Daisy se encontraba bien la noche anterior, pero cuando bajé hacia el granero para ordeñarla aquella mañana, sabía que algo andaba mal. Al principio, la leche salió rosada, y asumí que era un efecto de la luz, pero conforme seguí exprimiendo, el color se oscureció rápidamente en un rojo profundo, y su aspecto adoptó la consistencia espesa del barro.
Afligida por la cubeta de líquido que había recolectado, mi esposa me dijo que trajera al veterinario. Él diagnosticó que probablemente era una infección; quizá un parásito. Que no bebiéramos la leche y estaríamos bien. Regresaría mañana para reexaminarla y haría una prueba de viruela del ganado.
Seguimos con nuestro día tan normalmente como pudimos; mi esposa cuidó a nuestra recién nacida, mientras que yo hice algunos quehaceres alrededor de la granja. Revisé a Daisy unas cuantas veces, pero aparte de mostrarse un tanto agitada, se veía bien.
Esa noche, colocamos a nuestra niña en su cuna y nos acostamos en la cama a su lado. Envolví mis brazos alrededor de mi esposa, anticipando una noche de sueño pacífico. No pasó mucho antes de que escuchara un alboroto proveniente del granero. Era un sonido terrible, un aullido como de burro enfatizado con un amplificador. Tenía que ir a revisarla.
Salí de la cama en un apuro y corrí hacia el granero, encendiendo los interruptores de la luz para ver lo que estaba sucediendo. Daisy se estaba desangrando ferozmente desde sus ubres, y pateaba su establo como un toro de carnaval enardecido. Heno y tierra estaban volando por el aire mientras ella se sacudía salvajemente. Traté de apaciguarla, pero arrancó la puerta del establo de sus bisagras y me tiró hacia el suelo mientras huía con una estampida.
La alcancé una vez que se vino abajo sobre nuestra pradera. Apenas estaba respirando. Traté de colocar una mano tranquilizadora en su costado, pero, cuando lo hice, sentí un pedazo de piel que se desprendió de su cuerpo como una plataforma de hielo segregándose de un casquete. Aulló, pero no tenía la fuerza para moverse.
La observé, asombrado, a medida que la sangre comenzó a fluir por las esquinas de sus ojos. Lo que siguió fue aún peor: convulsionó violentamente, todo su cuerpo se agitaba y se retorcía en ángulos antinaturales. Podía escuchar sus huesos partiéndose y sus articulaciones se arqueaban y se flexionaban hacia atrás como un paraguas invertido por una ráfaga. Se estaba arrancando pedazos de piel curtida en medio de su forcejeo y revestía el suelo con un derramamiento de sangre mórbido. Nunca había escuchado a una vaca gritar como Daisy lo hizo en sus últimos momentos. Debí haber acabado con su miseria, pero estaba paralizado. Daisy sufrió más de lo que debió haber sufrido por mi culpa. Afortunadamente, su cabeza terminó golpeando la grama y su cuerpo se entumeció.
Abatido, regresé a mi hogar y encontré a mi esposa en la silla mecedora amamantando silenciosamente a nuestra niña bebé. Fue un panorama hermoso y angelical, como una pintura renacentista. Casi tan hermosa como para borrar los horrores que había presenciado.
Hasta que mi bebé se desprendió del seno, y vi el bigote de leche sangriento alrededor de sus labios.
===============
Anterior | Todos los Creepypastas | Siguiente
2 comentarios
que tiene que ver la vaca con la bebé ?
Segun entendí, a la madre le estaba pasando lo mismo que a la vaca. Es por eso que al amamantar a la bebé se manchó de sangre.