El experimento de la vida después de la muerte

Siempre me he sentido un poco perdida en mi vida, como si nunca hubiera recibido instrucciones completas acerca de quién se supone que debo ser. Todos a mi alrededor parecen saber exactamente quiénes son. Sus vidas me pasan volando; sus GPS están programados hacia un destino, mientras que yo me quedado sentada en la calle, expectante. En la escuela secundaria, nunca hice ninguna actividad extracurricular porque no podía decidir si era una persona de deportes o una persona de música. Y no fue diferente en la universidad. Vagué a través de cuatro carreras diferentes, incapaz de decidir quién quería ser. Simplemente me sentía como una hoja en blanco

Y si yo era una hoja en blanco, Micah York era La noche estrellada —auténtico, hermoso, perfecto—. Era mi antítesis exacta, aspecto que me atrajo a él en primer lugar. Micah nació sabiendo exactamente quién era y qué era lo que quería. Su confianza y seguridad en sí mismo eran prácticamente elementos tangibles de su persona.

Cuando nos conocimos en nuestro primer año de universidad, él era un estudiante Neurociencia, y yo estaba cursando Historia. Fuimos novios en nuestro segundo año, y yo cambié mi licenciatura a Ciencias de la Computación. Terminamos el año siguiente, justo antes de que decidiera que quería el título en Psicología. Y él me pidió un favor en nuestro cuarto año, justo después de que mi orientador vocacional me dijera que era muy tarde para cambiarme de licenciatura de nuevo.

Nuestro último semestre en la universidad comenzaría pronto, y Micah había estado aplicando a estudios de posgrado. Quería una maestría Neurobiología, y yo lo ayudé con su aplicación cuando tenía tiempo. Sabía que estaba bajo mucho estrés para destacar con su tesis de graduación, así que estaba sorprendida cuando me preguntó en enero si quería ir a su casa para una fiesta. Tuve que haber sabido que estaba sucediendo algo, porque Micah era un estudiante meticuloso y no organizaba fiestas —nunca—.

Cuando llegué a su apartamento afuera del campus, consideré no bajarme del auto. Su apartamento estaba oscuro y callado; definitivamente no había una fiesta. ¿Qué era lo que tramaba, exactamente? Levanté mi teléfono para llamar a Micah y cancelar, pero la curiosidad se llevó lo mejor de mí y colgué.

Cuando entré a la sala sin televisor que me era familiar, vi dos rostros conocidos y dos rostros extraños.

Ahí estaba Micah, por supuesto, y el amigo de Micah, Sean Nichols, un licenciado en Química Orgánica. Las otras dos personas fueron introducidas como Irina Bradley, una estudiante de Medicina, y Holly Bishop, una licenciada en Filosofía. Irina se movió a un lado y me hizo espacio en el sofá. Me senté con recelo y esperé a que Micah comenzara con fuera lo que fuera que estaba haciendo. Se levantó y caminó a la mitad de la habitación.

—Gracias por venir, chicos. Estoy seguro de que se están preguntando por qué están aquí. Claramente, esto no es una fiesta. La verdad es que tengo algo de importancia vital que le debo preguntar a cada uno de ustedes.

Micah hizo una pausa; estoy segura de que para efectos dramáticos. Tomó un respiro hondo y dejó caer su tono de voz una octava.

—He seleccionado a cada uno de ustedes para que participen en el experimento más grande, no solo de sus vidas, sino que quizá de la historia de la humanidad. Les estoy pidiendo que formen parte de mi tesis doctoral.

Rodé mis ojos. Clásico de Micah. Puede ser muchas cosas, pero humilde no es una de ellas. Sin embargo, cretino sí parecía que figuraba.

—¿Y cuál es tu tesis? —le pregunté, despreocupada, como si su declaración anterior no hubiese sido totalmente estúpida.

—Un ensayo concluyente detallando lo que pasa después de la muerte humana.

Irina, la estudiante de medicina, se rio. Tristemente, yo conocía a Micah lo suficientemente bien como para saber que estaba hablando en serio.

—¿Cómo pretendes probar la menor cosa? —le pregunté—. ¿Qué tipo de experimento has diseñado?

—Bueno, Bridget, voy a suicidarme.

