Todo ocurrió una cálida noche de verano, de esas en las que, aunque la temperatura es agradable e invita a dar un largo paseo bajo la luz de las farolas, da la sensación de que todo el mundo se ha puesto de acuerdo para encerrarse en casa.
Eran, más o menos, las dos de la madrugada. Había pasado varias horas vagueando ante el ordenador, así que decidí que era momento de estirar los músculos haciendo algo de ejercicio, bajando a la calle para tirar la basura y fumar un cigarro, por ejemplo.
Me calcé unas zapatillas de deporte, me dirigí a la cocina, saqué la bolsa del cubo y le hice un par de nudos. Tras cerciorarme de que no olvidaba llaves, mechero ni tabaco, cerré la puerta del piso y me dirigí escaleras abajo. Habría podido elegir tomar el ascensor, pero, teniendo en cuenta que a esos cacharros les suele dar por pararse de golpe, habría sido un error quedarme encerrado dentro con la única compañía de una maloliente bolsa de basura.
Recorrí los pocos metros que separaban mi portal de los contenedores, disfrutando del ambiente de soledad que reinaba en mi calle, unido a la tenue iluminación y la invisible caricia procedente del asfalto caliente bajo mis pies. Tras meter la bolsa en uno de los cubos, volví a mi portal y, antes de entrar, encendí un cigarrillo, disfrutando de cada calada mientras oía en la distancia el sonido de ambulancias y coches acelerando: la banda sonora que suena de fondo cada noche en la gran ciudad que es Madrid.
En tanto daba buena cuenta de mi cigarro, eché un ojo al gran edificio de viviendas que esperaba mi regreso: un bloque levantado a finales de los años sesenta, con paredes de ladrillo rojizo, seis alturas y una planta de garaje bajo sus cimientos, similar a los cientos de edificios que, en aquella época, el Ministerio de Vivienda construyó en toda España. Junto al portal, aún se conservaba la placa que daba fe de ello.
Mis padres fueron los primeros dueños de la casa. Tras el paso de los años, su afán ahorrador les permitió hacerse con un chalet en las afueras, por lo que yo, siendo hijo único, tuve la suerte de pasar a ser el dueño (y único habitante) de la vivienda.
Cuando acabé el cigarrillo, tiré la colilla al suelo y entré en el portal. Por un momento, pensé en subir andando hasta el quinto piso, donde vivo, pero la vagancia pudo más, así que llamé al ascensor. Cuando este llegó a la planta baja, entré en el habitáculo.
Una de las curiosidades que tenía aquel edificio, era dicho ascensor. No todos los bloques de viviendas de la época contaban con uno, y se consideraba una mezcla de lujo y suerte el poder llegar a casa en uno de estos chismes cuando se levantó el edificio. Esto hacía que la estructura fuese algo vieja: sus paredes, sus espejos y su cuadro de botones tenían más de cincuenta años. Lo que más me llamaba la atención de este último detalle, era el correspondiente al garaje. Había un botón para cada piso, excepto para el sótano, en cuyo lugar había una cerradura. Todos los vecinos teníamos copia de la llave. El motivo era, según los constructores, evitar que el cálido garaje se llenase de mendigos por las noches.
Miré aquella cerradura con curiosidad. Aquella vieja cerradura. Entonces, una idea se me pasó por la cabeza. En lugar de pulsar el botón del quinto piso, eché mano al manojo de llaves que había en mi bolsillo e introduje la llave correspondiente. Para acceder al sótano, había que girar la llave hacia la izquierda, pero, ¿qué ocurriría si la giraba hacia la derecha?
Hice la prueba. Nada. La cerradura hacía tope, como era de esperar. Cabezota de mí, volví a intentarlo, girando con más fuerza. Con mucha más fuerza.
En ese momento, de forma inesperada, la cerradura cedió, poniendo el ascensor en marcha. Sorprendido ante aquello, fijé los ojos en el indicador luminoso. Mientras el ascensor descendía, aquel pasó de mostrar un cero a mostrar un uno negativo. Pero, llegado a este piso, el ascensor no se detuvo.
