cuerpo roto por la tierra, hacia donde recordaba haber visto el agujero. Me arrastré por horas. A veces trataba de pararme o incluso de arrodillarme, pero el dolor en mi espalda y costillas era demasiado. Me desmallé muchas veces por el sobreesfuerzo y el malestar, pero al final llegué a donde la vía era engullida por el suelo. Me empujé hasta la orilla y miré por el hoyo.

El carril se cortaba justo debajo de la superficie.

Era una fosa natural hecha de roca. No sé qué profundidad alcanzaba ni quería saberlo. Era un destino del que apenas había escapado. Pero luego razoné que quizá alguna de mis amigas pudo haber sobrevivido.

—¿Kaji?

Mi voz hizo eco sonoramente por la fosa. Sin respuesta.

—¿Skyler? —Nada.

Me acerqué a una roca adyacente y la dejé caer por el hoyo. Casi tomó medio minuto para que aterrizara, y, cando lo hizo, fue con un clic, como si hubiera golpeado algo metálico. El leve sonido fue conducido por la fosa y reverberó en la habitación cavernosa, y me di cuenta de que ese lugar había sido creado teniendo en mente consideraciones acústicas. Rodé sobre mi espalda y estudié todo lo que podía ver desde donde estaba, postergando la urgencia de mi cuerpo por desmayarse.

No sentí nada más que entumecimiento cuando finalmente vi lo que estaba buscando: una ventana enorme y panorámica en la pared. Ya sabía para qué era la Vía B, y dejé que la oscuridad me acogiera.

Recuerdo muy poco de mi rescate. Hubo muchas personas uniformadas, mi hermano gritando, y dolor —mucho dolor—. Alternaba mi estado de consciencia en el trayecto al hospital, pero recuerdo que fui evacuada por la habitación detrás de la ventana. Y, desde mi camilla y en medio del caos, lo único que vi en esa habitación fue una silla solitaria encarando la ventana. Estaba cubierta de una capa gruesa de polvo.

Nunca fui visitada por nadie oficial, y mucho menos interrogada para dar mi declaración. Charlie se quedó a mi lado en el hospital por meses mientras me recuperaba. Nunca decía mucho del día de mi rescate, pero al final le saqué algo. Me dijo que no lo dejaron ir conmigo en la ambulancia y alguien más se ofreció a llevarlo. En el auto, fue abordado por dos personas que lo convencieron de nunca hablar de lo que pasó, y de que me persuadiera a mí de lo mismo. Fuera lo que fuera con lo que lo habían amenazado, hizo que rogara por mi cooperación. Y callé, en aquel entonces.

Hasta el día de hoy, aún sigo aprendiendo a caminar sin soporte. Nunca vi Montaña Caótica de nuevo. El préstamo rebotó y Valle Aventura fue comprado por una SRL que lo demolió y construyó un complejo de apartamentos.

Ahora no soporto la oscuridad. Me hace pensar en el horror que mis amigas debieron de haber experimentado al contemplar la caída y descubrir que el carril se había cortado antes de que se internaran en esa fosa. Trato de no pensar en lo que debieron de haber sentido mientras caían en oscuridad absoluta, atadas a una montaña rusa, anticipando el terrible final. Desearía haber escogido la piscina, al menos para salvarlas de ese destino.

En lo que respecta al hijo del multimillonario, solo fue alguien «simple» en el sentido de que era un hombre de gustos simples. Y aún lo es.

Lo busqué por internet una vez, hace unos cuantos años. Ahora es propietario de muchos parques de diversiones, bastante grandes pero lo suficientemente pequeños como para solo ser populares en regiones específicas.

Incluso hay uno que no está muy lejos de donde vivo. He pensado en ir ahí muchas veces, solo para husmear, solo para ver. Pero luego me di cuenta de que no necesito inspeccionar todas las atracciones para estar segura.

Porque sé que en algún lugar de ese parque, alguna atracción, en alguna esquina… tiene una Vía B.

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La traducción al español (y edición ligera) pertenece a esta página. Fue escrito en inglés por C. K. Walker:
https://ck-walker.com/

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