El cuarto se quedó en silencio, y Micah, confundiendo nuestro temor con admiración silenciosa, alzó su postura unos cuantos centímetros y sonrió finalmente.

—No puedes hablar en serio.

—Ah, lo hago, y es completamente reversible. Voy a ser la primera persona en el mundo que pruebe o descarte la existencia de una vida después de la muerte.

—Seremos —demandó Sean.

—Sí, seremos. El ensayo va a ser nuestro boleto a cualquier universidad del mundo. Se han iniciado guerras por siglos acerca de deidades y religiones, y nosotros vamos a demostrar qué es lo científicamente correcto más allá de la sombra de la duda.

—Eres un idiota —suspiré y me levanté del sofá para irme. Irina me siguió, pero Micah llegó a la puerta antes que nosotras.

—¡Bridget, espera! Al menos escúchalo todo antes de que te retires. Por favor.

Entrecerré mis ojos y negué con la cabeza.

—No quiero ser parte de asesinar a personas. Ni siquiera a ti.

—Me gustaría escuchar cómo funciona —intervino Holly, la licenciada en Filosofía, desde su lugar en el sofá.

—Ah, de hecho, es algo que yo he desarrollado —dijo Sean—. Un cóctel biológico y no biológico de químicos. Ha sido probado y es seguro.

—¿Probado? —inquirió Irina, con terror—. ¿En quién?

—En fauna silvestre.

—Así que nunca en una persona —dije.

—No aún, pero es seguro —me recibió Sean rápidamente.

—Así que, ¿cómo funciona entonces? —preguntó Irina. Dio un paso hacia el sofá, y supe en ese momento que habían capturado su atención.

Micah le gesticuló algo a Sean.

—He desarrollado un veneno y un biológico. Los llamo los sueros Romeo y Julieta. Julieta es un veneno que mata al cuerpo. Romeo es un biológico, o antídoto, por la ausencia de una mejor palabra, que lo revive.

—La muerte clínica solo tomará lugar por treinta segundos —intervino Micah—. Sin daño cerebral, sin daño de órganos.

—Sí, es verdaderamente seguro; el cuerpo solo estará muerto por poco tiempo —confirmó Sean.

—Es decir, Flatliners. —Observé a Micah fijamente.

—¿Qué? —preguntó Sean.

—Flatliners, es una película. Los personajes se suicidan y se traen de vuelta a sí mismos. Si recuerdo bien, no resultó muy bien para ellos en la película. Pero Micah sabe esto, dado que está obsesionado con ella.

—Esa es una película de Hollywood —dijo Micah secamente—. Esto es ciencia legítima.

—No, tú eres Kieler Sutherland —lo señalé—. Él es Kevin Bacon —señalé a Sean—, ¡y yo soy Julia puta Roberts!

—No —dijo Micah acaloradamente—. De hecho, ¡ella es Julia puta Roberts! —Señaló a Holly.

—¿Así que yo soy Oliver Platt? —preguntó Irina.

—¡Nadie es Oliver Platt! —exclamó Micah.

—Pues, si podemos elegir, yo prefiero ser Oliver Platt a ser Kevin Bacok —interrumpió Sean.

—Sean, tú eres el puto de Kevin Bacon —escupió Micah.

—¡Y tú eres Keifer Sutherland! —le grité.

—¡ESTO NO ES FLATLINERS, COÑO!

Suspiré:

—Así que yo no me quedaré inconsciente.

—No. —Micah se veía exasperado.

—¿Entonces por qué estoy aquí?

Micah se pasó una mano por su cabello castaño oscuro.

—Dios, he estado tratando de llegar a eso.

—¿Yo me quedaré inconsciente? —preguntó Irina.

—No, solo yo, Sean y Holly.

—¿Y crees que ella va a estar de acuerdo con eso?

—De hecho —habló Holly, levantándose del sofá—. Ya he accedido.

—¿Por qué? —La miré boquiabierta.

—Porque quiero saber… necesito saber por qué estoy aquí, por qué cualquiera de nosotros está aquí. Quiero saber qué es el alma y adónde se dirige, quiero sostener las llaves de la existencia humana, amor y sufrimiento, vida y muerte. Quiero entender nuestro propósito. Y me están pagando, es perfecto para mi tesis.