Durante casi un minuto, el trasto continuó bajando, traqueteando y rugiendo como de costumbre. El indicador luminoso mostraba dos guiones intermitentes. Entonces, de repente, el ascensor se detuvo y su puerta se abrió.
Ante mis ojos se extendía un largo y estrecho pasillo, apenas más ancho que el propio ascensor. La iluminación procedente del interior de este, no bastaba para iluminar aquel pasillo, que era engullido por una tenebrosa oscuridad, y no se apreciaban escaleras que llegasen allí desde un piso superior.
—¿Hola? Mi voz retumbó por las paredes y desapareció en el oscuro espacio.
A pesar de que la situación me imponía algo de respeto, la curiosidad ante el nuevo sótano recién descubierto pudo más. Decidido a investigar aquel lugar, encendí mi mechero y abandoné la protectora luz del ascensor.
Me giré por un momento, y vi que, en aquella planta, no había botón para llamar al ascensor, sino una cerradura. Mosqueado, continué avanzando hacia la oscuridad.
El ambiente era denso y húmedo, acompañado de una ligera fetidez. A unos veinte metros, el pasillo torcía hacia la derecha, desembocando en una galería a la que daban varias puertas, como en las cárceles que salen en las películas. Algunas puertas estaban cerradas y otras abiertas, y el suelo estaba lleno de polvo, cristales rotos y otros objetos.
La mugre que invadía el lugar me disuadió de palpar la pared en busca de interruptores de luz, por lo que confié en la pequeña llama que portaba en mi mano. Al internarme en la galería, me agaché y acerqué mi mechero al suelo para examinar con más detalle qué eran aquellos pequeños bultos que pisaba irremediablemente a cada paso. Descubrí jeringuillas, trozos de probetas, piezas de rompecabezas infantiles, muñecas… Aquello resultaba de lo más tétrico. Me incorporé nuevamente, disponiéndome a analizar las pequeñas dependencias que rodeaban la galería.
Uno de los detalles que percibí fue la falta de ventilación o iluminación exterior. Aunque era noche cerrada, no había rastro de salidas al exterior por las que se colase la luz de las farolas, ni ninguna corriente de aire que hiciese vibrar a la llama de mi mechero. Aquel era un lugar completamente cerrado, y a saber a cuántos metros bajo tierra me encontraba en aquel momento.
Recorrí varias de las salitas, y vi que todas tenían elementos en común: pequeños, anticuados y oxidados camastros, mesitas y sillas. Y material médico. El lugar estaba infestado de gasas, correas, pastillas desperdigadas por el suelo… Aquello parecía un hospital en miniatura. Un hospital antiguo y fantasmagórico, detenido en una época pasada, en el que la acumulación de polvo es el único indicador del paso del tiempo.
Aún me arrepiento de entrar en una de aquellas dependencias. La luz del mechero mostraba, sobre el mugriento colchón, un bulto del tamaño de un ser humano, envuelto en ropa de hospital. Me acerqué sigilosamente, temiendo lo peor, y arrimé el mechero al gran objeto.
El aumento de luz mostró una escena horripilante: rodeado de heces y manchas de orina, se mostraba ante mí un cadáver humano en posición fetal que me daba la espalda. El hedor era insoportable. Reprimí una arcada mientras permanecía en cuclillas ante aquella dantesca escena.
De repente, el terror invadió mi cuerpo. Aquel cuerpo se giró de forma brusca y, lo que en principio había clasificado como «humano», mostró ser algo diferente, indefinido e indescriptible.
El cuerpo de aquel ser estaba cubierto de llagas y heridas. En lugar manos y pies, sus extremidades se encontraban rematadas por muñones violáceos, y extrañas deformidades y bultos recorrían su tronco, dándole un aspecto monstruoso.
