Odio las fiestas de oficina navideñas. Las odio. No es la música o los asquerosos suéters. Ni siquiera son los intercambios del maldito Santa Secreto o las incómodas conversaciones con colegas medio ebrios que ni siquiera tienen el decoro para dirigirte la mirada los otros 364 días. No es nada de eso.
Es el puto de Craig.
El Perfecto Craig y sus mamadas, su actitud de «a por ellos» que nos hace ver mal a los demás, y su sonrisa de millón de dólares. No creo haber odiado a alguien más de lo que odio a este imbécil. Siempre hay uno como él en cada oficina, un sujeto que está tan enfrascado en ganar, que nadie más tiene oportunidad. Tengo que admitirlo. Es bueno en ello. Le ha conseguido una oficina en la esquina, un estacionamiento de primera fila y crédito con cada culo del apartamento. El patán siempre está un paso adelante, siempre se mueve más rápido.
Lo odio.
Di un sorbo a mi ginebra del último estante y diluida en agua, y miré a Craig hacer girar a Sheila por la billonésima vez en la pista de baile al ritmo de una canción de mierda de los ochenta. No puedo digerir la vista. Estoy atascado aquí, invisible con este gorro de Santa ridículo, bajo la televisión silenciada del bar, y este pedazo de mierda está teniendo el mejor momento de su vida, recibiendo palmadas en la espalda y bebidas gratis.
Dios, lo odio…
Esta fiesta no va a terminar igual que la del año pasado. Ni por cerca. No me escabulliré a casa a solas, y Craig no se quedará disfrutando a la practicante. Este año vine preparado. Apenas me acabe esta bebida de mierda, voy a tomar el revólver que dejé en mi guantera y le enseñaré a todos quién es el que realmente merece el respeto. Les enseñaré quién no va a ser pisoteado por
¡BANG!
La fiesta gritó y yo me sobresalté ante el ruido ensordecedor. El barril de la pistola respiró una espiral de humo siniestro desde la cintura de Craig. El cuerpo desplomado de Sheila estaba en una pila de víctimas a su lado. Observé, con los latidos del corazón moliéndome la garganta, cómo Craig cerraba la puerta detrás de él.
—Estoy cansado de ampararlos el año entero, bastardos inútiles —dijo Craig, pesimista. El arma se abalanzaba por encima de la masa temblorosa de nuestros colegas—. Es hora de achicar el rebaño.
Cuando la pistola se posó sobre mí, supe que estaba jodido. Es como dije antes. Craig siempre estaba un paso adelante. Siempre se movía más rápido.
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1 comentario
Me quedé sin palabras… Es por eso que me gustan los creepypastas cortos…