He tenido la habilidad para leer mentes desde que era una niña. Pero, en realidad, no es como lo ves en las películas. No es como escuchar la radio. Es mucho más envolvente. Lo percibo como si en verdad estuviera ahí. Es una experiencia emocionante cuando lees las mentes indicadas. El problema está en encontrar las mentes que valga la pena leer.
Francamente, leer adultos es tan divertido como calcular impuestos. Las mentes de los niños, por el otro lado, son increíbles. No están ancladas por el trabajo, estrés e insatisfacción. La mente de un niño está llena de imaginación y aventura. Es por eso que me convertí en una maestra de kínder.
Me siento en mi escritorio y observo mientras mi clase colorea. Sonrío a medida que garabatean con sus crayones. Me conecto y doy un vistazo a sus mentes. En un instante, despego con Carlos en un cohete espacial, abalanzándome hacia galaxias arremolinadas. Visito planetas alejados llenos de extraterrestres bulbosos y marcianos de dos cabezas. Sonrío y continúo con Marcy. Puedo oler bastones caramelo mientras soy absorbida en una tierra de dulces real, repleta de cascadas de chocolate y castillos de gomas de caramelo. Ella juega a la rayuela con hombres de jengibre, riendo con su pequeña risa melodiosa.
Estoy a punto de trasladarme a Thomas cuando siento un tirón en mi vestido. Miro hacia abajo y me encuentro con Sarah. Rizos marrones hermosos, grandes ojos de cachorro y una sonrisa reluciente.
—Señorita Dupree, ¡hice esto para usted! —exclama, entregándome un papel. Lo tomo y me veo a mí misma en forma de figura de palitos. «La kiero Señorita Dupri» está escrito en la parte superior con múltiples colores.
—¡Lo amo! —exclamo y le doy un abrazo fuerte.
Sarah solo ha estado con nuestra clase por unos días y aún no he podido dar un vistazo a sus esperanzas y sueños. Me avecino y toco su mente. Y casi vomito.
Me atraganto cuando soy acometida por una ola de la peste caliente y fétida de la muerte. El ojo de mi mente es cegado por una oscuridad que parece tener vida, derramándose en mi cerebro, queriendo extinguir todo lo que toca. En el vacío, siento espirales babosos a mi alrededor, envolviendo mis piernas, presionándose contra mi rostro; una bestia famélica y gigantesca explorando la negrura en busca de alimento. Entonces se alza un llanto enérgico, casi reventando mis tímpanos. Los gritos de miles de almas proclamando su melancolía. Clamando por su muerte.
Y luego estoy de regreso en el salón de clases. Me desconecto de Sarah y recupero mi compostura, esperando que ella no me vea temblar.
—Es un dibujo bonito, Sarah —digo, casi susurrando—. Ahora ve y prepárate para la hora de la merienda, ¿está bien?
Ella asiente felizmente y se aleja dando saltos. La observo mientras lo hace. Las mentes de los niños son la cosa más maravillosa del universo. Pero sea lo que sea esa cosa en el vestido azul, no es un niño.
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Sarah Lovecraft