Pero lo peor era su rostro: sus ojos, grandes e inyectados en sangre, estaban protegidos por unos párpados abultados y sin pestañas. En lugar de pelo, su cabeza poseía infinidad de cicatrices y grapas que partían desde sus pobladas cejas y sienes y se perdían hacia su nuca. Sus orejas, irregulares y enormes, no mostraban pliegue alguno, dotando al ser de un aspecto simiesco. Tampoco poseía nariz, y de sus orificios nasales surgían dos hilos de sangre reseca. Rematando aquel cuadro tan desagradable, se encontraba su “boca”: un orificio de comisuras agrietadas, sin labios, de cuyo interior carente de dientes y lengua, provenía el peor olor a podrido que he percibido en mi vida.
Sus ojos se fijaron en los míos, y de su garganta surgió un bramido gutural, ronco y a la vez potente.
Grité. Grité con todas mis fuerzas y mi voz se entremezcló con la del monstruo. Teniendo en cuenta la postura en la que me encontraba, caí de espaldas sobre el mugriento suelo, y el mechero se escapó de mi mano, dejando el lugar en la más absoluta oscuridad.
Mientras palpaba el suelo en busca del mechero, oí cómo crujían los muelles del colchón y, antes de que pudiese reaccionar, aquel despojo se me echó encima, lanzando una vez más su aterrador alarido. Sentí su aliento contra mi rostro, mientras apestosa saliva caía sobre mi frente, y un escalofrío me recorría de arriba abajo. Cejé en mi empeño de hacerme con el mechero y pataleé con todas mis fuerzas, tratando de zafarme del horripilante ser.
Me arrastré unos metros hacia atrás, me levanté y salí de la estancia, a oscuras, tratando de recordar la disposición de aquella planta, temiendo tropezar o dar de bruces con alguna de las paredes. Mientras huía en dirección al ascensor, pude oír cómo aquello se arrastraba entre los cristales rotos del suelo, siguiendo mis pasos. Llegué al pasillo y sentí que volvía a la vida cuando me invadió la luz encendida del ascensor abierto. Entré, pulsé el botón del quinto piso y, lleno de impaciencia y pavor, esperé a que la puerta se cerrase y el ascensor se pusiese en marcha.
Sin embargo, el aparato no obedecía mis órdenes. Aunque el botón del quinto piso estaba encendido, la puerta no se cerraba. Y el crujir de cristales se oía cada vez más cerca.
Me di media vuelta. Ante mí, el pasillo se extendía una vez más, engullendo la luz del ascensor. Sin embargo, ahora no sentía curiosidad ante aquella escena. Sentía verdadero horror. Quería huir de allí. Y el ascensor no se movía.
De repente, se hizo el silencio. Estaba tan aterrorizado, que todos mis músculos se agarrotaron. En ese momento, el ser surgió del pasillo oscuro arrastrándose con una velocidad y una pericia insólitas. Venía hacia mí mientras gruñía, jadeaba y chillaba como ninguna criatura conocida. Apreté repetidamente el botón del quinto piso, con pulso tembloroso, en tanto el miedo me hacía llorar y la criatura se aproximaba rápidamente. Cuando estaba a punto de entrar en el ascensor, agité mi pierna ante él, lo que lo hizo retroceder atemorizado, sin que apartase la vista de mis ojos en ningún momento. En ese instante, las puertas se cerraron y el ascensor comenzó su ascenso.
Fijé la vista en el indicador luminoso: los dos guiones parpadeantes dieron paso a un negativo uno, luego a un cero, un uno, etcétera. Algo más calmado, me miré en el espejo y fui consciente de mi aspecto. Mi rostro estaba cubierto de una mezcla de baba y mucosa sanguinolenta, mezclada con mis propias lágrimas. Cuando quise pasar el dorso de la mano por mi frente, descubrí que mis ensangrentadas palmas estaban llenas de cristales rotos, y comencé a sentir su dolor. Minutos antes, en aquel segundo sótano, el miedo no me había permitido ser consciente de cómo se habían clavado en mi piel.