—Eso es otra cosa —dijo Micah rápidamente—. Todos recibirán su paga.

—¿Cuánto? —Irina le entrecerró los ojos.

—Quinientos dólares cada una.

Solté un quejido. Quinientos dólares era básicamente lo que me faltaba para pagar mi matrícula este mes, y Micah lo sabía. Qué cretino.

—Los sueros Romeo y Julieta son seguros. Han sido ensayados y probados y van a funcionar. Sean y yo hemos rentado una casa en Emerald Street para desarrollar el experimento. Lo único que necesito, lo único que pido, es que te presentes, Bridget. Solo preséntate el próximo sábado.

—¿Y qué hay de mí? —preguntó Irina.

—Irina, necesito que administres los sueros y monitorees nuestros signos vitales. Miren, chicos, todo este asunto tomará menos de un minuto, y pueden irse con quinientos dólares y créditos en mi tesis.

—¿Y qué hará que tu evidencia, la cual será básicamente tu testimonio, sea concluyente? — pregunté.

—Los sueros que Sean desarrolló estarán disponibles para cualquiera, y pueden repetir el experimento cuando gusten.

—Pero no creo que eso…

—Por favor, Bridget, solo preséntate el sábado.

No había una sola faceta de este pequeño experimento científico que no me hiciera sentir profundamente incómoda. Pero la manera en la que Micah me observaba, la tensión de la habitación, quinientos dólares…

—No estoy preguntando, Bridget. Te lo estoy rogando. —Micah agarró mis manos y las apretó.

—Lo pensaré.

No me sorprendió que me encontrara en la casa de Emerald Street el próximo sábado. Me lo había debatido toda la semana, pero, al final —a pesar de los demás factores— tenía curiosidad. Micah era brillante, del uno por ciento de su clase. Había publicado muchas investigaciones. ¿Qué tal si tenía razón? ¿Qué tal si veía algo? Las personas tienen experiencias cercanas a la muerte todos los días y regresan con historias. Micah iba a profundizar en la muerte más de lo que cualquier otra persona que había regresado, y lo estaba haciendo en un ambiente controlado, utilizando un experimento que podía ser duplicado fácilmente. Es decir, ¿quién sabe?

Micah me saludó en la puerta con una sonrisa que decía que sabía que iba a venir, y caminó conmigo hacia la amplia sala de estar desocupada. Lucía paredes marrones, pisos de madera, mucho equipo de hospital y tres camas individuales de aspecto barato.

Sean y Holly ya estaban acostados en dos de las camas con sonrisas nerviosas en sus rostros e intravenosas en sus brazos. Irina se movía afanosamente, revisando el equipo y viéndose increíblemente estresada.

Micah me entregó una cámara pesada y notoriamente costosa.

—Las cámaras al pie de nuestras camas ya están grabando; son nuestras cámaras estáticas. Necesito que camines alrededor y que también grabes con esta. Irina va a administrar nuestras inyecciones para que nos pueda manejar a los tres. Tú simplemente eres un testigo, nada más.

—Está bien… Micah, ¿estás seguro de que quieres hacer esto?

—Bridget, hemos estado probando esto y, siempre y cuando Romeo sea inyectado antes de que se cumpla un minuto, lo cual sucederá, no habrá ningún riesgo.

—Hay riesgo en definitiva, Micah. Y las experiencias cercanas a la muerte…

—Esto no es una experiencia cercana a la muerte; es una experiencia de muerte. Mira, sé que estás preocupada, y es por eso que te quería aquí, para que te asegures de que nada salga mal. E incluso si algo sucede, tengo pilas de anotaciones y narrativas demostrando que este fue mi experimento.

—Sí, pero…

No podía pensar en nada más que decir. Para cualquier oposición que tuviera, Micah tendría una respuesta. Esa era su forma de ser. Ahora no había manera de detenerlo; podía estar aquí para verlo o estar en otro lado y escuchar sobre ello. Decidí quedarme.

Micah caminó hasta quedar parado enfrente de mi cámara.

—Son las doce de la tarde con cincuenta y un minutos del catorce de enero. Mi nombre es Micah York y este es mi primer intento de un experimento de la vida después de la muerte.

