Historias de ultratumba – Ep.6

Con sus nueve años de vida, Charly ya había pensado a menudo sobre aquella vieja puerta, erguida en medio del pasillo, de camino a su habitación. Siempre había experimentado una rara molestia al pasar frente a ella, como si se sintiera observado por alguien del otro lado, escrutándolo a través de la mirilla de la cerradura. Varias veces le había sucedido de darse vuelta de pronto con la sensación de que lo espiaban, encontrar la puerta cerrada y sin embargo sentir que algo escurridizo había desaparecido, y que el vacío que lo envolvía era reciente.

La presencia de la puerta –y cierta propensión en su carácter– fueron horadando los nervios del pequeño Charly. Al principio esa molestia se traducía en ahogos y repentinos ataques de asma, de los que ya era víctima desde muy temprana edad. Con el paso del tiempo, esa perturbación se fue convirtiendo en un miedo ciego y sin sentido, llegando al extremo de ni siquiera poder dirigir la mirada hacia donde se encontraba la causa de su tormento. Hasta que esa sensación mortificante se convirtió, finalmente, en puro terror. Sudores fríos le recorrían la piel cuando, inevitablemente, debía pasar frente a la condenada puerta. Y cuando llegaba a su habitación se tiraba en la cama, agitado y con taquicardia, envolviéndose en las sábanas, y desde sus ojos cerrados veía crecer en la oscuridad sombras alargadas que murmuraban y se burlaban de él, de su miedo.

Pero todo eso ya había terminado.

“Ya no tendré más miedo”, se dijo Charly parado frente al corredor que se extendía frente a él, desafiante.

Cuando comenzó a caminar hacia la puerta sabía que no debía mirar hacia atrás, porque…

No sabía más que eso, pero lo sabía, y comenzó a caminar decididamente, con los ojos fijos en el fondo del corredor. Poco a poco se fue sintiendo más aliviado. Al fin, llegó hasta la puerta y se detuvo frente a ella. La puerta se abrió lentamente y sin ruido, apenas unos centímetros, mostrando el interior de una alcoba en sombras. Charly estaba de pie, bañado por la luz mortecina del pasillo, cuando sintió que algo se agitaba en el silencio que lo rodeaba, y desde la oscuridad profunda que se percibía a través de la puerta entreabierta, brotó la voz:

— Hola, Charly.

La voz era grave y pausada. Parecía amigable. Por alguna razón, esto desconcertó al pequeño Charly.

Finalmente, la obsesión que lo había martirizado durante tantos años, ahora estaba frente a él. Charly sintió que su corazón se hacía pequeño y duro como una piedra y los músculos se le contrajeron en un espasmo helado. Sin embargo, no sentía miedo, de eso no tenía ninguna duda. Sabía que estaba a punto de asistir a una revelación por la que había esperado mucho tiempo y que ya no había marcha atrás.

Con el mismo tono parsimonioso, la voz prosiguió:

— No tengas miedo, Charly. Sé cómo te sientes y no te culpo, estás en todo tu derecho. Conozco perfectamente por todo lo que has pasado. Sé cuales son tus sentimientos –dijo la voz sin inflexión y luego, con tono cómplice, agregó–: Esos chicos en la escuela no te tratan muy bien ¿verdad? Te molestan, se burlan de ti. “El callado, el Tartamudo Charly”. “El tonto Charly”. No te gusta que te llamen así ¿o no?

— No, no me gusta –respondió Charly negando con la cabeza.

— Y esa maestra fastidiándote a diario –continuó la voz–, siempre te hace quedar mal frente a tus compañeros de clase, con sus teoremas y geografía, con sus libritos y guardapolvo blanco. Esa bruja con cara de sapo debería reventar ¿eh, Charly?

— Sí, jeje. Debería reventar –repitió Charly, sintiendo que entre él y la voz había un vínculo especial, como si se conocieran desde siempre.

La voz hizo una pausa y Charly se quedó rumiando las últimas palabras sin quitar los ojos de la puerta. Luego, la voz rompió el silencio bruscamente, pero ahora se había vuelto ronca y distante:

— Pero eso no es nada comparado con… lo otro ¿verdad? Lo otro, Charly.

— ¿Qu… qué otro? –alcanzó a decir el niño en un susurro apagado.

— Vamos, Charly, tú no tienes la culpa de nada. Tú no tienes la culpa de que tu padre haya perdido el brazo en ese accidente, y de que se haya perdido en la bebida, el muy bastardo.

La cabeza de Charly comenzó a dar vueltas en un torbellino de imágenes difusas que lo llenaban de espanto. Esa voz que hablaba desde las tinieblas había removido un pantano de aguas convulsas en el que Charly naufragaba en sus largas noches de insomnio.

La voz insistió:

— El cobarde de tu padre no debería descargarse contigo por ser un borracho mediocre, un fracasado sin empleo y bueno para nada. Ese maldito no debería golpearte, Charly.

— No debería golpearme –repitió Charly como un eco.

— Y tu madre, Charly, tu madre…

Ahora nuevos recuerdos visitaron la mente del pequeño, recuerdos oscuros que creía dormidos y sepultados en el barro del olvido, pero no… y de repente tuvo la impresión de que un líquido viscoso y podrido le recorría la piel.

— ¿Quiénes eran esos hombres que la visitaban cuando el borracho de tu padre no estaba? ¿Por qué se encerraban en la habitación? Y esos ruidos, la respiración entrecortada de tu madre… ¿Qué hacían allí, Charly? Tú lo sabes bien, porque cierto día tu madre olvidó cerrar la puerta ¿verdad? –las palabras de la voz se mezclaban con sus propios pensamientos, conformando una telaraña pegajosa alrededor de Charly– No… no debería hacer eso, Charly

— No debería hacer eso –volvió a decir Charly.

Bajando un poco el volumen, pero acercándose, como quien se dispone a compartir un secreto, la voz dijo:

— Sé lo que estás pensando, Charly, y te entiendo. El mundo es un lugar extraño y confuso, amigo. El mundo está lleno de miedos y laberintos, de callejones oscuros y habitaciones cerradas, y el dolor… El dolor siempre está cerca.

La voz calló de pronto y dejó que el silencio hablara por sí mismo. Al cabo de un lapso de tiempo impreciso, la voz volvió a vibrar en el aire y, retomando un tono cómplice, casi paternal, agregó:

— Yo te puedo librar de todo eso, Charly.

El pequeño comprendió entonces lo que la voz le quería decir, y por eso notó que los músculos se le aflojaban. También sintió que algo frío le pesaba en la mano derecha, y lo dejó caer con alivio.

El revólver calibre 38, aún humeante, cayó sobre la alfombra con un ruido sordo, y Charly se sintió liviano, como si se hubiera quitado de encima un traje sucio y mojado.

Luego, apoyó una mano sobre la puerta, empujándola suavemente.

Y, sin volverse a mirar, entró.

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tomas

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13 comentarios

De seguro se mato y su alma salio y se metió con el demonio en el closet o solo mato a sus padres y sr metió al closet aunque dudo de la segunda ya que el dijo:me sentía liviano,como si me hubiera quitado un traje sucio y mojado.

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