Llegué a casa y entré corriendo al baño. Los recientes recuerdos de todo lo que había ocurrido allí abajo se agolparon en mi mente, y no pude evitar arrodillarme ante el váter y vomitar la cena. Me di una ducha más larga de lo habitual. Aún invadido por el asco, curé las heridas de mis manos y esperé a que llegase el día, incapaz de dormir.
A la mañana siguiente, cuando la luz del día se llevó todos mis miedos, llamé a un amigo que vivía en uno de los edificios cercanos. Dicho edificio era similar al mío: construido en la misma época, con la misma planta y con un ascensor exactamente similar. Tras contarle la historia y soportar sus burlas, me aseguró que haría la prueba en su ascensor y que me llamaría para contarme qué había ocurrido en su caso.
Esperé su llamada intranquilo y, a los pocos minutos, sonó el teléfono. Era él, y su voz sonaba entrecortada y temblorosa. Bajo su casa también había un segundo sótano, húmedo y maloliente. Sin embargo, él no se había atrevido a adentrarse, y no tenía intención de hacerlo.
«No pienso volver a coger ese ascensor en mi puta vida», eso fue lo que me dijo. Y la verdad es que su opinión coincidía al cien por cien con la mía.
A pesar de nuestros temores, nos decidimos a investigar sobre el asunto. Así, dimos con el que fue por aquel entonces presidente de la constructora encargada de levantar los edificios; hoy en día un ajado anciano con un pie en el cementerio. Tras varias reticencias, nos explicó el porqué de aquellos sótanos secretos: en 1966, la recién inaugurada central nuclear de Zorita, en Guadalajara, había sufrido una grave fuga en uno de sus reactores, provocando una nube radiactiva que se extendió por los pueblos de los alrededores. El régimen franquista no podía permitir que la opinión pública tuviese noticia de un fallo en su primera instalación nuclear, por lo que contactó con las parejas jóvenes del lugar, ofreciéndoles trasladarse a Madrid, a los inmuebles en los que mi amigo y yo vivíamos, pues a pocos metros se encontraba un hospital que podría seguir la evolución de dichas parejas y los hijos que pudiesen tener en el futuro. Para disimular aún más la situación, vendieron algunas de las viviendas a gente corriente que no tenía nada que ver con el incidente (como mis padres, o los padres de mi amigo, por ejemplo).
Sin embargo, la intención del régimen era muy distinta: conocedores de las secuelas que la nube radiactiva tendría en esta gente, vigilaron cada nuevo embarazo que se produjo entre ellos, supervisando su evolución y haciendo «desaparecer» a todos aquellos recién nacidos que sufriesen graves malformaciones.
Aprovechaban la tranquilidad de la noche, para, haciéndose pasar por encargados de mudanzas, llevar a los bebés a su nuevo «hogar». Aquellos sótanos, por otra parte, eran el lugar perfecto para realizar investigaciones sobre los niños, pues nadie sabía de su existencia. El propio mecanismo de los ascensores se había mantenido en secreto, recayendo la tarea de llevar a cabo revisiones y reparaciones entre técnicos elegidos por el propio régimen; y una trampilla que solo se abría cuando el ascensor sobrepasaba el garaje, ocultaba el segundo sótano a quien hubiese podido asomarse al hueco.
Sin embargo, tras la muerte del dictador Francisco Franco, se canceló aquel proyecto. Tratando de arrojar tierra sobre el asunto, los sujetos en experimentación fueron sacrificados y toda documentación relativa al proyecto fue destruida. Casi todos los cabos quedaron atados.
—¿Cómo que casi todos los cabos? Preguntamos mi amigo y yo a aquel hombre.
—Sí —dijo él—. Resulta que, una vez, aprovechando el revuelo de los últimos días, mientras todo el mundo corría arriba y abajo tratando de hacer desaparecer pruebas y evidencias, uno de los niños desapareció sin dejar rastro, y nadie más volvió a saber de él.
