Licantropía en Los Andes

¿Dónde estarás, Hank…?

Esto me pasó en la adolescencia hace ya más de sesenta años, en la década de los cincuenta; yo era un chico de provincia indeciso pero trabajador como nadie. Acababa de culminar la escuela, lo cual en mi caso y en el caso de todos los jóvenes de mi pequeño pueblo significaba ir a trabajar.

Tenía un primo, José, muy querido por la familia. Era casi de mi misma edad pero le llevaba un año más, lo gracioso fue que terminamos la escuela juntos y pasábamos siempre nuestros tiempos libres jugando y haciendo tonterías, pero más que ello ayudábamos a nuestros padres con el ganado, ya sea llevándolos a pastear a lugares lejanos donde la hierba crecía más o atándolos para que no se escaparan; José era muy malo atando y siempre me burlaba sobre su manera de hacerlo ya que los animales se le escapaban. Al terminar la escuela y ya pensando en el trabajo, José y yo teníamos en mente ir a la capital, le llamábamos la «lujosa ciudad» por sus grandes edificios y su alborotada gente. Como sea, queríamos conquistar la capital, y nuestros padres apoyaban nuestra decisión de ir.

Para suerte mía y de mi primo, nuestros padres tenían un viejo amigo de años que llevaba cargas pesadas de nuestro inhóspito pueblo hacia la capital. Su nombre era Hank, «El Alemán».

Hank era un tipo que cruzaba los cuarenta, era rubio de tes clara y de ojos verdes; le decían El Alemán porque provenía del país germano, a mí me causaba mucha risa su acento, no podía hablar muy bien el castellano pero era un tipo muy amable con todos, aunque reservado.

En uno de esos días en el pueblo, El Alemán necesitaba un ayudante que pudiera asistirlo en su travesía por la larga carretera en Los Andes de llevar cultivos hacia la capital, lo que nos entusiasmó mucho. José y yo hablamos con él, y por cabala o por azar, él me escogió como su ayudante; José se quedó muy triste ya que nos separaríamos, pero le dije que trabajaría un tiempo con El Alemán y me buscaría un trabajo en la capital para darle la oportunidad a él de que fuera su nuevo ayudante. Aceptó la propuesta con una sonrisa en su rostro, y me dio un fuerte abrazo, no sin antes decirme, «Espérame en la capital, primo», y despidiéndome de él y de mi familia me fui en rumbo a mi nuevo trabajo con Hank.

El Alemán era un tipo genial, siempre en nuestros viajes en su gran camión me contaba cosas de su país natal y la vieja Europa, y nos fuimos volviendo muy buenos amigos. Pero me advirtió algo antes de emprender el viaje. Si bien recuerdo, me dijo, «Jesús, yo padezco de una enfermedad del sueño y tengo muchas pesadillas, habrá noches en las que no podrás dormir en el camión junto a mí, y tendrás que atarme lo más fuerte que puedas al asiento». Me lo dijo serio, con una cara de pocos amigos; yo tragando saliva y con un poco de pavor acepté y le dije que no se preocupara, que seguiría sus reglas.

El viaje en el camión por la vasta carretera que cruza Los Andes era hermoso, ver distintos paisajes por varios días y noches, más que un trabajo, era un regalo divino, y a Hank le agradaba tener un compañero de trabajo ya que los viajes generalmente duraban mucho.

Una noche cuando cruzábamos una pampa, creo que la pampa Galeras, una zona de vicuñas masiva, Hank me dijo, «Jesús, esta noche me tendrás que atar, creo que tendré pesadillas». Tenía su mirada fija en el cielo nocturno y me dijo esto con una voz un tanto asustada; yo lo tomé como algo bobo pero hice caso a su pedido, nos quedamos al lado de la carretera mientras veía a las vicuñas danzando de rato en rato por la gran pampa. Luego lo até muy fuerte al asiento con uno de los nudos más soberbios que podría haber hecho, mientras que él me miraba con miedo dándome las gracias.

Por no tener en donde dormir, me subí al montacargas trasero del camión y me recosté, fijando mi mirada en el hermoso cielo, viendo sus estrellas y constelaciones y la hermosa luna llena que curiosamente había salido esa noche. Me quedé dormido al poco tiempo, pero algo me despertó súbitamente. He aquí cuando se puso raro todo esto.

Algo de la parte delantera se movía horriblemente con una fuerza inhumana, como si varios hombres pelearan en la parte del piloto. Me preguntaba qué diablos le pasaba a Hank, pero en eso recordé que El Alemán me había prohibido verlo en esas noches particulares que me pedía atarlo; por más que lo deseara, que jamás pero jamás fuera a verlo en esas noches raras.