Micah caminó hacia su cama y se sentó, permitiéndole a Irina que atara expertamente una aguja en su vena. Se reclinó sobre la almohada y se giró hacia Sean y Holly.

—Recuerden, chicos: tan pronto como recuperen su consciencia, háblenle directamente a las cámaras acerca de lo que vieron.

—Sip.

—Entendido.

—Muy bien —dijo Micah, emocionado—. Treinta segundos, eso es todo. Irina, tan pronto como la última Julieta evacúe el tubo, activa el cronómetro.

Micah apuntó a los relojes digitales que estaban programados con medio minuto en la cabecera de cada cama. Irina asintió.

—Bridget, tú graba —Tragué sonoramente y asentí también—. Nos veremos en el otro lado. — Micah sonrió y le dio los pulgares arriba a Sean y Holly, quienes le devolvieron el gesto y se recostaron en sus camas. Apreté el botón de grabar. Irina agarró los tres tubos rojos de un líquido claro y espeso. Manteniendo su pulso, inyectó lentamente el primer tubo en la intravenosa de Micah, y luego pulsó el cronómetro arriba de él. En el momento exacto en el que lo hizo, la línea del monitor cardíaco de Micah expiró. Me sobresalté por el chillido agudo y traté de estabilizar la cámara.

Irina se movió apresuradamente hacia Sean e hizo lo mismo con él y luego con Holly. Ahora las tres máquinas marcaban ruidosamente un pulso inerte. Irina colocó sus manos encima de sus orejas por un segundo y luego señaló a un monitor diferente.

—¡Captura esto! ¡Bridget, captura esto! — Era el electroencefalograma de Micah y había cero ondas cerebrales activas—. ¡Captura el de Holly y el de Sean también!

Súbitamente, podía saborear un metal agrio en mi boca, y sabía que había comenzado a entrar en pánico. Esto había sido una mala idea, una muy mala idea. Para cuando miré de nuevo al cronómetro de Micah, quedaban ocho segundos en él. Irina ya había cargado el tubo verde, el biológico Romeo, en la intravenosa de Micah y estaba esperando a presionarlo.

El coro de las tres máquinas cardíacas reproduciendo sus alarmas era ensordecedor. Me estaba gritando: «¡Haz algo! ¡HAZ algo! ¿Por qué te estás quedando ahí parada? ¡Sálvalos!».

Justo cuando ya no lo podía soportar, una alarma diferente zumbó e Irina inyectó el Romeo en el brazo de Micah. No respiré en lo absoluto mientras esperaba que los signos de Micah mostraran vida. Le tomó menos de cinco segundos al monitor cardíaco para comenzar a registrar un pique. Y luego otro. La máquina del electroencefalograma de Micah también se encendió con vida súbitamente. Exhalé.

Irina acababa de caminar hacia Sean, cuando Micah se enderezó de pronto en su cama con los ojos ampliamente abiertos, al igual que su boca. Me sentía tan emocionada y curiosa, que casi olvido levantar la cámara. No podía esperar para escuchar lo que tenía que decir.

Pero Micah no dijo nada. Solo gritó. La sorpresa y la fuerza de ello me hicieron trastabillar contra la pared. Fue el grito más espeluznante que había escuchado. Y luego, Sean comenzó a gritar también. Micah no le prestó atención y se lanzó de la cama, golpeando su cabeza contra la madera una y otra vez. Sean también había saltado de la cama y corrió hacia la pared para detenerse a solo cinco centímetros de ella, gritándole como si no supiera que la pared estaba ahí.

Mi impresión dio paso rápidamente al pánico. La cabeza de Micah ya se había ensangrentado y el sonido que hacía contra el roble era enfermizo.

—¡Irina, ayúdame!

Irina, quien no se había movido desde que Sean la había apartado de su camino, me observó con sus ojos dilatados.

—¡Tenemos que sacarlo del piso, se está hiriendo a sí mismo!

Ella abrió su palma y observó al último tubo de Romeo biológico como si nunca lo hubiera visto antes.

—¡¿No se lo has dado aún?! ¡Dáselo a Holly! ¡Ahora! —Mi voz era aguda y salvaje. Estaba sosteniendo a Micah en mis brazos mientras él continuaba golpeando su cabeza contra el aire, como si el piso aún estuviera ahí. Y los gritos, oh Dios, los gritos.