Mi amigo y yo nos miramos, aterrados. Nos despedimos del viejo y volvimos a nuestras casas.
Desde entonces, no he vuelto a subirme a un ascensor. Y, por si a alguien le interesa, vendo mi casa. Es un quinto piso, muy luminoso. Y, además, tiene ascensor y garaje.
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99 comentarios
XD yo lo mandaba tirar xD… no valla a ser
5 de 5
Lola Lola cacerola cara de mongola :trollface:
compro el apartamento jajajaj xd una de mis favoritas!! 5/5
Excelente xD.
Muy, muy bueno. Impresionante redacción, estilo y demás. Uno o dos errores de semántica, pero nada remarcable. Conforme más leía, más quería avanzar en la lectura. Me hubiera gustado incluso que fuera un poco más extensa o que ahondara más en los hechos. Es un gusto leer historias como esta… en la que todo se sucede de manera tan natural.
¡Carajo! ¡Yo si entraría a un sótano así!
Saludos.
@nemesis Vos que creepy escribiste??… Si pudieras dejarme el Link de alguna, te lo agradecería muchísimo 😀 Saludos…
http://creepypastas.com/author/nemesis
Esta como para una película, Seria una de mis favoritas.
Sin duda la veria miles de veces
¡Muy buena! xD
5/5 Muy buena hace rato no leia una creepy asi, me puso hasta nervioso en la parte que lo perseguia, muy buena me quede con ganas de mas
Que mierda
Excelente historia, me encantó! 5/5 y a favoritos!!.
Esta creepy en verdad me asustó y me llevó a la historia ya hacía falta leer algo así.
me gustaria comprar el segundo sotano xD, jejeje ni loco
Hola Te lo Vendo a 20.000 Pesos Es En Guadalajara al 1789 y te lo vendo con la llave si queres pero porfas este lugar me aterra
Es muy bueno, tienes muy buena forma de expresar el terror que se debió haber sentido en es incómodos momentos de tu vida en los que no sabes si morirás o solo casi mueres…. Muy bueno 5/5
exelente creepy amigo
woooou que buen creepy , es la primera vez que lo veo , y la verdad es muy bueno ya estaba cansado de leer casi siempre los mismos creepys 😛
uuuuuuuuuuuuuuuuuuuu
Me gusto la historia, muy buena redaccion , hizo que la viva.
5/5 excelente historia , tngo time sin leer creppy y este es el primero en mucho tiempo me alegro tener un comienzo como este ! felicitaciones ! 😀
Últimamente es difícil encontrar buenas historias como esta, que incluso agregan trasfondo de lo que está pasando. Excelente, me gusto mucho.
Me espanto un poco jaja, muy bueno.
Muy bueno pero me da pena la cosa a mi me parece que solo queria amigos xD y al chico no le habra dado alguna emfermedad ? Digo no con lo que se clavo que ya estaba asqueroso y quiza hasta usado y ademas lo que le escupio debe de pasarle algo almenos
Muy buena pregunta, la verdad es que no había pensado en eso. Con respecto al Creepy, está relatado de una forma que te permite adentrarte en la historia, imaginarte a ‘la cosa’ y logra mantenerte pendiente de. Me gusta :3
Esta historia me parecio sumamente atrapante, está redactada con una maestría que te hace estar ahi mismo.
Ah, y también concuerdo, pobrecito el chico del sótano, la única chance que tenía de escapar de ahí y la arruinó por pasarse de cariñoso con la visita, jajaja.
alguien resume de k trata me da pereza leerlo
De un muchacho que descubrió un 2do sotano en su edificio y era algo nuclear.
:3
de un ascensor :trollface:
Excelente me hizo sentirme dentro de la historia.