Por una estupidez mía, o tal vez por temor a que algo malo le pasara a mi compañero, me acerqué sigilosamente a la cabina delantera con un miedo entre mis hombros y sudando frío cada segundo, paso tras paso, mientras la cabina se movía bruscamente como si un ser del Infierno estuviera ahí. Me agarré de la puerta del copiloto e intenté ver lo que sucedía por la ventanilla de ésta, procurando que lo que estuviera ahí no me notara.

Como dice una frase antigua, «la curiosidad mató al gato», y tiene razón; me arrepiento de haber visto lo que vi en ese instante, lo que mis ojos y mi cuerpo curioso no se imaginaban. Esa cosa que estaba en el asiento atado en el lugar donde tenía que estar El Alemán… no era de este mundo.

Una horripilante forma se revolvía en ese asiento, unos brazos atroces y una figura como un can gigante aguardaba ahí; por suerte mía y bendigo a Dios por ello, el nudo que había hecho era lo suficientemente fuerte para que ese ente abominable no escapara. Con un miedo entre mis huesos, eché a correr en tanto escuchaba un aullido horrendo proveniente de la cabina, y me escondí en la parte trasera del camión junto a los grandes costales que cargaba.

Al día siguiente me levanté muy tarde, cuando lo hice el camión ya estaba en marcha. Grité por auxilio y a un tiempo el camión se detuvo, la puerta del montacargas se abrió, y lo vi. ¡No lo podía creer, era Hank! De un salto lo abracé con un miedo tremendo y me puse a llorar en su regazo, y desobedeciéndolo le conté lo sucedido en la noche anterior sobre esa cosa espantosa que vi.

Él, con un poco de enojo en su rostro, me dijo mientras revolvía mi cabeza que fue una pesadilla y nada más. Aquella fue la única noche que pasó eso, por suerte conseguí un trabajo en la capital y Hank se despidió de mí cordialmente. Le recordé de la promesa que había hecho con mi primo y me dijo que estaba bien, que él seria su nuevo ayudante, y que fue un gusto trabajar conmigo. Me llené de melancolía por los viajes con mi amigo y le di un abrazo grande mientras lo veía dirigiéndose a su camión.

Después de un par de años y muy entusiasmado, volví a mi pequeño pueblo siendo ya un hombre con un trabajo digno y bueno. Fui corriendo a la casa de mis tíos después de haber saludado a mis padres, buscando con una sonrisa en mi rostro alguna noticia o a mi querido primo José.

Encontré a mi tía más envejecida de lo común, como si hubiera perdido las ganas de vivir. La saludé con un abrazo y un beso gentil, para luego preguntar acerca de mi primo José. En ese momento ella se puso más tensa; yo ya pensaba lo peor. Fue en eso cuando me dijo, «¿Acaso no te contaron lo que pasó con José?», mientras sollozaba cubriéndose su rostro con las manos.

Le pregunté qué había pasado con temor y voz brusca. «José murió hace más de un año, Jesús, un animal lo despedazó en la carretera en uno de los viajes con El Alemán».

Yo no lo podía creer, me quedé sentado y ella me contó que en uno de los viajes que había hecho con El Alemán, un puma, tal vez, lo destrozó en una noche como si fuera un trozo de carne cualquiera. Al día siguiente El Alemán había traído su cuerpo al pueblo con una mirada de culpabilidad en su rostro.

Realmente no lo podía creer, mi primo, casi mi hermano, y mi mejor amigo, había muerto; abracé a mi tía desconsolado, recordando aquella noche fríbola.

Ese día salí con un terror emanando de mi cuerpo. Recordé el caso de los nudos, recordé que mi primo era malo haciéndolos, y recordé esas noches de pesadilla en las que El Alemán pedía que lo ataran…

Todo concordaba, José no fue asesinado por un puma, fue asesinado por esa cosa del asiento. Esa cosa horrorosa que se retorcía en el asiento aquella noche de luna llena… Era ÉL, era HANK. No había sido una pesadilla; maldiciendo el momento me tiré al piso llorando por mi primo.

Aun después de sesenta años recuerdo esos días y me pregunto dónde estará, pues no supe más de El Alemán, sólo sé que dejó de ir al pueblo después de los acontecimientos. ¿Qué habrá sido esa bestia? ¿Cuál habrá sido la pesadilla de vida que llevaba El Alemán? ¿Qué era él, un demonio, un ser de otro mundo? O, tal vez…

Un hombre lobo…

Esta historia es de la vida real, escuchada por parte del protagonista en un programa radial peruano llamado "Viaje a otra dimensión"

DaPunster

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4 comentarios

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