Era un trato demasiado excelente como para rechazarlo. Claro, algunas personas podrían hablar sin parar sobre los horrores de la inmortalidad, pero yo seriamente creo que estarían saltando a la envidia en cuanto a todo el asunto. Nunca tuve ningún familiar o amigo real, así que no me iba a arrepentir por haber vivido más que ellos. Podría ver el cambio de las eras y presenciar la historia en progreso. De todas formas, nunca quise hacerme viejo, y lo mejor de todo era que podría pasar la eternidad con una chava sexy de ultratumba.
Así que por supuesto que dije que sí cuando me preguntó si me quería convertir en un vampiro.
Una vez que me desencajó sus colmillos del cuello, algo extraño sucedió. Su boca era un desastre de sangre y carne arrancada, y sentí un dolor intenso en mi cuello como si algo se estuviera enterrando dentro de mi piel. Unos momentos después, ella estaba muerta y yo era un vampiro.
De hecho, no. No era un vampiro, era el vampiro. Era uno con la criatura dentro de mi rostro. Cada día, devoraba algo de mi cuerpo, provocando que me volviera pálido, que perdiera peso y que mis ojos se inyectaran de sangre. Me hice débil y sensible ante todo tipo de calor; incluso la luz solar era un problema. La única cosa que apaciguaba al monstruo era beber sangre fresca, lo cual probó más y más ser tan solo una cura transitoria a medida que ello se tornaba más y más famélico.
Ahora desea un cuerpo nuevo. Terminó de succionar la médula de mi frágil esqueleto.
En suma, aprendí una lección importante de esto: los vampiros son inmortales, pero sus huéspedes no lo son.
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