Tanto Micah como Sean estaban partiéndome los oídos por la mitad. El horror del rostro de Micah mientras arrojaba su cabeza indoloramente en contra del aire, con su boca abierta en la forma de una «O» ancha, y el terror agudo y agonizante que provenía de Sean, era suficiente como para marcar el miedo en mis ojos. ¿Qué había pasado? ¿Qué habían visto? La cámara, olvidada desde hace mucho, yacía descartada a un lado de la cama de Micah, en donde sus piernas agitadas la habían pateado. Irina le estaba haciendo compresiones torácicas a Holly; las lágrimas se derramaban desde sus ojos. Pero yo sabía que era demasiado tarde, habíamos perdido a Holly.

—Irina, Irina, llama al novecientos once.

No dejaba de trabajar en Holly, solo continuaba como si no me hubiera escuchado. Y quizás no lo hizo. Los gritos… Dejé ir a Micah solo por un momento para agarrar mi teléfono, y ya se había levantado y estaba corriendo. Golpeó la puerta frontal y azotó su frente contra el vidrio.

—¡Micah, detente!

Si Sean nos notaba a su alrededor, no lo demostraba. Solo continuaba ese grito horrible y penetrador.

Los servicios de emergencia no me podían oír por el teléfono, pero habían mandado a alguien a la casa en cinco minutos. Unos cinco minutos muy, muy largos. Irina se rindió con Holly en algún punto y solo deambulaba por la habitación, murmurando: «No lo entiendo. Lo hice bien. No lo entiendo».

Se llevaron a Sean, Holly y Micah en una ambulancia, y nos llevaron a Irina y a mí a la estación de policía. Observaron los videos. Nunca me gradué, pero al menos no fui a la cárcel como Irina. Me aislé después de su juicio y me rehusé hablar con los demás. Pasé meses albergada en mi apartamento, haciéndome la misma pregunta una y otra vez.

¿Qué es lo que vieron?

Y no es como si pudiera preguntarles. Sean había gritado hasta que había perdido el uso de su voz permanentemente. Ahora se sentaba en una habitación de hospital encarando a una pared, con su boca abierta ampliamente a manera de grito. Y, de alguna forma, eso era peor que los gritos genuinos. No dijo nada ni ha escrito una palabra desde ese día. Micah, él también está en un hospital. A veces grita, y a veces está callado. A veces se retuerce y a veces permanece tan quieto como los muertos. Los he visitado a ambos muchas veces, rogándoles que me digan lo que vieron. Pero mis visitas habían sido fútiles hasta esta última vez.

Ayer, cuando visité a Micah, él estaba en su etapa de gritos. Me senté a su lado y lo dejé gritar, esperando en caso de que cambiara a una de sus etapas catatónicas para que me pudiera dejar hablar. Cuando estaba cansada de esperar, me incliné hacia su oído y le pregunté:

—Micah, ¿qué fue lo que viste?

Sus gritos se transformaron lentamente en una carcajada descontrolada que nunca había escuchado antes. Su doctor, quien había estado en el pasillo próximo, vino corriendo a la habitación.

—¿Qué fue lo que hiciste? —me preguntó, alarmado.

—Solo le hice una pregunta —respondí silenciosamente.

—¿Cuál fue la pregunta?

—Le pregunté qué fue lo que vio.

Ambos notamos el silencio repentino al mismo tiempo. Lentamente, nos giramos hacia Micah, notando que nos estaba observando sin expresión alguna en su rostro.

—Todo ello los está esperando. Todo ello los está esperando. —Luego su boca cayó en una forma de «O» amplia, y la risa comenzó de nuevo entre pausas, seguida por gritos estridentes.

Ese día, abandoné el hospital deseando que nunca hubiera ido en lo absoluto. Deseando que nunca hubiera conocido a Micah. Conduje a casa con lágrimas surcando mis mejillas. ¿Qué fue lo que vieron? ¿Qué está del otro lado? ¿Siquiera quiero saber? Pero, en realidad, ya no importa. Lo descubriré algún día. Y tú también.

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La traducción al español pertenece a esta página. Fue escrito en inglés por C. K. Walker:
https://ck-walker.com

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