Te compro el apartamento
Muy buenaa
demaciado bueno me gusto *a favoritos*
no, dios que susto me dio me imagine todo lo que pasaste uff yo jamas u viera entrado soy muy cobarde jajaja en serio no podre dormir, EN SERIO igual excelente historia tenia tiempo sin leer un buen creepy como ese 😀 (sige haciedno historias como esta) genial 😉
muy bueno ni loco me meto ahi
Hombre! Cuanto por el 5to piso????? 😀
wow! Excelente Creepy!!!! Yo sent♂ que era él, viendo a ése mounstruo! xD
me hubiese gustado que la historia prosiga, que hagan un viaje los dos al segundo sótano… pero fuera de eso me gusto, muuy buen creepy :’)
wooow que creepy tan mas bello acabo de leer ♥ me quede con ganas de más :C
Buenisimaaaaaaa me gusto mucho.
5/5 Una Buenísima creepy, Me gusto mucho, Muy bien sigue escribiendo así.
lastima que es en españa soy mexicano me interesa mucho tu sotano
me gustaria adentrame enserio
A favoritos, es todo lo que puedo decir
Noo que buen creepy me cago 50% de miedo aunque tiene razon uno de los comentarios si era radiactivo el lugar con lo que se corto o la baba de la criatura no le haria mutaciones ya que tiene mutaciones geneticas al producirse el contacto y lo use para un concurso del grupo de la escuela y gane yo por mi historia estuvo de 10! amo las creepipastas y buenos dias a todos visiten mi canal en youtube o mejor conocidos como CreepiPasta numero 1 no tan conocidos Chau y Besos!!!!!!!! 🙂
Woow ah sido uno de los mejores creepypastas que eh leido en toda mi vida, muy buena historia, Exelente sigue asi
uyyy q mieditoo jajja y eso q a mi tambien me gusta investigar sitios asi frios tenebrosos y q las personas por el mismo miedo dejan de visitar jajja
muy buena creepy yo no me hubiera atrevido a entrar ahi
la concha de su madre…mi casa tiene ascensor… y para bajar al garaje hay que meter una llave…mierda D:
Compra un lanzallamas, uno nunca sabe xD
jajajajajajaja hay que ir preparado por si acaso comprate otro lanzallamas solo por si acaso XD
JAJAJAJAJAJAJA
AJAJJAJAJ Lo molestaban aproposito XXDDD
LOL xD
Muuuuuuuuy buena
Excelente!!!! Lejos una de las mejores que he leído
CARAJO! como me recague de miedo! esta BUENISIMA me gusto muchisimo
grandiosa historia yo me adentraria pero con un arma de fuego y linterna 😀
YO NO ME ADENTRARIA SIMPLEMENTE TIRARIA UNA GRANADA ABAJO Y SUBO NUEVAMENTE AL SUPERFICIE XD QUE VUELE TODO A LA MIERDA =============3
AJAJJA UNA POLLA ENORME COMO LA MIA
y si el ascensor se traba ? mueres ?
Hermosa *-* me gusto mucho y me puse en los zapatos de ese pobre hombrecillo xD y muy bien descrito el mounstruo
Me gustó mucho, como onda Silent Hill, y ademas ese toque de la vida real lo hace como creíble y por lo tanto mas aterrador.
Por primera vez en mi vida, estoy agradecida que mi casa de 5 pisos no tenga ascensor
Algunos dicen «voy acomprar el apartamento» y de seguro, no se atreven ni a posar o acercar la llave a la puta cerradura de el acensor. y a decir verdad, que yo menos , Lol:v pero, no se hagan los machos, todos sabemos que no lo son.
Por otra parte MUY BUEN CREEPYPASTA , SI TUBIERA CUENTA, QUE MAS DECIR, FAVORITOS Y SI FUERA TWITTER TE DOY 10.
Por primera vez en mi vida me alegro de que mi edificio no tenga ascensor D:
con esto me alegro de vivir en un pueblo que no tiene construcciones de mas de 2 pisos
me cage toda, mi casa tiene ascensor y ahy hasta -3 tengo meio 🙁 vivo en el quinto piso)