Lady Anne

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Una de las metas del cuento moderno no es otra que la de generar sorpresa en el lector. Creo que dicha afirmación encuentra su perfecta representación en aquel borrador de argumento de Antón Chejov: «Un hombre entra a un casino, gana y luego se suicida». Dicha relación es la que valida la sorpresa. Si un hombre entrara a un casino, ganara y luego hiciera una fiesta, no habría sorpresa ni cuento. Para que un cuento sea un buen cuento, debe suceder eso que no debiera suceder. ¿Qué es el arte, pues, sino un inventario de las perplejidades del hombre?

Hablando de sorpresa, otro cuento me viene a la mente: La reticencia de lady Anne, de Saki. En dicho cuento, un hombre se sienta a tomar el té con su esposa, con la que hace poco ha tenido una pequeña disputa doméstica. La esposa no le dirige la palabra, diga lo que diga él; tampoco se inmuta ante nada. El hombre, tras intentar hacer hablar a su esposa vanamente y de muchas formas, se retira. El narrador, en ese momento, revela que la mujer estaba muerta desde hace dos horas. A principios del siglo XX, creo que esta historia debía generar gran sorpresa. A principios del XXI, creo que no tanta; historias similares pululan por todos lados.

Por eso propongo realizar algunos cambios a la historia de Saki, de tal forma que genere sorpresa al hombre del siglo presente. Propongo, pues, solo tres argumentos que esbozaré a continuación:

Primer argumento: Un hombre visita la tumba de su esposa, a quien hubo de enterrar hace ya veinte años. Le habla, le llora, le duele no escuchar una respuesta de ella, le duele no tener su voz. Se marcha. En la última línea, el narrador revela que la esposa había muerto desde hace dos horas.

Segundo argumento: Un hombre tiene una disputa doméstica con su esposa. Discuten, pelean, se amenazan. En la última línea, el narrador revela que la esposa ha estado muerta desde hace mucho.

Tercer argumento: Un hombre toma el té con su esposa. Hablan, se ríen, se besan, hacen el amor. El narrador, en la última línea, revela horriblemente que el esposo y la esposa están vivos…

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Creación propia

Gregorio Sabini

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