En el autoservicio de starbucks

Soy de un pueblo pequeño. Y digo que es PEQUEÑO. No pasaba mucho aparte del «día de llevar tu tractor al trabajo». Me encontraba en mi último año de secundaria, en una clase de cuarenta y dos personas. Todos nos habíamos conocido desde los pañales. Te hubiera podido dar los nombres y apellidos de cada estudiante en mi clase. Lo más grande que le pasó a mi pueblo fue el día que inauguramos un Starbucks. La única razón por la que lo adquirimos, fue porque estamos justo afuera de la carretera, y las personas que iban de paso compensaban el tamaño reducido de nuestra población.

No hace falta decir que estábamos emocionados. Era una cafetería pequeña sin mucho interior, pero al menos tenía un autoservicio. El edificio como tal estaba apilado junto a un complejo comercial. El autoservicio sobresalía de una pared de ladrillo. Una vez que eras parte de la fila, no tenías más opción que seguir adelante. Esto era especialmente molesto cuando las personas frente a ti tenían órdenes largas. La fila podía contener seis autos, y siempre estaba lleno.

Ocho meses después de que abrió, fue clausurado. Pude presenciar el porqué de primera mano.

Estábamos en vacaciones de verano. Mi mamá y yo nos dirigíamos al mall, el cual estaba a casi una hora de distancia. Hacía calor. Fui yo quien sugirió que nos detuviéramos en el Starbucks antes de salir. Mi mamá no quería. Dijo que sería una pérdida de dinero, pero yo la fastidié con ello hasta que accedió. Nos detuvimos en el autoservicio y había cuatro autos frente a nosotros. Mi mamá suspiró, pero se metió en la fila. Tres autos más se estacionaron detrás de nosotros. Estábamos atorados como guisantes en la vaina, sudando ante el calor del día.

—Quiero algo frío —le chillé a mi mamá.

Ella rodó los ojos.

—¿Fresas y crema?

—¡Sí, por favor! —Saqué mi teléfono y le mandé un Snapchat a algunos amigos. «Pasando por frappuccinos con la mamá», escribí y nos tomé una fotografía. Mi mamá rio y me alejó el teléfono.

Súbitamente, un pop ruidoso infestó el aire. Nos observamos mutuamente, sorprendidos.

—Sonó como un disparo —mencioné, por lo bajo.

—¿Cómo crees? —me dijo ella, restándole importancia—. De seguro solo fue el escape de un auto.

Nos sentamos en silencio por los siguientes instantes. Creo que ambos presentimos un cambio. Entonces llegó el grito; era de un hombre. Instintivamente, saqué mi cabeza por la ventana para ver qué estaba sucediendo. Debido a cuán empaquetados estábamos contra los edificios, no podíamos abrir nuestras puertas. Pero yo era lo suficientemente pequeño como para sacar parte de mi cuerpo por la ventana y ver la escena.

Había una figura parada en el capó de un auto. Estaba cuatro autos frente a nosotros. Vestía con una máscara de gorila. Sostenía un arma en su mano; la tenía apuntada hacia abajo, hacia el parabrisas. Alguien adentro del auto estaba gritando, clamando por ayuda. Mi mamá me metió al auto antes de que los disparos llenaran el silencio. El parabrisas se quebró y encendió al callejón con miedo.

—Tenemos que salir de aquí —dijo mi mamá con un suspiro. Vio alrededor bruscamente, sabiendo que estábamos bloqueados. Los autos detrás de nosotros no se estaban moviendo, y obviamente los autos de enfrente tampoco. Ninguno de nosotros podíamos abrir nuestras puertas.

—Qué mierda… —me quejé.

—Va a estar bien.

Mi mamá puso el auto en reversa y pisó el acelerador. Como no nos estábamos moviendo, no podía acumular la velocidad necesaria. Golpeó el auto detrás de ella, el cual se tambaleó, pero no se movió. El pánico de mi mamá estaba empeorando. Trató de ir hacia el frente, pero lo mismo sucedió. Podíamos ver a las personas en los demás autos entrando en pánico también. La mujer frente a nosotros estaba aporreando su puerta contra el ladrillo del edificio, tratando desesperadamente de salir por arriba. Se las arregló para sacar la mitad de su cuerpo, pero se atascó.

El hombre con la máscara se subió con calma al auto que acababa de tirotear y se desplazó al siguiente. Observé con horror mientras tocaba su parabrisas. Había una pareja en los asientos delanteros. Los podía ver abrazándose, consternados.

—Bajen la ventana —pronunció en voz alta el hombre de la máscara.

Los segundos pasaron. Las personas en los autos a nuestro alrededor estaban gritando. Mi mamá y yo permanecíamos en silencio.

—Bájenla, AHORA.

La ventana lateral del conductor se bajó lentamente. Podíamos escuchar la voz de un hombre desde adentro.

