Inconmovible

En mi sueño vi una casona decrépita, azul y fría, perfilándose sobre una colina pedregosa. La noche avivaba su negrura con el tañido de una campana lejana, tres o cuatro golpes que morían a poca distancia. Pensé en una iglesia, pero la idea de algo sagrado me dio escalofríos. Arriba de las nubes sucias debía estar la luna, pero nada de esa luz pálida traspasaba la barrera de los cielos.
En mi sueño estaba perdido, aislado. Me metí a escondidas en la casona por una ventana del costado, porque soy precavido y porque no quería pisar los escalones de piedra de la entrada principal (parecían de hueso), y tal vez hubiera algo detrás de la puerta, acechando con hambre…
Entré finalmente, y abandoné la esperanza. Dentro no había ningún cuarto, sino que salí a una especie de pueblo viejo y olvidado de Dios. Caminé por una callejuela de tierra haciendo un ruido repulsivo: a grava, a insecto, a rechinar de dientes. Me detuve para mirar dentro de la primera casona, por la ventana.
Un hombre rastreaba algo, un hilo de sangre en un laberinto de hierros. Se acercaba a su presa. Su presa era un amigo al que mataba sin motivo. Hundía su cuchillo en el corazón del otro, y sentía que su misión estaba cumplida y que podia descansar en paz. Yo miraba sin parpadear. Caminé hacia la segunda casona para ver qué pasaba ahí.
Un viejo caminaba harapiento por la calle llena de gente. Había un perro. Se acercaba al animal y luego de acariciarlo sacaba una sierra con la cual le cortaba una pata, sin que nadie hiciera nada. Inmutable, fui un poco más allá, a la tercera casona.
En la oscuridad, había un haz de luz que alumbraba solo a un hombre tirado en el suelo, con las manos atadas en la espalda. Alguien, en la total oscuridad, hacía ruido arrastrando una silla. Se sentaba cerca, supongo, y le hablaba. El otro callaba. Entonces se hizo visible la silla, que asentaba una pata en la entrepierna del hombre atado. Alguien se sentó de golpe y adiviné un grito. Seguí de largo, sin apuro, para mirar los demás edificios, que parecían interminables.

Vi uñas y dientes arrancados, mujeres desfiguradas a golpes, ancianos abandonados para morir en las calles frías, esclavos encorvados sin luz en los ojos, restos de gente vaciada de órganos. La última escena que vi fue, creo, en la escuela. Más allá solo quedaba una casona, idéntica a la del comienzo.
En un aula, una veintena de niños y niñas de edad indefinida escuchaban atentamente una clase. Estaban sentados cada uno en su pupitre, y sus ropas elegantes parecían antiguas. Eran como un curso de muñequitos de torta. Y había una bomba, aunque ellos no lo sabían. Explotaba (alguien la hacía explotar, no estoy seguro si el maestro), y los muñequitos volaban en pedazos y en silencio, coloreando con su sangre las paredes y ventanas de la habitación, decorando con sus trozos cada rincón.
Algo me despertó a mitad de la noche, y me vi sustraído de ese sueño. Volví al mundo de los despiertos sin sobresalto.
Había permanecido inmutable al espiar todas esas cosas espantosas. Había sido inconmovible.
En el mareo del entremundo adormecido, mi seguridad y mi aplomo venían de la certeza de que nada malo podía pasarme en ese sueño, al que ni siquiera era capaz de denominar como pesadilla.
No podía ser víctima. De alguna manera tenía la certeza de que en aquella duermevela de horrores en ascenso, sólo podía ser victimario.
Una expectación fría me abofeteó. Tuve miedo de volver a dormirme y abocarme a lo que me correspondía en aquella última casa…

 

el sueño de jacob

 

Esta historia fue publicada originalmente por mí en mi blog Veamos Una de Miedo
http://veamosunademiedo.blogspot.com.ar/2015/06/en-mi-sueno.html

dakonero

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