Mi vida ha sido promedio, cuando mucho.
Viví en una familia de dos chicas y un varón. Éramos mi hermana mayor, Jenny, yo, y mi hermano menor, Alex. Tuvimos una infancia típica, supongo. Jenny era popular, con su cabello rubio, ojos azules y su piel clara.
Yo no era demasiado inteligente. No era fea, pero tampoco destacaba. Tenía un grupo de amigos pequeño. Era promedio.
Pero idolatraba a mi hermana.
Jenny era todo lo que yo nunca iba a ser. Tenía amigos, encima de amigos, encima de amigos. Tenía una línea de novios que empezó desde que sus once años. Siempre había un chico, algún drama. Ella se llegó a cansar, pero yo lo gozaba.
Jenny me amaba también. Éramos muy apegadas de niñas. Mi mamá y mi papá me amaban, claro, pero no me notaban de la manera en la que lo hacían con Jenny y Alex. Porque no había nada de especial en mí, no realmente. Pero Jenny no lo veía de esa manera. Verás, ella me prestaba atención. Me hacía cambios de look y me enseñó sobre el maquillaje. Solía llevarme de compras con sus amigas populares y me mostraba la mejor ropa que podía utilizar para mi complexión. Me revelaba todo acerca de su vida asombrosa y reluciente, y me escuchaba si y cuando encontraba alguna contribución pequeña que hacer a nuestras conversaciones.
Pero, a veces, la vida no es promedio. A veces no es típica. Cuando Jenny tenía dieciséis y yo tenía trece, fue encontrada en su habitación con un bote de pastillas derramado a su lado. Ni siquiera creo que se molestaron con una investigación. Lo que había hecho era claro, aunque nadie entendió por qué. La vida puede ser graciosa en ese sentido. A veces, quienes parecen ser los más felices son quienes sufren más.
Fue un tiempo muy difícil para mi familia. Pero la vida siguió. A medida que crecí, aprendí a amar mi vida promedio. Fui a una universidad estatal para estudiar periodismo, en donde conocí a mi esposo, Alan. Nos casamos tan pronto como salimos de la universidad. Fui contratada en un periódico local y él obtuvo un trabajo de oficina en una compañía a solo unos bloques de distancia. Nuestra vida era dichosa, bella y ordinaria.
Así fue, al menos, hasta que me embaracé.
Comenzó cuando mi periodo tenía dos semanas de retraso. Siempre había sido tan regular como un reloj, pero el trabajo era agitado durante ese tiempo y no estaba muy pendiente.
Entonces, una noche, tuve un sueño terriblemente real, terriblemente extraño. En él, estaba en mi vieja habitación de la adolescencia, sentada en el edredón con patrones florales de mi cama. Jugaba con un chupete, Dios sabrá por qué. Y entró Jenny. Se subió a la cama; jugaba con un bote de pastillas vacío. Me miró a los ojos.
Desconozco el motivo, pero me desperté gritando. Para ser honesta, no había pensado mucho en Jenny por años, y nunca había tenido un sueño como ese. Mi esposo se despertó para tranquilizarme, pero ya me había encaminado al baño. Vomité en el retrete por alrededor de veinte minutos, pensando en las semanas de retraso, en las pastillas y Jenny.
Ese día me hice una prueba de embarazo; salió positiva. Mi esposo y yo estábamos extasiados. Celebramos con una cena formal. Llamamos a nuestros padres, quienes también estaban increíblemente emocionados. Discutimos nombres de bebé, su cuarto y todas las cosas que podrían asociarse a un recién nacido. Nos acostamos tarde, exhaustos pero felices, abrazándonos como novios, soñando acerca de pequeños querubines danzando en nuestros brazos.
Me desperté para encontrar a mi hermana parada junto a nuestra cama. Si la noche anterior fue aterradora, no te puedes imaginar cómo se sintió esto. Ahí estaba, Jenny, la Jenny real y no muy viva. Me observó desde su altura. Extendí mi brazo; casi daba la impresión de que podía tocarla. Pero se dio la vuelta y salió de la habitación.
Desde ese día en adelante, Jenny estaba ahí siempre.
Se encontraba parada a un lado de mi cama cuando despertaba por la mañana. Me seguía al trabajo. Me veía escoger ropa de bebé, señalando ocasionalmente uno o dos productos que le gustaban en especial.
Siempre estaba ahí. Por supuesto que pensé en contárselo a mi esposo, ¿pero qué le iba a decir? ¿Qué su esposa promedio estaba a punto de perturbar su vida promedio con una nueva habilidad para ver a los muertos? Improbable. En su lugar, lo consideré como una experiencia peculiar y extraordinaria en una vida que de otra forma era ordinaria.
Además, lo disfrutaba, de alguna manera. Aquí estaba mi hermana perdida hace mucho. Mi mejor amiga de otra época. Era reconfortante tenerla cerca a medida que mi estómago se hacía gordo y redondo, y que empezaba a andar de arriba para abajo tratando de controlar mis hormonas enloquecidas.
A veces, ella ponía su mano en mi estómago para sentir al bebé. Cuando lo hacía, el bebé empezaba a patear. Cuán tranquilizante era saber que mi bebé compartiría un vínculo especial con Jenny.
Jenny estuvo ahí cuando mi esposo me condujo al hospital, mientras que yo lloraba en el asiento trasero por el dolor de las contracciones. Ella nos siguió a la sala de maternidad y se paró con calma junto a mí conforme pujaba, pujaba y pujaba. Mantuvo su mano situada en mi estómago, y fue un consuelo.
Luego había acabado. Colocaron al bebé en mis brazos. ¡Una chica! Una bebé pequeña y maravillosa, cuyo llanto era la cosa más hermosa del mundo. Alan y yo jugamos con sus diminutos dedos enrollados. Cuando volteé a la cabecera de la cama, Jenny se había ido.
No me malinterpreten, siempre había extrañado a mi hermana; fue muy importante para mí y aún la extraño. Pero me sentí aliviada. La extrañaba, pero ella nunca podría ser parte de mi vida de nuevo. Ahora podía regresar a mi vida típica y feliz. Mi vida feliz, con mi esposo feliz y mi bebé feliz.
Pasaron unos días antes de que lo notara. Estaba jugando con mi pequeña bebé, Ellen, cuando me miró al rostro. Esos deslumbrantes ojos azules, que ni yo o su padre poseíamos. Me observó con una calma inquietante.
Cuando vi sus ojos, vi a Jenny.
Así que, mañana por la mañana, me tiraré al suelo con un estallido de lágrimas y gritos. Alan llamará a emergencias frenéticamente, mientras que yo me aferraré al cuerpo de mi hija. Cuando los paramédicos lleguen, retirarán el cuerpo frío e inerte de mi agarre y yo colapsaré en los brazos de Alan.
Estaré triste. La extrañaré, al igual que extraño a Jenny. Pero Jenny no puede volver a ser parte de mi vida de nuevo, sin importar cuánto lo intente. Después de todo, tardé años en deshacerme de ella la primera vez.
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