—Por favor, tenemos niños en el auto. No nos hagas daño. Somos buenas personas, por favor.

El hombre enmascarado se inclinó hacia la ventana abierta y le disparó a la pareja cuatro veces. Sangre manó del auto. Sus ventanas estaban pintadas en rojo. Ahora podíamos escuchar el llanto de los niños. Mi mamá me agarró de la mano y tragó grueso.

—Agáchate —me dijo.

—¿Qué? —No terminaba de comprender lo que estaba pasando.

—Agáchate en el asiento lo más bajo que puedas. No debe verte.

—Pero mam…

Mis palabras fueron interrumpidas por un coro de disparos. El llanto de los niños cesó.

Sin decir otra palabra, me doblé en el espacio debajo de la guantera. Me hice tan pequeño como fue posible. Mi mamá colocó su bolso cerca de mí, casi cubriendo la línea de visión de donde estaba. Ella respiraba pesadamente.

La voz de una mujer taladraba el callejón. «¡¿Por qué?! ¡¿Por qué haces esto?!».

Me di cuenta de que tenía que ser la mujer que intentó salir por la puerta de su auto. Estaba inmóvil entre su auto y la pared. Cerré mis ojos, tratando de no imaginármela colgando de ahí, solo esperando a ser derribada. Incluso mi mamá se volteó cuando los disparos atronaron.

Mi mamá se preparó, apoyándose en el volante. Vio hacia el frente como si estuviera en un trance. Sollocé en silencio. Pude sentir al hombre saltar sobre nuestro auto. Sus pisadas eran ruidosas, justo arriba de mí. Eché un vistazo hacia mi mamá. Ni siquiera se atrevió a mirarme.

La máscara de gorila se asomó por arriba de la ventana a un lado de mi mamá; su arma estaba apuntada en la sien de ella. No podíamos ver su cara real, pero tuve la sensación de que estaba sonriendo.

Casi me golpeé la cabeza contra la guantera cuando mi mamá se abalanzó y le quitó el arma. El hombre tuvo que haber estado sorprendido también, porque había perdido su agarre casi al instante. Mi mamá apuntó el arma hacia arriba y jaló el gatillo. Le disparó tantas veces como pudo antes de que se agotaran las municiones. Había sangre recorriendo el parabrisas y goteando encima de ella. La máscara estaba repleta de agujeros. Continuó apretando el gatillo a pesar de que no salía nada.

Respiré un aliento de alivio. No podía creer lo que acababa de hacer. Mi mamá, un ama de casa de un pueblo pequeño, había matado a un asesino.

Pero antes de que pudiera salir de mi escondite, otro pop resonó. Provino desde detrás de nuestro auto. Observé horrorizado cómo dos balas atravesaron el pecho de mi mamá. Cayó en el volante; el costado de su rostro golpeó la bocina.

Alarmado, me giré hacia la persona con máscara de Barbie que nos miraba por nuestro vidrio trasero. Ladeó su cabeza, analizando su trabajo. No debió haberme notado, porque desapareció. La sentí bajarse de nuestro auto y subirse al de alguien más.

Contemplé a mi mamá hasta que su semblante funesto dio lugar a un pestañeo agitado. Pausadamente, exhalé la tensión en mi pecho.

Nos quedamos en nuestros asientos por casi diez minutos, habiendo escuchado al segundo asesino liquidar a los pasajeros detrás de nosotros. Cuando las patrullas llegaron y uno de los oficiales me avistó, su expresión se arrugó. Aún se podía observar el miedo tallado en mi cara.

Mi mamá y yo fuimos los únicos sobrevivientes en ese autoservicio. En total, murieron once personas, incluyendo tres niños menores de diez años.

El hombre con la máscara de gorila fue identificado más tarde como un ecoterrorista radical. Planearon ese «evento» como una protesta ante el impacto que Starbucks tenía en el medio ambiente. A pesar de sus intenciones, ningún empleado de Starbucks resultó herido. Solo quienes estábamos en la línea.

Nunca encontraron a la otra persona.

Mi mamá resultó gravemente herida, y aún me aferro a eso. Nunca en mi vida hubiera esperado que agarrara el arma de un asesino demente. Lo hizo por mí. Para salvarme.

Aún hay una cosa que me come por dentro. Pues a pesar de sus horribles acciones, toda la muerte y destrucción que esos asesinos causaron en verdad funcionó. Al menos en mi caso. Sé que nunca iré a un Starbucks de nuevo.

===============

Anterior | Todos los Creepypastas | Siguiente

La traducción al español (y edición ligera) pertenece a esta página. Fue escrito en inglés por EZmisery:
https://reddit.com/r/EZmisery/

Creepypastas

Please wait...

¿Quieres dejar un comentario?

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.