Los humanos son comunicadores terribles. Un malentendido simple puede terminar una relación o motivar una pelea de bar. Si quieres pruebas, no necesitas ir más allá de cómo interactuamos con nuestros pequeños. Los padres pasan incontables minutos —horas, incluso— tratando de entender por qué es que sus bebés están llorando. ¿Quieren una siesta? ¿Quieren ser alimentados? ¿Que los hagan eructar? ¿Que los mezan? Es un problema tan cotidiano que se ha convertido en un tropo de comedia. El padre desventurado o la niñera accidental yendo frenéticamente por una lista de soluciones posibles, muchas veces fallando miserablemente. En realidad, parece que se reduce a conjeturas. No es nuestra culpa; los bebés son estúpidos. Son incapaces de decirnos lo que quieren y ya, ¿no?
Falso.
¿Quieres saber qué tan malos somos para comunicarnos con nuestros pequeños? Demos un vistazo al reino animal. Los animales nos patean el culo cuando se trata de la comunicación. Piénsalo por un momento: ¿cuándo fue la última vez que viste a un animal confundido acerca de las necesidades de su cría? Utilicemos a tu gato hipotético, Panquecito. Panquecito acaba de dar a luz a una camada de gatitos. ¿Qué tan a menudo escuchas a esos gatitos chillando por horas sin parar mientras Panquecito trata de entender con desesperación qué sucede? Nunca. Si Panquecito está al alcance del oído, acudirá a sus gatitos maulladores y sabrá automáticamente qué es lo que quieren esas bolas de pelos. Sabe la diferencia entre un maullido de «me siento solo» y un maullido de «¡DAME LECHE!». Eso se debe a que los bebés —peludos, escamosos o de la variedad carnosa— comparten un lenguaje universal.
Así es: los humanos nacemos con un vocabulario limitado para dar a entender nuestras necesidades básicas, pero la mayoría de los padres no se dan cuenta. Este lenguaje es el mismo sin importar en qué parte del planeta estés o de qué cultura seas parte. Todo bebé en la tierra nace con la misma colección de llantos para transmitir la misma información a otros de su especie. Los animales parecen estar en mayor sincronía con estos llamados primitivos, ya sea por su audición superior, instinto o quizá porque están menos distraídos. Los padres humanos, por el otro lado, rara vez identifican los diferentes llantos. Después de un tiempo, si el bebé se da cuenta de esto o no, dejará de hacer uso del lenguaje universal y recurrirá a lamentarse como un banshee.
Los expertos lingüísticos han estudiado estos llantos y han sido capaces de reconocer seis tipos diferentes de ruidos, cinco de los cuales han sido sondeados exitosamente:
—Tengo sueño.
—Tengo hambre.
—Necesito eructar.
—Estoy incómodo/siento dolor.
—Tengo gases (o eventualidades relacionadas con los intestinos).
Hay una vocalización que no se ha podido interpretar. Es un llanto como gorgoteo muy bajo que los bebés hacen de vez en cuando. No es un sonido ruidoso en lo absoluto —es casi como si el bebé no quisiera ser escuchado—. Al producirlo, comúnmente observan a un punto fijo sin pestañear. No importa cuánto lo hayan intentado los expertos, nunca han sido capaces de descifrar el significado de este llamado.
La semana pasada, mi niña pequeña empezó a hacer ese mismo llanto. Traté de alimentarla, de jugar con ella, de mecerla, de cambiarle el pañal, e incluso traté de ajustar el termostato muchas veces. Nada ayudó. Solo seguía observando la alacena mientras gorgoteaba y aspiraba tan silenciosamente que casi no me di cuenta de que lloraba en un principio. Fue mi hija quien me impulsó a investigar un poco sobre el asunto, lo cual nos trae al tópico de los animales.
Verás, recientemente, una zoóloga de Duke University hizo un descubrimiento alarmante poco después de que dio a luz a su primer hijo. ¿Ese gorgoteo bajo? Es asombrosamente similar a un sonido particular hecho por los chimpancés bebé. ¿Quieres adivinar qué significa el sonido? Así es: peligro.
No puedo evitar preguntarme qué tipo de peligro ve mi niña que yo no veo.
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Le faltó emoción